Las navidades ya eran
habitualmente para Germán un mal trago, quebrado el matrimonio y con la familia
disgregada y apática los días festivos resultaban amargos, interminables. Las
navidades de 2012 no pintaron mejor, al contrario, las inauguró despidiendo a
Gladys en el aeropuerto, dudando si pedirla en matrimonio u olvidarla para
siempre. La ironía de Luz tampoco ayudaba mucho y lo peor de todo es que el 22
de diciembre se abrían dos semanas de silencio y olvido en el que a Germán no le
quedaba otro consuelo que el de revisar los correos electrónicos y vigilar la
pantalla del teléfono móvil; los niños irían una de las fiestas a comer y luego
se despedirían encantados de marchar a esquiar entre el 26 de diciembre y el 1
de enero con Olga y con su pareja, Germán no podía competir, solo esbozar una
sonrisa y desearles que disfrutaran al máximo en la nieve.
Dejó a Gladys, sin embargo no
se atrevió a poner a lavar las sábanas, encontrando en ellas cierto consuelo
entre masoquista y guarrillo que le permitió prolongar el olor a magnolias
durante días.
El piso era un maremágnum de
velas apagadas, restos de humedad en los zócalos del pasillo, toallas húmedas y
desorden por todos los rincones. Germán tardó varios días en poner la casa en
orden, desmantelado el corazón era muy complicado gestionar los restos del huracán
Gladys en su alma y en su hacienda.
Poco ayudó el entorno frio de
unas navidades en plena crisis por dentro y por fuera, desde hacía años se
repetían los adornos navideños en las calles, lejos quedaban los tiempos de
portales decorados y balcones con guirnaldas luminosas. La gente vivía presa de
una depresión colectiva asentada sobre datos demoledores.
La pérdida de la paga
extraordinaria no ayudaba mucho a levantar el ánimo, tampoco ayudaron las
facturas que fueron llegando con los gastos de las últimas semanas, ni siquiera
las navidades más austeras permitirían a Germán salir de la ruina.
El 24 por la tarde recibió
una llamada de su amigo Gonzalo, nuevo en las lides de la separación y, por lo
tanto, más cercano a la desesperación de la primera nochebuena solo, que a la
melancolía de quienes ya varias convocatorias. Gonzalo le llevó a una cena en
las que se reunían varios separados y separadas en una velada que ellos mismos
llamaban “la cena de los miserables”. Cada uno debía llevar un plato no muy
complicado, se juntaron cerca de una veintena de personas, no todos se conocían
entre sí. Germán, que había decidido preparar una carn d’olla – un cocido –
para la comida de San Esteban con sus hijos, apartó un par de litros de caldo
con los que preparó una sopa muy sustanciosa utilizando unas caracolas de pasta
grandes, los tradicionales galets. Gonzalo terminó borracho como una cuba, lloriqueando
sobre una separada veterana a la que tras prometer amor eterno se derrumbó. Germán
hubo de llevarse a Gonzalo seminconsciente y acostarle en la cama de los niños,
dispuesto a embriagarse también con los restos de olor a magnolias del piso.
Una resaca monumental tuvo
sellado al invitado en la cama casi hasta el mediodía, mientras Gonzalo
dormitaba Germán improvisó una comida de navidad animándose a preparar unos
canelones con la carne del caldo, la besamel le salió un poco líquida pero a su
amigo la sopa y los canelones terminaron por resucitarle, hasta el punto de que
quiso embarcar a Germán en una absurda partida de póker en la tarde de la
navidad; por suerte el resto de jugadores tenían compromisos familiares
ineludibles y tuvieron que contentarse con jugar mano a mano unas partidas
hasta que, aburridos, decidieron verse, tirados en el sofá, las tres películas
de El Padrino que ponían seguidas en un canal temático. Poco antes de que
Gonzalo se quedara dormido en el sofá Germán le pidió un taxi, tenía que
preparar la casa para la comida del día siguiente, la única en la que
disfrutaría de sus hijos. A Gonzalo también le tocaban niños el día de San Esteban,
él, menos animoso, se había contentado con reservar en un lujoso local de la
ciudad que preparaba menús especiales para esos días.
