París puede esperar. Es el título de una
película de Eleanor Jessie Neil, una documentalista norteamericana nacida en el
año 1936. Cuenta la historia de la mujer de un director y productor de cine que
ha de hacer un viaje en coche desde Niza hasta París en compañía de un socio de
su marido. El viaje, que debía ser de poco más de ocho horas, se convierte en
una travesía de cuatro días y tres noches, en los que ha de sortear los envites
amorosos de su piloto, un vividor venido a menos que intenta prolongar al
máximo el viaje, convencido de que será capaz de seducirla.
No soy crítico de cine y me cuesta mucho
poner peros a las películas que me
hacen gracia. Se pueden hacer muchas objeciones a la película de la Sra. Neil,
muchas más si se tiene en cuenta que la señora Neil es la mujer de Francis Ford
Coppola, uno de los últimos grandes genios que ha dado el cine. Las críticas
han sido mucho más agrias al tratarse de la mujer de un artista.
A mí la película me ha gustado, me ha gustado
mucho, me ha divertido y me ha hecho envidiar el viaje vital de la Sra. Neil,
que se toma la licencia de elegir a Diane Lane como actriz principal (una actriz
que ha cumplido ya los cincuenta años y que conserva todo el encanto).
París puede esperar es una road movie de personajes maduros,
aparentemente exitosos. Es una película de viajes de un vividor de vuelta de
casi todo, enamorado del amor, un personaje que hubiera podido ser escrito por
Françoise Truffaut. Ella es la esposa aburrida de un hombre de éxito que no parece
muy preocupado por ella (no hace falta indagar mucho en la biografía de Francis
Ford Coppola para encontrar elementos autobiográficos).
Sorprende que la directora haya tenido que
esperar a cumplir 80 años para dirigir su primera película de ficción – antes había
hecho algunos documentales y diarios de rodaje de su marido -. La película
discurre en clave de comedia sentimental, llena de coquetería. Es una delicia
saber que detrás de la cámara hay una octogenaria a la que le gusta jugar con
equívocos sentimentales y eróticos.
El protagonista masculino de la película es
un productor de cine francés que rondará los 60 años, bien llevados, apasionado
por la cocina. Conduce un viejo coche deportivo que a duras penas es capaz de
circular por carretera.
Con la excusa de un persistente dolor de
oídos Anne, así se llama ella, decide no acompañar a su marido en un vuelo de
Cannes a Roma, prefiere ir en coche a París, donde se rencontrarán. Jacques, el
socio francés, se ofrece a llevarla a París en unas horas, es un trayecto en
coche de 900 kilómetros, casi 9 horas en coche, que podría hacerse en una jornada.
Sin embargo Jacques se embarca en una ruta imposible por carreteras
secundarias, llena de paradas gastronómicas, empezando por un puesto de frutas
a pie de carretera donde compra unas fresas recién recogidas a 18 euros el kilo
(detalle que seguramente estará al alcance de los que vamos a la compra todos
los días).
El viaje se prolonga a lo largo de 4 días, 3
noches, llenos de equívocos sentimentales en los que Jacques no deja de acosar
elegantemente a su acompañante, supongo que desde la óptica actual la película
sería un ejercicio de micromachismos, aunque desde la óptica actual todo sería
reprochable. Difícilmente sobrevivirá la comedia a tanta pacatería a tanto
progresismo de baja estofa.
La película discurre entre restaurantes
elegantes, pequeños hoteles con encanto y viejas amantes de Jacques que le
reciben cariñosamente en cada una de las etapas del camino, todas guardan un
recuerdo dulce de su antiguo seductor. Sonríen con envidia a Anne, que en unas
ocasiones se deja llevar por su destino y en otras se queja amargamente de los
circunloquios de su conductor. A punto de caer rendida en cada cuneta de la
carretera, sin embargo, se mantiene digna e independiente, con una mirada entre
dulce y perpleja, mientras bandea las acometidas de su acompañante, siempre dispuesto
a descorchar el vino más sofisticado o el postre de chocolate más arrebatador.
La filosofía de Jacques es clara, la mejor manera de superar una tentación es
caer en ella.
