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domingo, 23 de octubre de 2011

CAP.LXXV.- Nostalgia inducida y Café Gourmand.

Hace un par de horas que he regresado de un viaje relámpago al sur de Francia, concretamente a Carcassonne y a Colliure. Ha sido un viaje familiar de apenas dos días, viajar con niños pequeños no suele permitir grandes momentos gastronómicos, aunque los míos, no sé si por los genes familiares o por su capacidad para disfrutar de las cosas suelen facilitar algunos momentos de placer por la comida, siempre y cuando ellos puedan disfrutar de sus placeres en forma de lápices de colores, muñequitos de plástico o carreras por cualquier corredor.
El viaje ha coincidido con el inicio de los primeros frios, no suelen coincidir con temperaturas muy bajas pero producen cierta destemplanza, sobre todo cuando uno va arrastrando mocos y toses durante días. En Carcassonne  triunfó el pato en sus diversas manifestaciones, especialmente el cassoulette y el foie, platos contundentes que abren también las ganas de beber buen vino, tarea sencilla en Francia donde coincidió con las fiestas de la vendimia y la plaza principal de la ciudad estaba llena de puestos callejeros donde los bodegueros de la zona ofrecían a precios muy razonables sus vinos entre charangas y big bands callejeras que obligaban a bailar - sólo así se aguantan los frios -. En la calle pudimos probar un sauvignón estupendo con unas ostras del nº 3 y un guiso de buey a la borgoñona con arroz pilef, así como un poco de queso.
Los franceses siguen siendo unos maestros del aliño de las ensaladas y aunque el servicio no sea especialmente amable, compensan las malas caras con pequeños detalles como el de que los vinos por lo general tienen precios muy uniformes, hay restaurantes donde los vinos principales se ofrecen a 16 euros, hay otra cultura del vino, con menos tontería, el camarero te interroga sobre si quieres vinos del país - así definen en realidad los vinos de su tierra - y si lo quieres con más o menos cuerpo. Los franceses estructuran sus vinos de modo más ligero, mezclan bien las uvas - el famoso coupage - y terminan por oferecer casi sin quererlo vinos muy redondos sin ponerse muy por las nubes. Queda en la memoria el recuerdo de un pinot noir tomado a pie firme en la calle mientras una charanga jugueteaba con una versión pachanguera de offspring, y una combinación muy gustosa a base de merlot, shyra y algo de cabernet. Pensando que teníamos derecho a visitar una fábrica de chocolate al final nos llevaron a una bodega de vino - Chateau Auzías - donde compramos una caja de clarete - nada que ver con lo que aquí se llama rosado - y un tinto hecho a base de viñas atlánticas y mediterráneas de más de 30 años. Allí nos supieron de maravilla - los niños quedaron dormidos en el coche y su abuela nos hizo un canguro de lujo -, espero que hayan aguantado el cruce de los pirineos y sigan siendo maravillosos en casa.
En lo referido a quesos pinchamos, mejor dicho pincharon, ya que no nos ofrecieron nada especial, de hecho el sábado por la noche al pedir un plato de queso tiraron del que ténían en lonchas para los bocadillos.
La nostalgia inducida vino en Colliure, un pueblo que durante años fue referencia obligada para muchos españoles ya que allí murió y descansan los restos de Antonio Machado, que murió asqueado de las dos españas y profundamente triste. Seguramente pudo morir en cualquier otro sitio, pero los pueblos de frontera facilitan cierta nostalgia que no es propia, una nostalgia inducida que conecta con cierta memoria colectiva.
El Colliure de Machado, el Colliure del exilio español, tiene poco que ver con la actual villa turística al borde del mar, con urbanizaciones sobre las laderas que rodean el puerto y las playas, construcciones que embotellan y agobian a cualquiera que quiera visitarlas con algo de paz.
Llegamos a Colliure muy tarde, después de las tres, así que no fue posible encontrar ningún restaurante convencional dispuestos a darnos de comer, los niños estaban más pendientes de unos columpios y un tobogán que de ponerse a comer. Al poco de llegar cayeron unas gotas y se levantó una molesta tramontana que volcó cubos de basura. Aún y así encontramos una terraza resguardada donde servían por el sistema nom stop unos platos combinados casi obscenos ya que acumulaban todo cuanto encontró el chef por su cocina. El mio estaba hecho a base de lechugas variadas, espárragos, buey en carpaccio, salsa de pesto y lascas de queso que imitaba al parmesano. El plato cumplió su función y fue de los menos surrealistas de la comanda, ya que la sorpresa vino con unos espaguettis sorprendentemente orientalizados (soja líquida y en brote), envueltos en una crepe gigante acompañada de una pechuga rebozada y un poco de queso de cabra gratinado.
No creo que los turistas que deambulaban como zombis por la ciudad, sorprendidos algunos en chanclas y camisa floreada, estuvieran muy pendientes de los últimos días de Machado, ni de sus últimos versos: "Estos días azules, este sol de la infancia".
Colliure también albergó a aprincipios del siglo XX a los pintores fauvistas, encabezados por Matisse - Matisse de nuevo en este blog, casi siempre por casualidad -, hasta el punto de que el ayuntamiento tiene organizada una ruta fauvista por el pueblo y esconde en algunos rincones de la villa reproducciones del propio Matisse, de Derain y de otros pintores de la época.
La imagen no está elegida al azar, se trata de una de las modelos del pintor - Laurette -, tendida junto a una taza de café expreso. La sorpresa del viaje ha sido el Café Gourmand, una fórmula que supongo que no tardará en ponerse de moda en España ya que se trata de una idea simple pero con pinta de triunfar, se trata de acompañar el café de después de comer con algunos dulces, golosinas. Los franceses han ido más allá de acompañar el café de sobremesa con una galleta o con una chocolatina o con un delicado bombón; bajo la referencia de "café gourmand" las cartas ofrecen bien como postre, bien como merienda una bandejita con la taza de café, una pequeña bola de helado - vainilla o caramelo -, un vasito con una mousse de frutos rojos o de dulce de leche, una pequeña porción de tarta de chocolate - bownnie, opera o sacher -; en las que probamos una de ellas llevaba un pequeño borrachito con nata, he visto otras con pequeñas magdalenas. En definitiva sobre un plato no muy grande se acompaña el café con tres o cuatro elementos dulces de pequeño tamaño. Quien tenga dudas que ponga café gourmand en google y que disfrute de la imaginación de los reposteros. Yo acompaño una foto que tiene especial buena pinta.
Esperar únicamente que la traducción no traicione la idea: Café goloso puede ser más atrayente que café glotón. Café gourmand quedará excesivamente exclusivo.