El día 26 fue un día alegre,
artificialmente alegre, pero tanto Germán como los chicos decidieron que la
comida discurriera ligera y cariñosa, ajena a tensiones. Las habilidades en los
fogones de Germán le permitieron organizar un menú tradicional y contundente en
el que incluso con el frio de la nevera la salsa besamel cuajara un poco más.
La sobremesa se prolongó plácidamente hasta que una llamada de Olga les
devolvió a la realidad, aguardaba con el coche cargado para llegar a las pistas
esa misma noche. Lo dicho Germán no podía competir.
No quiso recoger la mesa,
tampoco enganchar la enésima proyección de los Padrinos de Coppola. Abrió el
correo electrónico y se encontró escribiendo a Gladys: “Querida Gladys, toda la
casa huele a ti…” Sin embargo no se atrevió a remitir el correo, que quedó
anclado como borrador.
Más fluido fue el correo para
Luz, fluido y convencional: “Querida Luz, acostumbrado como estaba a ir
viéndote y recibiendo tus recetas semana a semana, estos días sin cocina quedan
tristes. Te acompaño la reproducción de un poster que Marc Chagall preparó para
la Ópera de París en el año 1965, probablemente no habías nacido todavía; yo ya
llevaba varios años por el mundo. En otras circunstancias me hubiera gustado
poderte regalar una reproducción original, las venden por medio de la web de la
Ópera, pero con esto de la crisis nos tendremos que contentar con una
reproducción robada de su página web. Espero que, a cambio, me adelantes alguna
receta”.
A la mañana siguiente Luz le
había contestado al correo.
“Querido Germán, es
importante sobrevivir a las navidades, los que no tenemos pareja estable solemos
descentrarnos mucho durante estas fechas. Por suerte yo me escapo con unas
amigas a París para fin de año, gracias por la referencia de Chagall ya que no
pensaba que hubiera nada de él en la Ópera, el afiche que me has enviado me
servirá como guía para encontrar nuevas cosas de Chagall por París. No olvido
tu promesa del libro, para la vuelta.
Como compensación por tu
regalo te adelanto la receta que pensaba preparados para el primer día de curso
tras reyes, es bastante contundente pero me queda todavía una receta con carne
y me parecía una frivolidad no prepararos un estofado de ternera; como ya
estamos casi al final del curso y todos sois ya cocineros avezados he pensado
que en vez de una receta de andar por casa como puede ser el fricandó o el
estofado, podría haceros gracia una blanqueta de ternera, un plato muy original
y que es para chuparse los dedos. Si tienes oportunidad de prepararla durante
estos días verás como triunfas.
Para preparar la blanqueta
necesitaremos un kilo largo de carne de ternera, podéis pedirle al carnicero
que os haga un combinado con pecho, pierna, costillas, tapa, chuletas … Lo
importante es que os la troceen en porciones regulares, en dados medianitos –
pensad que la carne sujeta a cocciones muy prolongadas suele menguar -. Si no
queréis fracasar pedirle al carnicero que os de carne del peixet, el morcillo
castellano de toda la vida, es muy meloso y no queda duro.
Además de la ternera
necesitaréis una cebolla, una zanahoria hermosa, clavo de especia, un ramito de
hierbas – esos que venden preparados en los supermercados a base de perejil,
tomillo y laurel -; un litro y medio de agua.
La salsa se prepara con 100 gramos de mantequilla, 3 huevos, dos
cucharadas de harina, una docena larga de cebollitas peladas, champiñones,
perejil, unas gotas de limón y una pizca de pimienta y de azúcar.
