Mal empezamos.
Había localizado una cita estupenda para arrancar esta entrada, era una cita de
Manuel Vázquez Montalbán sobre el verano, la recogía Jorge Wagensberg en un
libro de aforismos. Como no estoy en casa no puedo consultar el libro y, por lo
tanto, la cita no es literal.
Una de las
características del verano, por lo menos de mis veranos, es que casi nunca
estoy en casa, por una u otra razón desde finales de junio hasta principios de
septiembre no paro mucho por casa y eso hace que las condiciones de trabajo
sean un poco precarias, siempre me falta el libro que quiero citar.
Durante el verano
acarreo una mochila con el ordenador, llena de libros que nunca termino de leer
y de carpetillas con papeles que nunca termino de ordenar, son las tareas que
vas dejando para el verano y que, finalmente, no terminas de cumplir, por eso
me gustaba la cita de Vázquez Montalbán que decía, poco más o menos, que eran
necesarios muchos veranos para poder afrontar todas las tareas pendientes. El
verano se convierte así en el cajón en el que se van acumulando todas aquellas
cosas que no puedes hacer durante el año y que relegas al mes de agosto aún a
sabiendas de que lo normal es que no consigas terminar aquello que no has
terminado durante el resto de los meses, por eso a algunas personas el verano
les genera cierta frustración.
El mundo moderno
evoluciona de manera poco razonable. Ya nadie hace vacaciones de un mes, ni
siquiera los niños a los que apuntamos a todo tipo de actividades estresantes
para llenar su tiempo de ocio y convertir los veranos en un período casi más
estresante que el resto del año ya que terminan haciendo un horario más severo
para completar su formación en idiomas, en habilidades artísticas o disciplinas
deportivas. Por razones que no vienen al caso, la mayoría de los niños han
dejado de disfrutar de esos largos períodos de vacaciones que arrancaban a
finales de junio y terminaban a mediados de septiembre que eran básicos para su
formación como personas, mucho más importantes que las clases de ciencias
sociales o de química. Durante los largos veraneos infantiles los niños
aprendían a gestionar el tiempo y, sobre todo, a gestionar amplios espacios de
libertad.
Hubo un tiempo en
el que los niños podían extender su período estival de descanso durante 15
semanas porque sus madres no trabajaban o porque tenían abuelos en el pueblo
que se hacían cargo de la canalla durante los largos días de canícula. Hay una
novelilla de Rosa Regás muy divertida sobre los abuelos y el verano.
En estos tiempos en
los que es necesario trabajar hasta el último segundo y en los que los abuelos
han dejado de vivir en los pueblos, los veranos han dejado de ser los amplios
territorios de indisciplina de los niños.
A pesar de todos
los pesares, mis hijos son unos privilegiados, primero porque tienen abuela con
casa en el pueblo, segundo, porque sus padres disponen de un régimen de
vacaciones más amplio que los del resto de los mortales. Durante los últimos
años, como nos han bajado el sueldo y nos lo tienen congelado, cada vez que
hemos querido negociar con el ministro de turno para recuperar poder
adquisitivo sólo hemos conseguido que se nos amplíen los permisos y las
vacaciones, hemos cambiado retribución por tiempo de ocio, aunque no
dispongamos de dinero suficiente para poder disfrutarlo.
Mientras que el
resto de trabajadores han recortado sus vacaciones a la mínima expresión, de
modo que ya es un lujo disponer de 15 días durante el mes de agosto, en nuestro
caso las vacaciones son de mes completo, al que puedes incorporar, por delante
o por detrás, algún permiso, eso nos permite estar mucho más tiempo con los
niños y no tener que derivarlos a actividades de relleno.
En la medida en la
que se reduce el tiempo de ocio estival al mínimo indispensable, muchas de esas
tareas pendientes que quedan para el verano se convierten en frustraciones para
el resto de año, es imposible completar todos los objetivos marcados para el
veraneo cuando se reduce a una quincena ramplona de la que hay que quitar el
primero y el último de los días para garantizar los desplazamientos, hay que
eliminar un par de días más porque son de adaptación al nuevo medio, bien
porque haya que hacer una compra monumental para comer durante esos días, bien
porque extrañes la cama y la almohada y no hayas podido pegar ni ojo en el
arranque de las vacaciones. Hay también uno o dos días perdidos porque amanece
nublado, o con mucho viento. Otro día perdido porque uno de los niños tiene
gastroenteritis o le ha picado una medusa y hay que llevarle al ambulatorio.
