En unas horas
reanudamos los encuentros de Can Cufa después de muchos meses (muchos más de
los necesarios/deseables/razonables) sin encontrarnos todos, una verdadera
tragedia. Iniciamos un nuevo ciclo (Qfa 3.0), con nuevos retos y nuevo formato.
Cada pareja se compromete a llevar dos platos, así aliviamos a los anfitriones
de parte de sus responsabilidades, y, además, la comida es temática.
Para volver a
arrancar nos han convocado en la Casa de los Lirios, allí hemos tenido sesiones
memorables y yo me he dado cabezadas en la terraza, acurrucado entre las
mantas, también memorables. Los meteorólogos anuncian un domingo agradable, puede
que la temperatura llegue a los 18º y, si hace un poco de sol, el mediodía
puede ser espectacular.
Llevo días
despertándome pronto, nada nuevo, y he aprovechado para cocinar y asumir mi
parte de reto.
La convocatoria por wasap
fue un pequeño caos, como todas las convocatorias masivas por wasap en las que
se cruzan mensajes y respuestas, no deja de ser una forma moderna del juego de
los «cadáveres exquisitos» (http://undiletanteenlacocina.blogspot.com/2011/08/cap-xliii-cadaver-exquisito.html).
Hubo un momento en que corrimos el riesgo de encontrarnos con seis cremas de
setas de temporada. Al final, se puso un poco de orden y se distribuyeron los
platos, eso sí, manteniendo la incertidumbre ya que lo único que se pedía a las
parejas de comensales era definir si prepararía un entrante, un primero o un
segundo, lo del postre de setas no deja de ser un reto de alto riesgo.
En mi caso,
anunciamos un segundo y un postre. Como segundo plato le di muchas vueltas,
incluso baraje hacer un escabeche de setas y pescado, aunque al final me decanté
por un plato que ya he preparado en otras ocasiones (siempre igual, siempre
distinto).
La comandancia de Can
Qfa 3.0 reclamaba documentar las recetas, a poder ser en formato electrónico,
por eso he roto mi rutina de diletante y he preparado una nueva entrada muy
cercana a la última de ellas, aún a riesgo de quedarme sin ideas o de que
alguno de los Qfos lea el blog esta misma mañana y se rompa parte del misterio.
He preparado un guiso
de rabo de vaca estofado con múrgulas y puré de patatas.
Como he prometido ser
un chico ordenado y disciplinado, voy a desarrollar con detalle los pasos de la
receta:
I. ¿PORQUÉ UN GUISO
DE RABO DE VACA?
Lo adecuado sería preparar
un estofado de rabo de toro, pero, Huston, tenemos varios problemas: El primero
y principal es que en diciembre no hay corridas de toros en España, tendríamos
que viajar a América para enganchar alguna corrida y eso, de improviso, es
inviable. Las ferias taurinas en España empiezan con la Magdalena en Castellón
a finales de febrero y no era cosa de demorar todavía más el encuentro.
El segundo problema
es que en Cataluña han prohibido las corridas de toros desde hace algunos años,
lo que convierte la tauromaquia una actividad clandestina, lo que tiene su
encanto. Los catalanes que a principios de los años setenta marchaban a Perpiñán
a ver El Último Tango en París, han de viajar ahora, en pleno siglo XXI a ver
la última corrida en Zaragoza.
Podría haber elegido
rabo de ternera, que sí se encuentra en los mercados, o rabo de buey, pero hace
tiempo que me han asegurado que el buey ya no existe y que lo que comemos en
realidad es vaca, vaca vieja.
Por lo tanto, el jueves
pasado compré casi cuatro quilos de rabo de vaca vieja, muy vieja, dos rabos largos
y robustos de vaca anciana. No hay que asustarse porque los rabos venían
convenientemente pelados y cortados en tacos.
II.PREPARATIVOS.
PRIMER ASALTO A LA VACA.
El rabo de una vaca
vieja no puede domeñarse de modo sencillo. El rabo atesora experiencia,
conocimiento, larga vida y, sobre todo, la dureza del azabache. Así que la primera
parte del ritual era la de someter a la vaca (al rabo, quiero decir) a un
severo maceraje.
