Un amigo, de los más queridos, está pasando estos
días por un trance familiar complicado. Para los amigos resulta difícil dar con
el consejo adecuado, podemos, eso sí, dar apoyos incondicionales y hombros en
los que recostarse.
Podemos manejar un montón de lugares comunes
que puedan para aliviarnos frente a situaciones que nos parecen incomprensibles
o, cuando menos, difíciles de prever. Luego, cuando te paras a pensar un
momento te das cuenta de que la vida y las personas están llenas de recovecos.
A lo largo de estos años he ido acentuando mi
interés por los bodegones, una afición un tanto rancia, puede parecer, los bodegones no son más que ejercicios de
estilo, aunque si te detienes a mirarlos están llenos de pequeños rastros, de
leves indicaciones sobre el pintor y su entorno. AL detalle los bodegones están
llenos de mensajes que pueden llegar a ser enigmáticos.
Sorprenden ya desde el nombre, en castellano
les llamamos naturaleza muertas, en inglés still
life, su traducción literal sería todavía vivos. Cuando en los bodegones se
utilizan calaveras o huesos (algo bastante habitual) algunos autores utilizan
la fórmula del vatitas vanitatis, si
tecleamos en el google imágenes el término vanitas vanitatis aparecen cientos
de miles de naturalezas muertas con calaveras (https://www.google.es/search?q=still+lifes&biw=1234&bih=694&source=lnms&tbm=isch&sa=X&ved=0ahUKEwieoaG4mLPQAhUrxlQKHXIzCy0Q_AUICCgB#tbm=isch&q=vanitas+vanitatis).
Pero no es mi objetivo ponerme tétrico, más
bien al contrario, he descubierto en el mundo de las still lifes (me gusta más el término en inglés que en castellano),
pequeños detalles que pueden llegar a ser perturbadores, como las muescas en las
mesas de los cuadros de Clara Peeters, la pintora flamenca del siglo XVII que
tiene una pequeña exposición ahora en el museo del Prado. Ya era un mérito ser
artista reconocida en aquella época siendo mujer y en sus cuadros, en apariencia
monótonos, hay miles de matices que solo se aprecian si somos capaces de detenernos
y mirar.
Muescas, cuchillos con el nombre
grabado, almendras que se han salido del recipiente, monedas.
En otras ocasiones son hojas
sueltas, conchas y caracolas vacías, plumas, insectos que quedan detenidos un
instante sobre una fruta. Cada cuadro es un ejercicio discreto de introspección.
Es una frivolidad dedicarle más tiempo a desmenuzar un cuadro que a
intentar comprender los recovecos, los claroscuros de las personas con las que
convivimos, a las que vemos habitualmente e incorporamos a nuestro paisaje
personal sin ser capaces de descifrar muchos de sus enigmas.
Poco puedo ofrecerle a mi amigo,
aunque pase el día pensando en él, deseando que se vayan desentrañando cada uno
de los nudos que de golpe le han aparecido. Espero que en breve podamos
disponer de tiempo para comernos unas becadas, como hicimos el año pasado.
La becada es un ave de otro tiempo, es difícil encontrarla en los
mercados, su temporada se extiende desde mediados de otoño hasta el mes de
febrero. Es pieza codiciada por cazadores (caza menor) y gourmets.
Clara Peeters pintó una becada con su largo pico en uno de sus
bodegones.
A la becada en España los cazadores la llaman sorda o chocha (una
denominación menos glamurosa). Hace unos años encargué unas becadas en el
mercado, me advirtieron que no serían baratas, yo pensaba que recibiría un ave
grande, parecida a un faisán y mi sorpresa, de indocumentado, fue que me
entregaron dos pajarillos.
Reproduzco las indicaciones que la Marquesa de Parabere hace sobre la
becada y sus requerimientos. Igual que me sucedió hace unos días con Paul
Bocuse, la elegancia que la marquesa tenía escribiendo son una delicia en si
misma:
Para que la becada adquiera su
sabor y esté tierna ha de mortificarse por espacio de cuatro o cinco días, por
lo menos, y algunos la dejan durante siete y hasta ocho días (sobre el tiempo
que ha de estar mortificada hay opiniones encontradas; pero, desde luego, nunca
ha de ser menos de cuatro o cinco días).
