Terminada la primera clase tras las navidades Germán se
atrevió a mandarle un nuevo correo a Luz, no en vano se manejaba mejor con ella
por medio de internet que cuando charlaban directamente. Luz solía conducir con
cierta simpatía y cordialidad las clases, por lo que a todos los alumnos le
había resultado extraña la tristeza, la falta de expresividad de aquella
primera clase del 2013. En definitiva no le costó mucho a Germán ponerse frente
al ordenador.
“Hola Luz, lo primero de todo desearte un feliz año 2013,
en el trasiego de correos de estas navidades me he dado cuenta de que no te
había felicitado el año. Espero que el viaje a París fuera bien y que tu
evidente apatía de esta tarde no tenga nada que ver con las vacaciones. Nos
habíamos acostumbrado a tu alegría y todos hemos quedado afectados por la tristeza
de hoy, por cierto me he quedado esperando a que se cocinera la blanqueta y me
la he llevado a casa, está deliciosa, te devolveré el tupper la semana que
viene. La semana que viene si se cumplen tus previsiones empezaremos con los
dulces, yo llevo la ventaja de haber disfrutado ya del mousse de chocolate,
estoy deseando que llegue el jueves que viene para aprender algún truco nuevo,
me tocan niños este fin de semana y si les sorprendo con alguna golosina seguro
que seguiré ganando puntos. Quién me iba a decir a mi que con la edad
terminaría disfrutando en los fogones. Para levantarte un poco el ánimo, si es
que lo necesitas, se acompaño una reproducción de Chagall, espero que hubieras
podido disfrutar de alguna exposición en París, sobre todo de la colección de
posters de la Ópera. Un saludo. Germán”.
Pasaron varios días, días que para Germán discurrieron
tranquilos en la medida en la que se fue sacudiendo las melancolías navideñas,
volver a las rutinas daba cierta paz a Germán y, sobre todo, le permitía ir
rellenando los tiempos muertos con actividades habituales durante el año, como
la de llevar a su hijo al futbol o volver a vigilar desde la pantalla del
ordenador del trabajo los desplazamientos de su ex o de Luz, a quien habían
conseguido aliviar en varios minutos su recorrido matutino modificando la
frecuencia de media docena de semáforos. Una de las circunstancias que le
generaba mayor satisfacción a Germán era la de contribuir a la alegría de Luz
de modo secreto, del mismo modo que le generaba satisfacción haber conseguido
que la pareja de su ex tardara 20 minutos más en llegar a su trabajo todas las
mañanas; delante del ordenador y por medio de órdenes en apariencia inocuas
conseguía sentirse como un pequeño zar.
Por otra parte tras la noche de Reyes Germán recibió un SMS
de su amiga Carmen que le convocaba a un repentino encuentro a mediodía del 15
de enero; cierto era que esos encontronazos se reducían a una mera mecánica de
cuerpos desnudos intensas pero sin pasión, de todos modos recuperar esa rutina
del cuerpo de Carmen sometido a los rigores del aceite corporal aplicado en
zonas insospechadas, la ausencia casi absoluta de conversaciones y su
sustitución por jadeos, incluso por alaridos que retumbaban en la desolación de
un piso casi vacío devolvían a Germán un vigor que pensaba que le había
abandonado cuando dejó a Gladdys en la zona de embarque del aeropuerto.
Rutina tras rutina fue recuperando el pulso de los días, había
recibido ya la corbata de rigor regalada por su hija, que no podía sacudirse la
mala gana con la que año tras año su ex se ocupaba del trámite del regalo
navideño; Gerard desde el primer momento se había ocupado de nutrir a Germán de
premios planeta, este año para desentrañar las desventuras de un par de
guardias civiles en la búsqueda del asesino de un compañero corrupto. Germán
recordaba, con cierta vergüenza, que alguna de las corbatas permanecía en su
funda de regalo sin haberse anudado ni una sola vez, también era habitual que
superados los primeros capítulos los libros se quedaran olvidados sobre la
mesilla sin haber conseguido interesarle ninguna de las tramas.
