La
diletancia como forma de vida no es especialmente introspetiva, más bien al
contrario, la preocupación o la mera curiosidad por lo que ocurre en el exterior,
por conocerlo y comprenderlo coloca al diletante en una permanente situación de
riesgo, empaparse de realidad hoy por hoy es una actividad de alto riesgo
primero porque es complicado esto de definir la realidad, ya que en el fondo la
realidad se compone por una serie de capas más o menos complejas que no todo el
mundo combina de la misma manera, de modo la “densidad” de la realidad depende
no sólo de las capas que vayamos añadiendo o conociendo, sino también del orden
en el que las coloquemos.
A
trancas y barrancas voy preparando las posibles lecturas del verano, compruebo
asustado que en la maleta final prácticamente no habrá novelas, he dejado sobre
la mesilla muchos ensayos y biografías; mal signo para un diletante que a lo
largo de su vida se ha dejado fascinar por la ficción, aunque puede que la
realidad actual sea tan apasionante que supere cualquier ficción, o que sea
necesario tener instrumentos para comprender lo que está ocurriendo. De momento
la estrella del verano será un libro de historia de Josep Fontana, un historiador
que acaba de jubilarse, un libro titulado “Por el bien del imperio”, que
pretende dar con las claves de lo ocurrido en el mundo, en nuestro mundo, desde
1945 hasta prácticamente hoy. Creo que pocas recetas podré sustraer al viejo
Fontana, por lo que habré de buscar alguna lectura complementaria que me ayude
no sólo a comprender la historia, sino también a digerirla con unos buenos
condimentos.
Andaba
yo enfrascado en estas meditaciones, empeñado
en encontrar el paralelismo entre lo que está ocurriendo actualmente – llámese crisis,
llámese fin de ciclo, llámese lo que se llame – me planteé si tenía sentido
releer por cuarta vez la Educación Sentimental de Flaubert, esta vez para
comprender la revolución de 1848, una revolución que permitió a los parisinos
pasar de las barricadas a los restaurantes, de los restaurantes a los salones y
de los salones de nuevo a las barricadas sin solución de continuidad. Puede que
la literatura facilite los tránsitos de manera más dulce que la propia
realidad.
Enfrascado
en estas meditaciones caí en la cuenta de que no sólo España, sino toda Europa
pasó todo el siglo XIX tremulando de revolución en revolución, de algarada en
algarada; un sin vivir que todavía ocupó la mitad del siglo XX, hasta terminar
la segunda guerra mundial. Puede que lo ahistórico sea lo acontecido desde 1945
hasta esta fecha, un tiempo en el que hemos vivido sin grandes agitaciones.
Puede que tengamos que acostumbrarnos a vivir en un estado de incertidumbre.
Llegando
a este punto puede que una tarea curiosa fuera la de ver el influjo de todas
aquellas algaradas en la gastronomía, no en vano las revoluciones burguesas
determinaron que la gente dejara de comer en sus casas y empezara a comen en
restaurantes, los primeros restaurantes tal y como los conocemos hoy – es decir,
no los mesones abiertos para dar de comer y de dormir a los comerciantes en
ruta – nacen con la consolidación de la burguesía como clase dominante. Habría
que ver qué incidencia, que recetas y costumbres quedarán de todo lo que sucede
hoy.
La
Educación Sentimental de Flaubert es un buen ejemplo descriptivo de los usos y
costumbres de la Francia de mediados del XIX, hay incluso alguna escena en la
que se apuntan platos y restaurantes del París conmocionado por la Primavera de
los Pueblos. Apuntaba Gregory Lukàcs que La Educación Sentimental era por
antonomasia la novela psicológica de la desilusión, no le faltaba razón. Y
puede que la desilusión sea una de las piezas claves para comprender lo que
está sucediendo estos días.
Sin
salir del entorno de Flaubert – un hombre por lo visto profundamente hosco – y de
su percepción de la realidad, puede que encaje bien otra cita: ““Soy un
detractor de cualquier gobierno. Me gustaría destruirlos a todos”, una cita también
muy del gusto de nuestra época, aunque yo no la comparta.
Estaba
yo envuelto en mis meditaciones encerrado en un bucle pesimista que, casi sin darme
cuenta, se quebró de la manera más simple. El viernes escapamos hacia la montaña,
hacia la Seo de Urgel, cuando uno tiene niños pequeños no puede dejarse llevar
por la melancolía; el sábado a la mañana en el mercado nos aprovisionamos sobre
todo de fruta y de verdura: Lechugas de hoja crujiente, tomates de corazón de
buey que no habían dormido en cámara y melocotones.
