Bacchino Malato (Baco
enfermo), un cuadro de Caravaggio en el que las ojeras, los pómulos marcados,
la piel cerúlea, la mirada vidriosa, el gesto perdido. Aseguran los críticos
que Caravaggio aprovechó la ocasión para retratarse enfermo de ictericia y que el
tono de la piel es idéntico al tono de los melocotones que reposan sobre la
mesa.
Hace día que me ronda
un constipado, nada grave, pero llego a las últimas horas de la tarde como si
me hubieran dado una paliza, congestionado y con nubarrones en la cabeza, casi
preferiría que rompiera ya la fiebre y me diera un mazazo porque esta situación
ambigua me tiene machacado, no termino de desmadejarme y voy tirando a trancas
y barrancas, tomándome analgésicos por la mañana y un frenadol forte por la noche que me deja
grogui en poco menos de una hora, el tiempo justo para dedicarle unos minutos
al diletante.
Con el cuerpo
estropajoso no hay muchas ganas de cocinar, hace calor todavía en Barcelona y
no apetece meterse ya ha hacer calditos. Lleva todo el día rondándome la idea
de escribir sobre la tortilla de patatas, la tortilla española de toda la vida.
Hay en la red un auténtico vademécum sobre el modo de hacer tortillas de patata,
he visto vídeos de campeonatos del mundo celebrados en San Sebastián,
presidiendo el jurado Martín Berasategui. Se montan polémicas descarnadas en
torno a la posibilidad o no de agregar cebolla a la tortilla.
Dicen los cocinillas
que hay tantas recetas de tortillas de patatas como familias y bares hay en
España. Tienen razón, yo soy de los que rastreo por los bares de mi ciudad en
busca de la tortilla soñada y me he llevado grandes batacazos, también he
disfrutado de momentos gloriosos, menos de los que merezco, el mundo del
tortillerío patatil está muy maltratado y se cometen pecados para los que los
fuegos del infierno son castigos veniales.
Supongo que todo el
mundo tiene en mente su tortilla perfecta, normalmente tomada en la infancia,
gracias a la habilidades de madres o abuelas (no es mi caso), quien sueña con
los pinchos de tortilla de tal o cual bar. A mi me han salvado las suegras,
grandes cocineras de tortillas españolas. De estudiante recuerdo que
preparábamos una tortilla de patata a base de patatas fritas de churrería
empapadas en huevo, receta de Ferrán Adriá, que en 1988 ya pontificaba y
preparaba estas faketortillas que nos salvaron más de una hambruna en vísperas
de un examen.
A mi me fascina la
habilidad de mi suegra para improvisar una tortilla el viernes al caer la tarde,
prepararla sin tener en cuenta si quedan pocas o muchas patatas, si están
firmes o blandas, si quedan cebollas, puerros o calabacín, nunca sabes si la cuaja
con tres, cinco o seis huevos, la cuestión es que en unos minutos surge el
milagro y aparece una tortilla esponjosa por la que mataríamos.
Sueño conque sobre tortilla
y pueda tomármela de desayuno, sin recalentar, está sancionado con la horca
pasar la tortilla por el microondas. Los sábados o los domingos busco bares por
el barrio donde tomarme un pincho de tortilla con unas yescas de pan con tomate
y aceite, asumo el hocico por la barra y oteo el horizonte para descubrir si la
tortilla está recién hecha, si está babosilla y todavía caliente. Cuando no
tengo suerte me contento con la de un bar habitual que hacen una tortilla
potable, le he cogido el horario y sé que los sábados sobre las 10 marchan
tortillas recién hechas desde la cocina, eso sí, engordan la mezcla con leche,
lo que no me termina de convencer, pero un tortilloadicto necesita su dosis,
aunque sea adulteradas.
También he caídos en
los excesos de la modernidad, las tortillas deconstruidas, hechas con cebollas
sofritas, sabayón de yema de huevo y espuma de patata, también las que se
adornan con cebolla frita en chip, he peregrinado a Betanzos para probar la
tortilla y recuerdo unas tortillas que tomé en la Panela, en la Coruña, allí
vuelvo siempre que puede.
