Los fines de semana
me despisto a la hora de ir a comprar y paro en una pastelería para tomar un
café y una ensaimada de crema. Soy goloso, qué le vamos a hacer, y busco la paz
de los obradores para obtener mi dosis semanal de azúcar mientras le doy un
vistazo al periódico.
Cuando la necesidad
de dulce es superior a la normal, busco otras emociones y, con ellas, algún
escarmiento al que no termino de acostumbrarme. Esta mañana, sin ir más lejos,
se me ha antojado lo que ellos llaman un flan chino, que en realidad es un tocinillo
de cielo, su tamaño es la mitad de una cajetilla de tabaco, es decir, 4
centímetros de diámetro y seis de altura. Me ha dado un sobresalto al descubrir
que mi capricho costaba 3’80 €. Ya me había tomado el bocado, por lo tanto, no
había opción de devolverlo. Me lo había tomado sin saborearlo, sin ser
consciente del palo que me iban a dar, de haberlo sabido puede que hubiera
estado durante horas comiendo el tocinillo en porciones ínfimas, deleitándome con
cada pequeño mordisco.
La dependienta ha
debido ver mi cara de sobresalto y me ha dicho que era el precio normal, que
hacía mucho tiempo que no subían el precio de los flanes chinos. En definitiva,
que no debía enfadarme por algo que era habitual.
He hecho un cálculo
a vuela pluma. Una docena de huevos cuesta en el supermercado 1’95 €, un kilo
de azúcar 0’79 €, un limón 0’15 €. Sobre precio de supermercado hacer 25
tocinillos de cielo cuesta 1’9 €. Un céntimo más si tenemos en cuenta que el
tocinillo se presenta sobre una bandejilla de papel. El coste de un tocinillo
de cielo sería, en lo que se refiere a los ingredientes usados, de 0’08 €.
Entiendo que una
pastelería haya de aplicar un porcentaje por el coste del gas necesario para la
cocción de los tocinillos, más los prorrateos correspondientes del alquiler del
local, amortización de maquinaria, sueldo del pastelero y de los dependientes,
impuestos y otros gastos varios. Aún y así en una pastelería en la que los
tocinillos de cielo no son el producto estrella, ni mucho menos, creo que a
cada tocinillo le sacan un beneficio neto de 3 €, puede que más. No soy experto
economista, supongo que los profesionales del obrador conseguirán las materias
primas más baratas de lo que a mí me sale el mercado.
Lo que me molesta
no es el precio, al fin y al cabo es un capricho, sino que nos digan que
tenemos que acostumbrarnos a que eso es normal.
Después de tomarme
mi tocinillo de oro, he ido a poner gasolina, el viernes se encendió la luz del
depósito y tocaba llenarlo. Cuando he llegado a la estación había una cola
kilométrica, había mucho taxista nervioso esperando, también algún coche de
cabify y otros servicios alternativos, también muchos vehículos normales. Mientras
hacía tiempo para repostar he caído en que la semana que viene se anuncian
movilizaciones en Barcelona y puede ocurrir que se dificulte el suministro de
carburante en la ciudad. No sé hasta qué punto tengo que acostumbrarme a que
eso sea lo normal, aunque en mi ciudad, Barcelona, nos hemos instalado en esa
anormal normalidad desde hace casi 3 años.
El viernes en el
mercado los encargados de los puestos estaban encantados con el alto grado de
compras y de consumo, la gente estaba haciendo acopio de carne y de pescado,
también de fruta y de verdura por lo que pudiera acontecer, porque dicen que
van a bloquear las vías de acceso a la ciudad y será difícil que lleguen los
camiones con suministros. También he visto anormalmente vacíos los anaqueles de
los supermercados. También debe ser normal.
Soy de natural
optimista, creo que los problemas al final se resuelven de manera razonable,
pero lo cierto es que llevamos muchos meses, más de lo que sería conveniente,
asumiendo que lo excepcional termina por ser normal.
Yo no sé todavía si
mis hijos podrán ir con normalidad al colegio, tampoco sé si será fácil que
regresen en transporte público o si tendrán que regresar andando. Creo que
puede haber dificultades para moverse en vehículos particulares.
