No suelo utilizar el pimentón habitualmente
en la cocina, me gusta su sabor, creo que da un toque muy original a los
platos, no sólo por su sabor, sino también por el colorido que deja sobre la
mesa.
Me da rabia comprar pimentón porque para
utilizar una o dos cucharaditas he de comprar un bote que termina olvidado en
el cajón de las especias durante meses.
EL pimentón no se conserva bien, a diferencia
de otras especias que resisten una eternidad en los armarios, el pimentón
entristece y va adquiriendo un color parduzco, pierde su brillo y su sabor se
va amargando poco a poco, sumiendo los guisos en una depresión de la que
difícilmente pueden salir.
Cuando reviso el cajón de las especias
compruebo que tengo tres o cuatro frascos empezados, aún y así, cuando he de
cocinar con pimentón voy de nuevo a la tienda para comprar y abrir un bote
nuevo por el placer de ver ese color rojo resplandeciente, el rojo Tiepolo que
describía algún novelista del siglo XIX. Ese color rojo intenso que se traslada
al guiso y que consigue que desprenda luz desde dentro.
Cada cierto tiempo reviso los cajones, abro
los botes o las latitas metálicas con viejas muestras de pimentón, compruebo
cómo han evolucionado los colores y, al cabo de unos meses, tiro los viejos
recipientes todavía medio llenos.
Es una pena que no vendan el pimentón en
recipientes minúsculos, parecidos a los del azafrán, los que permiten utilizar
una o dos dosis a lo sumo, aquellos que sirven para un par de guisos.
No sé cuánto dinero llevo tirado en pimentón.
Por suerte no es un producto excesivamente caro, pero me da rabia
desperdiciarlo gratuitamente. Tal vez por estas razones llevo mucho tiempo sin
guisar con pimentón, es una pena.
Hace un par de noches, leyendo para coger el
sueño, descubrí una descripción de una fiesta en un glamuroso salón de finales
de siglo. El escritos describía el vestido de una de las protagonistas que
llevaba un magnífico rojo Tiépolo.
A la mañana siguiente puse en el buscador de
la tableta el nombre de Tiépolo para intentar recordar cómo eran aquellos
rojos. Buceando en la red descubrí hasta tres Tiepolos pintores, los tres
barrocos, el padre y sus dos hijos, los tres excelentes dibujantes. El padre,
pintor de la corte española del siglo XVIII, es el más afamado: Giambatista.
Yo, sin embargo, he elegido un cuadro de su hijo Giandoménico, encaja mejor con
la receta y con la historia que quiero contar.
El rojo Tiépolo tiene poco que ver con los
bermellones intensos que aparecen en las salsas de tomate. El rojo Tiépolo es
más delicado, menos rotundo. Supongo que una salsa de tomate hecha con
pimientos rojos, tomate, cebolla y una zanahoria, podría llegar a tener un color
menos intenso que el de las salsas de tomate que encantan a mis hijos.
Enseguida vinculé el rojo Tiépolo al destello
rojo que se produce cuando se abre una lata de buen pimentón, pimentón de la
Vera.
Proust, el tránsito al sueño, los echarpes de
la princesa de Guermantes, Tiépolo … Una cosa llevó a la otra y he terminado
preparando unos calamares a la andaluza, buscando en el plato esos rayos
luminosos de surgen del buen pimentón.
Tenía la impresión de haber escrito sobre
esta receta antes, de hecho, he estado utilizando varios buscadores para intentar
localizarla/localizarme. Al final el ordenador me dice que no he escrito nada
sobre un guiso de calamares con pimentón, calamares a la andaluza, un platillo
que preparo de vez en cuando y con el que consigo engañar a los niños.
Para unos calamares a la andaluza se
necesitan 3 calamares de potera (si son de peor calidad no hay problema, igual
que si se utiliza sepia). Se limpian y cortan en aros, conservando las tripas,
no la tinta.
Se pica una cebolla hermosa, de las frescas
blancas de Figueras que son un punto dulces y muy acuosas.
Se pone un chorro generoso de aceite de oliva
en una sartén grande y se templa a fuego medio, no tiene que humear.
En cuanto el aceite tome temperatura se echa
la cebolla picada y se deja rehogando a fuego suave para que no se doren los
trocitos de cebolla. A media cocción se añade sal y una pizca de pimienta
blanca.
Cuando la cebolla esté transparente se añade
una cucharada sopera de harina y se deshace bien en el sofrito. Cuando haya
quedado bien deshecha se le pone al guiso una copa de vino de jerez seco,
subimos un poco el fuego para que evapore bien el alcohol.
Se pican las tripas de los calamares (en
catalán les llaman budells, son los intestinos de color pardo, no la tinta.
Tienen un sabor muy intenso). Se incorporan las tripas al sofrito, se mezclan
bien y enseguida se añaden dos cucharadas pequeñas de pimentón rojo de la vera.
Fuego muy bajo, si el pimentón se tuesta amargará. No le va mal añadir una
cucharada de tomate frito.
Una vez mezclado se añaden los aros de
calamar, medio litro de caldo de pescado que no sea muy fuerte (puede ponerse
agua porque entre el pimentón, el jerez y las tripas del calamar). Se menea un
poco la sartén para que todo trabe bien, 10 minutillos de cocción y a la mesa
con un poco de arroz hervido (arroz pilé si queremos que quede más fino) o de
quinoa (el comidista no sabía qué hacer hoy con la quinoa).
Si todo va bien, que siempre va bien, quedará
un plato con tonalidades rojas Tiépolo.
Como imagen de referencia un cuadro del hijo
de Tiépolo, en realidad unos frescos de una villa italiana. Es un cuadro
sorprendente porque casi todos los personajes están de espaldas, viendo las
novedades que vienen del mundo nuevo, de América, como vinieron los pimientos
que se asentaron en Murcia para disfrutar ahora del pimentón de Vera, una
delicia llena de matices. Puede que compre otra latita de pimentón para seguir
cocinando.
Si os fijáis en el cuadro los vestidos de los
personajes reproducen el rojo en sus distintos matices.
Me he reído leyendo la receta de tus calamares a la andaluza, porque aquí nos los ponen con el mismo "enunciado" pero son únicamente malamente rebozados, no es que no se puedan comer, sino que nos ponen en la carta el título "a la andaluza". Estoy esperando el café mañanero para terminar de despejarme. Jubi
ResponderEliminar