Vas restando días a partir de las incidencias y, al final, el veraneo se queda
en casi nada, o en nada si además hay que tener el teléfono activo y cobertura
de internet por si hay alguna incidencia de última hora en el trabajo.
Todos esos peros,
propios de la vida moderna, en mi caso los he podido bandear gracias a que
disponemos de un período de vacaciones más amplio lo que permite cumplir con
alguna de las tareas pendientes y evitar así la frustración. Este verano mi
tarea pendiente principal era leerme los Buddenbrook, de Thomas Mann, a última
hora cambié de opinión y preferí leerme Moby Dick, hubo un momento, a finales
de julio, que creí que sería capaz de leerme los dos libros (dos tochos de más
de 800 páginas cada uno), pero ahora, agotado el primer tercio del mes de
agosto, me dio cuenta de que sólo podré con Moby Dick, por lo que aliviaré de
peso la mochila dejándome a los Buddenbrook en casa. Estoy aliviando las
severas peripecias de los balleneros con algunos cuentos de Alice Munro, con
alguna novelilla leve de las que casi se leen de un tirón en la piscina. Por
necesidades que no vienen al caso, también he metido a última hora el Tractatus de Wittgenstein, porque de lo
que no se puede hablar es mejor callarse, Zorba el Griego de Kazantzakis,
porque me gusta leer algo sobre Grecia mientras estoy en ese país, y un
librillo de poesía por si me da por ponerme lírico.
Así discurre el
verano, con una mochila cargada de libros que sé que no podré terminarme y con
el ordenador a cuestas para poder escribir un rato mientras la familia duerme.
Es curioso que los
veraneos no suelen ordenarse o calificarse de modo lógico, salvo los veranos
que coinciden con olimpiadas o el verano en el que ganamos el mundial de
futbol. La mayoría de los mortales no hablan del verano del ’17, o del verano
del ’98, sino de algún accidente o incidente que identifica aquel concreto
verano porque hiciera especial calor, o porque estuviera nublado la mayor parte
de los días, o el verano de las trombas de agua. Este verano seguramente lo
recordaré por ser el del cambio climático, no porque haya cambiado el clima
justo durante este mes de agosto, sino porque los periódicos advierten de
manera machacona que el cambio climático ha hecho que al menos el mes de julio
haya sido el más caluroso de la historia y agosto vaya por el mismo camino.
Yo no sé si este
verano es el más caluroso de la historia, yo creo que en la costa mediterránea
todos los veranos son de calor, excepto uno hace 20 años que se pasó nublado
todo el mes de agosto, a partir de los 26 grados la humedad es imposible de
llevar, sobre todo para los que sudamos mucho, y eso convierte las noches en un
suplicio porque me cuesta conciliar el sueño y, pasadas cuatro o cinco horas,
me despierto empapado en sudor, adherido a las sábanas. Durante todo el mes de
julio y lo que llevamos de agosto he visto amanecer casi todos los días después
de haber dado todo tipo de vueltas. Los días en los que los dioses me han sido
propicios, he conseguido dar una cabezada pasadas un par de horas después de
despertarme, pero la mayor parte de las veces desde las cinco o las seis de la
mañana llevo en danza, lo que me permite avanzar a velocidad de crucero en la
mayor parte de mis lecturas y abordar muchas de esas tareas dejadas para el
verano, a las 9 de la mañana, cuando se va despertando el resto de la familia,
llevo muy avanzadas gran parte de mis deberes.
Apuradas ya las
primeras semanas, pocas novedades gastronómicas, por lo menos pocas reseñables.
Aprovechamos este fin de semana para cambiar maletas, hacer lavadoras y
prepararnos para el salto a Grecia, este año exploraremos las playas de
Sinthonia. Antes hemos estado por la costa de Tarragona y hemos llegado hasta
Valencia. Días tranquilos en las playas del delta del Ebro.