Ya se habrá notado
que soy de los que defiende la tortilla con cebolla rehogada, que la prefiero
babosilla, que al quebrar el velo del huevo exterior de la tortilla se
desparrame cremoso un líquido anaranjado con briznas de cebolla y canteros de
patata rehogados.
No es ningún secreto
advertir que en las tortillas es fundamental la calidad de los huevos y de las
patatas, sobre todo de los huevos, que deben tener una yema de color pomelo
intenso, que, a poca temperatura, quede a punto de cuajar.
También es básico
disponer de buen instrumental, una sartén de paredes altas y radio grande, del
tamaño de un plato. Los tortillófilos solemos esconder una sartén por los recovecos
de la casa para que el instrumental se destine sólo al noble arte de la
tortilla española.
La ortodoxia afirma para
una tortilla que dé de comer o de cenar a 4 ó 6 comensales, en función del
apetito, necesita seis huevos hermosos, muy frescos, no es necesario batirlos
mucho, basta quebrar las yemas con un tenedor. Así la tortilla quedará con vetas
amarillas y blancas, como amarmolada.
En la misma sartén en
la que se va a cuajar la tortilla, se añade aceite (de oliva, por supuesto) abundante,
se deja calentar, sin que supere los 150º, se pelan y se cortan en rodajas
irregulares, ni finas ni gruesas, las patatas (medio kilo) y una cebolla
hermosa, que se ha de picar en juliana.
Por lo visto en los
videos, primero se añade primero la patata, que tiene un punto de cocción más
largo. Yo prefiero empezar por la cebolla, me gusta muy pochada, casi
caramelizada. Rehogo la cebolla, añado un poco de sal para que sude y después
pongo las patatas.
Me sorprende la
sangre fría de mi suegra, que es capaz de dejar la sartén con las patatas y la
cebolla a juego alegre sin preocuparse mucho por el tiempo, gestionando otras
tareas de la casa y dando voces de vez en cuando para que un alma generosa dé
una vuelta a las patatas. Así quedan canteros de las patatas un poco más
tostados, casi crujientes, muy agradables al paladar.
Cuando las patatas
están a punto de deshacerse, cuando al darle ligeramente con la espumadera se
quiebran, se apaga el fuego, se dejan reposar unos minutos y luego se escurren
(el aceite sobrante es estupendo para otros guisos). Hay que dejar que enfríen
antes de mezclarlas con el huevo batido. Se mezclan bien. Se enciende el fuego
y en la misma sartén, sin necesidad de grasa adicional, se vuelcan los
ingredientes. La sartén tiene que estar caliente, pero sin arrebatar el huevo,
que es muy sensible y se quema rápido.
Si queremos la
tortilla muy líquida, la maniobra de cuajado ha de ser rápida, sólo dos o tres
minutos para que se haga una película resistente.
Este tipo de tortillas
son difíciles de voltear, conviene hacer maniobras firmes, decididas, asumir
que algo goteará. Hay que utiliza un simple plato, quien, utiliza la tapa de
una cacerola grande, incluso un volteador especial de tortillas, he visto quien
recomienda un plato sopero que ayude a recoger bien todos los jugos.
Se coloca de nuevo la
sartén en el suelo, se deposita la tortilla cuajada por un lado y, en otros dos
minutos está hecha, se devuelve a un plato frio y se lleva a la mesa, no hay
prisa, gana mucho si está templada.
Pecadores de la
pradera pondrán lonchas de jamón, piezas de pimiento rojo, queso, besamel o
salsa de tomate, dios les perdone.
El frenadol hace sus
efectos, he roto a sudar, los niños están ya en la cama, terminando de leer, yo
pondré un rato una película, el tiempo justo para que me venza el sueño y
aparezcan tortillas jugosas en vez de sueños húmedos.
Lo primero, que el trancazo haya desaparecido y en cuanto a la tortilla de patata, si no queda otro remedio me la comería, pero llevo unas cuantas en el cuerpo y ni de pincho en un bar, pero aquí con frecuencia toca. Cuida el trancazo. Jubi
ResponderEliminarTortilla de patatas, el mejor pincho del mundo!
ResponderEliminarCl.