Mostrando entradas con la etiqueta Foie. Mostrar todas las entradas
Mostrando entradas con la etiqueta Foie. Mostrar todas las entradas

martes, 31 de julio de 2012

CAP.CLXVII.- Foie en papillote de hoja de higuera presocrática.


Incluso para el viajero más frívolo que se embarque por las islas griegas le resultará inevitable dedicar unos minutos a la mitología y la tremenda influencia de aquella cultura en nuestra forma de ser y de pensar.

Incluso en los cruceros más borregueros sobre todo cuando se ven las islas desde el mar uno entiende las aventuras y desventuras de dioses contra hombres, desplazarse de una isla a otra, algo que ahora parece una tontería, se podía convertir en la tarea de un héroe, del mismo modo que apenas en un istmo de distancia pudiera haber un universo de diferencias – quien conozca mallorquines y menorquines sabrá de qué estoy hablando.

Por suerte ese influjo presocrático desaparece en cuanto se pisa tierra y uno se da cuenta de que el adocenamiento del mundo mundial hace que un paseo por una playa en Mikonos pueda no distar mucho de ese mismo paseo en Benidorm.

A cuarenta grados a la sombra y con los niños buscando una heladería es complicado encontrar una higuera que permita evocar a Aristóteles perorando. Nunca fui una persona dotada para la filosofía, lo intenté con Marx y con Hegel, dediqué hora a Kant y a algún otro alemán de apellido impronunciable, incluso Ortega y Aranguren me resultaban fatigosos; solo Witgestein y su Tractatus me dieron un poco de paz intelectual, más que nada porque la última de sus frases, disciplinadamente numeradas, era tan sencilla y, a la vez, tan compleja como la de “de lo que no se puede hablar es mejor callarse”. En muchos sentidos soy deudor estético del Tractatus, aunque en mi evolución intelectual la ficción ha terminado imponiéndose a la sesuda disciplina de la filosofía.

Pese a mi extrema flojera intelectual he de decir que me gustaría poder dar con la higuera de Aristóteles para ser capaz de decir: Aristóteles estaba convencido de que esta higuera que contemplo desde mi ventana no es una higuera primordialmente por su pertenencia al género universal de las higueras (o -mejor aún- de "la higuera"), sino porque su constitución y funciones específicas e individuales son las de una higuera, y no las de una cabra, una nube o un  trozo de feldespato. Aristóteles insiste  una y otra vez en que resulta absurdo que para explicar lo más propio y profundo de un ser de la naturaleza se recurra a algo que propiamente no es este ser (=la Idea universal o genérica).

No poder descifrar la angustia vital de Kierkegard, no me impide abordar con idéntico rigor recetas imposibles, como las de Alain Ducasse, que cocina un filete de foie-gras de pato de las landas en hojas de una higuera que solo estaría a la altura del cocinero si fuera la higuera que albergó a Aristóteles y a sus seguidores.

Dispondremos de un filete de foie, voy a traicionar a Ducasse y voy a utilizar el de Imperia, sazonándolo con sal fina; hay que hornear el filete con una sartén, poner el horno a 200º y dorar la pieza por las dos caras. Si el horno funciona bien el dorado se hace en pocos minutos, luego hay que pasarlo a una bandeja de pyrex, subir el horno a 220º grados – a tope, vamos -, envolverlo en hojas de la higuera mitológica, engrasadas con la grasa de pato; se improvisa así un papillote – una cocotte – que permitirá terminar de hacer el foie en 7 minutos. Una pizca de sal maldon y un poquito de pimienta – una mignonnette en la terminología de Ducasse – dejarán el filete a punto.

El siguiente paso es una mezcla de pimientas molidas a mano en un mortero: 15 gramos de pimienta negra de Sarawak, 5 gramos de pimienta larga, 2 de Sichuan y dos más de pimienta de Java – solo el recorrido de la pimienta es casi una vuelta al mundo.

El tercer paso es una salsa de higos “acidulada” que parte de un caldo de pato hecho con los cuellos de un pato – de las landas of course -, que hay que sofreírlo en una cazuela a fuego suave para que se caramelice y se desgrase. Cuando empiece a sudar se añade un diente de ajo en láminas, y una chalota también picada, el fuego sigue suave, no pueden tostarse los vegetales. Se cortan 3 higos en cuartos, un poco de cáscara de naranja y otro poco de cáscara de un limón de Mentón; cuando se traben las cáscaras con elsofrito se añade el zumo de una naranja y el del limón de mentón, un chorrito de vinagre de jerez y otro de oporto – si el oporto se reduce antes mejor, la receta indica que son 30 cl de oporto y 5 de vinagre de jerez. Un cuarto de litro de caldo de pato completa el inicio de la salsa.

