En la antigua Roma los dioses consideraban
que había unos días en los que se podían realizar actividades propias del
comercio y tareas judiciales, los llamados días fastos; otros días (1/3 del año
romano aproximadamente) eran días destinados a los dioses y, por lo tanto, no
podían realizarse estas actividades comerciales o de litigio, eran los días ne-fastos.
Por lo tanto para los romanos los días nefastos eran los de inactividad
productiva, los de rezo u holganza.
Con el paso del tiempo el uso del idioma ha
ido vulgarizando estas palabras hasta el punto de que hemos terminado por
considerar que fasto y festivo son sinónimos, pensando que tienen la misma raíz,
cuando en realidad son de origen distinto. Por otra parte los días nefastos
normalmente no los vinculamos a los dioses, sino al tedio y la rutina del
trabajo, los días en los que todo sale al revés de lo previsto.
Hasta hoy pensaba que los días fastos eran
los fines de semana, los días festivos y los nefastos los laborables. A partir
de hoy, gracias a internet, me he dado cuenta de lo contrario los días fastuosos
son los que dedicamos al “laburo”, a las tareas productivas, y los nefastos los
dedicados a la holganza o al rezo.
Vista la tensión y la presión que van
adquiriendo los días de trabajo, parece que la gente se gane la vida a bocados,
podríamos afirmar que entresemana los días tienden a ser nefastos y al llegar
el fin de semana, la tranquilidad, las posibilidades del tiempo libre convierten
las jornadas en fastuosas.
Hoy lunes ha sido en Roma hubiera sido día
de fastos, empecé a trabajar a eso de las cinco de la mañana y ya pasadas las
diez de la noche todavía seguía revisando correos electrónicos y preparando los
asuntos de mañana. Sin embargo a los efectos vulgares no cabe duda de que ha
sido un día nefasto, hasta el punto de que he tenido que ponerme la ropa de
diletante y pergeñar una entrada improvisada para enderezar el día.
El fin de semana fue un fin de semana de “fastos”,
el viernes fuimos con unos amigos a ver el espectáculo del Molino, pasamos un
rato curioso, divertido. El sábado venían unos amigos a cenar, a probar las
habilidades del diletante y, como en los grandes fastos, tocó estirarse y
preparar un menú de otoño.
Aperitivos en la mesita.
Coca
de verduras con pimienta de Jamaica.
Humus
con miga de pistacho.
Almendras
fritas con jamón de pato.
Primer plato.
Sopa
de cebolla con sombrero.
Tránsitos.
Ensalada
de naranja con salmón.
Judías
verdes con foie gras.
Segundo plato.
Carpaccio
de pies de cerdo con cigalas.
Postres.- Nuestros amigos trajeron unos
pasteles de chocolate de Oriol Balaguer.
Los vinos acordes con el festín, un par de
botellas de burdeos grand cru que nos supieron a gloria vendita.
Como prólogo del menú aprovechando la paz
de la noche de uno de los días nefastos, organicé a partir de un cuadro de Klee
una breve reflexión: En el año 1918 Paul Klee pintó un cuadro en apariencia
sencillo utilizando como base las secuencias de letras que hacen nuestros hijos
todos los días, el cuadro se titula Sudenly
from the gray night, la traducción sería algo así como De repente desde la noche gris. Letras y colores se combinan como
si se tratara de un ejercicio infantil, de un aprendizaje. Klee tenía entonces
39 años y todavía seguía descubriendo cosas.
Los que tenemos niños tenemos la inmensa
suerte de poder seguir aprendiendo, conseguimos que durante un lapso de tiempo
no muy grande nuestras edades se atemperen a las de nuestros hijos y, como
quien no quiere la cosa descubrimos el elixir de una juventud que no es eterna
pero que permite que el tiempo discurra a un ritmo distinto del que consideramos
real, nuestro mundo necesariamente se adapta al de los niños y nos da un montón
de segundas y terceras oportunidades.
La cocina no deja de ser una excusa para el
aprendizaje, también para el deleite. La cocina es una excusa perfecta para
agasajar a los amigos, para descubrir aficiones compartidas, una excusa
perfecta para beber un poco de vino y picotear disimuladamente las migas de pan
que quedan junto a la servilleta. No todo van a ser fuegos artificiales,
también sirven pequeños chasquidos casi imperceptibles. Cuantas veces no nos
hemos dado cuenta de que los niños disfrutan más descubriendo una galleta
olvidada en el fondo de una mochila, que frente al escaparate de la mejor
pastelería de Barcelona.
En casa empezamos pensando en una cena
contundente, llena de referencias francesas, luego la hemos ido suavizando, sin
olvidar el tono francés, buscando los matices del cuadro de Klee. De ahí la
elección del cuadro que entra por los ojos. Esperamos haber acertado.
Termino la jornada nefasta riéndome con una
entrevista al actor Jean Renó, que viene a promocionar una comedia, la historia
de un cocinero laureado en plena crisis creativa. Siempre me ha hecho gracia
este actor y me quedo con ganas de ver la películas. Al final la distinción
entre días fastos y nefatos hoy, como en tiempos de los romanos, puede ser
equívoca, cuestión de actitudes.
Se acerca la hora de encamarse y me quedo
con ganas de haberme preparado una receta sencilla que hace un par de semanas
me preparó un amigo, eran un variado de setas – níscalos y boletus edulis – recién
cogidos, limpiados con esmero usando un cepillo de dientes – por descontado que
sin usar -; se parten en trozos grandes y se ponen sobre una sartén previamente
calentada a máxima temperatura. Sin dejar de mover las setas se les añade un
poquito de sal para que suden toda el agua que guardan, lo de mover es
importante para que no se peguen, si uno tiene el oído fino consigue oír como
silban las setas a medida que pierden la humedad. Cuando toman un poco de color
y se ha evaporado la práctica totalidad del agua que han supurado se rocían con
un poco de aceite de oliva, ajo y perejil picados muy finos. Hay que seguir
dándoles un meneo y en el tramo final se le casca un par de huevos de oca, con
la yema de un amarillo intenso que puede llegar a confundirse con el naranja.
En cuanto cuajan las claras se lleva la sartén a la mesa, donde se trocean los
huevos para que las yemas envuelvan los trocos de seta. Hay que comerlo rápido,
aún a riesgo de quemarse la punta de la lengua, no descarto que el plato gane
en sofisticación si en el último minuto se le añade un medallón de foie, por
descontado que Imperia. Así las cosas los días nefastos pueden terminar siendo
fastuosos.
Con tu blog siempre se aprende algo, para mi, lo tengo muy claro, soy al revés, los fastos son los días maravillosos y los nefastos los que ocurren cosas imprevisibles y siempre desagradables. Ese plato de setas es "fastuosísimo" y el cuadro de Klee me recuerda a las construcciones de madera de colores de los niños. Jubi
ResponderEliminarNo puedo estar más de acuerdo con Jubi.....
ResponderEliminarSe hace imprescindible un evento diletante con todos los seguidores del blog haciendo la ola.......
Que diver !
LSC
No es mala idea, me apunto a ese "fasto" cuando lo convoque. Jubi
EliminarFelicitaciones por tu blog ya que es muy refrescante y entretenido.
ResponderEliminarSolo una modesta corrección, que ya habrás visto; "gloria vendita" debería ser "gloria bendita".
Espero no fastidiar; saludos.