Visita relámpago a Madrid, con un amigo; le
llevé a comer a Sacha, no lo conocía. En el comedor me encontré con dos
conocidos, gente con la que de uno u otro modo había tenido relación más o
menos intensa. Nos dimos grandes abrazos, con ruidosas palmadas en la espalda.
Mi amigo dice que él no sabe abrazar con la intensidad con la que abrazan los
madrileños, abrazos contundentes, que trasladan la fortaleza de quien los da y
los recibe. Durante un instante parece que los cuerpos no se vayan a separar
que queden adheridos durante la eternidad de ese instante, aunque luego pasen
otros diez años hasta que volvamos a coincidir casualmente.
Dar un abrazo es un ejercicio de prestidigitación
es el que no siempre es fácil colocar correctamente las manos: sobre el hombro,
bajo las axilas, cruzándolas por la espalda, apretando ligeramente el
antebrazo, golpeando cariñosamente la nuca como si se tratara de un chaval,
abrazos dados con una sola mano, casi con ligerezas; otros dados aproximando
cuellos y carrillos, más intensos que besos sin labios.
En ese ritual no tiene que haber un verdadero
afecto, sino una ceremonia de sorpresa, de alegría, de respeto, de poderío. He
de reconocer que mis abrazos no fueron ni mucho menos espontáneos, desde que
identifiqué a los conocidos hasta que fui a saludarles pasaron bien bien diez
minutos, tiempo suficiente para planificar el abrazo, atacando siempre por la
espalda, provocando el contacto físico antes de arrancar a hablar, es cuestión
de décimas de segundo para provocar un suave efecto sorpresa.
Me siento cómodo cuando abrazo en Madrid,
en Barcelona sería impensable, salvo en supuestos de gran intimidad con el
abrazado. En Barcelona se estila más el gesto de llevar la mano al antebrazo.
Al acceder a un círculo de 4 o 5 personas se pueden modular los saludos y
graduar así el grado de confianza o de respeto.
No hay nada más sobrecogedor que ver a los
italianos abrazarse, incluso besarse, son mucho más intensos incluso de los
propios madrileños. Dicen que los grandes capos de la mafia suelen utilizar el
saludo como un mecanismo para marcar a sus víctimas, el sicario sabe que aquel
que ha recibido un saludo más afectuoso tiene que ser liquidado.
Yo, sin llegar a la sofisticación de los
italianos, la verdad es que siempre intento saludar primero a quien me resulta
más incómodo haberme encontrado, no es sino una manera de ir cumpliendo
obligaciones. Si el primer saludo es el que te resulta más desagradable, el que
te pesa más, a partir de ese instante todo lo que pueda venir será para
mejorar.
El paso por Sacha fue un buen ejercicio de
saludos y abrazos, al entrar y al salir. Madrid sigue siendo un territorio
galdosiano, la crisis ha acentuado muchos de los vicios y virtudes de la ciudad.
Los vividores siguen pavoneándose y paseando castellana arriba y abajo como si
el mundo no se estuviera hundiendo. Hay que tener un gran talento para poder
ser un vividor con la que está cayendo.
Los cielos de Madrid siguen siendo limpios,
los atardeceres del arranque de verano luminosos.
Aprovecho las escapadas para leer un librito
que podría considerarse terrorífico, es el dietario que Josep Pla escribió
durante los meses que estuvo de corresponsal en Madrid en 1921. Han pasado casi
cien años y las tensiones y estereotipos de una y otra ciudad, las relaciones
entre madrileños y catalanes sigue siendo la misma. Es espeluznante comprobar
que un siglo después casi nada ha cambiado.
Pla, que era un vividor y un aspirante a
Galdós pero en baguete, retrató y se retrató de modo divertido, en apariencia
frívolo, lleno de pequeñas y de grandes mezquindades, merece la pena leer con
detenimiento las páginas que dedica a los funcionarios y a su actividad.
Encontramos en Sacha, además de un mar de
abrazos y una sinfonías de improvisadas palmetadas en la espalda, una receta
que define a la perfección el espíritu del Madrid voraz de principios del siglo
XXI, una mezcla de vividores, supervivientes y funcionarios paseando con cierta
alegría por el filo de lo que puede ser el fin del mundo, de nuestro mundo.
Sacha tiene en su carta, por lo visto desde
hace años, una falsa lasaña de centolla, un plato que ya desde su nombre recoge
muchos trampojos porque uno no sabe si es falsa porque no se traba con besamel,
falsa porque probablemente no sea una pasta tradicional la que lamina las
capas, falsa porque no es una lasaña sino una pasta rellena, falsa porque la
carne de centolla se mezcla con huevas de erizo en un porcentaje casi imperceptible,
aderezada con unas gotas de lima, una pizca de guindilla y ajo, aceite
arbequina y escamas de sal maldón.
Revisando algunos blogs de cocina, alguno
de ellos ya con años a su espalda, reseñan el Sacha y fabulan con una de sus
recetas estrella. El primero de los misterios sin resolver tiene que ver con la
pasta, al final las fuentes consultadas se decantan por considerar que la masa
de la lasaña es en realidad filo de arroz japonés, la pasta wen tung que es
extremadamente fina y delicada.