Al separarse de Olga Germán había conseguido deshacerse de
la engorrosa obligación de hacerle regalos, casi siempre desacertados tal y
como ella le había recordado nada más dejar la convivencia. Lo regalos quedaban
en su caso como reminiscencias de su invalidez emocional.
El martes por la noche, cuando ya casi había olvidado el mensaje
que le enviara a Luz, recibió la contestación: “Querido Germán, gracias por tu
correo y por tus felicitaciones, no te creas que yo quedé mejor que tú, tampoco
te deseé felices fiestas, más que nada porque tienes pinta de ser de los que
pasan las navidades deprimido; espero que este año no haya sido así, aunque la
repentina marcha de Gladdys te habrá dejado un tanto vacío. Mi viaje a París
fue un verdadero desastre, fue un error decidir marchar, cuando recibí tu
mensaje no me atreví a contarte la verdad, que no era otra que la de que a
París no marché con mis amigas sino al encuentro de un antiguo novio con el que
conviví algunos meses cuando estudiaba en París. Tonta de mi pensaba que no
regresaría nunca de París, que Olivier, así se llamaba mi antiguo novio, me
ofrecería quedarme allí junto a él, de modo que no hubiera de regresar nunca
más a Barcelona. Ya ves, tú deseándome feliz navidad y yo dispuesta a dejaros
colgados las tres últimas clases. Olivier no tuvo ningún problema en acogerme
en su casa durante unas noches y amarme como sólo saben amar algunos parisinos,
sin embargo cuando yo esperaba que habilitara un hueco en su cuarto de baño
para colocar mi cepillo de dientes, resultó que Olivier me comunicó que se
había prometido con una profesora de Toulouse, que marchaba a vivir a esa
ciudad y que antes de sentar la cabeza – y lo que no era la cabeza – quería disfrutar
por ultima vez de la “pasión española”. Así que volví de París humillada y con
cierta sensación de suciedad de cuerpo y alma que no me he atrevido a compartir
con nadie excepto contigo, a quien mando este mensaje casi como una penitencia
después de haber estado dispuesta a olvidaros a ti, a las alumnas y a Barcelona
para siempre. Yo soy de esas mujeres a las que pese a haber sido educadas como
modernas e independientes, en el fondo nos encantaría poder empujar un carrito
de bebé, sobre todo si lo podemos hacer por el parque de Luxemburgo. Tardaré mucho
tiempo en regresar a París, espero tardar un poco menos en recuperar a alegría
de las clases. Tómate este correo como un ejercicio de constricción, si se que
revelas el más mínimo detalle de mis percances amorosos no dudes en que serás
envenenado, todavía me quedan algunas clases y recetas por entregaros y puedo
utilizar cualquiera de ellas para quitarte de en medio. Una mujer despechada
por un parisino es capaz de cualquier locura … Verás que por lo menos en estos
días he conseguido recuperar algo de mi viejo humos, aunque agriado por el
vitriolo, puede que tú, también abandonado, comprendas bien lo triste que es
iniciar el año sabiéndose solo”.
Germán hubo de leer varias veces el correo hasta
convencerse de que Luz estaba siendo sincera y que era sincero su dislocado
relato del viaje sin aparente retorno a Paris. Quien sabe si Olivier tenía el gesto
aniñado de un joven Chagall que hubiera conseguido convertir a Luz en una de
las ingrávidas novias de sus cuadros.
De repente Germán tuvo claro que sus posibilidades de
enamorar a Luz eran prácticamente nulas, jamás dispondría del encanto de un
profesor universitario del Barrio Latino, por muy canalla que hubiera sido;
tendría que contentarse con cierto de grado de complicidad, sin opciones de
intimidad física. Pese a ello entendió que sólo si la proponía un juego podría
mantener la atención de su profesora una vez finalizara el curso de cocina, así
que, como embrujado por el teclado, empezó a redactar un nuevo correo.
