He
terminado el ciclo de Marçel de Manayent, quince capítulos en 9 meses, no pensé
que me costaría tanto. Si he de ser sincero los últimos capítulos los he
dilatado un poco para decidir qué hacía con el Diletante.
Las
pequeñas «nouvelles» que he ido insertando durante estos años me han servido
para descongestionar el día a día, suponían un esfuerzo inicial de
planificación pero me permitían durante unos meses seguir un plan trazado en
cuanto a cuadros y recetas que no estaba sujeto al devenir cotidiano. En el
ciclo de Marçel de Manyanet las recetas las he sacado principalmente de un
libro titulado Tota la Cuina Catalana de la A a la Z publicado por la revista
Cuina. Las pinturas son de un paisajista norteamericano, Leonard Wren - http://www.leonardwren.com/.
Durante
estos meses he seguido manteniendo mi actividad como cocinilla, han entrado
nuevos trastos en la cocina – algunos muy útiles -, he visitado grandes templos
del comer y he descubierto restaurantes modestos que, sin embargo, me han
ilusionado casi tanto como los consagrados. Ha seguido viniendo gente a comer y
a cenar a casa, he seguido leyendo e investigando. He hecho pan, mucho pan, y
me ha dado cierta obsesión por la repostería, disciplina en la que por cierto
no soy especialmente hábil
Pese
a todas estas novedades lo cierto es que me he estado replanteando el sentido
del blog, creo que hay cientos de páginas webs dedicadas a la cocina la mayoría
vulgares, sólo unas pocas realmente útiles y sorprendentes. En casa decimos que
tras la “burbuja” inmobiliaria toca ahora la burbuja gastronómica, todo el
mundo se atreve a escribir o hablar sobre cocina, no hay más que ver el
sencillo tutorial sobre rosas de manzanas que fue visitado por más de ciento
sesenta millones de personas – yo ya he ensayado la receta y puedo asegurar que
funciona (http://verne.elpais.com/verne/2015/10/09/articulo/1444379568_195051.html).
Es imposible ser originar. Yo mismo me he aburrido de alguna de mis recetas y
ando en crisis con los sabores, hasta el punto de que estoy introduciendo
algunas variaciones a las recetas cotidianas para evitar rutinas.
Los últimos meses algunos amigos
me han comentado, casi pidiéndome disculpas, que habían dejado de visitar con
asiduidad el blog, supongo es complicado pedir fidelidades para este tipo de
páginas que no dejan de ser ligeras, se ha reducido sensiblemente el número
mensual de visitantes y yo mismo he reducido la frecuencia de las entradas, no
era fácil hacer dos o tres entradas a la semana. En estas situaciones viene
bien recordar la frase con la que Stendhal dedicó una de sus novelas: “To the
happy few”, algo así como “para los felices pocos” o “la inmensa minoría”, que
es el término finalmente acuñado.
Asumiendo que el blog pueda no ser
original, disculpándome por ser a veces poco preciso con las recetas y no haber
sido capaz – de momento – de incluir fotografías o vídeos explicativos de mis
técnicas de cocina, al final he llegado al convencimiento de que he de seguir
escribiendo este blog no tanto por la incidencia que pudiera tener «hacia
afuera», sino fundamentalmente por la trascendencia que tiene «hacia dentro»,
durante estos años el blog me ha servido como una especie de diario personal en
el que la cocina ha sido una excusa para escribir y reflexionar sobre muchas
cosas, me ha ayudado a poner orden en mi trastienda y por medio del blog he
canalizado angustias e inquietudes. En alguna ocasión he comentado la
justificación que daba García Márquez a su profesión de escritor – escribía para
que le quisieran -, yo me he dado cuenta que escribo fundamentalmente para mí
mismo, el hecho de publicarlo o colgarlo en la red tiene, claro está, un
componente narcisista, pero también sirve como disciplina, la posibilidad de
que te lean terceros, algunos muy cercanos, otros totalmente desconocidos,
exige cierta sistemática e impone algunas líneas rojas que creo que son muy
útiles.