Un bloguero consultado, bastante perrete,
puestos a hacer un ejercicio de falsedad ha decidido hacer el relleno utilizando
una lata de txangurro y otra de caviar de oricios.
Aunque yo soy de natural perrete al final
creo que la ocasión es estupenda para revisar la receta del txangurro,
aprovechando las falsedades aprendidas en Sacha. La base de la lasaña son dos
obleas de pasta filo de arroz, para que la base no se pegue al plato conviene
engrasarlo un poquito con aceite.
Para hacer el txangurro se necesita una
centolla – los vascos consideran que las mejores son las hembras, sus razones
tendrán -. Se pone una cazuela con agua abundante con dos puerros, dos
zanahorias cortadas a rodajas, media cebolla, una pizca de sal, otra de
pimienta. Cuando rompa el agua a hervir se sumerge la cebolla y se deja durante
20 minutos hirviendo alegre.
Una vez cocida y después de dejar templar
la pieza durante unos minutos, se abre el caparazón con cuidado y se retira la
carne, huevas y partes blandas del interior, más la carne que pueda sacare de
las pata. Se desmenuza con las manos cuidando de que no haya restos duros del
caparazón y de las patas.
Se pone una sartén con un chorrito de
aceite y 50 gramos de mantequilla. Se calienta a fuego mínimo con un diente de
ajo que una vez se haya dorado se tiene que retirar.
Se pican dos puerros y media cebolla (distintos
de los que han servido para hervir la centolla), se rehogan con suavidad hasta
que la cebolla quede transparente. Se añade una cucharada sopera de tomate
frito y se deja cocer durante unos minutos sin dejar de remover.
Cuando el tomate está bien integrado en el
sofrito se incorpora la carne de la centolla, una copita de jerez seco y otra
de coñac, un poquito del caldo de la cocción y se sigue removiendo para que
vaya tomando cuerpo.
Como vamos a utilizar el txangurro como
relleno de la pasta no debe quedar muy líquido, por eso puede ser útil poner un
par de cucharadas de crema de leche, o de nata para cocinar, que termine de trabar
el guiso salpimentándolo.
Se apaga el fuego y se ralla un poco de
cáscara de limón o de lima sobre la farsa, removiéndolo con un cucharón de
madera. Después dos cucharadas de postre de paté de oricios (huevas de
oricios).
Hecha la farsa se coloca una cucharada generosa
sobre la lámina de la pasta filo, se cubre con otra lámina filo, se da brillo
al plato con un chorro generoso de un buen aceite de oliva, unos aritos de
guindilla, una pizca de cebollino fresco y una chip de ajo frito.
Puestos a evocar a Pla y a los catalanes
que se han atrevido a colonizar Madrid propongo un cuadro de Santiago Rusiñol,
la imagen un restaurante de finales del XIX. Hubo un tiempo en el que Madrid
aspiraba a imitar a París.
Si que en Madrid somos demasiado efusivos al dar un abrazo, pero yo noto mucho cuando son de verdad y cuando fingidos, en este último caso me limito al par de besos de rigor y la mirada dice mucho lo mismo la expresión de la cara, pero a lo que vamos, la lasaña tiene que esta de rechupete y el cuadro precioso. Jubi
ResponderEliminarHola Dile, interesante tu desertación sobre los abrazos.
ResponderEliminarSimpre he creido que el abrazo es algo de mucho afecto. Cada circunstancia de la vida debería marcar su momento; eso además podría también incluir los besos. La tristeza o de alegría, según el acontecimento de que se trate y la confianza que se tenga, debe transmitirse en ese intercambio de afecto.
Por lo que a mí respecta, eso es lo que intento proporcionar y también lo que me gusta recibir.
Lo que me parece curioso es que las mujeres, entre ellas y los hombres con las mujeres se den besos en el saludo sin más, inclusive sin conocerse de nada.
También en muchos casos, veo que algunas mujeres, giran sus labios para no rozar la mejilla de la otra y digo de la otra, porque lo suelen hacer cuando besan a otra mujer, eso es feo, rídiculo y denota una verdadera falsedad en el saludo y los sentimientos, que no tienen porqué exitir,claro, pues ni se conocen; para hacer eso es mejor no besarse, que creo sería lo lógico.
Lo que me resulta verdaderamente tonto es cuando los hombres se dan la mando con una ligera palmadita en la espalda de complicidad, es como una especie de parternalismo que suele hacer el Rey y también algunos políticos y los señores encorbatados, como llamas tú.
Supongo que a cada uno le gusta lo suyo. Me parece bien cuando los hombres se dan, además del abrazo, un beso en el saludo porque hay confianza y afecto entre ellos y veo su parte sensible, la que casi no dejan ver nunca.
Me gusta que cites a Galdós, describe maravillosamente la sociedad madrileña y me encanta. A Pla, lo encuento machista y neurótico, sólo es una opinión.
Precio el cuadro de Rusiñol.
Como simpre, tus diletantes recetas, te elevan a Diletante en la Cocina, pero déjame decirte que tus aventuras y desventuras hacen al blog entrañable y entretenido
Empieza el verano,
Ensalada de verano.
Deliciosos abrazos. Un fuerte abrazo Diletante.
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