Tampoco sé si esta
semana podré trabajar con normalidad, no sólo porque dificulten la movilidad de
los transportes públicos, sino porque puede ser que bloqueen el acceso a
determinadas oficinas de funcionarios públicos (hace unos meses aparecieron
algunas dependencias llenas de estiércol por cortesía de amables ciudadanos
indignados).
Nunca se me ha
ocurrido poner en mi casa símbolos que identifiquen mi ideología o mis preferencias
patrióticas, no llevo pegatinas, pines, lazos o consignas visibles de ningún
tipo, aunque vio en una ciudad en la que hay una sobredosis de patriotismos en
la que en dependencias públicas se hace gala de determinadas opciones
políticas, legítimas sin duda pero desmedidas en su expresión exterior.
Tengo amigos que en
privado me dicen que están cansados de tanta tensión, pero en sus
manifestaciones públicas siguen expresándose con mucha intolerancia y poco
sentido común.
Creo en la libertad
de expresión, en la libertad de opinión, en la libertad política, en la
libertad de manifestación. Mi trabajo es defender al máximo las libertades de
quien me rodea, lo hago encantado, pero me cuesta mucho aceptar que lo que está
ocurriendo y puede ocurrir sea normal. Me pasa con esto como con el precio de
los tocinillos de cielo, si no hay más remedio, sonrío a la dependienta y le
digo que están muy buenos, que son los mejores, pero en mi fuero interno
empiezo a estar incómodo con tanta normalidad anormal.
Acepto gustoso a
los que piensan distinto de lo que pienso yo, creo que además me aportan mucho
más de los que piensan como yo porque en la discrepancia está la base de la
convivencia y el avance de las sociedades complejas. Lo que no acepto son
lecciones y mucho menos de democracia.
Todo el mundo tiene
derecho a expresar su malestar, si oposición, su discrepancia, su anhelo, pero
sin dar lecciones y, sobre todo, sin imponer ese estado de crispación como algo
normal, más que nada por lo que se empobrece y se ha empobrecido la vida en la
ciudad.
Quien me lea verá
que estoy muy cansado de la escalada de precios del tocinillo de cielo, puede
que a lo largo de la semana, si abren con normalidad los mercados, prepare
varias bandejas de tocinillos de cielo para garantizar mi deleite y el de mis
amigos. Estoy dispuesto a invitar a tocinillos de cielo a quienes ven en mi un
adversario, un advenedizo o un rival, siempre y cuando no vengan con
maximalismos ni imposiciones.
Decía Dylan que los
tiempos estaban cambiando, quien sabe. Al final parte de lo que mueve a unos y
a otros entronca con lo más rancio de nuestro modo de ser. En este sentido, la
receta de los tocinillos puede que no sea sino una receta viejuna.
En tiempos
convulsos suele surgir el talento, no en vano fue antes de la primera guerra
mundial cuando el arte rompió definitivamente con la realidad y nació el arte
abstracto. En 1911 Kandisky pinto la composición que convencionalmente hizo que
naciera el arte abstracto, en realidad fue una pintora sueca la que pocos años
antes (en 1906) pintó el primer cuadro oficialmente abstracto, una composición
hecha a partir de la espiritualidad. Lo que sí que es cierto es que Kandisky
fue el primero en teorizar sobre la abstracción escribiendo un pequeño ensayo.
Me gusta el arte
abstracto, me gusta ver los equilibrios y las armonías en un aparente caos. Me
gusta Kandisky, es un pintor sobre el que intento informarme, tengo curiosidad
por sus decisiones. Leí hace años que Kandisky era un jurista brillante
especializado en derecho mercantil que fue a Munich a estudiar, su pasión por
el derecho no debía ser muy fuerte ya que terminó por dedicarse a la pintura y
olvidó las leyes, quien sabe si hubiera podido explotar su genio en el mundo
del derecho.
En todo caso, el
cuadro que he elegido para escribir sobre tocinillos y normalidad es de Hilma
af Klimt, la primera pintora abstracta. El primer cuadro abstracto se titulaba
Chaos nº 2, lo que permite pensar que había un Chaos nº 1.
