Uno de los sitios comunes en todas estas
semanas ha sido el furor pastelero que ha invadido a miles de personas durante
el confinamiento. Por lo visto el arte del amasado genera más endorfinas que
los ansiolíticos y sobreconsumir azúcar también ayuda a superar situaciones de
ansiedad. Por eso puede que en cientos de familia se espolvoree harina y se
batan huevos a cualquier hora del día, incluso a deshora. Uno se acuerda de la
receta de la abuela o, en mi caso, de la
divina Marquesa a altas horas de la mañana, por eso se han detectado puntas de
consumo de datos por internet a las 3 de la mañana y resulta curioso que los
españoles, a los que, por lo visto, nos cuesta mucho ponernos a trabajar, sin
embargo, nos encante estas semanas consultar los correos electrónicos del
trabajo casi al amanecer, puede que porque nos hayan cerrado los bares y no podamos
tomarnos ese café expreso, bien cargado, que nos ponía las pilas a primera hora
de la mañana. La nespreso tiene sus encantos, pero no tiene ese punto de
presión de los grandes armatostes de las cafeterías de toda la vida, aquellos
que parecen una locomotora a vapor que suelta un bufido hirviente cuando se
aprieta el botón.
Hemos conseguido vivir en presente continuo,
un tiempo verbal que yo estaba casi seguro de que no existía. He dedicado
algunos esfuerzos, vanos, en intentar convencer a mis hijos de que el presente,
por importante que sea, en realidad no existe. O se convierte en pasado casi
inmediato, o se proyecta a un futuro cercano.
Mis hijos se ríen y piensan que hace años
que me volví loco en mi batalla con los tiempos verbales.
Menos mal que la televisión ha terminado
por darme la razón, no porque las cadenas generalistas estén instaladas en el
día de la marmota, que lo están, sino porque hemos terminado de ver una serie
que nos ha trastocado por completo nuestro sentido del tiempo y ahora empezamos
a ver otra serie que volverá a alterarnos nuestra relación con el tiempo.
La primera de las series es This Is Us (así
somos), una comedia con filamentos dramáticos que cuenta la historia de una
familia media norteamericana, la historia de tres hermanos gemelos, ma nom
troppo. Es divertida porque la historia empieza a principios de los años
setenta, cuando la madre de los protagonistas se pone de parto. Cuando pensábamos
que íbamos a ver una historia nostálgica, la serie da un salto y se coloca en
el presente actual, de modo que nos cuenta cómo es la vida de los hermanos
treinta y siete años después.
A partir de esos dos hitos, los años
setenta y la actualidad, la serie va hilvanando saltos al pasado, al distinto
pasado de cada personaje principal, también de algún secundario, hasta
colocarnos en la Guerra del Vietnam, también en los años cincuenta y desde allí
abrir un abanico que pensábamos que sería de setenta años y que,
sorprendentemente, se ha ampliado ya que en la tercera temporada hemos empezado
a vislumbrar como es el futuro de los personajes, que aparecen en algunas
escenas sueltas como personas cercanas a la vejez, de manera que podemos ver, a
saltos, la vida de 4 generaciones de Pearsons, desde 1950 a 2050, en un salto
permanente en el que el presente se diluye porque confundimos nuestro presente
con el del narrador, que se ha puesto, de repente a mediados del siglo XXI,
para recontarnos desde allí las historias familiares. Es divertido porque la
versión a la que nos enganchado está doblada al mexicano, lo que hace que cada
frase, casa giro, se convierta en un misterio en si mismo (así las cosas,
desempacamos, hacemos panqueques, manejamos los autos y esperamos a que llegue
la noche en la que jueguen el Super Tazón, porque así llaman a la Super Bowl).
Ten desconcertados y enganchados estamos
que mi hijo pequeño me pregunta cuál es el tiempo en el que discurre la serie,
y no sé que decirle, más allá de mi cantinela sobre la fragilidad del presente.
Terminada la tercera temporada y a la
espera de que estrenen la cuarta, que todavía no está disponible en España,
ayer empezamos a ver Timeless, la versión americana del Ministerio del Tiempo,
otra serie sobre la buena o mala relación de las personas con el tiempo.
Boccaccio cierta la quinta jornada de su
confinamiento con una divertida novelilla de enredo, de nuevo sobre
infidelidades. Esta vez una joven esposa que no es atendida debidamente por su
esposo, busca un amante ocasional que le dé calor, con la mala fortuna de ser
descubierto el amante. Tras algunas trastadas, terminan pasando los tres juntos
la noche y el joven amante se despierta al día siguiente con la impresión de
haber estado más atento a los deseos del marido, que a los de la esposa a la
que inicialmente debía cortejar. Boccaccio, que hasta ahora no había
introducido casi ninguna historieta de sesgo homosexual, acepta en este relato
el juego de las ambigüedades.
Con el ánimo de separarme del furor
repostero que invade a los españoles, me animo con la receta del Suflé de
chocolate. De las dos propuesta de la Divina Marquesa me quedo con la que
denomina superior.
Un suflé para 6 personas necesita 100
gramos de chocolate fondant (por lo menos al 70% de cacao, aunque en tiempos de
la marquesa no se establecían distinciones), 4 decílitros de leche (dos vasos,
poco menos de medio litro), 60 gramos de azúcar, 3 yemas de huevo, 5 claras, 20
gramos de mantequilla, 25 gramos de harina de arroz, 2 cucharadas de azúcar glas
y una vaina de vainilla.
Se reservan 3 cucharadas de leche y se
cuece el resto, hasta reducirla a la mitad (si no se quiere tanto lio basta con
poner un cuarto de litro de leche evaporada – ideal -). Se añade el azúcar y la
vainilla.
Se ralla el chocolate y se pone a derretir
con una cucharada de agua tibia, a fuego muy moderado, moviéndolo con una
cuchara de madera. Cuando se haya deshecho el chocolate, se añade la leche
azucarada y avainillada.
Se diluye la harina de arroz en las tres
cucharadas de leche fría que hemos reservado y se vierte sobre el chocolate,
sin dejar de remover, dejándolo en el fuego hasta que rompa a hervir.
Se corta la mantequilla en dados y se
mezcla con el chocolate. Hay que esperar a que la mezcla quede tibia para dar
los siguientes pasos.
Mientras tantos se engrasa el recipiente en
el que se va a terminar de hacer el suflé (tiene que ir al horno).
Se baten las claras a punto de nieve. Han
de quedar muy firmes. Casi al final se añade una cucharada de azúcar glas y se
siguen batiendo.
Es el momento de añadir las yemas al
chocolate, después las claras, cuidando que no bajen mucho.
Se vierte todo en el recipiente engrasado,
que ha de ser amplio porque el suflé ha de hincharse.
Se enciende el horno a temperatura moderada
(140º). En un cuarto de hora largo (17 minutos) el suflé habrá subido y se resquebrajará
ligeramente su copa.
Se espolvorea un poco de azúcar en polvo y
se lleva corriendo a la mesa (ideal para comer con una bola de helado de vainilla,
o de nueces de macadamia, con su punto de sal).
Hopper nos recuerda que pronto abrirán las
tiendas.
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