En fin, reanudo las viejas rutinas
del diletante, no sé cuánto tiempo durará esta aventura, no sé cuánto tiempo
tardaré en embarcarme en otro ciclo narrativo parecido al ya iniciado en otras
ocasiones. Reanudo viejas rutinas sin un plan preconcebido, sin un proyecto
claro, con la única voluntad de seguir escribiendo con la excusa de la cocina.
Espero que viejos amigos se
reenganchen a mis peripecias, conservar a los lectores de los que no tengo
referencia alguna, quien sabe si conseguiré nuevos seguidores. A todos les pido
disculpas por mi peculiar manejo de los signos de puntuación, por la anarquía
en la elección de los temas, por la mezcolanza de realidades y ficción. No en
vano soy un diletante, por lo tanto desordenado, disperso, superficial y
subjetivo, tremendamente subjetivo.
Mientras cerraba el ciclo del
pobre Marçel, mientras él se recuperaba de sus heridas y yo buscaba nuevas
fuentes de inspiración, preparé una receta que me ha devuelto a la ilusión por
escribir, era una receta sencilla que hice hace unas semanas para un festejo
familia, una sopa de fideos. Es un plato que me hubiera gustado hacer en el
campo, aprovechando una mañana calurosa de verano.
Para cocinar este guiso de fideos
marineros me puse música, ópera, Nabucco. No es que sea muy aficionado al “bell canto”, me falta disciplina,
aunque a veces me hipnotiza lo fastuosa que llega a ser la ópera. Ahora en
octubre en Barcelona programan el Nabucco de Verdi, los precios son
escandalosos, casi es más barato marchar a Milán y sacar entradas para ir a la
Scala.
Cabreado porque no podía sacar
entradas para ver el Nabucco me puse la ópera a todo volumen en la cocina
mientras preparaba un caldo de pescado hecho con un tomate partido, un puerro,
cuatro zanahorias, un nabo, media chirivía y una rama de apio; claro ésta que
el caldo debía llevar pescado, compré casi medio kilo de pescado de roca
debidamente eviscerado y unas galeras.
A mí me gusta rehogar el pescado
con un poco de aceite antes de añadir el agua, creo que así sale más sabroso.
Dejé que todo sudara bien antes de cubrirlo con agua, puse una pizca de sal y
un hatillo de plantas aromáticas de ese que venden en el supermercado – buqué garní.
Cuando empezó a hervir yo
aproveché para pasar por una sartén medio kilo de cigalas, no muy grandes. Las
salpimenté y apenas las tuve un par de minutos en el fuego, lo justo para que
perdieran la palidez. Dejé que se templaran un poco antes de pelarlas, fui
echando las peladuras del marisco en el caldo de pescado ya hirviendo y reservé
las colitas.
Cuando el caldo estaba a punto –
no dejo que hierva más de una hora para que no se saturen los sabores y no
quede muy fuerte -, me puse a hacer el sofrito. Estrenaba una picadora, había
pedido para mi cumpleaños una picadora Mulinex de las de toda la vida, la del
un, dos, tres picadora Mulinex. Regalo viejuno donde los haya.
Quería haber picado un poco de
cebolla y unas zanahorias, en el último momento pensé que podría irle bien
también una patata pelada para darle un poco de cuerpo al caldo.
Cuando me disponía a estrenar la
picadora llegó a la cocina, como una turba de infieles, uno de mis hijos
dispuesto a ayudarme con los nuevos artilugios. Le dejé que partiera la
zanahoria en pedazos para que cupiera bien en el vaso de la picadora, puse
media cebolla, la patata en cuartos y un trozo de pimiento verde. Mi hijo
estaba empeñado en poner en marcha la picadora, le di cuatro indicaciones de seguridad
y algunos consejos prácticos que no siguió. En vez de picar los ingredientes
los convirtió en un puré rojizo, en una pasta líquida y cruda. Son riesgos de
utilizar pinches en la cocina.
