Hoy a la salida del colegio de los niños
una amiga me ha reprendido cariñosamente porque el diletante lleva cuatro días
sin escribir, ésta ha sido una semana agitada y la verdad es que las tareas del
diletante han quedado bloqueadas, un bloqueo seguramente achacable a las dudas
existenciales que me han entrado a cerca de las aventuras y desventuras de Germán
Utiel, que llega al tramo final de su historia con muchas dudas existenciales.
Seguramente sé lo que quiero contar, hacia donde debe avanzar la trama, sin
embargo me cuesta mucho encontrar el punto narrativo, el tono, que me permita
desenredar la madeja que he creado.
Las situaciones de bloqueo bien gestionadas
pueden llegar a ser útiles, sobre todo si no dudan mucho; por eso agradezco a
mi amiga que me regañara, buen, que regañara al diletante y le obligara a
retomar sus tareas.
Como primera medida para el desbloqueo lo
mejor es aparcar durante unos días a Germán, dejarle que repose; este tipo ha
conseguido llevarme seis semanas de adelanto y ya está pendiente de las
navidades de 2012, cuando a mi todavía me queda un mes.
La segunda medida de desbloqueo ha pasado
por dedicar esta tarde un par de horas a cocinar – unos garbanzos ofegados con chorizo,
un pescado blanco en salsa verde para la cena y la masa de croquetas gastando
las sobras de una carn d’olla (cocido catalán) que me pasó un amigo -. Como
compañía para el cocinero he localizado viejos discos de Calexico y de
Tinderstick, coutry elegante y enigmático para el arranque del siglo XXI.
El tercero de los pasos para desbloquear al
diletante es buscar un cuadro que me permita encontrar cierto equilibrio,
inicialmente pensé en Rothko pero en el tramo final de la selección me he
decantado por Klee, a quien tengo abandonado desde hace varias semanas. La
combinación de colores, los tonos suaves y las líneas horizontales me llevan a
pensar en la posibilidad de cocinar algún día proyectando imágenes de cuadros
de Klee sobre la pared de la cocina, a ver qué sale.
Con los niños a punto de acostarse, toca
finalmente elegir receta, le he dado algunas vueltas, primero pensé localizar
una receta clásica de Ducasse, después he recordado que estos días se celebra
el 25 aniversario de la película el Festín de Babette, al final me he decantado
por una salsa, recordando que mi amiga había consultado entradas anteriores
para acompañar un plato de carne. Justo es reconocerle el mérito a esta amiga y
dedicar unos minutos a indagar en el mundo de las salsas.
La salsa elegida es la bearnesa, una salsa
que ha dejado de ser habitual por muchas razones, entre ellas porque se
comercializa una salsa industrial con el nombre de bearnesa, aunque se contente
con ser una mayonesa con trocitos de pepinillo.
Buscar el hilo conductor de la salsa bearnesa
permite descubrir que es una salsa relativamente joven ya que fue inventada por
un cocinero bretón, Colinet, que la sirvió por primera vez en el verano de 1836
en un restaurante parisino. Evocar París y las salsas obliga a referirse a la
cocina francesa clásica y, en cierta medida, a la literatura francesa, a los grandes
gourmets que, a la vez, escribían novelas, como Dumas o como Flaubert.
La salsa bearnesa compromete su suerte con
el filete Chateaubriand, una pieza de carne de vacuno que gana presencia y
sabor gracias a esta salsa, que no es sino una muselina trabada con estragón y
vinagre. Si se le añade un poco de caldo de carne la bearnesa se convierte en
salsa Foyot.
He robado de la Wikipedia las distintas
variantes de esta salsa:
Salsa choron - Elaborada con un poco de
salsa de tomate (proporciona color), denominada así en honor del cocinero
Alexandre Étienne Choron (1837–1924) y se emplea en platos de pescado.
Sauce arlésienne - Elaborada con salsa de
tomate y anchoas.
Sauce rubens - Elaborada con pasta de anchoas
y un caldo de pescado en compañía de un mirepoix.
Sauce foyot y Sauce Valois - ambas elaboradas
con un caldo de pescado o de carne (glace de viande). Foyot fue cocinero del
rey Luis Felipe I de Francia.
