Mañana tengo reserva para comer en el
Celler de Can Roca, será inevitable que en los próximos días me anime a
escribir sobre la experiencia; hace justo un año que comimos allí, una
experiencia memorable, tanto que nada más salir ya empecé las gestiones para
poder repetir este año, con la certeza que sería reconocido por fin como el
mejor restaurante del mundo.
Durante las últimas semanas he evitado leer
nada que tuviera que ver con el Celler, querría que la sorpresa fuera lo más
absoluta posible. Esta noche llegan a Barcelona unos amigos desde Alemania y en
Girona hemos quedado con otros amigos con los que también nos apetecía
compartir la experiencia.
Sería socorrido ponerme a escribir hoy
sobre lo que espero del Celler en mi tercera visita, sin embargo ni quiero y
puedo escribir respecto de algo que espero que me sorprenda.
Hoy viernes, víspera del viaje al Celler,
he decidido tomarme el día más o menos libre, con el fin de atemperar el cuerpo
y el alma a la comida de mañana. El cansancio y la tensión suelen alterarme la
capacidad gustativa, por lo que resulta importante lo de los preparativos.
Mi plan del viernes a primera vista podría
parecer demencial, sin embargo en mi caso funciona como el más potente de los
ansiolíticos y de los depurativos.
Para abrir boca me he levantado a las 5 y
10 de la mañana para tomar un vuelo a Sevilla, el de las siete de la mañana.
Llegué a Sevilla entre cabezadas a eso de
las 8’30, había ya leído el periódico y hecho el Sudoku cuando todavía había
gente en la cama.
Hoy 28 de junio era día de paga y de modo
casi milagroso hemos conseguido cobrar la paga extraordinaria, parece que el
gobierno se ha apiadado un poco de los funcionarios públicos.
La ventaja de madrugar es que permite
ciertos márgenes, por lo que me ha dado tiempo de coger el autobús que me
dejaba en la ciudad, concretamente en la Estación de Santa Justa. Como disponía
de algunos minutos me he podido desayunar un mollete tostado con aceite y
tomate.
A las 9’45 salía el tren hacia Córdoba, el
ave es una gozada; he descabezado otro sueño mientras iba recibiendo los
guasapes de los padres de los niños de la clase de uno de mis hijos, ayer
habían quedado los machos cuerudos para cenar y a medida que se han ido
levantando han ido comentando el grado de su resaca. A mi me faltó talento para
apuntarme a la cena de anoche, habría corrido el riesgo de empalmar y haber
desequilibrado mi plan zen para atemperar el cuerpo a la cita del Celler. Lo de
adormilarse en un trayecto tan corto – apenas 45 minutos – da cierto canguelo
de pasarse de parada y amanecer en Madrid como quien no quiere la cosa.
En la estación de Córdoba me esperaba un
amigo, el que me había invitado a un congreso de catedráticos. A media mañana empezaba
a ser heroico pasear por la ciudad, el sol caía a plomo. El salón de actos del
rectorado era con congelador.
Como mi intervención no estaba prevista
hasta las doce me he despistado para hacer unas gestiones y caminar.
A las 12 menos 20 estaba de regreso a mis
obligaciones, a los abrazos y saludos de rigor, a la distribución de tiempos y
materias en mi “panel”, yo intervenía justo antes de un prestigioso cátedro al
que difícilmente se le podía cortar, por lo que el moderador me ha rogado que
me ajustara al tiempo concedido – 20 minutos de exposición.
Creo que era John Ford, el director de
cine, el que aseguraba que en todas sus películas contaba siempre la misma
historia; estoy convencido de que a mi me sucede lo mismo, sea cual sea la
materia que se me pueda atribuir lo cierto es que en el fondo cuento siempre la
misma historia, que, repetida tantas veces, hasta a mi me confunde.
Al finalizar el “panel” me ha tocado otra
ronda de abrazos y parabienes antes de que el moderador de la mesa me llevara
hacia el reservado del comedor del campus para tomar una cerveza que se ha
convertido en tres, mientras esperábamos al resto de comensales.
Empezábamos a comer pasadas las tres de la
tarde y a las cuatro y diez debía abandonar precipitadamente la comida para
regresar a la estación de tren, esta vez destino a Madrid, donde enlazaría con
el AVE a Barcelona. Llegué a Madrid a las 18’10 y a las 19 salía el AVE a
Barcelona.
De la comida pude probar unas berenjenas
fritas con miel de caña, un salmorejo con bacalao desmigado y unos filetes de
lomo a la sal, la guarnición quedó en el plato para evitar el riesgo de coger
el tren. A las cuatro el sol había conseguido su objetivo y el asfalto estaba
por encima de los 40º, nadie en la calle.
El trayecto Córdoba/Madrid fue más de lo
mismo: Dormitar, un poco de música y revisión de correos electrónicos.
Un paseo por la estación de atocha
esquivando a los comerciales empeñados en endilgarme tarjetas de crédito que
puedan terminar de llevarme a la ruina. Los años de locura económica en España habrán
traído muchos derroches pero es una suerte que una parte de ese despilfarro se
haya destinado a los trenes, en media hora he visto cómo iban saliendo trenes a
Málaga, Sevilla, Toledo, Valencia, Alicante y, finalmente a Barcelona. Más al
norte de Madrid el dinero parece que ha llegado solo hasta Valladolid, dejando
toda la cornisa cantábrica huérfana de alta velocidad.
Una de las consecuencias de la crisis será
el abandono de cualquier otro modelo que no sea el radial.
De nuevo en el AVE he vuelto a revisar los
correos y a ultimar algunos detalles del viaje de mañana.