No es mi objetivo desentrañar todos los
detalles de la película, aspiro a que quien lea esta entrada la pueda ir al
cine o recuperarla cuando la pongan por televisión – será de las películas que
repetirán hasta la saciedad en los canales por cable -, hay pasajes que
recuerdan a otra película de Diane Lane (Un verano en la Toscana).
Hubo un detalle en la película que me ha obligado
a investigar: En una de las escenas de la película Jacques lleva a comer a Anne
a un restaurante en el que el cocinero es tan cuidadoso que sirve un pollo
asado en dos tiempos, primero sirve las pechugas, que han de quedar al punto de
cocción y luego lleva de nuevo la pieza al horno para que terminen de asarse
los muslos.
Cualquier aficionado al pollo asado, a
cualquier ave asada, habrá comprobado que si la pechuga queda jugosa, el muslo
queda crudo y que si el muslo está en su punto, la pechuga resulta
irremediablemente seca, estropajosa.
Durante estos últimos días me he sumergido en
el arte del asado del pollo, todo un arcano de la cocina. He revisado los
recetarios de la Sección Femenina, los de la Marquesa de Parabere, Bocusse,
Julia Child, Heston Blumenthal, los videos del Comidista. Cada uno tiene su truco,
su técnica y su estilo. Todos tienen parte de razón y parte de ficción no
contrastada.
Me ha costado un poco sacar algunas
conclusiones que pudiéramos considerar universales:
1ª Verdad universal del pollo asado, es una
obviedad, el pollo debe ser de calidad, de cierta calidad. No tiene sentido
gastarse el dinero en un pollo de postín que se vaya a más de 8 euros kilo, yo
diría que un pollo de unos 5 euros kilo es más que digno de ser asado con
éxito.
2ª Verdad universal, el pollo para asar no
debe ser muy pequeño, tampoco un mastodonte, creo que un pollo de entre 4 y 6
kilos es más que suficiente. El peso del pollo es importante para ajustar el
tiempo de cocción.
3ª Verdad universal, el pollo mejora sus
prestaciones en el horno si previamente se somete a una salmuera bien por
inmersión en agua salada (60 gramos de sal por litro de agua), bien por una
mezcla de sal, azúcar moreno y especias secas. El pollo en salmuera ha de
reposar en un bol cerrado con papel film y descansar en la nevera durante al
menos 8 horas.
4ª Verdad universal, hay que eliminar los
restos de salmuera antes de asar el pollo. Eliminar los restos de sal y secar
cuidadosamente la piel del pollo por todos los rincones. Cuanto más seco esté
el pollo antes de entrar al horno, más crujiente quedará su piel.
5ª Verdad universal, aunque no se rellene el
pollo con rellenos convencionales (carnes, frutos secos, manzana …) todo el
mundo recomienda que el interior del pollo vaya con hierbas frescas (a voluntad
en función de los gustos) y un limón entero (me llamó la atención que algún
youtuber le cortaba el culo al limón).
6ª Verdad universal, el pollo se empieza a
asar con las pechugas hacia arriba. Los recetarios tradicionales son
partidarios de albardar o embridar la pieza (atarla), los recetarios modernos
defienden que el pollo quede abierto y extendido al máximo.
7ª Verdad universal, para que la piel del
pollo quede crujiente no debe mojarse en agua ni en ningún líquido que lleve
agua (caldo, licores). Debe frotarse con grasas bien animales o vegetales
(tocino o aceite de oliva preferentemente).
Tras estas verdades universales empiezan las
recomendaciones relativas:
1ª Recomendación relativa, la temperatura del
horno debe rondar entre los 150 y los 175 grados. Preferiblemente utilizando el
ventilador del horno. Sin embargo, en una de las recetas se recomienda que el
pollo se ase a 100º para evitar que pierda líquidos.
2ª En función de la primera recomendación
relativa irá el tiempo de cocción. Los recetarios tradicionales afirman que hay
que calcular 20 minutos por kilo. Lo cierto es que a una temperatura media de
150 grados un pollo de 5 kilos se asa en una hora.
3ª También como recomendación relativa,
referida a la temperatura, debe tenerse en cuenta la sugerencia de El
Comidista, que afirma que hay que colocar bolsas de hielo sobre las pechugas
antes de asarlas para que estén a temperatura más baja que los muslos y así se
ase de modo uniforme toda la pieza.