martes, 20 de septiembre de 2011

CAP.LXI.- Una ternera risueña para mitigar el "mal francés".

Se acerca mi fin de semana en París y veo que se agudizan los síntomas del "mal francés"; consciente de mis debilidades he decido poner algún remedio que evite que mi afrancesamiento termine de contaminar este blog.
Revolviendo viejos archivos he encontrado la imagen de una ternera risueña que puede servirme analgésico, con esta imagen podría proponer una adivinanza que pusiera a prueba a los seguidores del blog.

Hace algunos años regalé a mi hija un puzzle de mil piezas, una reproducción de la Capilla Sixtina de Miguel Ángel. Durante varias semanas invadimos la mesa del comedor con las piezas, no fue una tarea fácil. Los dias y, sobre todo, las noches dedicadas al montaje nos permitieron conocer con cierto detalle algunas sorpresas y matices de la que sin duda es una de las obras pictóricas más importantes de la historia. Pocos artistas tendrían la osadía de embarcarse en una misión como la de recrear en los frescos del vaticano los pasajes más importantes de la historia de la religión católica y hacerlo además con algunos toques de humor dignos de un genio - pocos artistas de la época se atreverían a representar un dios con las nalgas al aire creando el cielo y la tierra o introducirían diosas o referencias paganas en el mismísimo Vaticano.
Entre estas humoradas se encuentra la imagen de esta ternera risueña, a punto de ser sacrificada, que proyecta sus ojos cómplices a quien la quiera mirar. Esta pequeña viñeta forma parte de una escena de los frescos de la cúpula de la capilla sixtina, la dedicada a Noé y los sacrificios que hubo de hacer para ponerse en paz con un dios que le anunciaba el diluvio.
La escena del sacrificio de Noé se pinta en el entorno de una cocina en la que aparece un hogar de fuego similar a un horno y una mesa que no tiene la solemnidad de un altar. Es una cocina similar a la que representaron otros pintores de la época, una cocina que augura que las reses sacrificadas - hay tres en la escena - serían el alimento de Noé y su hambrienta familia.