En una de las
excursiones llegamos a Benicarló, orientados por unos amigos, fuimos a comer al
Cortijo, un clásico de la ciudad con un amplio salón y un servicio excelente.
El Cortijo es uno de esos restaurantes de toda la vida que cuidan el producto y
al cliente. Fuimos con los niños que se pusieron camisa para la ocasión, llevan
todo el verano en bañador y camiseta. Pedimos de entrantes una ensalada de
bogavante, un revuelto de bogavante y unas navajas a la plancha; de plato
principal una fideuá de pulpo, langostinos y alcachofas, de postre unas crepes
suzette, un volcán de chocolate y un souflé Alaska. Todos los platos
excelentes, ejecutados según los cánones tradicionales, una comida de llorar de
felicidad.
La fideuá que
tomamos merece una parada. Espectacular. He revisado las entradas del diletante
(ocho veranos ya escribiendo) y he encontrado cuatro o cinco recetas de fideos
con marisco.
Hasta la fecha,
había optado casi siempre por utilizar el fideo grueso, el ligeramente curvado
con un agujerito en el centro, me manejaba bien con este tipo de fideo que
requiere una cocción más larga y que me resulta más sabroso. El fideo fino, el
cabello de angel, me parecía más insulso y, además, me daba miedo pasarme de
cocción y convertir el plato en un bloque compacto de pasta amalgamada.
Después de mi
experiencia de Benicarló creo que voy a darle una oportunidad al fideo fino, no
sé si al 00, al 01 o al 02, pero después de probar esta pasta en el Cortijo
creo que merece la pena el intento.
La fideua suele ser
más agradecida que el arroz, menos traicionera, aunque tiene sus reglas.
Primera regla. El
caldo de pescado tiene que ser más sabroso que el que habitualmente se emplea
en las paellas. El tiempo de cocción del fideo es más reducido que el del arroz
y el grado de absorción del sabor de la pasta es inferior al del arroz.
Segunda regla. El
caldo de pescado que se utiliza para la fideuá tiene que estar hirviendo cuando
se incorpora a la pasta.
Estos últimos días
he consultado varias recetas de fideua en webs de confianza y me ha sorprendido
que muchos cocinillas reconozca, sin complejos, que utilizan caldos de pescado
precocinados, incluso alguno recomienda los del Aneto. Yo sigo pensando que no
cuesta nada hacer un fumet casero con pescado de roca y alguna verdura. En mi
caso me gusta hacer el caldo con un tomate entero y me gusta también sofreír
previamente la verdura, las espinas y las cabezas del pescado que utilizo para
el caldo. En el video recetas de El Periódico (On Barcelona, Nando Jubany)
recomiendan una cocción corta, que no llegue a los 45 minutos.
En función de los
gustos, se puede añadir al caldo, una vez colado, bien unas hebras de azafrán,
bien un golpe de pimentón dulce. Le dará color al plato e introducirá matices
en el sabor del caldo.
Tercera regla. El
sofrito de la fideua tiene que quedar bien seco, sin humedades. Los sofritos
que recomiendan de base suelen ser sencillos, muy potentes de sabor, hechos a
base de ajo (dos dientes), cebolla (media cebolla), un tomate rallado y laurel.
El ajo y la cebolla han de picarse muy finos, de hecho en la fideua de El
Cortijo apenas se notaban. Se tienen que rehogar en la propia paella a fuego
muy suave, removiendo constantemente para que no se quemen. Cuando la cebolla y
el ajo están bien sofritos se ralla el tomate y se deja sudando bien la verdura
hasta que elimina toda el agua. Para que la verdura pierda bien el agua
conviene poner la sal casi desde el principio. En algún recetario de los
consultados incorporan al sofrito también zanahoria picada, incluso una
cocinillas de fiar (Mónica Escudero) dice que su madre le echaba un vaso de
vino tinto.
Cuarta regla.