“Querida Luz, siento y no siento tus desastres amorosos;
hubieras perdido muchos enteros de habernos abandonado a la francesa y habernos
dejado sin las últimas recetas del curso. Ni el más sofisticado de los parisinos
justificaba tu deserción. Pocos consejos puedo darte yo en esto del amor, no es
una disciplina en la que haya cosechado grandes éxitos y soy poco dado a
filosofías abstractas. Supongo que gran parte de la gente en este mundo ha de
pasar sin amores verdaderos y contentarse con algunas ráfagas de pasión y quien
sabe si espejismos. Poco podemos ofrecerte a este lado de los pirineos, queda
poco glamour en esta ciudad en la que hemos de dedicar mucho tiempo a
sobrevivir como podemos a recortes, sin sabores y fríos. Yo he tenido la suerte
de que, por lo menos, gracias a tus clases he descubierto a Chagall y también a
que una casa que huele a buena cocina termina por siendo una casa alegre.
Quiero agradecerte lo mucho aprendido durante estas semanas y puesto que has
compartido de modo improvisado una de las épocas más perplejas de mi
existencia, decidí regalarte el libro de Chagall, un libro que no sé si te he
contado que gané casi por casualidad en una partida de póker en casa de un amigo
fantasmón que todavía no se explica porqué había perdido después de haber
llevado más de 25 años ganándome casi siempre en casi todo. Del mismo modo en
el que a ti te gusta poner algunas trabas en nuestros encuentros – todavía recuerdo
tus burlas cuando comentabas que estaba coqueteando contigo y que podría ser tu
padre -, he decidido, en contra de lo que hasta hoy ha solido ser mi ser, darte
el regalo por medio de un juego creo que sencillo pero que me permitirá cambiar
las tornas durante al menos unas horas, de modo que no haya de ser yo quien
esté pendiente de ti, como lo he estado hasta ahora, y seas tu la que hayas de
vigilarme. La propuesta es sencilla, estos días he visto un programa en
televisión, creo que de madrugada, en el que se describía una actividad a mi
juicio absurda, unos tipos se dedicaban a esconder libros en espacios públicos
con el fin de que los descubrieran lectores anónimos, enamorados de la literatura;
creo que esta práctica se llama crossbooking. Yo no soy persona especialmente
dotada para la literatura, me suele vencer el sueño en cuanto llevo leídas 2 ó
3 páginas de cualquier libro y pasadas tres semanas se me olvidan las tramas,
por lo que no creo haber terminado de leerme una sola novela en los últimos 25
años. Tampoco soy persona especialmente dotada de sensibilidad para apreciar
las cosas exclusivas aunque no cabe duda de que el libro que ha llegado a mis
manos tiene pinta de ser un libro exquisito, que debería estar en manos de
alguien tan exquisito como tú; la casualidad ha determinado que haya caído en mis
manos una autobiografía de Chagall con la particularidad de que está dedicada
por su autor, que tuvo la gentileza de dibujar unos trazos para un marinero al
que conoció en Tossa de Mar en los años 30. Cuando nos des la última clase,
cuando nos des la última receta yo procederé a esconder el libro de Chagall en
algún lugar público, lo haré durante el fin de semana siguiente a que
terminemos las clases. Si estás atenta a mis movimientos durante ese fin de
semana podrás hacerte fácilmente con el libro, te bastará cogerlo del lugar en
el que yo lo esconda. Para que veas que mi finalidad no es, ni mucho menos, el
ligoteo, si te descubro merodeándome no esconderé el libro; si decides no
aceptar mi envite y no seguirme a hurtadillas por Barcelona el libro terminará
en manos realmente anónimas, quien sabe si en otra enamorada de Chagall. Lo
razonable es que tras las clases y el crossbooking tu y yo no nos volvamos a
ver; quien sabe si tu Olivier se aburrirá de la Toulousana y acuda a mendigarte
compasión a Barcelona, creo que eres de esas mujeres que arrastran a los
hombres a realizar grandes gestas, las mismas que tu estás dispuesta afrontar.
Sólo me queda pensar en la receta del próximo jueves y en el escondite donde
pueda depositar mi libro. Muchos besos y muchos ánimos. Germán”.