La escena representada por Miguel Ángel en el Vaticano es la de un sacrificio que no es sino el preámbulo de una redención, en este caso la mía frente al "mal francés". Para superar esta enfermedad debemos advertir que parte de la grandeza de la cocina francesa es deudora directa de la cocina italiana, no en vano los italianos comentan con evidente ironía que los franceses no aprendieron a comer ni a conjurar hasta que Enrique IV no se casó con Catalina de Medicis, reina consorte empeñada en ligar los reinos de España, Francia y la Toscana por medio de la estirpe de los Médicis aunque para ello hubiera de atentar contra su propio hijo para convertirse en reina regente de la muy católica Francia.
María de Medicis trajo con sigo a la corte francesa no sólo a consejeros y diplomáticos, sino también una cohorte de cocineros que asentaron en Francia las bases de la cocina moderna, por lo tanto la cocina francesa no es sino  el trasunto de los platos y técnicas de los cocineros de los reinos del norte y centro de de la península itálica.
No hay mejor cura para el mal francés que la de esplendor no es sino una copia de las cortes italianas, de ahí que la risueña ternera de Buonarotti, instalada en los techos vaticanos, sea el contrapunto ideal para mis excesos afrancesados.
Dentro de la exquisita cocina italiana - subyugada hoy en día a la tiranía de la pasta y la pizza -, nada más selecto que la cocina vaticana, verdadero foco de poder del Renacimiento.
En las navidades de 2006 un grupo de amigos me regaló un recetario de cocina de los papas, "Los Secretos de la Cocina del Vaticano" de Eva Celada, editado por Planeta en ese mismo año. Como plato preferido de Gregorio XVI - hijo de los Capellari de la corte Veneciana del XVIII - el recetario apunta a las exquisiteces de ternera a la romana (boeuf aux olives) un plato hecho a base de la ternera pintada por Buonarotti. para este plato se necesita un trozo de un kilo de ternera - preferentemente falda o solomillo si se trata de agradar a algún purpurado -. Se precalienta el horno a 200 grados, mientras tanto se ensartan en la carne tres dientes de ajo pelados y cortados en finos palitos y 150 gramos de panceta también cortada en bastones, hay que mechar la carne con estos dos complementos antes de atar la pieza de carne con hilo de bramante y untarla generosamente con mostaza de dijón, sal y pimienta.
En una cacerola se ponen a desahcer 40 ó 50 gramos de mantequilla a juego no muy vivo para que no se arrebate, se añaden 500 gramos de aceitunas negras previamente deshuesadas y un vaso colmado del mejor vino tinto que tengamos en la bodega - mejor un brunello que un quianti si se trata de caldos italianos, en el caso de vinos franceses un borgoña hará estupendamente los honores -.
La carne, en función del peso final y de la fiabilidad del horno necesitará entre 35 y 50 minutos para esta hecha del todo, quince minutos antes de retirarla del horno se le añaden un par de patadas hervidas, peladas y cortadas en rodajas. Cuando la carne está hecha se retira del fuego y se envuelve en papel de aluminio para que no pierda el calor - si gusta la carne rosada conviene no apurar los 50 minutos de la receta y retirar la carne del fuego pasados 40 minutos -.
Para presentar el plato se corta la ternera en finas lonchas, se acompaña con las patatas que han terminado de guisar y con la salsa hecha a base de mantequilla y vino. Sírvase de inmediato con un poco de pan ya que los jugos de la ternera y la salsa son dignos de un sumo pontífice.
Una receta italiana que espero que aplaque mis ínfulas afrancesadas.