Me suelen gustar las casualidades y este
fin de semana se ha dado una de ellas. Me tocaba escribir el capítulo oficial
nº 200 del Diletante – en realidad llevo 202 porque dupliqué uno muy al
principio -, y ese capítulo doscientos ha coincidido con la cena que ponía fin
a la primer ronda de las cenas de Can Cufa. Por lo tanto era de justicia que
dedicara esta entrada tan redonda a las bondades de Can Cufa en la culminación
de la primera etapa del proyecto.
Después de seis cenas memorables a lo largo
de un año creo que puedo dar algunas instrucciones de uso de Can Cufa.
El sábado 10 de noviembre tocaba la cena en
Ca l’Estrany; en principio Gladys y Germán estaba previsto que fueran a la cena
pero al final se perdieron por el camino, el coche de Germán no tiene GPS y
después de dar muchas vueltas decidieron a eso de las once de la noche parar a
tomar un franfurt en un kiosoko de Vilassar y acabaron la noche bailando cumbia
y chachachá en una Rueda Cubana que se organizó en una discoteca de la zona.
Por cierto, el fin de semana que viene actúa en ese garito Manolín, el médico
de la salsa. Hubieran querido avisar por teléfono de su retraso, incluso pedir
ayuda, pero a Gladys le han cortado el teléfono por falta de pago y el pobre
Germán se había quedado sin pilas después de una discusión con su ex. En todo
caso prometen buscar el modo de incorporarse a una de las cenas aunque la vida
se les complica.
Lo de la pérdida de Gladys y de Germán no
es raro tratándose de Can Cufa ya que la primera de las instrucciones de uso
para acceder a Can Cufa es que las casas donde se celebran las cenas deben
estar cerca, cerca de sí mismas, aunque distantes unas de otras en más de 30
kilómetros. Para poder llegar a cualquiera de las cenas de Can Cufa es
necesario afinar el GPS, cargar las pilas del móvil y salir con cuarenta
minutos de margen por si hay despistes. Pese a lo que parezca esa proximidad
espiritual es positiva ya que como sólo es posible desplazarse en coche los
comensales no suelen beber en exceso, excepto los anfitriones claro está pues
están en su casa, y eso permite disfrutar mucho más de la comida.
Para organizar una cena de Can Cufa la
segunda de las exigencias es la de que parezca que el encuentro no saca de la
normalidad a los anfitriones, aunque las casas, los salones en los que se cena,
las terrazas, estén impecables, lo que obliga a que una parte de la cena se
desarrolle al aire libre. Ayer gracias a algunas mantas el aperitivo se hizo
entre árboles.
La organización de una cena de Can Cufa se
ha de asentar sobre la aparente normalidad del encuentro que soterre el stress
máximo de los anfitriones ultimando los detalles de la cena; porque otro de los
requisitos de Can Cufa es que los anfitriones lleguen agotados al inicio de la
cena; eso suele hacer que el resto de comensales disfruten tanto o más de la
cena como del trasiego de platos de la cocina a la mesa y viceversa.
A medida que se han ido consolidando los
encuentros ha ido saliendo el lado canalla de todos los comensales, nuestra
añoranza por los bares de la adolescencia, eso ha hecho que se vayan
potenciando los aperitivos y que ayer culminara esa deriva canalla con un
homenaje al vermuth gracias a una gelatina de vermuth blanco en la que había
suspendidos – como el tiempo – una pequeña rodaja de aceituna rellena y un
berberecho, descansando sobre una patata frita. La anfitriona reconoció haber
apurado varias botellas de vermuth hasta dar con la proporción exacta que permitiera
ese caramelo de aperitivo, casi una gominola de vermuth. También apareció esa
añoranza canalla en un agua de valencia dignificada a base de cava rosado.
Dentro de esas pautas comunes,
intensificadas con el otoño, la de la pasión por las setas ha sido referencia
obligada en positivo y en negativo, ya que en la cena anterior fue mayor el
porcentaje de gusano sobre seta que el de seta sobre gusano, lo que hizo que al
final el plato fuera eliminado. Ayer las setas asomaron en una cremosa tortilla
de carretetes, unas trompetas de la muerte sobre un caldo de apio y unos
níscalos – rovellons – que acompañaban a un rape de Arenys.