No aspiro a poner
orden o sentido a la situación de normal anormalidad que arrastramos aquí
durante años, pero sí a dar una receta de los tocinillos para quien haya tenido
la paz y el ánimo de llegar hasta el final.
Se necesita un
huevo entero (clara y yema) y 9 yemas adicionales, 300 gramos de azúcar y dos
tiras de corteza de limón para aromatizar. La receta es de la Marquesa de
Parabere.
Se pone el azúcar en
un cazo y se añade un vasito de agua fría y las cortezas de limón (puede
sustituirse la corteza por unas raspaduras de la corteza). Se enciende el fuego
para que cueza la mezcla y se forme un almíbar espeso que se dore muy poquito,
pero que no llegue a ser un caramelo oscuro. Salvo que se quiera que el
tocinillo tenga la cobertura más parda.
Obtenido el
almíbar, se cubre un recipiente metálico liso (puede ser grande y rectangular,
para hacer un tocinillo grande; o moldes individuales, pequeñas flaneras).
Cubierto el recipiente con una leve capa de almíbar, se recupera el resto y se
deja en la cazuela apartada ya del fuego.
El almíbar líquido
ha de cubrir todo el molde, no sólo el fondo, también las paredes.
Tenemos el almíbar
en la cazuela, enfriándose poco a poco, sin perder su color, sigue líquido y
espeso. No puede estar a una temperatura muy elevada para que no cuajen las
yemas.
Se casca el huevo y
se añaden las 9 yemas en un bol grande, se baten poco a poco con un par de
tenedores, para que vaya cogiendo aire. A medida que la masa va tomando cuerpo,
que se van ligando las yemas, se va añadiendo el almíbar en un hilo, que se va
integrando en la mezcla, por lo que no hay que dejar de batir.
Cuando se haya
mezclado todo el almíbar que quedaba en las yemas y queda un líquido naranja y
brillante, se pasa al molde o moldes ya preparados.
EL tocinillo de
cielo tiene que cocerse al baño maría, puede hacerse tanto a fuego vivo como en
el horno. Yo prefiero hacerlo al horno, lo pongo a 110º, con una bandeja alta
llena de agua hasta la mitad. Coloco el molde con cuidado dentro de la bandeja,
es importante que el agua no rebose y entre dentro de los moldes, calculando
que puede haber pequeños borbotones cuando el agua empiece a hervir.
Hay que dejarlo
unos 25 minutos con el horno cerrado para que cuaje (si se usa un solo molde
grande, 15 minutos si se usan moldes de ración individual).
La marquesa
recomienda que los moldes queden cubiertos en su parte superior, no sólo para
evitar que salpique el agua, también para garantizar que los tocinos cuajen
bien.
Pasados los 25
minutos, se apaga el horno y se deja que los tocinos reposen y terminen de
cuajar.
Cuando esté frio el
molde se saca del horno. Yo suelo dejarlo todavía una hora fuera, sobre la
mesa, a temperatura ambiente, cubierto, para que se termine de atemperar.
Después lo llevo a la nevera. Estos dulces están mejor si duermen una noche en
la nevera y terminan de asentarse.
La divina marquesa
propone cubrir los tocinillos con una capa de merengue. Yo me conformo con el
tocinillo desmoldado sobre un plato de porcelana, ayudándome con la punta de un
cuchillo para que se desmolde bien y se vuelque sobre el plato, dejando un
pequeño charco de almíbar suavemente tostado. El tocinillo tiene una presencia frágil,
se bambolea ligeramente si se mueve la mesa. La meterle la cuchara (siempre
pequeña, para garantizar bocados breves) queda unos instantes adherida al
dulce, hay que dar un mínimo tironcillo para que se despegue.
A ver si los
tocinillos nos devuelven a la normalidad.
Enhorabuena por saber combinar la valoracion sobre situacion actual que muchos soportamos, no es de recibo el precio del tocinillo y mucho menos la de resabidos que imponen su criterio e ideas al estupido grito de "fascista" si te opones...un dia volvera la normalidad, el tocinillo valdra lo que vale y la calle volvera a ser de todos
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