El jueves por la
tarde puse los rabos en un gran bol, los salpimenté (pimienta de Jamaica por si
hay algún exquisito entre los lectores), le añadí una pizca de canela (sin
pasarse), una cebolla en cascotes y unas hojas de laurel. Cubrí el recipiente
con vino tinto hasta que los rabos quedaron sumergidos, un vino levantino, hecho
a base de uva bobal, que tiene cuerpo y encanto.
Tapé el cacharro para
que no oliera toda la cocina a vinazo y dejé que los taninos del vino disciplinaran
la vieja carne de vaca, la hicieran menos indómita.
III. SEGUNDO ASALTO
VACUNO.
El viernes a mediodía
me dispuse a rescatar los restos del rabo, comprobé, con cierto alivio, que el vino
no había roído la carne y el hueso de mis piezas de carne. Me esperaban alegremente
tenidas de bermellón.
Escurrí con cuidado
cada una de las secciones de los rabos de las vacas. Soy de los que no
aprovecha el vino de la maceración, normalmente se oxida después de tantas horas
a la intemperie.
Saqué la más grande
de mis cacerolas, puse la carne, una cebolla sin pelar, un puerro, un tomate
partido por la mitad, tres o cuatro zanahorias, dos ramas de apio y un nabo
hermoso. De nuevo algunas bolillas de pimienta (jamaicana de nuevo), más laurel
y una pizca de comino. Cubrí bien de agua fría y lo dejé hirviendo.
La cocción es larga, hay
un riesgo muy elevado de que la carne quede correosa e incomestible. Conviene
dejar cociendo el guiso hasta que las lascas de carne se desprendan fácilmente
del hueso con ayuda de la punta de un cuchillo. En mi caso fueron casi cuatro
horas que consiguieron que la cocina y toda la casa oliera a vaca escaldada.
Pasadas las casi
cuatro horas de martirio apagué el fuego y, sin quitarle la tapa, dejé que
reposara de nuevo. Los restos de mis rabos de vaca reposaban majestuosamente sobre
un fondo de caldo parduzco, denso, graso, una sima abismal.
IV. TERCER ASALTO.
VESTIR A LA VACA (en realidad a su rabo).
El sábado antes de
que amaneciera, como si fuera un ritual de druidas, me dispuse a separar la carne
de los huesos de la vaca. Es una tarea engorrosa, pringosa, que requiere
paciencia y cuidado, hay que conseguir que no quede una brizna de carne pegada
a los huesos, rebañar los pequeños trozos de cartílago que evidencian que la
carne ha quedado melosa.
Las hebras de carne reposaban
sobre un plato, la verdura, pelada, en un tupper, reservada para otra ocasión, el
denso y oscuro caldo en la olla.
Puse una veintena de múrgulas
(colmenillas) desecadas a hidratar en agua templada, eran fundamentales para el
guiso.
El sábado por la
mañana, ya cuando rayaba la luz del día, me dispuse a vestir el guiso.
Busqué una olla un
poco más pequeña (el rabo de vaca deshuesado mengua hasta tener dimensiones
razonables).
Pelé y piqué en
juliana una cebolla, puse un chorrillo de aceite en la olla y dejé que la
cebolla se rehogara despacito, a fuego de mimo, removiendo de vez en cuando,
mientras tanto ponía un poco de orden en la cocina.
Cuando la cebolla
estaba suficientemente atontada, sin llegar a dorarse (por dios, no debe
dorarse en este guiso), incorporé el rabo desarbolado y removí hasta que se
integrara bien en el sofrito. La carne conserva suficiente líquido y humedad
como para evitar riesgos de que se pegue al fondo de la olla.
Había comprado dos
piezas de foie gras de oca que abrí y añadí al guiso, dejando que se deshiciera
despacio, empapando la carne, removiendo de vez en cuando, sin sufrir el fuego,
dejando que la cocina volviera a inundarse de vapor.