Sauce paloise - Emplea hojas de menta como aroma
añadido, ideal para platos de carne de cordero (costillas).10 En algunos casos
con pollo asado.
Sauce tyrolienne - Emplea aceite de oliva en
lugar de mantequilla. Técnicamente es una mahonesa.
Sauce monégasque - Emplea aceite de oliva como
la tyrolienne y además tapenade (puré de olivas) con ajos molidos.
Sauce Beauharnais - En honor de Stéphanie de
Beauharnais.
Como sé que mi amiga es bastante cocinillas
de las distintas posibilidades he elegido la que propone Alain Ducasse, que
utiliza la salsa para acompañar unas rodajas de salmón a la brasa.
La salsa arranca picando una cebolla
pequeña – en la receta original una chalota – los tallos de cuatro ramas de
estragón fresco – si andamos muy pillados sirve también el de bote -, una pizca
de pimienta molida 10 centilitros de vino blanco seco, 5 de vinagre de jerez,
otros 5 de vinagre normal. Se ponen todos estos ingredientes en una cazuela y a
fuego muy suave se reducen hasta que desaparezca casi por completo el líquido –
es esencial que el fuego esté al mínimo para que no se arrebaten los vinagres y
quemen la cebolla.
Se deja enfriar la cazuela y cuando esté a
temperatura ambiente – que no quemen las paredes de la cazuela – se añaden 4
yemas de huevo y 1 centilitro de agua fría.
Se enciende de nuevo el fuego al mínimo y se
remueve con dos tenedores o con unas varillas formando un ocho sobre la
superficie de la cazuela. El objetivo es que las yemas tomen la consistencia de
una crema – sabayón -. Ojo porque no ha
de calentarse mucho para que no se cuaje el huevo.
Cuando se termina de trabar la crema se
retira definitivamente del fuego y se incorporan poco a poco 200 gramos de
mantequilla deshecha, dice Ducasse que ha de añadirse en sentido contrario a
las agujas del reloj. Tras la mantequilla se añaden 5 centilitros de caldo de
carne. Se rectifica de sal.
Habrá quedado una salsa parecida a la salsa
holandesa. Antes de presentarla se pican las hojas de estragón y un poquito de
perifollo o de cebollino; se termina de remover y se presenta templada, para
ponerla sobre el filete Chateaubriand. Espero que mi amiga se anime a hacerla.
Pensando en las rodajas de salmón con la salsa, voy a bajar al comedor con los jugos preparados, veremos con qué nos sorprenden, al mismo tiempo estoy soñando con un jamoncito que una amiga me tiene preparado para esta tarde. El cuadro de Paul Klee muy relajante. Jubi
ResponderEliminarAcabo de leer tu entrevista en El País y he visto el enlace a tu blog. Como me gusta la cocina, he decidido echarle una ojeada y he encontrado esta receta.
ResponderEliminarNo sé si en una cocina de inducción, donde se pueden regular temperaturas muy bajas, esta receta tiene alguna posibilidad de salir, sin que se cuaje el huevo y se corte la salsa. Sin embargo, con una cocina de gas (es la que yo uso), la probabilidad sería prácticamente nula. He hecho varias veces salsa holandesa, que se basa en los mismos principios, y sé que es imprescindible hacerla al baño maría, si se quiere tener posibilidades de éxito.
No sé si el resto de las recetas de tu blog son tan poco fiables como ésta, pero, en cualquier caso, tienes mi admiración por tu actuación como juez y por las posturas que defiendes.
Hola Fernando, normalmente hago las salsas con el Termomix, que permite controlar las temperaturas con bastante precisión - ya que suelo manejarlo entre 60 y 80 grados -; si hago la salsa con la cocina convencional, la de gas, lo que hago es emulsionar fuera del fuego para que no se cuaje ni se corte. Respecto de la fiabilidad de las recetas no soy la persona más indicada para certificarlo ya que en muchas ocasiones las escribo casi de memoria y, por lo tanto, con imprecisiones, piensa que este es un blog que consumen fundamentalmente los amigos, que me conocen. Me alegra mucho recibir este tipo de mensajes ya que me obligan a revisar lo que escribo e intentar ser más preciso, aunque eso me haga menos diletante.
EliminarUn saludo.