Hace unos días conocí, en circunstancias
extrañas, a un ilustrador, Roger Olmos. Coincidimos en la celebración de una
boda, los dos íbamos de acompañantes, eso nos liberaba de obligaciones
sociales, nos bastaba con coger del brazo a nuestra pareja y sonreír con
agrado, bailar esporádicamente e intervenir livianamente en las conversaciones.
La boda fue en un sitio increíble, una
casona en mitad del campo, rodeada de árboles, junto a un prado. Aunque la boda
era a finales de junio lo cierto es que las tormentas del día anterior suavizaron
la temperatura e incluso al anochecer tuvieron que encender unas aparatosas
estufas para que la gente pudiera tomarse el postre confortablemente.
No suelo estar cómodo en acontecimientos
sociales, me disperso rápidamente y estoy más pendiente de los puntos de fuga
que de involucrarme en conversaciones o corrillos, por eso no me importa
ocuparme de que a nadie le falte una copa o un canapé y dirigirme a las barras
de provisiones tantas veces como sea necesario.
En esta tesitura no es sencilla la labor de
socializarse ya que evito las preguntas muy personales a las personas a las que
apenas conozco, no me agrada que desconocidos indaguen sobre mis cuestiones
personales y no soy de los que elaboro fichas de invitados con su profesión,
gustos amatorios, nivel de ingresos o expectativas vacacionales. Podría
afirmarse que soy un tímido patológico en proceso de rehabilitación.
Con estos antecedentes resulta complicado
que profundice en el conocimiento de los desconocidos, me contento con observar
y moverme cautelosamente evitando, en la medida de lo posible, ser huraño.
Llegamos a la masía en la que se celebraba
la boda a eso de las cinco de la tarde, fuimos recibidos por los novios y por
sus familias; la pareja lleva varios años de vida en común y tienen una niña
preciosa, por lo tanto parte del ritual de boda se relajó y los novios
departían en ropa informal con los que iban llegando, acomodándoles en las habitaciones
asignadas. La mujer de Roger era una de las amigas íntimas de la novia, como mi
mujer, y tenían tareas específicas a desarrollar durante la ceremonia, además
cargaban con la obligación de condensar en las horas que duraba la boda los
momentos de felicidad dispersos durante años; en este sentido los acompañantes
lo tenemos más fácil, nos evitamos el ejercicio de nostalgia y cumplimos siendo
agradables, evitando robar protagonismos.
Como me molesta que indaguen sobre mi
profesión y aficiones yo nunca pregunto a un desconocido sobre su profesión y
aficiones, por eso tardé varias horas en descubrir que aquel tipo tan agradable
que pedía permanentemente excusas por ser vegano era un ilustrador, un
dibujante profesional. Poco antes de irse me enseñó unos dibujos que llevaba
almacenados en la memoria del móvil, a penas tres o cuatro viñetas difíciles de
apreciar casi de madrugada, lo suficiente para que a la mañana siguiente,
cuando regresé a casa, picado por la curiosidad buceara en la red para buscar
más dibujos y referencias.
Roger Olmos tiene una obra extensa, especializada
en ilustración infantil. De lo que pude picotear me gustó especialmente un
libro titulado Besos que fueron y no fueron, escrito por David Aceituno y
publicado hace un par de años por la editorial Lumen. Estoy pendiente de
hacerme con el libro, aunque sea de un modo provisional, en la biblioteca que
acaban de abrir cerca de casa.
Internet permite disfrutar de algunos
dibujos y capítulos del libro, divertidos y picantes, sin perder la ingenuidad
de un trabajo destinado a un público juvenil pero con la suficiente picardía
como para interesar a todo el mundo.
Como no podía ser de otro modo en mi faceta
de diletante en la cocina mi interesé por una página en especial titulada Cómo
se cocina un beso, donde se recogía una receta elaborada por Madame Bechamel.
La receta que propone es la siguiente: “Para cocinar un beso hace falta una cocina
alegre, que huela a limpio, cantar un poco.
Que
tenga los muebles más o menos ordenados para que así quepan más sorpresas y
desorden, y cajones secretos que contengan tipos distintos de amor, de mil
sabores, además de frascos, especias orientales, pucheros y cucharas.
¡Ah!,
y las ventanas abiertas: algo de aire o mirar un trozo de cielo favorecen la
sensación de libertad.