Cuando haya dado un hervor de 20/25 minutos se retira, se desgrasa y se limpia de impurezas. Ya purificado el caldo se incorpora una hoja de higuera, 15 granos de pimienta negra, 2 gramos de Sichuan, 3 bayas de cardamomo, una pizca de pimiento de Espelete y la mezcla de pimientas que pasamos por el mortero.

Todo ha de cocer a fuego lento hasta conseguir la consistencia de un jarabe. Hay que probar el mejunje para saber si falta sal, rectificar el especiado e incluso la acidulez, que puede aplacarse con un chorrito de agua. El objetivo es encontrar el equilibrio de sabores. Se tamiza la salsa con un paño limpio y se reserva.

El plato termina con unos nabos de rama estofados en mantequilla – 30 gramos – y un vasito de caldo de ave. Estofados los nabos y cortados en rodajas se terminan de glasear con la salsa acida.

El plato va a la mesa con el filete de foie encerrado en su cocotte de hojas de parra, al abrirlo  se le añade la salsa acidulada y los nabos laminados. Se salpimenta el foie al llevarlo a la mesa y se acompaña cada plato con un higo fresco abierto en cuartos con un poquito de sal y un hilo de aceite de oliva.

A partir de un proceso de preparación tan snob, cada uno que tome de la receta lo que más le guste y con los ingredientes más caseros que intente emular al gran y distante Ducasse.

Mientras tanto Aristoteles y Platón pasean, de la mano de Rafael Sanzio, envueltos en túnicas. Yo, con este calor abandono el capricho de encontrar la higuera que me devuelta el candor por la filosofía y corro al txiringuito a conseguir una cerveza.

miércoles, 2 de noviembre de 2011

CAP.LXXVIII.- Los retos imposibles del diletante.

