Despecho.- Malquerencia nacida en el ánimo por desengaños sufridos en la consecución de los deseos o en los empeños de la vanidad. Desesperación.
25 de mayo, viaje a Madrid en AVE, salida a las 13 horas y regreso a las 21 horas. Primero el puente aéreo y después el AVE ha convertido el viaje Barcelona/Madrid/Barcelona en una rutina casi cotidiana, sin duda será positivo en muchos aspectos, a mí, por ejemplo, me ha permitido trabajar hasta bien entrada la mañana, preparar la reunión en el tren, hacer las gestiones en cuatro horas en Madrid y regresar a una hora razonable.
Esa optimización del tiempo tiene una penitencia: He malcomido y malcenado. Si viajas en turista la comida se reduce a un bocadillo correoso en el vagón cuatro o, en el mejor de los casos, unas tapas sintéticas en cualquiera de los bares de la estación. Si viajas en preferente te ofrecen períodicos, bebidas, las cajitas con comistrajos y, fundamental, un enchufe para el ordenador.
La primera vez que viajé de Madrid a Barcelona todavía no había autopista hasta Zaragoza, viajaba con mis hermanos y un amigo para ver por primera vez a Bruce Springsteen, paramos en Ateca para comer unas judías blancas con chorizo. Hacer el viaje en menos de siete horas era una azaña.
Ahora en los trenes la gente lleva portátiles, tabletas, MP3 ó 4, pero nadie lleva tarteras con tortilla de patatas o con filetes de pechuga de pollo empanados. Los vagones no huelen a comida sino a plástico recalentado.
Viajaba con el portatil para trabajar y para surfear buscando algún cuadro original. El verano ha llegado de golpe y tenía la necesidad de buscar algún bodegón luminoso.
Osias Beert, un pintor Flamenco, maestro de la escuela de Amberes, que desarrolló su obra a finales del siglo XVI y principios del siglo XVII.
Los solícitos azafatos enseguida pasaron el menú, ya de verano, anunciando como entrante tanto a la ida como a la vuelta gazpacho.
En prevención, no es la primera vez que viajo con estos horarios, suelo buscarme un buen libro de cocina, cuando uno sabe cierto que no podrá comer bien puede suplirlo con alguna modalidad de onanismo gastronómico. Hace unos días encontré una edición de bolsillo de Les Fórmules Magistrals del poeta Narcis Comadira - editorial La butxaca, febrero de 2011 -. Sería conveniente que el libro se tradujera al castellano para ampliar su difusión, es una compliación de las reseñas gastronómicas que publicó en la edición catalana del diario El País.
Parece mentira que con lo que cuidan en el AVE la atención a los viajeros, sin embargo la comida cada vez es más tremebunda. Junto al gazpacho anunciaban unos raviolis de crema de queso flotando sobre una salsa viscosa de color blanco. A la vuelta un pescado indefinido sobre una cama de puré de coliflor con un pimiento rojo.
Gazpacho de entrante, uno sueña con una jarra de cristal, con una crema roja intensa, sin embargo los azafatos arrastran los carritos con un tetrabriq medio volcado a temperatura ambiente, lo que es un problema porque en el exterior hay casi treinta grados de temperatura. El gazpacho del AVE no es sino un despecho. El único consuelo es la receta de Comadira, que traduzco libremente del catalán: "Recuerdo los gazpachos de mi abuelo materno, en su elaboración a veces le había ayudado. El mortero de mármol recibía primero un diente de ajo - el punto del ajo es importante -, después una miga de pan, grande como un puño, que debía de estar ensopada en vinagre, bien escurrida. Este pan remojado se convertía en pasta con el ajo chafado. Después se añadía tomate - en catalán es femenino (tomata, lo que no deja de ser un acierto): Pelado, cortado y a daditos. Este tomate también se convertía en pasta en el conjunto. Cuando esta mezcla se tenía por hecha, se le añadía la sal, el aceite de oliva, poco a poco, y venga a remover con la mano del mortero. Después, también poco a poco,agua bien fresca - digo fresca, no helada - hasta que se obtenía un líquido opalescente ligeramente rosado. Se volcaba en una sopera y allí se añadía todavía más agua, la suficiente. Esta era la base del gazpacho. Después vehía el trabajo de cortar cebolla, tomate, pepino, pimiento rojo y pimiento verde. Todo muy pequeño, vigilando que no quedara ninguna semilla. Finalmente, las hortalizas se añadían a la sopera, se miraba el punto de sal y se dejaba todo en un lugar fresco hasta la hora de la comida. Se servía en platos hondos y se acompañaba con pequeños daditos de pan que los hambrientos mezclaban con abundancia. Estos eran los gazpachos de mi infancia. Nunca más he comido ninguno como aquellos".
Despecho frente a gazpacho. Comadira convierte la sopa en un rito, la Renfe no está bien dotada para la poesía, aunque tiene una selección de ginebras muy aceptable.
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ResponderEliminarDespués de unos cuantos dias de no entrar en el blog he podido desconectar de mis quehaceres y deleitar el paladar imaginariamente con las sabrosas recetas que nos transmites, me encantan. No se si me atrevo a escoger con lo que tenemos, un par de platos, a mí que los primeros me gustan mucho empezaría con un salmorejo o gazpachito y seguiría con la lasaña de morcilla, en fin a dormir con el estómago ligerito que es lo más sano un domingo víspera de vuelta al trabajo
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