Escuchad
las satenes mientras fríen, tenedores y cuchillos que se ríen haciendo esgrima
en los morteros, ollas exprés que silban fuerte cuando el beso ya está listo
para ser dado o recibido:
-¡QUE APROVECHE!- Gritan a besucones y
besuqueados
-¡SALUD!-
Brindan copas y vasos
Los
besos deben ser preferiblemente sinceros y de temporada, que potencien el sabor
y la textura del afecto. Y para que no quede un beso crudo, Bechamel pide paciencia
pues todo a fuego lento gana en sabor y aroma.
Se
recomienda un sorbete de limón para digerir los empachos que provoca lo cursi y
rebozado. Y para engañar al estómago cuando hay hambre, se permite picotear de
la memoria los besos que alguna vez fueron y de la imaginación los besos que
serán (o tal vez no)”.
Después de picotear en el libro de los besos
que fueron y no fueron acepté el reto de buscar la que podría ser receta de un
beso del diletante, enseguida me acordé de una de mis primeras entradas – de las
menos visitadas por cierto – en la que aparecía un cuadro de Man Ray y cocinaba
un steak tartare surrealista - http://undiletanteenlacocina.blogspot.com.es/2011/05/cap-xiii-la-sofisticacion-de-la-no.html
-; sin abandonar el tártaro recordé también una recetas con tomates, también
añeja - http://undiletanteenlacocina.blogspot.com.es/2011/07/capxxxiii-tomates-sonados-por-picasso.html.
Tártaros y tomates son buenas metáforas
para besos, por lo que no me podía repetir.
Llevo días zambulléndome en los recetarios
de mi biblioteca para localizar una buena receta de besos; primeramente me
encaminé al territorio de las cremas y sopas de marisco rojizas, lujuriosas,
estuve a punto de cocinar una crema de bogavante o de langosta pero me di
cuenta de que la receta me resultaría muy cara; la verdad es que no quiero una
receta de besos para hacerla una vez al año, una receta excesivamente snob.
Comprendo que puede haber personas que vivan con la añoranza de un beso, de un
único beso que están dispuestos a idealizar.
En mi caso prefiero besos todos los días,
besos frescos, infantiles, casi robados, como los que me dan mis hijos nada más
despertarse. O besos cotidianos, que me recuerdan que tengo gente cerca que me
quiere, que está para lo que haga falta. Besos con una pizca de pólvora, como
el que me da mi mujer cuando bajamos del ascensor antes de entrar cada uno a
nuestro despacho.
Besos de buenos días, de buenas noches, de “te
deseo”, de “no seas pesado”, de “acércame el mando de la tele por favor”.
Si tuviera que buscar mi receta ideal de
beso creo que me decantaría por un beso goloso, que no fuera difícil de hacer
pero que tuviera una pizca de fiesta. Un beso que agrupara a la vez elementos
sólidos – mordibles -, líquido – bebibles – y gaseosos. Cómo cocinero
aficionado mi primera imagen de un beso serían esas burbujas densas y espesas
que se forman en los guisos cuando hierven suavemente, esas pompas que explotan
ligeramente y salpican las paredes de la cazuela impregnando la cocina de olor.
Con estos elementos y descartadas las
carnes crudas o los tomates jugosos, la opción que me quedaba era la de un
suflé de fresas, una receta de fiesta que tiene su encanto y que no es muy
difícil de hacer.
Para hacer un suflé de fresa – Soufflé aux
fraises porque siempre me han gustado los besos afrancesados – se necesitan 150
gramos de fresas, preferiblemente del Maresme estando como estamos en
temporada; 150 gramos de azúcar molido;3 yemas de huevo y 6 claras de huevo;
una pizca de sal y unas gotas de zumo de limón para que las claras monten bien.
Con estos ingredientes saldrá un suflé para 6 personas que puede hacerse bien
en un molde grande o bien en seis pequeños, en función de cómo se quieran
distribuir los besos, si se prefiere un gran beso, un beso espectacular, habrá
que optar por el molde grande; si se prefieren besos dispersos, furtivos, a lo
mejor son preferibles los moldes individuales.
Hay que elegir fresas maduras, si se puede
elegir que sean bien perfumadas. Se les quita el pedúnculo y se pasan por un
tamiz o por un colador; con ayuda de la mano de un mortero se extrae toda la
pulpa de las fresas que vaya cayendo con toda su rojez en un bol pequeño. Se
cubre el bol con film transparente y se reserva en un lugar fresco.
