martes, 17 de septiembre de 2019

Capítulo CDLXXXIV.- Es difícil hacer predicciones, sobre todo del futuro.


Hoy he cumplido 54 años. No es un número redondo, de los que exigen una celebración por todo lo alto, pero tiene su encanto. Si los números tienen música, sin duda este 54 va acompañado de algún allegro ma nom troppo propio de los números pares.

Dado que gran parte de la vida social se desarrolla ahora en las redes, quiero agradecer a todos los que me han felicitado por distintas vías virtuales colgando una receta.

Hace un par de días, para empezar la celebración, me di una vuelta virtual por la galería Malborough, había visto anunciada una exposición de Abraham Lacalle en Madrid, no podía acercarme y no me quedó más remedio que navegar por la red. Había un cuadro que me gustó especialmente, la siesta, pedí información, estaba vendido, de todos modos, el bolsillo no me daba para este capricho, una pena.
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Es difícil hacer predicciones, sobre todo del futuro. Esta es una frase que atribuyen a un premio novel de física danés. La cita me pareció divertida, especialmente para intentar ilustrar la inevitable reflexión sobre el futuro que suele sobrevolar los aniversarios.

Es complicado hacer un pronóstico sobre lo que será el futuro, depende de factores que son incontrolables, principalmente la salud.  A veces pensando en el futuro va pasando el presente sin darse cuenta, eso tampoco parece conveniente. Por eso prefiero hablar de futuros y no de futuro.

Para intentar metabolizar bien lo de cumplir años me he escapado esta mañana a comprar unos bogavantes. Este verano, en Iraklia, una isla de las Cícladas que tiene poco más de 180 habitantes, vimos en la carta un guiso de pasta con bogavantes, los niños quisieron probarlo, yo les dije (en plan padre de veraneo) que mejor esperar a llegar a casa para estos platos. Al final se tomaron un plato de gambas con pasta que les supo a gloria. Todo sabía a gloria en Iraklia, no es más sitio para perderse entre la docena larga de casas, las tres playas a las que se accede a pie y la cordillera en la que dicen que descansaba el gigante Polifemo (no es la primera isla griega en la que cuenta la leyenda que vivía el hijo de Poseidón).

Recuerdo que aquel día, hace poco menos de tres semanas, aunque parezca que está en el pasado remoto, les conté que los restaurantes normalmente engañaban con este tipo de platos, pensados para los turistas. Les dije que utilizan bogavantes congelados o canadiense y les expliqué las diferencias entre un bogavante del Canadá y uno del mediterráneo. Los bogavantes canadienses suelen se de caparazón más oscuro, tienen menos sabor (el agua es muy fría y eso es malo para el marisco) y vienen muy trajinados, con las carnes de las pinzas muy menguadas. Mis hijos se rieron a carcajadas de mi y empezaron a hacer bromas sobre si los bogavantes me hablaban (el hombre que hablaba con los bogavantes) y me explicaban su periplo vital.

Con estos mimbres, me he animado a hacer un guiso de bogavante y pasta; como me queda algo de sentido común he tenido claro que conviene guisarlos juntos, pero no revueltos y que mejor si el crustáceo se toma primero, sin guarnición y, si queda hambre, se toma la pasta.

He comprado dos bogavantes pequeños, poco más de un kilo entre los dos. Los he abierto por la mitad, he reservado el juguillo que destilan al quebrarse. EN una cazuela grande he puesto un chorrito de aceite de oliva, cuando estaba bien caliente, casi humeante, he puesto los crustáceos a crepitar para que tomaran color rojizo, he añadido una pizca generosa de sal y un poco de pimienta molida dejando que se doraran un poco.

Los he sacado y reservado en una bandeja. Bajé el fuego y sobre los restos de hacer los bichos he picado en juliana dos cebollas hermosas, las he meneado bien para que se engrasaran. He comprado eneldo freso para aromatizar el sofrito.

Cuando la cebolla empezaba a atontarse, he añadido 300 gramos de tomatitos pequeños, son como los cherry, un poco más alargados y dulces, he visto a muchos italianos hacer las salsas con ellos. Dudé si añadir un poco de vino blanco, como iba con prisas al final he preferido hacerlos sin alcohol.

Con el fuego muy bajo he ido rehogando la cebolla y el tomate, sudaban bien, dejando una salsa que empezaba a espesar. Rectifiqué de sal, también de pimienta, le añadí el agüilla de los bogavantes y fui removiendo con mimo, dejando que fuera quebrándose la fina piel de los tomates.

Mientras tanto en una cazuela grande he puesto agua a hervir con sal, mucha agua porque quería cocer 700 gramos de tagliatelle. Mientras cocía la pasta he añadido a la salsa una sepia grande cortada en tiras finas, con las tripas de la sepia para darle sabor y textura a la salsa. Puse un momento los medios bogavantes para que terminaran de cocerse y añadir algo más de gusto a la salsa.

Antes de escurrir la pasta, he añadido un poco del agua de cocción a la salsa, he subido el fuego y después he puesto los tagliatelle en la salsa, he meneado bien, para que se mezclaran y le he puesto un poco más de eneldo fresco.

Puse los bogavantes en una bandeja a parte, secos, humeantes. Medio bicho por comensal.

Cuando terminaron de pelearse con el crustáceo llegó el momento de la pasta, bien empapada, sabrosa y ligera. Todos repetimos de salsa (no está el bolsillo para repetir de bogavante).

De postre un flan con una vela, así termina el día de mi 54 cumpleaños. Los niños ya en la cama y yo recuperando el ritmo del Diletante, intentando vislumbrar que traerá el futuro, si no ha llegado ya sin avisar.

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