El
sábado improvisé un guiso de pollo con verduras y a los postres, de modo casi
instintivo, pelé y troceé un melocotón que fui sumergiendo en los restos de una
copa de vino – un Rivola de la ribera del Duero -; aquél hábito de empapar la
fruta en vino era del tiempo de nuestros abuelos, un pequeño manjar que podía enriquecerse
con un poco de azúcar o con una rama de canela.
Pasados
unos minutos los trocitos de melocotón se iban tiñendo de color bermellón, sin
perder el intenso color naranja; prácticamente se comían solos. Si sabroso era
el melocotón, mucho más sabroso quedó el vino, el último trato antes del café y
la siesta.
Melocotones,
vino, canela, un hervor preparado un postre de los de toda la vida. Buceando en
los recetarios vi como había otra combinación más frívola a base de
melocotones, fresitas, azúcar y champagne, esta vez sin hervores, todo en frio.
En
el Celler de Can Roca preparan unos falsos melocotones a partir de azúcar soplado
como si fuera vidrio, rellenos de una ligera mousse de melocotón.
Recuerdo
haber escrito en esta misma bitácora que el melocotón es el símbolo de la
inmortalidad en las culturas chinas; de ahí que me haya animado a buscar una
receta de melocotones rellenos para la que se necesitan seis melocotones
hermosos y tersos, 75 gramos de bizcocho o de galleta, 75 gramos de almendra
tostada y rallada, 100 gramos de azúcar, 50 gramos de mantequilla, medio litro de
leche, medio litro de moscatel u otro vino dulce, un huevo, una pizca de canela
o de vainilla y un limón.
Se
pelan los melocotones, se parten por la mitad y se deshuesan. Con la ayuda de
una cuchara aprovechando la cavidad del hueso se hace el hueco un poco más
grande y se reserva la pulpa del melocotón. Se colocan los melocotones huecos
en un plato o fuente hondo cubiertos por un paño húmedo – hay que evitar que se
oxide la fruta, por lo que tampoco va mal mojarlos con un poco de zumo de
limón.
En
un cuenco se pone la galleta o el bizcocho, la leche, la almendra, la mitad del
azúcar, la yema de huevo y la pulpa picada de los melocotones, un poquito de
canela. Si se pasa por la batidora quedará una crema muy rica.
Con
la crema o con la pasta que hemos preparado rellenamos los melocotones.
En
una fuente de horno un poco profunda se pone el vino dulce, un par de vasos de
agua, el resto del azúcar, un trozo de corteza de limón. Se asientan en la
fuente los melocotones rellenos, con la farsa hacia arriba – hay que cuidar que
el líquido no cubra los melocotones por completo -. Se coloca sobre cada trozo
de melocotón una nuez de mantequilla y se pone el horno suave – 120º - para que
los melocotones se cocinen durante una hora y media, con cuidado de que no se
tueste mucho la superficie.
Una
vez cocinados los melocotones se dejan
enfriar – el plato se sirve frio -, adornando los melocotones bien con nata,
bien con un poco de azúcar glaseada.
En
la Francia convulsa del XIX hubo muchos pintores que se animaron a pintar melocotones,
así que ha sido difícil elegir, al final mis debilidades me han llevado a Claude
Monet. Es sorprendente comprobar cómo las épocas más agitadas de la historia de
la humanidad han permitido también que surjan los talentos más atractivos.
Cierro
la entrada justificando su titulo. Hace unos días Almudena Grande defendía que
la felicidad es una forma de resistencia.
Rica receta de melocotones y maravilloso bodegón. Hoy en mi paseo matinal he pasado por una frutería y me he comprado los kiwis habituales y había unos melocotones que parecían una pintura y lo primero que me ha venido a la cabeza al verlos, era partidos y con vino tinto y azúcar, de antigua tradición, y mira por dónde tu blog va de ese maravilloso postre, ¿ha habido telepatía? Jubi
ResponderEliminarAlgunas recomendaciones de lectura estival.
ResponderEliminarUn ensayo:Postguerra, de Tony Judt
Una novela: Dinero, de Émile Zola
Tengo pendiente el de Fontana. Después de leerme la estupenda biografía de Bruce Chatwin, escrita por Nicholas Shakespeare voy a empezar el volumen que compila El tiempo de los regalos y Entre los bosques y el agua de Patrick Leigh Fermor.
ResponderEliminarQue buena esta receta de melocotones se nota que es la época en que son buenísimos pues el otro día me hablaron de un salmorejo de melocotón en lugar de tomarte que también me apetece mucho probar
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