4ª Las recomendaciones relativas a los
tiempos de cocción responden a una verdad universal: El pollo se asa cuando las
carnes del ave alcanzan una temperatura determinada. Los recetarios tradicionales
consideran que la temperatura interna de la cocción es óptima cuando se alcanzan
los 82º (Julia Child). Los recetarios modernos aseguran que la pechuga queda
asada cuando alcanza 65º y el muslo cuando llega a los 70º.
5ª Para confirmar estas recomendaciones
relativas es imprescindible contar con un termómetro que sea capaz de medir de
modo fiable la temperatura de las partes internas de la pieza (pechuga primero,
muslo después).
6ª Recomendación relativa, los especialistas
sugieren darle una vuelta al pollo en los 20 minutos finales, para garantizar que
el tiempo de cocción y el calor se distribuye de modo parejo por toda la pieza.
Hay que poner cierta distancia de los
pontífices del pollo asado. Evitar escenarios imposibles que obliguen a
invertir una semana en asar un pollo. Tampoco se trata de someter al pollo al
reinado de la sofisticación.
Mi pollo asado ideal queda sometido a 12
horas de salmuera. Prefiero asarlo a baja temperatura (poco más de cien grados),
aunque le obligue a estar casi dos horas en el horno.
La piel hay que secarla bien y condimentarla
con pimienta y comino. De relleno yo me quedo con el limón y un poco de
tomillo.
Como no tengo termómetro de carne fiable,
utilizo el truco de la vieja para saber si está a punto: pinchar con un cuchillo
para comprobar si el agüilla que destila tiene rastros rosados (si el agüilla
el transparente el pollo está asado).
En los 10 minutos finales someto al pollo a
toda la intensidad del calor del horno para que se tueste rápidamente la piel.
Saco el pollo para servir primero las
pechugas, trincho con cuidado y devuelvo el pollo al horno 10 minutos para que
se terminen de hacer los muslos.
De guarnición unas patatas nuevas cortadas a
gajos con su piel, unas chalotas y zanahorias en tiras.
No sé si París puede o no esperar, lo que sí
que se es que la película es deliciosa, en todos los sentidos, incluida la
música, las fotos que intercala como contrapunto narrativo. La luz de la
película busca referencias sobre todo con Cezanne, a quien homenajean en varios
pasajes. Yo he encontrado dos cuadros de Cezanne que me han ayudado a la receta,
uno es un bodegón con una servilleta (está en el museo de arte moderno de Nueva
York), el otro es un esbozo de una mujer saliendo del baño (está en el museo de
Orsay). Cezanne, obsesionado por las formas, utilizó la misma referencia para
la servilleta que para el scorzo de la bañista. Caprichos.
Me alegro que te gustara la película, me acordé mucho de ti al verla.
ResponderEliminarMenuda lección de pollo, a ver si aprendo algo,
un abrazo.
Buen guiso de pollo, me dan ganas de pasárselo a la cocinera, aquí un día sí y otro también nos toca, pero claro, nada que ver con el que nos presentas, las pinturas, preciosas. Jubi
ResponderEliminarSi quieres probar una pechuga de pollo tierna de verdad, te recomiendo que pruebes a cocinarla envasada al vacío y a baja temperatura. Como bien indicas, es vital contar con un buen termómetro de cocina que sea preciso y fiable. Yo me he comprado el que recomiendan en http://cocinandoalvacio.es y me he iniciado también en la cocina al vacío y, desde que he empezado a cocinar así, lo que antes era una carne seca y estropajosa ahora ha pasado a ser una delicia jugosa. Nunca antes había probado una pechuga de pavo o de pollo realmente jugosa, y al cocinarla así siempre queda perfecta y en el punto óptimo de cocción. Y lo mismo con cualquier otra carne o cualquier otro alimento, todo es cuestión de probar unas cuantas combinaciones de tiempo y temperatura hasta dar con la ideal. Desde que he comenzado a cocinar las carnes a baja temperatura un mundo nuevo se ha abierto ante mis ojos :-).
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