La psicopatología del cocinero amateur,
psicopatología que a mi me afecta de lleno, hace aflorar algunos comportamientos
freudianos: (1) La búsqueda desesperada del sabor de la infancia, todo por
culpa del funesto Proust y su dichosa magdalena; en este caso la indagación
hacia los recovecos del subconsciente infantil nos condujeron a unos pies de
cerdo al chocolate con puré de castaña, sorprendentes y divertidos, aunque el
cocinero no pudo rescatar ni la receta de la abuela, ni la de la madre y hubo
de contentarse con un destello de google verdaderamente sabroso aunque sin el
peso evocatorio del manido capítulo de Proust. (2) La obsesión por el kilómetro
cero, que llega al paroxismo cuando las carreretas, unas setas como botones que
aparecen cerca de los excrementos de cabra en el campo, alineados como si
fueran una hilera de hongos, debían ser arrancadas por las hijas de los
anfitriones. Al paso que vamos me veo cultivando huertos urbanos en la terraza
de mi casa, rechazando cualquier tomate que no haya sido toqueteado por mis
fieras. (3) El toque oriental; ayer, en ca l’Estrany, sin embargo olvidado ya
que el producto más exótico fue un aguardiente de orujo aplicado ligeramente a
los pies de cerdo.
Infancia, kilómetro cero y toque exótico
pueden servir para juegos muy divertidos.
En mi percepción//obsesión como diletante
fue un descubrimiento el apunte de ensalada de judía verde con sardinilla, unas
judías verdes sometidas a la disciplina escocesa de cuatro minutos en agua
hirviendo y otros cuatro en agua helada. Admirable la paciencia de la cocinera
que explicaba cómo fue picando milimétricamente las verduras que debían ir en
el relleno con el queso de cabra y el mascarpone – se olvidó de poner el
orégano en la presentación final y eso seguramente le obligará a repetir plato
el curso que viene.
El rape pareció pasar desapercibido, pero
en mi caso la salsa ligada con perejil fresco me obligó a consumir hasta cuatro
rebanadas de pan.
La cena divertida, el proyecto de libro casi
acabado, ahora tendremos que aplicarnos para que no falte un solo detalle. Los
vinos de lujo – sedoso el Abadía Retuerta para los primeros y espectacular el
priorato para los pies de cerdo – el sabor a pizarra y a regaliz del vino
encajaba de maravilla con el cacao, la castaña y la gelatina del tocino.
Un detalle de auténtico lujo: una lágrima
de mermelada de pimiento rojo sobre una porción de queso – km 0 –.
Costó marcharse y a alguno nos dieron más
de las tres de la mañana añorando el gin tonic que se tomaron los que no tenían
que discutir y escuchando casi sin querer viejos standars de jazz.
A la salida, después de darnos varias vueltas
entre tilos y sauces, nos debimos cruzar con Gladys y con Germán, que apuraban
su pasión como adolescentes en la parte trasera del coche, vimos salir el vaho
por el resquicio de la ventanilla y no nos atrevimos a molestarles.
Para los dueños de la casa la referencia de
un cuadro poco conocido de Klimt, mi hijo acaba de descubrir a este pintor en
el cole y está empeñado en poder ver uno original, le saben a poco los que
pesca en internet.
Menudos homenajes que os dais en esas cenas gastronómicas, los anfitriones se lo curran y al mismo tiempo hacen disfrutar a los amigos, yo siempre pienso que alrededor de una mesa en buena compañía y con esos manjares, se olvidan muchas preocupaciones. El cuadro de Klimt, precioso. Jubi
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ResponderEliminarYo se hacer lasaña de verduras. Si me apuras también puedo hacerla de carne ¿puedo entrar en Can Cufa? :-)
ResponderEliminarEstupendo relato diletante famoso.
Me ha encantado.
(como tendrá tiempo este hombre de hacer todo lo que hace..........)
LSC
Los días normales de la "gente normal" son de 24 horas, los del diletante son de infinitas y lo mejor de todo es su buen carácter. Yo alucino. Jubi
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