Conseguido el sofrito seco y meloso, toca sofreír los animalillos que lleve el
fideo. En el Cortijo sofrieron pulpo y langostinos. En las fideuas
tradicionales suelen sofreír calamar o sepia y gambas. Algunos consejos: (1)
Bien las gambas, bien los langostinos, se sofríen enteros, ligeramente (un
minuto por cada lado), luego se retiran y se pelan para añadirlos al final de
la cocción, Las cabezas y las peladuras se pueden añadir al caldo de pescado
para que gane intensidad. (2) La sepia o el calamar se sofríe después, bien
limpio y picado en trozos no muy grandes. En caso de utilizar sepia puede
añadirse el intestino de la pieza, los pescaderos eufemísticamente llaman a los
intestinos la salsa, viene en un receptáculo muy parecido al que contiene la
tinta, es de color parduzco. Se pica previamente en una tabla y se añade al
sofrito, es una pasta viscosa que puede dar cierto reparo estético, pero que le
da un sabor definitivo al plato. (3) La sepia o el calamar quedan ya
incorporados al sofrito, no hay que retirarlos.
Tras añadir la
sepia conviene probar el plato para poder equilibrar la sal.
Quinta regla. Hay que
sofreír los fideos antes de añadir el caldo. La técnica es la del nacado, se
trata de que los fideos queden ligeramente y uniformemente tostados, el plato
ganará en color (no hay nada más triste que una fideua pálida), también en
sabor. Ojo porque si se tuestan más de la cuenta los fideos o se requema el ajo
el plato saldrá amargo.
En algunos
recetarios recomiendan nacar los fideos con un chorro generoso de aceite y ajo
antes de hacer el sofrito, incluso he visto quien realiza este proceso en una
cazuela aparte.
Sexta regla. Toca
añadir el caldo de pescado caliente. Tres partes de caldo por cada parte de
fideo (250 gramos de fideo, ¾ de litro de caldo). Se reparte bien el caldo por
la paellera a fuego vivo, mezclándolo completamente con el sofrito.
La manera de que el
fideo no quede apelmazado es utilizar una paellera grande, en la que el fideo
se extienda bien, quedando una capa muy fina de pasta.
En función del tipo
de pasta, el tiempo de cocción es más o menos breve. Utilizando fideo del 00
(cabello de ángel) o del 01, el tiempo de cocción será de 7 o 9 minutos, no
mucho más. La primera parte de la cocción, los primeros 5 minutos, puede
hacerse a fuego vivo. El último tramo puede hacerse al horno, colocando la
paella en la parte baja del horno, a 210º grados para que no se corte el hervor
conseguido. Antes de poner la paella en el horno se añaden las gambas peladas
y, si se quiere, la alcachofa (imagino que en El Cortijo utilizaron trozos de
alcachofa en conserva ya que no era temporada), no conviene echar mucha
alcachofa para que no se coma el sabor del langostino y de la sepia.
Al terminar la
cocción en el horno el fideo queda tieso, levantado, termina de absorber el
caldo y presenta ese aspecto inhiesto y pinturero de las fideuas levantinas. Si
no se dispone de horno, se consigue el mismo efecto tapando la paella en los
dos o tres minutos finales.
Séptima regla.
Normalmente la fideua se sirve acompañada de alioli casero, el alioli le da más
sabor al plato, pero es verdad que el ajo, que en el alioli es muy potente,
termina por solapar todos los matices del sofrito y del marisco.
Si el caldo es
sabroso y el sofrito se ha trabado bien, creo que se puede prescindir de la
salsa.
Hay que llevar la
paella de inmediato a la mesa, el fideo pierde calor rápido y la pasta perder
su punto convirtiéndose en engrudo. El fideo ha de quedar suelto y seco para
que el plato quede bien.
Octava regla. En la
fideua menos suele ser más. Si lo que queremos destacar es el fideo y su sabor,
no conviene llenar la paellera de todo tipo de verduras y frutos de la mar.
En el restaurante
El Cortijo había unos bodegones de autor no definido, hablamos con el dueño que
nos dijo que podían ser obra de un pintor llamado Guillen, que seguramente eran
copias porque los originales los tenía a buen recaudo, nos indicó que en la
próxima visita ya recordaría quien era el autor, incluso el precio. Si alguien
puede facilitarme información lo agradeceré.
¿Para qué vas a ordenar papeles teniendo que hacer semejante fideuá? Lo interesante es crear y ordenando papeles pierdes el tiempo. Disfruta mucho de todos y del verano. Un abrazo Diletante. Clara.
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