Para disfrutar de 5 horas en Córdoba he
tenido que invertir 12 horas de desplazamiento que me han permitido ver desde
la ventana primero del avión y luego de los distintos trenes lo grande que es
el país y lo rápido que finalmente hemos conseguido desplazarnos. Seguro que
tendría combinaciones más rápidas para haber viajado pero la acumulación de
tiempos muertos no me viene mal para y atemperando cuerpo y alma a la experiencia
de mañana.
La posibilidad de convertirse en un
ultracuerpo durante una jornada no tiene porqué ser terrorífico, nos hemos
acostumbrado a que los zombis sean unos seres violentos y desnortados y ya va
siendo hora de reivindicar el derecho a ser zombis plácidos y reflexivos,
zombies con capacidad para surfear por la realidad sin que se les calen los
huesos.
En días como hoy la realidad es como un
suave ruido de fondo, mitigado gracias a la música que guardo almacenada en el
ordenador. Guasapes, sms, llamadas de móvil y correos electrónicos mantienen un
leve cordón umbilical con la realidad, puede que si ese cordón se cortara el
regreso sería imposible.
En todo caso esos días límbicos permiten
reordenar células y neuronas, cuerpo y alma, body & soul. Afrontando ya el
último tramo del viaje descubres que echas de menos a familia y a amigos,
tienes la sensación de llevar años fuera, como si te hubieras embarcado a la Antártida,
cuando lo cierto es que apenas han pasado unas horas de desconexión parcial.
La distancia no es un concepto físico sino
moral e itinerarios como el de hoy permiten alejarse incluso de uno mismo para
contemplarte como un personaje secundario de una película.
En unos minutos terminaré de atravesar
Castilla y entraremos en Aragón. A las 10 de la noche he quedado con mi mujer
en la estación de Sans, ella regresa también de otro viaje en tren, nos hemos
citado en los corredores de la estación como si fuéramos los personajes de una
comedia de Cukor, no descarto atesorar la suficiente fortaleza como para
proponerla tomar un gintonic aprovechando que los niños duermen con su abuela;
un gintonic combinado con sus justas medidas terminaría de reorganizar humores y
enzimas.
La elección del cuadro no ha sido difícil,
era evidente que los personajes mortecinos de Edward Hopper encajan bien en el
tono de esta crónica, además Hopper tiene algunas serie de vagones de tren.
Para la receta he tenido que darle alguna
vuelta más, teniendo claro que debía ser cordobesa y fresca, lo que reducía mis
opciones casi exclusivamente al salmorejo, una receta que he toqueteado varias
veces a lo largo de estos años e diletante.
La suerte de que internet vaya y venga en
función de los tramos de vía me ha permitido descubrir una variedad mestiza del
salmorejo cordobés, una variedad construida a partir de la receta de un
restaurador navarro, un salmorejo de cerezas. La palabra salmorejo, de raíz árabe,
proviene del término salmis, con el que se identificaban las sopas aciduladas
que desde el siglo VII se fueron preparando a base de miga de pan duro, vinagre
y ajo, los tomates llegaron muchos años después.
Dado que a lo largo del día he doblado el mapa
y he hecho casi dos mil kilómetros, está justificado lo de pervertir el
salmorejo y esconderlo con sabores no muy cercanos a Andalucía.
Ingredientes:
- 500g de tomate maduros, preferiblemente
de pera.- Esta semana he aprendido de un empresario del sector de la fruta que
cuando cortamos el tomate en rodajas transversales alteramos los flujos de los
ácidos y que hay que cortarlo en gajos, como si fuera una naranja, de este modo
no se altera el punto de acidez de los tomates..
-
250g cerezas deshuesadas.- Es preferible deshuesarlas a mano porque las
deshuesadas de bote saben muy raro. Es tiempo de cerezas
- 1
huevo duro.
-
Aceite de oliva.
-
Vinagre de jerez.
-
Sal
-
Miga de pan – si se utiliza pan de molde bastarán 5 rebanadas, si se utiliza
pan de víspera habrá que calcular 300 gramos, es preferible que no tenga
corteza.
-
Hojas pequeñas de albahaca.
- Una
docena de fresas.
Para preparar el salmorejo mestizo se deben
pelar un tomate y despepitarls, cortarlo en dados y reservar.
Reservar 12 medias cerezas.
Triturar con una batidora el tomate, las
cerezas restantes, con el vinagre, la sal, el huevo duro y un poco de miga de
pan previamente remojada y escurrida, cuando la mezcla está muy triturada,
añadir aceite de oliva hasta emulsionar.
Se pasa la crema por un tamiz para eliminar
impurezas y se rectifica de sal.
Para la presentación se colocar en un plato
hondo unos dados de tomate, 3 medias cerezas, unos trozos de fresa, hojas
picadas de albahaca y un hilo de aceite de oliva y cubrir con el salmorejo.
Agotada me has dejado con tu día de viaje, ¿llegas a saber donde realmente te encuentras?. Yo comí hace un par de días en Loft 39 y el salmorejo con lascas de jamón era "impresionante", también el steak tartar, fue todo un acierto, claro que también la compañía que tuve era de lujo. Espero nos deleites con algún plato de los del Celler. El cuadro precioso. Jubi
ResponderEliminarPropón ese gintonic......que tu señora se adapta como un todoterreno.Sus amigas tambien.
ResponderEliminarEse ritmo vertiginoso me preocupa "una mica". Pintamos canas.
Me gusta el Blog.
LSC
Necesario tu Salmorejo ahora en verano.
ResponderEliminarMe imagino al Dile pintado a lo Hopper en el Ave, que "mono", le iría bien estarse quietecito como a la Sra de Hopper. Una maravilla.
Sólo queda espera con impaciencia tu entrada del Celler de Can Roca.
Un "Panel"rica miel