Las múrgulas llevaban
una hora larga hidratándose con el agua, que había adquirido un tono pardo y
brillante. Las setas habían multiplicado casi por tres su volumen.
El agua en la que se
hidrataron las colmenillas (300 cc para quien quiera precisiones), fue
directamente a la olla, para que se integrara con la carne, el foie y la
cebolla. También le puse dos cazos del caldo en el que se habían hervido los
rabos el día anterior. Hubiera podido (estuve tentado) añadirle una copita de
vino dulce, pero pensé que podrían solaparse muchos de los matices del foie y
de las setas, como no sé si mis compañeros se van a poner en plan purista
decidí tomarme la copa de Lustau mientras culminaba el guiso.
Ahora sí que puse el
fuego un poco más vivo, para que rompiera de nuevo a hervir. Dejé que el guiso
fuera recociéndose hasta que quedó muy reducido el líquido, lo justo para que
la carne no quedara seca y estropajosa. Casi en el tramo final añadí las setas
y las mezclé con la carne. Una vez añadidas las múrgulas no conviene que el
guiso cueza mucho más, hay que evitar que se deshagan las setas, porque sino
mis compañeros Qfos van a pensar que no he utilizado setas para la convocatoria
de hoy.
Cuando se atemperó y
reposó el guiso cerré la olla. La pobre vaca había sido sometida a todo tipo de
villanías durante las últimas 72 horas, merecía algo de paz. Ha quedado en
lugar fresco hasta hoy por la mañana, que será conducida a la mesa.
V. CUARTO ASALTO. La
guarnición.
Llegó el domingo, de
nuevo antes de amanecer (se me está poniendo cara de druida esotérico). De
momento vamos a darle paz al rabo, no creo que soporte una nueva cocción.
Nada más levantarme,
mientras me tomaba un té, he repasado viejas notas sobre el puré de patatas y
me he acongojado cuando he leído que para muchos cocineros la receta del puré
de patatas es una especie de arcano, como la madalena de Marcel Proust.
Me he puesto mi
delantal francés y he recuperado la receta de Bocusse, también la de Robuchon (los
dos han muerto este año y, como buena ceremonia druidrica merecen un recuerdo),
después he tirado hacia lo moderno (Blumenthal y hasta los hermanos Torres),
para concluir que hay tres o cuatro reglas básicas para preparar un buen puré
de patatas y que, a partir de estas cuatro normas, cada uno hace lo que le sale
del bolo con las medidas y los trucos.
Para mi puré de
patatas he lavado y pelado poco más de dos quilos de patatas nuevas, monalisa.
He reservado las mondas de la patata en una cazuela para hervirlas con 750 cc
de leche fresca y unas láminas de trufa desecada que compré el jueves pasado
(en el mismo sitio en el que compré las colmenillas).
Mientras las mondas
de patata y la trufa infusionaban con la leche, que no ha llegado a hervir al
final, he lavado de nuevo las patatas antes de sumergirlas en agua fría y un
puñado generoso de sal. Conviene que las patatas sean de un tamaño similar,
para que se cuezan de modo regular. Los recetarios afirman que la patata cuece
en 30 minutos, yo he preferido que estén 40 minutos porque eran piezas grandes.
Mientras se cocían
las patatas he empezado a escribir esta entrada, por lo que, a partir de este
punto, empieza la ficción.
He comprobado que las
patatas estaban suficientemente cocidas (el viejo truco de pincharlas con la
punta de un cuchillo para comprobar que se desliza hasta el fondo). Ahora están
deposando las patatas secas sobre una fuente.
En la cazuela pequeña
la leche estará terminando de infusionar con las mondas y la trufa.
Bocusse era un obseso
del puré de patatas y consideraba que el truco principal era eliminar el máximo
de agua de las patatas, por lo que no basta conque sequen en la fuente, hay que
rehogarlas en una olla bien seca, removiéndolas sin parar para que se evaporen
al máximo los restos de agua.