La becada, para mortificarla, se
ha de colgar por las patas al aire libre, teniendo mucho cuidado de resguardarla
de la lluvia. Se despluma a última hora,
se le quita el buche, el garguero y la parte de abajo del pico y se le arrancan
los ojos y el pellejo que envuelve la cabeza. No se vacía; se quita únicamente
la molleja, dejando dentro las tripas; se pasa por llama de alcohol y se limpia
perfectamente con un paño fino.
Mortificar ha terminado significando afligir, desazonar, causar
pesadumbre o molestia.
La marquesa de Parabere ofrece diversas recetas de becada, casi todas
ellas pueden aplicarse a otras piezas de caza menor. Me ha gustado la receta de
las supremas de becada a la nagornoff.
Para preparar esta receta se deshuesan cinco becadas, se reservan las
pechugas enteras y con la carne restante se hace una farsa en el mortero.
Para la farsa la marquesa recomienda utilizar hígado de ternera lechal
(500 gramos), tocino (300 gramos), sal, pimienta y especias. En algún caso recomienda usar ajos y chalotas
picadas.
Para la farsa de las nagornoff creo que no conviene abusar del hígado,
tal vez sustituirlo por foie (menos cantidad), los menudillos de las becadas,
la carne sobrante, un cuarto de cebolla picada, tal vez almendras o pistachos
(un puñado, a poder ser sin tostar), un chorrito de coñac o de jerez muy seco.
Sal y pimienta (no creo que convenga que sea muy especiado, aunque una trufa
olorosa siempre aporta matices).
La pasta de la farsa servirá para la salsa y guarnición.
Hecha la majada en el mortero la marquesa recomienda mezclarla con una
clara y media a punto de nieve, mezclarlo todo y tamizarlo.
Se coloca la farsa ya tamizada en una cacerola bien fría (la marque
recomienda que se entierre en hielo) y se trabaja incorporando un poquito de
nata de cocina. Una vez trabajada se añaden otras claras más a punto de nieve
(clara y media). Se pone en un molde liso y se cuece al baño maría durante 45
minutos, con lo que queda un pastel esponjoso de sabor intenso (carne mortificada
de chocha y menudillos picados). Todo en crudo.
La pechugas de la becada se pasan por una sartén a fuego fuerte con
una pizca de manteca para que queden un punto crujientes, aunque crudas por
dentro.
La salsa que acompaña al pastel y a las pechugas se hace preparando
primero un caldo corto con los huesos y con los restos no usados de la becada.
La marquesa recomienda que el caldo se haga también con ternera, champiñones y
trufas (no le irían mal un par de zanahorias, un puerro y unas ramas de apio).
Hecho el caldo se reduce a hervor suave con un chorro generoso de coñac
o de jerez y un poco de caldo de carne. Hay que conseguir que quede una salsa
oscura y pegajosa, que se agarre bien a las pechugas y al pastel de menudillos.
La farsa o pastel ha de quedar como una mousse salada que se coloca
sobre una rebanada de pan, un medallón de foie, le pechuga de la chocha y unas
trufas hervidas en jerez, más la cucharada o cucharadas de la salsa espesa.
Un plato de otro tiempo, laborioso, un punto amargo, oscuro. Lleno de matices
y de recovecos. Como una still life de Clara Peeters o como cualquiera de las
personas que nos cruzamos cada mañana por la calle.
Llevo unos días un poco movidos y acompañar a médicos y celebrar en familia mi cumple me han llevado todo mi tiempo, pero bueno la becada no la he comido nunca pero me imagino que puede ser parecida al faisán, me gusta todo, pero como un buen solomillo o entrecot, no lo cambio por nada. Los bodegones tampoco son mi fuerte, mi pintura preferida son los impresionistas, espero lo tengas en cuenta. Jubi
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