Empecé a escribir
esta entrada el día 24 de marzo, con el fin de hacer una entrada prenavideña.
Con el ritmo cansino de las vacaciones, he dejado de este borrador se extienda
durante varios días, en los que he ido haciendo pequeñas modificaciones o
ajustes, como si fuera una pequeña labor de relojería sobre un texto no muy
inspirado.
Empecé escribiendo
que costaba mentalizarse de que es navidad cuando en la calle el termómetro
marca 18 grados y el sol invita a pasear en mangas de camisa. Mientras cocinaba
se han colado un par de moscas en la casa y han campado por las encimeras como
si se tratara del mes de septiembre. Llegado al día 27 el tiempo sigue igual de
cálido.
Hay que ser un
cretino o estar a sueldo de las grandes industrias para negar el cambio
climático, puede que, en poco tiempo, tengamos que preparar gazpachos y
ensaladas frescas para la cena de Nochebuena.
He bajado al
mercado a primera hora para comprar para la comida de mañana, toca en casa. Dan
un poco de fatiga las colas que se organizan en carnicerías y pescaderías,
aunque se nota que la economía sigue pocha, en los mostradores no hay casi nada
de marisco y los pescaderos no se arriesgan, según que piezas las traen solo
por riguroso encargo y a clientes de confianza.
Puede que nos
hayamos contagiado de la sensación de provisionalidad y desgobierno que invade
todo. Hay crisis que llevan al consumo alocado (así sucedió en los años veinte
del siglo pasado), pero en otras ocasiones las crisis lo que generan son dudas
e incertidumbre. Si la gente no está contenta prefiere no gastar.
Había encargado un
cochinillo para hacer al horno, una propuesta un poco “viejuna”, pero que gusta mucho en casa, sobre todo al pequeño, que
ataca al bicho como si no hubiera mañana.
Los responsables de
Spotify me han hecho una selección musical personalizada para estas navidades,
no sé muy bien en qué están pensando o qué imagen se han hecho de mí, porque
han elegido una versión del Perfect Day de Lou Reed cantada con Pavarotti, una
combinación surrealista. Muy poco navideña, aunque estas propuestas bizarras
terminan por tener su encanto de puro absurdas.
A un vecino se le
ha extraviado un loro muy viejo, con un alerón lesionado, que ha caído en la
terraza de casa; tengo a los niños de brigada de asistencia, dándole agua y
galletas al pobre pájaro, mientras quedamos pendientes de que desde alguna de
las casas contiguas reclamen al pobre animal, que pasea desesperado por un
terreno que no domina. Acaban de informarme que el loro no puede volar. Me temo
que va a pasar las navidades con nosotros.
Estoy preparando un
arroz con alitas de pollo y butifarra para comer, pretendo que no salga muy
pesado ya que esta noche empiezan los banquetes navideños, toda una prueba de
esfuerzo.
En el horno están
cuajando, al baño maría, unos pasteles de merluza y langostinos que llevaré a
casa de un amigo para celebrar San Esteban. Quiero preparar una salsa rosa para
acompañarlos, pero para la salsa tengo días por delante.
El Spotify,
caprichoso, me brinda ahora una versión en directo del Road To Nowhere de David
Bryne. No está nada mal, aunque abusa un poco del acordeón y hay pasajes que
parecen una charanga verbenera. En todo caso me alegra rencontrarme con los
Talking Heads.
Puede que cuando
termine de guisarse el arroz salgamos a la terraza a comer, para aprovechar la
espléndida tarde que quedará, cuando caiga el sol volverá el fresquito, pero
hay que aprovechar estas calmas de invierno.
En el periódico leo
un artículo sobre las cenas navideñas en el siglo XVI, el texto no vale gran
cosa, sin embargo, lo acompañan con algunos bodegones de interés, me han
gustado los de Tomás Hiepes (o Yepes), un pintor Valenciano del XVII que tiene
algún cuadro en el Museo del Prado.
En Istagram mis “influencers”
de referencia pretenden combinar vida sana con comidas navideñas, un sinDios
intentar hacer turrones bajos en caloría y zumos Detox para después del
atracón. Yo, para compensar tanta
filosofía de lo sano, preparé para navidad un cochinillo de 6 kilos al horno.
Quedó de maravilla, solo el animal, especias y manzana, robé la receta del blog
del Comidista (https://elcomidista.elpais.com/elcomidista/2016/12/06/receta/1481021510_313243.html).
Estos días van a
ritmo muy lento, tiene que ver con el tiempo de vacaciones, tempo lento, en el
que puedo tener abierto un archivo de world durante dos o tres días y a cambiar
mi idea inicial de pintura, dejando a Tomás Hiepes para cambiarlo por William
Merritt Chase, me ha dado una añoranza playera.
Iba a escribir
sobre la ensalada Waldorf, pero con el paso de las horas he cambiado de opinión
y me voy a liar con un risotto con el que llevo un par de días dándole vuelas.
Puede que mi propuesta de risotto sea un pecado capital, la navidad no es mala
época para pecar.
Tenemos un jamón de
jabugo en casa, un jamón bien graso y gustoso. No he podido evitar la tentación
de preparar un risotto, que puede que sea tomado como una aberración pagana.
Primero voy picado
una cebolla nueva, de las de Figueras, la picaré muy fina, casi como si fueran
briznas. También picaré una zanahoria que anda despistada por la cocina.
Cortaré unas lonchas
de la parte del tocino y encenderé el fuego, pondré una cacerola de pared alta
y dejaré que el tocino vaya deshaciéndose poco a poco, untando bien el fondo de
la cacerola.
Pondré la cebolla y
la zanahoria picada y empezaré a rehogarla con la grasa del jamón, añadiré 100
gramos de mantequilla y un chorro mínimo de aceite de oliva. Dejaré que se vaya
atontando la verdura a fuego muy lento. Le pondré una pizca de pimienta y un
poco de sal, sin pasarse. Quiero que el risotto deje un rastro notable a tocino
de jabugo.
Cuando la cebolla
esté transparente añadiré el arroz, 250 gramos de arroz carneroli y lo empaparé
bien en las grasas hasta que empiece a brillar (en términos gastronómicos ha de
quedar nacarado).
Añadiré medio vaso
de vermut seco y seguiré removiendo.
Tengo cociendo un
caldo suave de gallina que será el que me ayude a cocer el arroz. Fuego mínimo.
Removiendo con la cuchara de madera. Añadiendo caldo cada vez que lo pida el
arroz.
Cuando esté casi al
dente rallaré abundante queso Idiazábal curado. Terminaré de remover hasta que
quede todo amalgamado y brillante. Instantes antes de llevarlo a la mesa le pondré
unas virutas del jamón, no quiero que se cueza nada el jamón. Lo pondré una vez
apagado el fuego.
Lo llevaré a la
mesa y allí me lo comeré con mis hijos, que son bocas exigentes y me
confirmarán si el risotto de jabugo al idiazábal me condenará,
irremisiblemente, al infierno de los fogones, o puede convertirse en la receta
de las fiestas.
Todo un misterio
que desvelaré en Instagram, por eso de intentar convertirme yo también en un
influencer.
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