En esa misma olla
habrá que añadir la mantequilla, aquí la doctrina se pelea ya que la proporción
estándar está entre los 100 grm de mantequilla por quilo de patatas, y los 250
grm de mantequilla por quilo. Yo voy a partir de la proporción mínima (puede
que incluso 75 grm por quilo) aunque no descarto rectificar en función de cómo
vea que responden las patatas. (Gracias
a la mantequilla de la guarnición conectan las actividades prohibidas: del
último tango en París a la última corrida en Zaragoza).
Ya en otras entradas
había advertido que para preparar el puré de patatas no vale utilizar robots de
cocina, tampoco conviene deshacer las patatas utilizando maniobras horizontales
(es decir, ir moviendo el cucharón de madera de lado a lado de la olla
apresando las piezas de patata hasta deshacerlas), la ortodoxia culinaria
afirma que hay que integrar la patata con la mantequilla haciendo maniobras
verticales, es decir, chafando las patatas como si se prensaran (por lo visto,
tiene que ver con la reacción de las moléculas de la patata al quebrarse y
obtener así una determinada flexibilidad).
Las patatas cocidas tienen
que estar calientes, añadir la mantequilla en dados e ir poco a poco convirtiendo
la mezcla en un magma blancuzco y denso que irá ganando untosidad a medida que
se integre la grasa de la mantequilla. Conviene añadir también, poco a poco,
una pizca de sal y otra de pimienta, para ir probando.
Cuando la mantequilla
esté ya en modo pomada, se empieza a incorporar la leche infusionada,
debidamente filtrada de impurezas, hasta conseguir la textura deseada. Al tratarse
de un puré que va como guarnición se busca un punto espeso, que permita casi
esculpir la masa.
(Reservaré un par de
raciones de puré para que la cenen esta noche los niños, que son unos
auténticos fanáticos de mis purés. Sorry Qfos).
VI. QUINTO ASALTO. Mise en place.
Tocará hacerlo en la
casa de los lirios. Calentar suavemente la carne, removiendo con todo el cariño.
Habrá que probarla para ajustar el punto de sal antes de emplatar un cucharón
generoso y humeante de rabo de vaca con un pequeño montículo de puré.
VII. SEXTO ASALTO. La
mousse de chocolate.
Ya ha amanecido, los
niños empiezan a desperezarse, quieren desayunar y he de terminar de preparar
el puré.
Ayer, entre maniobras
culinarias, preparé también una mousse de chocolate, utilicé como base una
vieja receta del diletante (https://undiletanteenlacocina.blogspot.com/2014/09/capcccxl-un-verano-en-mallorca-jornada.html),
eliminé de la receta el azúcar (excepto el que pueda llevar el chocolate
fondante).
Mientras se deshacía
el chocolate al baño maría (chocolate negro de la marca Torra, dos tabletas),
le añadí dos cucharadas de cacao en polvo y otras dos cucharadas de harina de
boletus edulis).
Después de dar todos
los pasos de la receta, cuando la dejé en un gran bol para reposar y terminar
de cuajar, cubrí la superficie de la mousse con un poco más de harina de boletus,
que dejó una ligera capa terrosa y aromática a setas. Es todo un misterio saber
si esta pequeña licencia micológica.
Seguiremos
informando.
Dejo unos lirios virtuales de Van Gogh para los anfitriones.
Que buena organización tenéis y que bien os lo montáis, aquí el rabo de toro nos lo ponen con alguna frecuencia, y claro, fuera de temporada taurina. Los tulipanes, preciosos. Jubi
ResponderEliminarUna elaboración más larga que una corrida de ��. Que barbaridad! Seguro que triunfaste y te sacaron por la puerta grande a pesar de lidiar con una �� vieja.
ResponderEliminarUna elaboración más larga que una corrida de toros. Qué barbaridad! Seguro que triunfaste y saliste por la puerta grande a pesar de lidiar con una vaca vieja. Cl.
ResponderEliminarTengo que adelgazar y estás matando mis jugos gástricos con tus recetas... Me he quedado con ganas del escabeche de pescado y setas. Para cuándo?
ResponderEliminarSoy fanática de los escabechados y son recetas más apropiadas para no coger más peso que éstas (pero reconozco que me pierden los cocidos y guisos de carnes fuertes).