martes, 2 de agosto de 2011

CAP. XLI.- Primera incursión en el mercado, últimas páginas de Flaubert.

Hoy he hecho primera incursión en el mercado de Salobreña, lo primero que sorprende es que abran a las nueve de la mañana - las cosas van más despacio en el sur-, así que a las ocho y media estaba tomando un café solo y medio mollete con tomate y aceite, mis triglicéridos todavía no me permiten darle al churro tegeringo que hacen por esta zona.
Los mercados me reconcilian con el mundo, este es un mercado pequeño - mañana espero poder visitar el de Motril -, los gitanos venden fruta a la puerta - dos euros tres melones - y las señoras mayores aguardan inquietas a que se abran las puertas, parece como si llegar la primera a la cola del pescado garantizara un premio. Es curioso ver como algunas paradas se colapsan desde el primer momento y otras permanecen vacías toda la mañana, en apariencia el género es similar y los precios no son muy distintos, sin embargo debe haber algún tipo de lógica interna que lleva - nos lleva - a engrosar una cola en vez de disfrutar del paso franco de las paradas menos cargadas.
Hay que saber lo que uno busca en cada mercado, en mi caso los cajones de sardinas de distintas calidades, los boquerones clasificados por calibres, el cazón, la rosada y mucha morralla entre las que se cuelan pescados muy preciados en otras latitudes - aquí desprecian en cabracho pequeño y la lluerna.
He comprado medio quilo largo de boquerón y  cuatro filetes de rosada que he preparado con verduritas. Una punta de boquerones la he adobado con lima, ajo, hierbabuena, flor de sal y aceite de oliva, la otra punta la he preparado en un papillote con filetes de ajo y orégano.
La primera incursión en el mercado suele ser emocionante, los primeros días de verano suelen ser emocionantes. He eliminado prácticamente el café - sólo tomo el de primera hora de la mañana -, he podido terminar el segundo tomo de la Educación Sentimental. Las dudas de Frederic, el protagonista de la novela, terminan por convertirle en un miserable. Flaubert, exquisito en todas y cada una de sus frases, apuesta por una novela poblada de personajes miserables, los primeros antihéroes de la historia: Ni Frederic, ni el Sr. o la Sra. Arnaux, ni el matrimonio patricio Dambroise, ni los amigos de Frederic, ni siquiera el entorno social y político de la Francia de la segunda mitad del Siglo XIX animan a la grandeza, sin embargo esa galería de mediocres compone uno de los frescos más sugestivos de la literatura universal, la que nos permite pensar que la grandeza está al alcance de cualquier, incluso de los más miserables. Quedan algunas recetas escondidas al inicio de la segunda parte de la novela - espero glosarlas cuando regrese a mi casa - y algunas frases con una cadencia demoledora, como aquella en la que el protagonista descubre que su mejor amigo se ha casado finalmente con la rica heredera de provincias a las que había cortejado: "Avergonzado, vencido, aplastado, volvió a la estación y regresó a París". Finalmente puede que la educación sentimental, nuestra educación sentimental, no sea sino un mecanismo para asumir pequeños y grandes fracasos.
El verano avanza según lo previsto; la playa/las playas juegan un papel magnético en el devenir de agosto, tengo que indagar sobre la fascinación que las playas produjeron a los pintores surrealistas, empecé esta serie de agosto con Picabía, sigo con Tanguy:
Puede que las playas conformen un espacio soñado, en el que casi todo es posible.
Como cierre una receta muy andaluza para los filetes de rosada que he comprado en el mercado:
Se pasan los filetes de rosada por harina y se doran en una sartén con un poco de aceite. Se reservan en una bandeja y en el aceite que queda se sofríe una cebolla picada en juliana muy fina y un par de ajos en filetes también finos. Cuando la cebolla esté trasparente se incorporan cuatro tomates maduros rallados, una guindilla picada y una hojita de alurel. El sofrito se rectifica de sal y pimienta, se añade una copa de vino de jerez, hay que subir un poco el fuego para que evapore el alcohol. La salsa irá tomando cuerpo, es el momento de añadir medio litro de caldo de pescado - caldo claro hecho con espinazo y cabeza de merluza -. Cuando la salsa está bien ligada se vuelven a poner los filetes de rosada y se espolvorea un poco de pan rallado sobre el pescado. Sólo queda pasar por el grill del horno la sartén para que se dore ligeramente y emplatar - se puede sustituir el pan rallado por almendra rallada o laminada.

1 comentario:

  1. Diletante diletante! Cómo me gusta Salobreña. ¿Sabías que fue isla? Los sedimentos del Guadalfeo al final colmaron la bahía y quedó el monte actual, y toda la vega tropical hasta Motril que es un privilegio de la naturaleza. He pasado varios veranos por el lugar, donde probé por primera vez una especie de porra o salmorejo que hacían en el lugar con mucho pan y tomate, la verdura de la zona y aceite, vinagre y sal. Fresco fresco

    En Motril no he visto el mercado, pero sí el Museo de la caña de azúcar, que merece la pena por ver como se aprovechaba la riqueza del lugar. Y luego, ir de tapas por los bares de la ciudad.

    Pero en Salobreña hay que pasear por la parte vieja del pueblo, en alto, y por el castillo. Perderse en el mediterráneo y una vez satisfecho el espíritu, irse a comer a cualquier sitio donde te den el pescao que ha entrao el día: boquerones, pulpo seco, pescaílla, salmonetes... Yo iría a "El Peñón" pero cualquier sitio está fenomenal.

    Disfruta de la rosada, diletante.

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