Se elige un bol grande y allí se mezcla el azúcar con
las tres yemas de huevo – yemas hermosas, de huevos hermosos; en la medida de
lo posible hay que evitar que al cocinar el beso nos salga mustio. Se baten
bien, con ayuda de un tenedor, incluso de unas varillas; hay que conseguir que
las yemas se terminen blanqueando y que aparezca espumilla por las orillas.
Cuando estén bien batidas las yemas y el azúcar se añade la pulpa de las
fresas, bien roja y unas gotitas de limón. Se mezcla bien y se reserva.
Se ponen las seis claras de huevo a punto
de nieve, un punto de nieve sólido, fuerte – yo lo hago en la thermomix para
que no quede ese agüilla que chafa el merengue -; para que suban bien conviene
ponerles al principio una pizca de sal y tres gotas de limón.
Se mezclan con cuidado las claras a punto
de nieve con el preparado de yemas, azúcar y pulpa de fresas. Para que la
mezcla salga bien y no decaiga el merengue hay que utilizar unas varillas y
mezclar con movimientos envolventes, de abajo a arriba.
Se pasa la mezcla al molde o moldes
elegidos – que habrán de engrasarse con un poco de mantequilla previamente – y se
meten en el horno a 200º durante 15/20 minutos. Un pelín antes de sacarlos del
horno se espolvorea por encima un poco de azúcar molida – azúcar glas – para que
quede dorado.
En los recetarios aconsejan añadir un poco
de colorante rojo de cocina para intensificar el sabor.
Del horno hay que llevarlo directamente a
la mesa para que llegue caliente, para que cuando el comensal – o comensala –
reciba el suflé y clave la cuchara salga un delicado vapor de fresas – el elemento
gaseoso -, para que las nubes de merengue de fresa se deshagan en la boca – el elemento
solido -, y para que al final, en el fondo del molde, quede un sirope de fresa
con un punto ácido de la pulpa de la fruta y el zumo de limón – elemento líquido
-. Si cada paso se ha seguido correctamente seguro que una vez apurado el molde
el cocinero recibe un beso.
(NOTA.- Acompaño el link del blog de Roger
Olmos por si a alguien le pica la curiosidad, merece la pena: http://rogerolmos.blogspot.com.es/).
Una vez visto el encierro y mientras espero el desayuno he leído tu blog que me ha resultado muy entretenido lo de cocinar besos me ha divertido, pero analizando situaciones la verdad es que pienso el mucho tiempo que paso sin dar besos de cariño, se acostumbra a saludar con un beso de compromiso, pero de corazón cada vez tengo menos ocasiones. El cuadro es delicioso y el suflé de fresas lo mismo. Jubi
ResponderEliminarmuy buena!
ResponderEliminarHola:
ResponderEliminarMe ha encantado esto de cocinar un beso, si ese postre sale bien, me parece que se puede recibir más de un beso¡¡ Ah y de paso he aprendido una palabra nueva, diletante, no sé me parecía que estaba relacionado con dilatar, aplazar, pues no,:
(Del it. dilettante, que se deleita).
1. adj. Conocedor o aficionado a las artes, especialmente a la música. U. t. c. s.
2. adj. Que cultiva algún campo del saber, o se interesa por él, como aficionado y no como profesional. U. t. c. s. U. t. en sent. peyor.
Saludos
En primer lugar quiero decirte que me ha encantado la entrada y en segundo lugar, que dispongo del libro y está a tu disposición para cuando quieras recogerlo. El libro sería una buena excusa para reunirnos en esa comida que me hace tanta ilusión organizar.
ResponderEliminarA Jubi, con el mayor respeto del mundo, me gustaría decirle que debe propiciar esos encuentros en los que dar esos hermosos besos de cariño y recibirlos. Esos besos son lo mejor del mundo.
Un beso para ti, diletante y otro para Jubi.
Mari Carmen
Mari Carmen, gracias por tu beso de todo corazón, no se si te conozco pero pienso que me lo has mandado con todo cariño y espero que alguna vez nos lo demos personalmente degustando algún plato de nuestro diletante. Jubi
EliminarNos vimos una vezJubi, en una boda, aunque no hablamos. Me encantaría ese encuentro y ese beso frente a uno de los deliciosos platos del diletante. La pelota ya está en su tejado. A ver qué hace! Un abrazo.
EliminarMari Carmen