Claude Monet pintó 33
en treinta y tres ocasiones la fachada de la catedral de Rouen, aseguraba que
la luz definía las formas, que todas las fachadas eran, en principio, iguales
y, a la vez, distintas.
Con la cocina,
salvando las distancias – todas las distancias -, puede suceder lo mismo,
puedes repetir hasta la saciedad una receta y cada vez que la haces te sabrá
distinta.
Eso pensé hace unos
días cuando me puse a cocinar unas codornices que quería hacer en un arroz
caldoso, con verduritas y pajaritos.
Empecé sazonando las
codornices (6), con sal, pimienta negra y comino en polvo. Cogí una paella
grande, puse un chorro de aceite de oliva y cuando empezó a coger temperatura
doré las codornices. Dudé si partirlas por la mitad, al final, preferí ponerlas
enteras.
Apenas necesitaron un
par de minutos por cada lado para coger color.
Bajé el aceite, añadí
un chorrito más y empecé a picar y añadir verduras:
Primero una cebolla hermosa,
las cebollas siempre han de ser hermosas, carnosas.
Después un puerro en
juliana fina.
Tres zanahorias
peladas y cortadas en daditos.
Dos ramas de apio
picadas muy finas.
Medio pimiento rojo
que andaba despistado por la cocina.
Medio calabacín que
también deambulaba triste en un cajón.
Toda la verdura
picada, a fuego muy bajo, salpimentándola levemente, removiendo poco a poco
para que se distribuyera bien y sudara. Le puse una hoja de laurel y una pizca
más de cominos. Vertí una lata de tomate pelado y despepitado para que
terminara de gestarse el guiso con todo su hervor.
Pensaba que la
verdura iría soltando líquido y que me quedaría la base de un caldo en el que
preparar el arroz. Pero la verdura estaba tan linda, tan bien distribuida, tan
sudorosa, que me dio pena ponerle arroz y caldo. Extendí bien sobre la paella
la verdura rehogada y coloqué sobre esa cama mis codornices para que terminaran
de cocinarse. No había prisa. Un chorro de vino blanco evitaba que el guiso
quedara seco. Improvisé una tapa para que todo conservara el calor y la humedad.
La verdura y las codornices
se guisaron en 15 minutos. No necesitan mucho tiempo. Al destapar la paella me
vino una bocanada de vapor sabroso.
Aproveché que esa
mañana estaba preparando un caldo para cocer allí 250 gramos de pasta. Unos lazos
de colores de los que me había encaprichado días antes en una tienda. En 11
minutos los lazos quedaron al dente, con todo el calor del caldo de pollo.
Saqué las codornices,
las puse en una bandeja, y añadí la pasta (cuando hay verdura toca engañar a
los niños con pasta).
Escucho un disco de
Tusla, que suena muy a los ’90. Pienso que el plato que llega a la mesa tiene
los ingredientes de siempre y, sin embargo, resulta distinto, sabroso y
distinto, hasta el punto de que en casa lo reciben con sorpresa. No deja de ser
un ejercicio alrededor de la catedral de Rouen.
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