Ante la imposibilidad de dar una solución
rápida a los problemas reales que nos angustian todos los días el mundo parece
estar dividido entre dos “grandes” debates que son de compleja respuesta, el
primero se refiere al riesgo de que este año no haya verano efectivo, el
segundo tiene que ver con el origen del cáncer de Michael Douglas.
Cualquiera de estas dos grandes dudas
universales no dejarían de ser una frivolidad si no fuera porque la mayor parte
de la prensa, incluso la más sesuda, está dedicando artículos, comentarios y
referencias con el fin de introducir algún elemento científico en lo que no
pasan de ser chascarrillos para comentar a la hora del café.
En tanto en cuanto no llega la solución
definitiva a todas estas cuestiones lo cierto es que al levantarme cada mañana
observo el cielo para buscar una señal que me indique la ropa que habré de
meter en la maleta de cara a las vacaciones. Por otra parte me asaltan serias
dudas respecto de los riesgos asumidos por el pobre Sr. Douglas con sus hábitos
sexuales y si esos mismos riesgos los podría haber tenido la Sra. Douglas en el
caso de que sus aficiones gustativas hubieran seguido los derroteros de su
lenguaraz marido.
Ante tamañas dudas no creo conveniente que
en este amanecer diletante haya de introducir mayores factores de incertidumbre
en el lector de ahí que haya decidido indagar sobre lo que podría considerarse
un tema menor referido a los secretos de la salsa de tomate, en el caso de que
la salsa de tomate pudiera tener algún secreto.
Revisando el sumario de los más de
doscientos capítulos del diletante en la cocina que pese a que los tomates
suelen ser un ingrediente habitual, casi tanto como la cebolla, sin embargo no
recuerdo una entrada exclusiva para la salsa de tomate.
Probablemente una cocinera/ro experta/to
habrá preparado un millón de veces la salsa en cuestión y en cada ocasión el
preparado incluirá una variable que habrá determinado que difícilmente dos
salsas puedan considerarse idénticas, incluso cuando las hace un mismo
cocinero. La solución parece sencilla, basta con utilizar una salsa de tomate
de las que venden en bote en los supermercados y así evitar riesgos
innecesarios.
Hay tal variedad de salsas de tomate en las
tiendas que puede que empeñarse en hacerla en casa se convierta en una frivolidad
ya que hay marcas que preparan salsas muy sabrosas; además partiendo de una salsa
de tomate industrial se puede practicar el tunning y añadiendo unas pocas
especias conseguir tunear la salsa y personalizarla como si se hubiera hecho al
amor de la lumbre.
Por lo tanto partimos de la base de que
preparar una auténtica salsa de tomate puede ser en realidad una pérdida de
tiempo.
Entada esta primera afirmación y como uno
de los objetivos de la diletancia es la de la pérdida consciente y sistemática
del tiempo delante de los libros y de los fogones empecemos primero por las
bases científicas que permiten enfrentarse a una verdadera salsa de tomate,
bases científicas que nos permitirán saber qué características principales
podría tener nuestra salsa en función de la temperatura, tiempo de cocción,
porcentaje de agua de los tomates … Como no podría ser de otro modo el punto de
partida de esta aproximación científica ha de encontrarse en el McGee
advirtiendo que dos tercios de los sólidos de los tomates son azúcares con sabor
y ácidos orgánicos, el 20% son hidratos de carbono con algo de poder espesante
ya que a su vez esos hidratos contienen un 10% de celulosa, un 5% de pectina y
un 5% de hemicelulosas.
Estos datos no deberían cambiar gran cosa
nuestra relación con el tomate, pero lo cierto es que convierten este fruto en
una pequeña central química.
El proceso de cocción del tomate tiene por
objeto reducir hasta en cinco veces el porcentaje de líquido que tiene el fruto
crudo, concentrando así el sabor y el color.
La primera de las afirmaciones de McGee es
que si se prepara la salsa de tomate a una temperatura que no supere los 80º
grados el proceso por el cual las enzimas del tomate rompe las moléculas de
pectina y de celulosa garantiza que la salsa sea mucho más espesa, por lo tanto
hay que someter al tomate a cocciones lentas y a muy baja temperatura. Si se
aplica más calor obsesionados por las prisas la salsa será más ligera.
Las temperaturas más altas permiten que la
evaporación del líquido sea más rápida pero el proceso de espesado se frustra
entre otras cosa porque las moléculas de pectina y de celulosa se rompen,
dificultando con ello el efecto de las enzimas ya que el fuerte calor las
desnaturaliza e inactiva. Misterios del universo.