Se coloca una cacerola sobre
el fuego con la ternera en dados (conviene no salpimentarlos al principio para
que no se queden duros con la cocción), se cubre la carne con el agua fría –
litro y medio -, la cebolla pinchada con el clavo, la zanahoria pelada y el
manojo de hierbas, más un chorrito de limón. Cuando rompa a hervir se le añade
la sal y la pimienta – sin pasarse -. Hay que tenerlo hirviendo a fuego muy
lento durante una hora, cubierto por una tapa con una rendija abierta; para
quitar impurezas hay que pasar una cuchara para quitarle la espuma con los
restos de huesos, sangre e inmundicias de la verdura y de la carne.
En otra cacerola más pequeña
se pone 1/3 de la mantequilla que he indicado, un chorrito de aceite, dos o
tres cazos del caldo en el que se ha hervido la carne y una cucharadita de azúcar;
se remueve a fuego bien lento y se incorporan las cebollitas peladas que han de
cocerse poco a poco, manteniéndolas enteras. Cuando estén en su punto – se sabe
que están en su punto porque las más grandes pierden las primeras capas – se retiran
y se reservan en un plato.
En una tercera cacerola se
pone el resto de la mantequilla que ha de deshacerse suavemente por efecto del
calor, cuando esté deshecho se añaden 200gamos de champiñones laminados, que se
rehogan durante 3 ó 4 minutos, el tiempo justo para que pierdan agua y se guisen
un poco sin llegar a tostarse. Se añaden las dos cucharas de harina, que se
tuestan en la mantequilla caliente, hay que tener cuidado porque no conviene
que la harina se tueste mucho ya que sino no será la salsa blanca – blanca/blanqueta
-, sino parda.
Cuando la harina se ha
mezclado con la mantequilla caliente se va añadiendo el caldo de cocción de la
ternera, debidamente pasado por un colador para terminar de eliminar las
impurezas; se añade el caldo poco a poco y se remueve con una cuchara de madera
para que la salsa vaya quedando espesa, gordita dicen los cocineros. La salsa
se hace en unos 20 minutos. Pasad la salsa por un túrmix para que terminen de
deshacerse los champiñones en la salsa.
En una taza de desayuno se
ponen dos yemas de huevo, unas gotas de limón y un poquito del caldo – ojo no
ha de estar muy caliente ya que el huevo no puede cuajar -; se remueve bien la
mezcla del huevo con el caldo y se añade a la cacerola con la salsa gordita.
Removemos un poco, dejando pasar unos minutos.
La salsa de la blanqueta está
casi a punto, se rectifica de sal y de pimienta, con el hervor muy suave se le
añade la ternera previamente hervida y las cebollitas que habíamos también preparado
previamente. Se deja todo cinco minutos para que termine de ligarse removiendo
con una cuchara de madera.
En el momento de servir la
blanqueta puede espolvorearse un poco de perejil fresco picado. Si la salsa es
abundante puede acompañarse de arroz blanco hervido. Es un plato contundente,
muy sabroso y de toda la vida sobre todo los días de fiesta”.
Germán recibió el correo con
cierta sorpresa ya que pensaba que Luz no se dignaría en contestar; el mensaje,
como todos los de Luz, le dejó descolocado, no por la receta, un poco
complicada, sino por las referencias al viaje a París.
Durante unas horas Germán se dedicó
a bucear por internet buscando vuelos y hoteles baratos en París para fin de
año con la intención de hacerse el encontradizo por un París al que sólo había
viajado con el instituto para fin de curso. Sin dinero, en París y para fin de
año, puede que de adolescente la aventura le hubiera animado pero en las
puertas de la cincuentena y sin un euro en el bolsillo aquel impulso era una
solemne tontería. Viendo las fotografías de la escalinata de entrada a la ópera
de París no se veía como un vagabundo apostado en la puerta esperando a la
llegada de Luz quien sabe si acompañado por un viejo novio francés. Además los
precios eran imposibles. Aunque llegó a rellenar alguno de los protocolos de
internet previos a la reserva en el último segundo un hilo de sensatez le
llevaba a abortar sin confirmar el pago.
