SIMONETTA VESPUCCI ANTE UNA SALSA DE YOGUR Y MENTA.
Hace unas semanas recibí un correo electrónico de una
conocida, me proponía participar en una cadena de mensajes, debía mandar un
mensaje a 20 personas de mi entorno invitándoles a remitir un poema o un
fragmento de poema a una de las personas de la lista, personas a las que no
conocía.
Estuve dándole algunas vueltas, no había muchos problemas
en elegir el poema, pero resultaba más complicado elegir entre mi agenda de correo
electrónico a 20 personas que estuvieran dispuestas a participar en la cadena.
Me dio cierto vértigo, a decir verdad, conozco a muy pocas personas que
reconozcan abiertamente leer poesía con habitualidad, y a las pocas que han
explicitado su interés por la poesía me dan pavor porque no comparto sus
gustos.
Yo llevo muchos años leyendo y comprando libros de
poesía, es un ejercicio discreto, casi clandestino.
Me habría costado mucho menos si me hubieran mandado
un chiste y me invitaran a participar en una cadena de chistes, o si me hubieran
mandado una fotografía más o menos pornográfica. Enseguida hubiera encontrado a
20 amigos con los que compartir el chiste o la foto y animarles a que buscaran
otros chistes o imágenes similares. Sin embargo, con la poesía tengo mis
reparos.
De hecho, rompí la cadena, mandé la poseía a quien me
indicaba el correo, pero fui incapaz de darle a la tecla de reenvío. Como justo
castigo a mi pudor no he recibido ningún correo más, no sé si he quebrantado la
cadena.
Tendría menos problemas si la cadena la hubiera
iniciado con una receta, compartir recetas, como compartir chistes o fotos de
pies descalzos en la playa, parece que genera menos tensiones emocionales en la
red. Uno puede mandar una receta de pies de cerdo gratinados, o un hígado de
vaca encebollado sin miedo a ofender a nadie, puede compartirla en la red sin
temor a ofender a vegetarianos combativos.
La cuestión es que mi quebranto de las reglas de la
cadena poética me ha generado mala conciencia, tan mala conciencia que me he
puesto a escribir esta entrada. Seguramente seré incapaz de retomar mis
obligaciones poéticas, pero sí que, con la excusa de la cocina, podré compartir
un fragmento de un poema.
La receta no es complicada, la preparé este fin de
semana, sometido a un impulso casi vegano. Me tocaba cocinar, pero con el
compromiso de preparar algo ligero. Como entrante opté por unas crudités, unas
tiras de zanahoria, de pepino, de pimiento rojo y nabos. Pelados y cortados en
bastones regulares. Acompañé las verduras con una salsa para la que utilicé dos
yogures naturales, dos dientes de ajo, sal, abundante menta fresca, sésamo tostado,
semillas de comino y aceite de oliva en abundancia.
Compré dos yogures naturales no edulcorados, yogures
de calidad, de esos que anuncian como ecológicos, salía en la tapa la
caricatura de dos vacas contentas. Escurrí el suero de los yogures y los puse
en un bol.
Pelé y piqué dos dientes de ajo, los partí primero en
láminas y cada lámina en pequeñas esquirlas de ajo, casi imperceptibles. Las
añadí al yogur.
Había comprado menta fresca, seleccioné las hojas mas
brillantes, muchas hojas, casi todas las que venían en el paquete. Separé las
hojas, deseché los tallos, pasé las hojas por agua bien fría, después las
escurrí, las sequé con ayuda de un paño y las coloqué sobre la tabla de madera.
Me relaja picar las hojas de menta, castañetear el cuchillo sobre la tabla y
ver como las briznas van tomando un verde intenso. Recuerdo que llamé a los niños
para que olieran la menta, me ayudaron a añadir la menta al yogur, luego se
olisquearon las yemas de los dedos, no querían lavarse las manos.
Salé la mezcla, sin pasarme, y busqué entre las
especias un paquetito de semillas de comino, otro de semillas de sésamo. Una
cucharada sopera de cada.
No soy muy amigo del yogur, de hecho, no soy nada
amigo del yogur, no me atreví a probar todavía la salsa. Empecé a emulsionarla
con aceite de oliva, batía con firmeza mientras iba integrándose un hilillo de
aceite. La salsa fue tomando consistencia, sin llegar a ser una mayonesa, se
quedaban pegotes enganchados en el tenedor.
Dejé que la salsa reposara un rato en la nevera y
antes de llevarla a la mesa añadí un poco más de aceite para que conservara el
brillo. La salsa fue un éxito.
Ya no hay excusa, toca la poesía, como he estado unos
días en Florencia, por cuestiones de trabajo, he recuperado un poema de Antonio
Colinas, un poeta afincado en Ibiza, no sé si hoy es un poeta olvidado. A principios de los años
setenta del siglo pasado escribió un breve poema dedicado a Simonetta Vespucci,
la musa de Sandro Boticcelli, la reprodujo en muchos de sus cuadros:
“Simonetta
Vespucci,
Tienes alma
frágil,
De virgen o de
amante.
Ya Judith
despeinada
O Venus húmeda
Tienes el alma
fina del mimbre
Y la asustada
inocencia
Del soto de
olivos”.
Simonetta Vespucci, de soltera Simonetta Cattenao,
aparece en retratos de los hermanos Ghirlandaio, de Piero di Cósimo, incluso de
Miguel Ángel Buonaroti.
Seguramente el retrato más difundido es el de la Consagración
de la Primavera,
pero no me quiero privar del detalle del fresco de Moisés en
la capilla Sixtina.
Podíamos hacer una cadena de recetas caseras. Propias.
ResponderEliminarBuen menú el del sábado. Sois grandes anfitriones.
LSC
Que salsa tan apetecible, me dan ganas de bajarle la receta a la cocinera, pero no me van a hacer caso. Jubi
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