Hoy he cumplido 54 años. No es un número
redondo, de los que exigen una celebración por todo lo alto, pero tiene su
encanto. Si los números tienen música, sin duda este 54 va acompañado de algún allegro
ma nom troppo propio de los números pares.
Dado que gran parte de la vida social
se desarrolla ahora en las redes, quiero agradecer a todos los que me han
felicitado por distintas vías virtuales colgando una receta.
Hace un par de días, para empezar la
celebración, me di una vuelta virtual por la galería Malborough, había visto
anunciada una exposición de Abraham Lacalle en Madrid, no podía acercarme y no
me quedó más remedio que navegar por la red. Había un cuadro que me gustó
especialmente, la siesta, pedí información, estaba vendido, de todos modos, el
bolsillo no me daba para este capricho, una pena.
Es difícil hacer predicciones, sobre
todo del futuro. Esta es una frase que atribuyen a un premio novel de física
danés. La cita me pareció divertida, especialmente para intentar ilustrar la inevitable
reflexión sobre el futuro que suele sobrevolar los aniversarios.
Es complicado hacer un pronóstico
sobre lo que será el futuro, depende de factores que son incontrolables, principalmente
la salud. A veces pensando en el futuro
va pasando el presente sin darse cuenta, eso tampoco parece conveniente. Por
eso prefiero hablar de futuros y no de futuro.
Para intentar metabolizar bien lo de
cumplir años me he escapado esta mañana a comprar unos bogavantes. Este verano,
en Iraklia, una isla de las Cícladas que tiene poco más de 180 habitantes,
vimos en la carta un guiso de pasta con bogavantes, los niños quisieron
probarlo, yo les dije (en plan padre de veraneo) que mejor esperar a llegar a casa
para estos platos. Al final se tomaron un plato de gambas con pasta que les
supo a gloria. Todo sabía a gloria en Iraklia, no es más sitio para perderse
entre la docena larga de casas, las tres playas a las que se accede a pie y la
cordillera en la que dicen que descansaba el gigante Polifemo (no es la primera
isla griega en la que cuenta la leyenda que vivía el hijo de Poseidón).
Recuerdo que aquel día, hace poco menos
de tres semanas, aunque parezca que está en el pasado remoto, les conté que los
restaurantes normalmente engañaban con este tipo de platos, pensados para los
turistas. Les dije que utilizan bogavantes congelados o canadiense y les expliqué
las diferencias entre un bogavante del Canadá y uno del mediterráneo. Los bogavantes
canadienses suelen se de caparazón más oscuro, tienen menos sabor (el agua es
muy fría y eso es malo para el marisco) y vienen muy trajinados, con las carnes
de las pinzas muy menguadas. Mis hijos se rieron a carcajadas de mi y empezaron
a hacer bromas sobre si los bogavantes me hablaban (el hombre que hablaba con
los bogavantes) y me explicaban su periplo vital.
Con estos mimbres, me he animado a
hacer un guiso de bogavante y pasta; como me queda algo de sentido común he
tenido claro que conviene guisarlos juntos, pero no revueltos y que mejor si el
crustáceo se toma primero, sin guarnición y, si queda hambre, se toma la pasta.
He comprado dos bogavantes pequeños,
poco más de un kilo entre los dos. Los he abierto por la mitad, he reservado el
juguillo que destilan al quebrarse. EN una cazuela grande he puesto un chorrito
de aceite de oliva, cuando estaba bien caliente, casi humeante, he puesto los crustáceos
a crepitar para que tomaran color rojizo, he añadido una pizca generosa de sal
y un poco de pimienta molida dejando que se doraran un poco.
Los he sacado y reservado en una
bandeja. Bajé el fuego y sobre los restos de hacer los bichos he picado en
juliana dos cebollas hermosas, las he meneado bien para que se engrasaran. He
comprado eneldo freso para aromatizar el sofrito.
Cuando la cebolla empezaba a
atontarse, he añadido 300 gramos de tomatitos pequeños, son como los cherry, un
poco más alargados y dulces, he visto a muchos italianos hacer las salsas con
ellos. Dudé si añadir un poco de vino blanco, como iba con prisas al final he
preferido hacerlos sin alcohol.
Con el fuego muy bajo he ido rehogando
la cebolla y el tomate, sudaban bien, dejando una salsa que empezaba a espesar.
Rectifiqué de sal, también de pimienta, le añadí el agüilla de los bogavantes y
fui removiendo con mimo, dejando que fuera quebrándose la fina piel de los
tomates.
Mientras tanto en una cazuela grande
he puesto agua a hervir con sal, mucha agua porque quería cocer 700 gramos de
tagliatelle. Mientras cocía la pasta he añadido a la salsa una sepia grande
cortada en tiras finas, con las tripas de la sepia para darle sabor y textura a
la salsa. Puse un momento los medios bogavantes para que terminaran de cocerse
y añadir algo más de gusto a la salsa.
Antes de escurrir la pasta, he añadido
un poco del agua de cocción a la salsa, he subido el fuego y después he puesto
los tagliatelle en la salsa, he meneado bien, para que se mezclaran y le he
puesto un poco más de eneldo fresco.
Puse los bogavantes en una bandeja a
parte, secos, humeantes. Medio bicho por comensal.
Cuando terminaron de pelearse con el
crustáceo llegó el momento de la pasta, bien empapada, sabrosa y ligera. Todos
repetimos de salsa (no está el bolsillo para repetir de bogavante).
De postre un flan con una vela, así
termina el día de mi 54 cumpleaños. Los niños ya en la cama y yo recuperando el
ritmo del Diletante, intentando vislumbrar que traerá el futuro, si no ha
llegado ya sin avisar.
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