A los cocinillas en ocasiones no empeñamos en cocinar platos, hacer recetas que han sido ya bordadas por la industria, sin embargo nos enredamos consultando recetarios imposibles de los cocineros más puristas con el fin de emular lo que se ha conseguido ya con un simple proceso industrial. Seguramente este es uno de los rasgos definidores de los diletantes en la cocina, la cabezonería.
Seguramente si se examinara con perspectiva el contenido de los casi 80 capítulos del blog se podría llegar a la conclusión de que una de mis obsesiones es el pato en todas sus facetas. Casi con el arranque de esta bitácora tuve la oportunidad de comentar las virtudes de los conserveros genoreses - gironinos - en todo lo que tiene que ver con el pato y con la oca. De entre todas mi preferida es la marca Imperia - www.imperia.es -, que conozco y frecuento desde hace muchos años. Hace unos días tuve la oportunidad de probar el poché micuit, una de las joyas de la corona.
Animado por un amigo llevo varios días intentando dar con una receta sencilla que me permita hacer un foie micuit. Empiezo pidiéndole prestado un cuadro a Claude Monet, amante de la naturaleza y de la buena mesa seguro que no le importará que le dé salida a las ocas que pintó nadando tranquilamente cerca de Giverny.
Extiendo sobre la mesa varios libros de cocina, a la derecha los franceses Bocuse y Ducasse, a la izquierda los españoles Parabere y Medina. Es importante saber lo que queremos hacer dado que con el hígado de una oca es posible realizar distintos preparados, de todos ellos parece que el más delicado es el micuit, una semiconserva de hígado de pato o de oca bien cebada que se ha de cocer poco más de una hora - 75 minutos - a una temperatura que no supere los 85º en su corazón.
Los grandes cocineros centran sus advertencias en la elección del mejor de los hígados posible, así como el modo de reconocerlo. Tengo debilidad por Bocuse, suele ser muy preciso en sus descripciones, o puede que sea su traductora Janine Muls. "Aconsejamos apartar los dos lóbulos y comprobar el estado de esa parte interna. Hay que rechazar taxativamente todo hígado que no presente un color netamente rosado y aquellos que estén estriados de mínúsculos vasos sanguíneos negruzcos. Para poder emitir un criterio seguro sobre la calidad del hígado, retirar con la punta de un cuchillo del interior de uno de los lóbulos una pequeña porción de hígado, del tamaño de un guisante. Amasarla entre las yemas del índice y del pulgar; se ablandará con el calor de los dedor o bien permanecerá untuosa y homogénea o bien, tornándose aceitosa se disociará". El hígado correcto es el que pertenece untuoso y homogénea.
Para limpiar bien el hígado hay que utilizar un cuchillo de punta afilada, retirando delicadamente las pieles y los filamentos negruzcos. Cuidado con la bolsita de hiel, hay que retirarla sin que se abra, eliminando las zonas más próximas a la bolsita, que suelen tener un color un poco amarillo, el contacto de la delicada carne del hígado con la hiel amarga y puede malograr el plato.
Para estas maniobras es preferible que el hígado esté frio, sin congelar, eso permitirá manipularlo mejor, retirando las venitas y los nervios. Conviene terminar el proceso lavar los lóbulos con agua tibia y secarlos con un paño.
Donde se observan las mayores discrepancias en el proceso de macerado y en el tiempo que ha de estar en maceración; ahí dependen los gustos, Bocuse utiliza lascas de trufa cruda, una copa de coñac y sal especiada, haciendo unas pequeñas incisiones en la superficie del hígado para colocar la trufa. Lo deja macerando dos horas envuelto en un redaño de cerdo.
Siento apartarme de Bocuse y decidirme por un macerado más prolongado - hay libros que nos llevan hasta las 12 horas (Ducasse) aunque puede que con seis quede más que macerado -, sin trufa, tengo confianza plena en el hígado que he comprado. Salpimento la pieza con sal maldon y pimienta negra recien molida, mojo un paño limpio con una copa de coñac y envuelvo con el paño húmedo el hígado. Lo conservo en un tupper hermético, remojando el paño cada dos o tres horas con un poco mas de coñac.
Se saca el hígado macerado del tapper y toca la cocción. Medina lo hace colocando los lóbulos en recipientes de cristal, colocándolo con cuidado hasta que quede cubierta toda la superficie, incluso recomienda poner un peso encima del recimiente para que el hígado quede al nivel de la tarrina. Se tapa y se hornea al baño maría durante 40 minutos con el horno a 180º.
Ducasse y la Marquesa de Parabere cuecen los lóbulos en grasa clarificada de oca, que llevan primero a 100 grados, la espuman y descienden la temperatura a 75º para sumergir los lóbulos boca abajo, cubierto en la grasa, a una temperatura constante que no debe superar los 70º/80º. La grasa se puede sustituir por un caldo de ave e incluso añadirle un par de copichuelas de vino o de oloroso.
Pasados los primeros 10 minutos se le dan la vuelta a los lóbulos con una espumadera - ojo porque es una fase delicada ya que puede quebrarse la pieza -; por el otro lado ha de estar otros 15 minutos.
Ducasse le aplica una cocción corta - 25 minutos -, la Marquesa se va a los sesenta minutos; creo que el tiempo de cocción dependerá del tamaño de las piezas, si los lóbulos superan los 400 gramos cada uno habrá que irse por encima de los 40 minutos, si son pequeños mejor no superar los 30 minutos.
Solventadas las dudas existenciales sobre el tiempo de cocción, hay que dejar que los lobulos se escurran sobre una rejilla o una placa perforada, un par de horas, dándole vueltas a las piezas cocidas cada 20/30 minutos con el fin de que no se deformen mucho. La grasa del escurrido se conserva.
Para darle la forma final hay cocineros que utilizan las tarrinas de cristal, colocando la pieza o lóbulo con cierta presión, aunque sin quebrarlo, cubriendo con la grasa escurrida hasta que quede lleno el recipiente. Otros cocineros prefieren usar el papel film, en este caso hay que elegir uno que sea un poco más consistente para evitar que supure.
El proceso termina con el enfriado final de la pieza una vez en su envase, enfriado que tendrá que ser en cámara fria, no en congelador; si va a la nevera mejor colocarlo en la parte menos fria. Ahí tendrá que reposar al menos 24 horas antes de servirse. Conviene dejarlo a temperatura ambiente media hora antes de consumir.
Creo que con estas indicaciones mi amigo tendrá muchas más dudas que certezas, aunque espero que alguna luz de haya dado.
Puesto que estoy decidido a traicionar a los franceses recomiento tomar el micuit con una copa de cava catalán, el Gramona Celler Batlle Gran Reserva 1999, a juicio de los entendidos - le he robado la nota de cata a un bloguero elegante que se hace llamar un catalán muy fino (http://catalanmuyfino.blogspot.com/) - podría competir con los champanes franceses.
Si falla la receta siempre queda la opción de acudir a Imperia.
Terminada la maceración se colocan los lóbulos en unas tarrinas de cristal