En una olla grande puse a calentar
un poco de aceite de oliva y decidí ver cómo reaccionaba el aceite al entrar en
contacto con mi puré de verdura. El aceite no estaba muy caliente, evité así
que me saltara a la cara al añadir el puré acuoso. Mi sorpresa fue que el
aceite se fue haciendo con la situación y a base de pequeñas burbujitas de
calor fue sofriendo el puré de verdura que fue tomando un color menos viscoso y
fue ganando consistencia. Mi pinche removía con cuidado con la cuchara de palo
y decía ufano que su picada de verduras estaba quedando estupenda.
Le retiré de los fogones y le puse
al mortero para que machacara dos dientes de ajo, una pizca de sal y abundante
perejil. Se cansó rápido de la mano del mortero y marchó de la cocina para
seguir viendo sus dibujos.
Terminé de darle al mortero y
añadí el ajo y el perejil a mi sofrito, ya consistente. Cuando todo se había
mezclado bien bajé el fuego al mínimo y añadí el caldo de pescado debidamente
colado.
Por efecto de la patata y de la
zanahoria el caldo empezó a tomar cierta consistencia, creo que me salieron
casi tres litros de fumet de pescado – éramos muchos a la mesa -. Cuando el
caldo empezó a hervir otra vez añadí medio kilo de fideos gruesos, en 7 minutos
estaría a punto la sopa.
Corté las colitas de cigala,
recuperé los lomos de pescado hervido sin espinas y en el tramo final de la
cocción los incorporé a la sopa. Apagué el fuego de inmediato y mientras
reposaba le añadí un poco de perejil fresco picado. El plato ya podía ir a la
mesa, justo cuando en Nabucco arrancaba el “Va, pensiero”.
Había comprado una botella de vino
blanco de alella, uva pansa blanca, un poco untosa en boca, un vino que ligaba
bien con el caldo de pescado.
En casa aquel día de postre tocaba
pastel de chocolate, sin embargo de cara al blog y en la medida en la que esta
sopa de pescado estaba soñada para una comida de verano, me acordé de un pastel
de higos comido hace poco más de un año en casa de unos amigos. Era un pastel
de higos hecho a base de higos, sólo higos recién cogidos, muy maduros. Mis
amigos pelaron los higos con cuidado, los cortaron en láminas y fueron poniendo
capas en un bol de cristal, un gran bol en el que iban cuidadosamente colocando
las láminas de higo hasta cubrirlo por completo. Una vez cubierto con ayuda de
un plato de postre presionaron un poco para que compactara y lo guardaron en la
nevera. Al llegar los postres colocaron el bol sobre un plato, le dieron la
vuelta y quedó media esfera perfecta de color granate. El pastel se tomaba
acompañado con un poco de nata montada. Un plato sencillo y muy efectista.
El postre de higos me ha venido a
la memoria gracias a un cuadro que se exhibe estos días en el Museo Nacional de
Cataluña, en una muestra de bodegones y naturalezas muertas de la edad de oro
española, un bodegón de Pedro de Camprobín, un pintor barroco al que no
conocía, especializado en pintar flores, adscrito a la escuela de Sevilla. En
Barcelona exponen un vistoso plato de higos que sirve como portada al catálogo
de la exposición.
Me encanta la receta de sopa de fideos que explicas, la pondré en práctica cualquier día de éstos. Al postre de higos también le voy a sacar partido,es mi fruta preferida.
ResponderEliminarRespecto a tus dudas sobre si continuar o no con el Diletante, me gustaría decir lo siguiente: es cierto que hay infinidad de blogs de cocina en la red, pero el Diletante tiene algo especial y yo lo echaría de menos, a pesar de que a veces tengo que leer varias entradas seguidas por que me he despistado. Ánimo Diletante!
Mari Carmen
Seguimos tu estela. Chupipandi
ResponderEliminarEstoy haciendo una prueba pues llevo dos días que no puedo mandar mi comentario. Jubi
ResponderEliminarPor fin he logrado poder conectarme, he estado sin el ordenata 15 días, ha estado en la enfermería y la broma han sido 127 eurazos y luego no lograba poder conectarme. No dejes el blok por favor, no sabes los buenos momentos que por lo menos a mí me proporcionas. Jubi
ResponderEliminarNo nos abandones, es una maravilla leerte y una delicia tus recetas.
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