La desazón de no haber sido
capaz de mandar ni tan siquiera un escueto feliz 2013 a Gladys, pese a que sus
magnolias seguían impregnando unas sábanas que pedían a voces el paso por la
lavadora, y de no haberse atrevido a perseguir a Luz por las calles de París,
colocaron a Germán en las puertas de final de año, donde de nuevo hubo de
refugiarse en la proyección de la saga de El Padrino, esta vez vio las tres
películas solo, acompañado sólo por una botella de vino tinto y los restos de
un pollo asado.
Los chicos regresaron del
esquí el día 2 de enero, el tres comieron con su padre, que les preparó una
blanqueta de pechuga de pollo, en vez de comprar ternera, que estaba muy cara.
Germán le adelantó los reyes a los chicos, un sobre con 100 euros para cada
uno, además para Gerard un juego para la consola, para Olguita una caja de maquillaje
de línea juvenil que había visto anunciada por la televisión. Ellos le habían
comprado un chaleco de lana y el ultimo premio planeta. Como esa noche se
quedaban a dormir en el piso – de hecho pasarían allí hasta la noche de reyes
-, a Germán no le quedó más remedio que terminar de limpiar la casa, lavar las
sábanas y regresar a su dormitorio después de haber ventilado durante largas
horas para que terminara de marcharse el olor a magnolias y a humedad.
La ventaja de que los niños
hubieran terminado de hacerse mayores era que la noche y el día de reyes
dejaban de ser un mal trago, se convertían en una rutina más, una rutina cansina
que solía saldarse con un trozo de roscón y chocolate que Germán preparaba para
sus hijos en la tarde del día 6 de enero.
El siete ellos volverían al
colegio, Germán regresaría a las rutinas del trabajo, respiraría con alivio de
haber superado sin grandes tragedias, con el secreto deseo de que las navidades
siguientes fueran un poco más felices.
El jueves día 10 se reanudaron
las clases de cocina, Luz no parecía especialmente contenta, de hecho llegó con
el tiempo justo de desgranar la receta de la blanqueta en tono monótono,
olvidando incluso alguno de los pasos anunciados en el correo que le adelantó a
Germán. Él no se atrevió a acercarse a la profesora. Ella abandonó la primera
la clase dejando la cazuela sobre el fuego, a media cocción.
Acabo de recalar en tu blog, y decirte que me ha gustado mucho, es la primera entrada que leo y sólo decirte que tu relato me ha gustado mucho. La receta de la blanqueta de ternera tiene muy buena pinta, aunque coincido con Luz, que es para alumnos aventajados.
ResponderEliminarBesos.
Tu Germán es el pupas, no levanta cabeza con el panorama de vida que tiene pero desgraciadamente hay muchos germanes en la vida real, yo te propongo le busques un feliz final como que le toque la lotería y que encuentre una buena chavala, ya sabes que a mí me gusta el amor y lujo, pero eso es una utopía. La blanqueta tiene que estar muy buena pero laboriosa. De Marc Chagall me gusta todo. Jubi
ResponderEliminarPos yo que soy más antigua que el chotis estoy anclada en tus entradas "vitales".
ResponderEliminarGerman lo dejo para el libro que leeré en su día.
Estupendo y famoso diletante!!!!
(me callo)
LSC
Yo tambien soy amigo de Chagal, y hace poco tuve la ocasión de observar 5 en el recibidor de una casa de Barcelona. No me lo podía creer.
ResponderEliminarVolviendo al relato. German tiene su propio destino. No creo que le haya de tocar la lotería. Me ha venido a la mente una frase del escritor Pierre Rey. Dice que la creación esta en el espacio que separa la mano de un hombre del culo de una mujer. Si ella accede y se van a hacer el amor no hay creación. Si ella lo rechaza es cuando el llega a casa y compone la quinta sinfonía.
Animo con el relato diletante.
Otro diletante.
Rmc