Descendiendo al mundo de los mortales lo
primero que se debe advertir es que los recetarios consultados no dan
referencias precisas sobre el tipo de tomate que se ha de utilizar. En las
casas se habitual acudir al famoso tomate pera, que tiene menos pepitas y más
carne. Yo he visto recetas, sobre todo italianas, en las que la salsa se hace
con tomates pequeñitos, de un tamaño ligeramente superior a los tomates cherry –
cuando daño ha hecho el cherry al mundo del tomate, por dios -, más rojos y
dulces.
Un lugar común en este extraño mundo del
tomateo es el referido a que la buena salsa de tomate se hace pelando
previamente los tomates y despepitándolos. Las dos operaciones son trabajosas
pero tienen cierto sentido. Lo de despepitar el tomate tiene mucho que ver con
el sabor de las pepitas, sobre todo en los tomates maduros. Cuanto más maduro
esté el tomate más amarga la pepita, de modo que eliminando las pepitas se eliminan
algunos sabores bizarros que frustrarían nuestra búsqueda de la salsa de tomate
perfecta.
Respecto de los pellejos del tomate yo he
de confesar que no siempre los pelo y que utilizo una técnica bastante eficaz
que es la de partir los tomates por mitades y añadirlos al sofrito con la
paciencia de que a medida que toman temperatura la piel termina
desprendiéndose, por lo que basta esperar e ir extrayendo los pellejos con unas
pinzas.
Sea cual sea el tipo de tomate que se use
creo que hay una ecuación infalible, cuanto más maduro más azúcares por lo
tanto la elección del fruto y su grado de madurez estará directamente vinculada
al dulzor y a la acidez con la que queramos que salsa la salsa.
De las distintas recetas de salsa de tomate
que es consultado mientras amanecía la que me merece mayores respectos es la
del Sr. Bocuse.
Bocuse aconseja utilizar un kilo y medio de
tomates bien maduros, teniendo en cuenta que hay que pelarlos y despepitarlos
yo ya respecto de la primera indicación introduzco la variable de recomendar
que sean dos los kilos de tomate a utilizar manteniendo mi fe en los de pera, siempre
y cuando no hayan sido sometidos a la tortura de la cámara fría.
El Sr. Bocuse, que es un tipo elegante,
arranca la receta proponiendo que hagamos una mirepoix compuesta por 50 gramos
de tocino, una zanahoria de tamaño mediano, una cebolla de tamaño mediano cortada
a daditos, una ramita de tomillo, media hoja de laurel y una cucharada de
mantequilla.
La mirepoix no deja de ser un modo finolis
de llamar al sofrito a temperatura suave. Alguna advertencia merece este
arranque: Si en vez de una cebolla mediana se utilizan dos cebollas grandes
potenciaremos el dulzor de la salsa pero incrementaremos el porcentaje de
líquido a reducir. Yo, pese a lo que diga el Sr. Bocuse soy de los que nunca
tengo cebolla suficiente y pondría dos, siempre y cuando no se doren demasiado.
Lo del tocino es prescindible por completo, en este caso conviene utilizar
aceite de oliva, dos cucharadas, para disponer de la grasa suficiente para el
rehogado.
Respecto de la zanahoria conviene advertir
que debe pelarse, suele ser el truco casero para quitarle acidez a la salsa; no
hay ningún problema en sustituir la zanahoria por una manzana pelada, así vamos
tuneando la receta de Bocuse y vamos personalizando la salsa.
Cuando el mirepoix está en su punto, es
decir, cuando los trozos de cebolla están transparentes. Se añade una cucharada
de harina al sofrito, es un espesante que permitirá que la salsa quede más
gruesa.
Sobre la base del mirepoix – sin tocino,
con aceite de oliva, sin zanahoria, con manzana – se añaden los tomates sin
pepitas, sin piel, cortados en dados y escurridos -. Cuatro dientes de ajo (si
son solo dos no pasa nada), una pizca de sal, otra de pimienta y cuarto de
litro de caldo de pollo. Bocuse incorpora también dos terrones de azúcar cocidos
en agua al punto de caramelo dorado y desglasados con una cucharadita de
vinagre de vino. Este paso es el equivalente al espolvoreado de azúcar que
veíamos hacer a las abuelas.
