Henri
Matisse fue un pintor relativamente longevo, vivió más de 85 años, al final de
sus días, como apenas podía ver, se entretenía haciendo recortables de papel
que pegaba sobre fondos de color vistoso, los contornos eran de figuras muy
básicas, casi infantiles, las composiciones eran muy atractivas, ingenuas pero
misteriosas. La esencia del color y las formas. Los cuts de Matisse eran
collages menos orgánicos que los de otros pintores, como Picasso o Tapies, que
aprovechaban esas composiciones para introducir elementos orgánicos, tierra,
trozos de madera o restos de ladrillos y azulejos.
Los
collages eran montajes artísticos de distintos materiales.
Terminan
las navidades y la nevera parece un montaje de tuppers de distintos tamaños con
los contenidos más extraños, los restos de las distintas comidas, cenas o
encuentros navideños. Se van acumulando, su interior va mutando hasta
transformarse en cosas insospechadas.
A
veces uno tiene la sensación de que la vida se va conformando a base de sobras,
restos de cosas que has vivido o conocido y que por extrañas razones considerar
que debe ser guardado por si resultan útiles para un momento posterior.
Las
sobras normalmente se conforman con quedar almacenadas en recipientes de
plástico, envueltas en papel de aluminio o en films transparentes. A veces
quedan olvidadas en un plato en un bol sin cubrir, sometidas a las inclemencias
de la nevera.
Hay
sobras que alcanzan la condición de excepcionales cuando consiguen llegar al
congelador, en esos casos es clara su vocación de perpetuidad, aunque corren el
riesgo de morir olvidadas en el congelador y asumir otro tipo de mutaciones.
Soy
de los que piensan que la cocina tiene su sentido y origen en la gestión de las
sobras, en la necesidad de conservar restos de alimentos para transformarlos en
tiempo de carencia.
Las
sobras pueden llegar a transformarse en platos exquisitos que poco tienen que
ver con su origen inicial.
La
vida se compone de sobras, de restos, de flecos que pueden recortarse, darles
nuevas formas y terminar conformando algo original y útil. También corren el
riesgo de terminar pudriéndose en la nevera y tomar vida y olor propio, por eso
hay que establecer criterios de gestión con las sobras para que no terminen devorándote.
Mi
hija mayor tenía a gala no haber comido nunca sobras, lo cierto es que tomó
sobras toda la vida pero se las transformábamos para que parecieran platos
nuevos, completamente distintos.
Todas
estas meditaciones surgen cuando me enfrento a la nevera e intento identificar
cuál de los tuppers ha alcanzado mayor grado de descomposición hasta
convertirse en incomestible.
Estas
navidades he hecho muchos caldos, caldos de carne y pollo. Con las verduras fui
haciendo purés depurativos. Con las carnes resulta más complicado porque los
hervores muy prolongados las dejan insípidas y fibrosas como viejas piezas de
esparto.
A
punto estaba de rendirme y tirar los restos de carne a la basura, pero las
fieras estaban hambrientas y no tenía muchas opciones para comer.
Lo
primero que hice fue sacar todos los recipientes con las carnes sobrantes, el
objetivo era que se fueran atemperaron. Así se desmigan mejor. Tenía dos piezas
de carne de morcillo, tres muslos de pollo, dos trozos de jamón, una carrillera
de cerdo y tuétanos de varios huesos.
Puse
a hervir dos huevos para que quedaran duros, piqué una cebolla para rehogarla
con un poco de apio fresco. Hice un sofrito a fuego muy suave. Mientras tanto
fui desmigando la carne, quitando los trocitos de huesos y cartílagos hasta que
formaron una masa informe de carne.
Sobre
una tabla de madera piqué bien la carne hasta que quedaron briznas mezcladas de
distintos orígenes.
El
sofrito estaba casi a punto, la cebolla convenientemente atontada y el apio
invisible. Añadí la carne troceada para que se mezclara bien y recuperara
cierta jugosidad. Primero le puse un poco de sal, después pimienta, orégano,
laurel en polvo y una cucharadita de nuez moscada. Las grasas de la carne se
fueron deshaciendo y mezclándose con el sofrito.
Todavía
estaba aquello muy estropajoso, se me ocurrió ponerle un poco de tomate frito y
un chorrito de salsa de soja. Tienen efecto umami en los guisos, potencian los
sabores de cada uno de los ingredientes sin ahogarlos.
Los
huevos estaban ya duros, los pelé y los piqué, mezclándolos con el sofrito de
carne. Aquello iba tomando forma, sólo quedaba añadirle un poco de perejil
fresco picado y un vaso de leche (sirve también nata para cocinar). El objetivo
es que quedara una masa informe y cremosa, ideal para preparar o una lasaña o
unos canelones – clásicos de la comida de aprovechamiento navideño.
Dividí
la masa en dos grandes bloques, uno me serviría para hacer la lasaña, el otro
sigue en la nevera como sobras de las sobras para preparar en breve unas
croquetas.
Mientras
se enfriaba la mezcla en un bol grande me puse a preparar una bechamel ligera.
Hecha
la crema quedaba buscar la pasta para la lasaña, eso me obligaba a enfrentarme
a otra de las cuevas misteriosas de cualquier cocina, la alacena, el armario de
los productos no perecederos. Allí guardo restos de los platos más
insospechados, todo tipo de conservas y botes, entre ellos tres tipos de pasta
para lasaña, uno de ellos eran placas precocinadas que no necesitan hervirse
previamente.
En
un molde previamente engrasado con mantequilla coloqué una placa de lasaña (no
diré la marca para que nadie piense que estoy esponsorizado) y sobre la placa
abundante masa de carne, una cucharada de bechamel y de nuevo otra placa, así
hasta cubrir el molde con cinco pisos de carne y placas. Unas pizcas de
mantequilla, bechamel en abundancia para que cubriera las placas, queso rallado
por encima y al horno a 200º durante 20 minutos. Lasaña perfecta que los niños devoraron
sin saber que estaban tomándose los restos de los caldos de todas las
navidades. Todavía quedó una lasaña entera en el congelador.
Restos,
collages, cuts de Matisse. La vida se compone de tuppers medio vacíos que
pueden salvarte en el momento más inesperado. Acaban las navidades sin graves
efectos secundarios, que no es poco.
Lo intento por segunda vez... esta informática...
ResponderEliminarDecía que me encanta la lasaña aunque no sea de carnes y que aprovecharé las sobras como aconseja diletante
Besos y feliz año a Jubi.
LSC
Buenos días, son las 8 y 10 de la mañana y ya estoy con mis deberes mañaneros hechos, entre ellos leer al diletante, la prensa y a esperar el desayuno, hoy viene el callista así que como veréis vivo como una aprendiz a "marquesona", pero a lo que vamos, esa lasaña no tiene que estar nada mal. Feliz año a todos los seguidores del "dile". Jubi
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