Los italianos preparan una salsa de tomate
en la que los tomates en vez de someterlos a la tortura del pelado y despepitado,
pasan una hora al horno a 180º con el fin de reducir el líquido y potenciar los
azúcares; además esta operación de horneado previo permite que la salsa tenga
un color rojo mucho más intenso.
Se pone a hervir todo en una cacerola, a
fuego muy suave – Bocuse recomienda usar el horno, aunque yo creo que el guiso
hay que removerlo para que no se pegue. Además si se hace a fuego de gas en vez
de al horno se tendrá la oportunidad de ver como se forman las pompas de
tomate, como explotan y salpican todo.
Tiempo de cocción por lo menos una hora y
media.
Puede que se considere un sacrilegio pero,
como todos los sacrilegios, tiene algo de emoción, de ahí que en el último
tramo de cocción, justo antes de pasar la salsa por el chino, algún cocinillas
pueda divertirse añadiendo al sofrito unas hojas frescas de albahaca o de
menta, unas ramitas de perejil también fresco o cualquier otra planta verde que
sea del gusto del cocinero. Se añade al final para intentar conservar las
virtudes de los verdes, es decir, la frescura. En mi caso si me paso de
albahaca tampoco pasa nada.
Terminada la cocción el puré se pasa por un
chino para que se convierta en pasta. De nuevo otra advertencia, si se va con
prisas y se aplica batidora las grasas se emulsionan violentamente y la salsa
quedará naranja, perderá su rojo intenso.
Convertido el sofrito en pasta se devuelve
a la cazuela y se somete a 10 minutos más de cocción con un chorrito de aceite
de oliva adicional.
Una salsa así antes incluso de ser
conservada en botes de cristal merecería un desayuno con un par de huevos
fritos y una barra de pan reciente.
Tenía distintas opciones de cuadros y al
final he optado por un bodegón de Lionel Maurice De Sausmarez, un retratista
inglés de la primera mitad del siglo XX y ya que no puedo comerme los huevos,
por lo menos los incorporo pintados con otro bodegón de otro pintor inglés
Andrew Douglas Forbes.
Deliciosa salsa de tomate con que hoy nos deleitas, nada que ver con las latas de "Orlando" que yo habré consumido en mi vida pero era lo más rápido y socorrido que mi tiempo me permitía. Los bodegones preciosos. Jubi.
ResponderEliminarUna de las salsas más fáciles de hacer pero más difíciles de "redondear" es la de tomate.
ResponderEliminarA mi me encanta aunque la uso poco. En los macarrones, las berenjenas rellenas, el pollo mejicano y poco mas... que ahora recuerde.
Me gusta tu receta y voy a seguirla paso a paso.
También quiero contar una anécdota, que para eso están los comentarios que se suponen enriquecen cualquier Blog.
Fui hace unos cinco años a cenar a un restaurante vasco MUY famoso y MUY caro de mi ciudad. Pedimos unos cuántos platos y entre ellos un bacalao que tenia una pinta estupenda sobre un lecho de salsa de tomate que se preveía también estupenda.
Pues la salsa resultó ser marca envasada frita SOLIS. Tal cual.La reconozco perfectamente por unos pocos, muy pocos, años en los que comí en el colegio y la tengo identificada por mi fino olfato y también por el gusto.
Resulta que indignada (y contra lo que decía mi acompañante) se lo dije al camarero, éste llamó al maitre, éste al cocinero y vinieron todos a la mesa para ..... reconocer que si que era tomate de bote pero que se habían quedado sin existencias......alucinante. !!!!
Nos trajeron otro plato sin cargo, unas costillas de cochinillo que no llegaban a cubrir una muela y salimos con una cuenta desorbitada y a punto de irnos a un Frankfurt a comer un bocata.
Tal cual.
Y eso que tiene una fama.....
Sería mala suerte pero yo no he vuelto.
Besitos
LSC
Dile,vengo a reportarme hoy contigo, no sin antes disculparme. Mi semana, aunque diferente a las que tu nos tienes acostumbrados, también a veces resulta intensa.
ResponderEliminarDurante muchos años, utilizaba el Solís para todo, especialmente para el arroz y los huevos; mi mamá, nos lo ponía también en la pasta. En fín, no sabía nada de nada sobre el tomate; se que para algunas personas el simple sofrito de tomate y cebolla era lo más normal del mundo. y luego es que aprendí a hacer; el caso es que era una vaga, pues al fín y al cabo no cuesta tanto cocinarlo.
Gracias por tu receta que para parece estupenda.
El Bodegón de De Sausmaez, pintor que buscaremos en Google, es una maravilla.
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