Llegó finalmente el jueves y Germán, rompiendo con viejos
hábitos, decidió llegar a la clase con algunos minutos de retraso, tras
cerciorarse de que Luz había iniciado la clase, quería escrutar su gesto al
verle entrar a deshora para intentar indagar sobre el verdadero impacto del
cruce de correos. Ella, sin embargo, más
avezada en las chanzas del coqueteo, apenas le dedicó una mirada desdeñosa
cuando vio que se abría la puerta, la clase estaba completa salvo la consabida
ausencia de Gladdys por lo que cualquier apertura de puerta Luz sabía que se
correspondería con la llegada de Germán de ahí que rápidamente le ganara la
mano y dijera, sin mirarle a los ojos:
- Para los que han llegado tarde, la receta de hoy es la primera
de los postres, una tarta casera de limón, merengue y base de galletas. Es de
las tartas que antes hacían las madres para los fines de semana. Si buscáis en
internet veréis que hay cientos de posibilidades desde las que hacen la crema
con queso fresco y limón, las que prefieren yogures o leche condensada. Yo soy
un poco maniática con los lácteos, me suelen sentar como un tiro, por eso
prefiero hacer la tarta partiendo de una crema pastelera que corto con un
vasito de zumo de limón, sin leche ni derivados para que agríen la tarta, se
trata de que esté ácida, no agria. La tarta que hacemos hoy tiene un sabor de
reminiscencias infantiles ya que la base la hacemos utilizando galletas
picadas, trabadas con mantequilla hasta conseguir un molde consistente y
sabroso, podéis utilizar las galletas maría dorada de toda la vida, son las que traigo hoy, aunque en mi
casa mi madre prefería usar galletas de la marca Chiquilín, que no sé si se
siguen fabricando.
- Los ingredientes aparecen en la nota que os he dejado encima de
la mesa.
Germán descubrió que sobre su pupitre
había un listado de ingredientes muy caseros:
1 paquete de galletas tipo María
3 yemas de huevo
1 huevo entero
El jugo de 1 limón y medio
Ralladura de un limón
6 cucharadas soperas de azúcar normal
180 gr. de mantequilla que hay que deshacer bien en el microondas,
bien dejando la mantequilla en un bol cerca de una fuente de calor que no le
esa aplicada directamente
3 claras de huevo. Son para hacer el merengue.
2 cucharadas de azúcar glass (azúcar pasado por un molinillo de
café, aunque en algunos supermercados se vende el azúcar en polvo en vez de en
los habituales cristales).
- Empezamos abriendo el paquete de galletas y colocándolas en un
bol, o en el propio molde de la tarta; si tenéis paciencia podéis ir partiendo
las galletas con las manos, haciéndolas migas; yo prefiero hacerlo con la mano
de un mortero, ponemos descuidadamente las galletas en el molde y le damos con
la mano del mortero hasta que quedan en pedacitos pequeños, si queréis daros
más prisa podéis tirar al suelo dos o tres veces el paquete de galletas antes
de abrirlo, o darle un par de mazazos previos a la apertura. Cuando las galletas
estén bien machacadas se añade la mantequilla derretida (100 gramos) – en pomada
– hasta que las galletas se compacten y tomen la forma del molde, si veis que
la masa no queda muy compacta ponerle un poco más de mantequilla, se trata de
que las galletas cubran por completo el modo como si fueran pasta brisa, es
decir, una masa compacta, sin muchos poros.
Luz
dedicó bastantes minutos a machacar las galletas y amalgamar el molde,
pasándolo entre los alumnos para que vieran la textura sólida en la que debía
quedar la mezcla de galletas y mantequilla.
- El siguiente paso es poner en el vaso de una batidora el zumo de
limón, las yemas, el huevo, el azúcar, la ralladura de limón y la mantequilla. Lo
batimos todo muy bien y lo pasamos a una cacerola terciada de agua a fuego muy
suave, sobre la cacerola el vaso de la batidora o un bol batiéndolo con cuidado
con un cucharón de madera, así se hace la crema al baño maría. A medida que cuajen
las yemas la mezcla irá tomando la consistencia de la crema pastelera; si veis
que los huevos son pequeños añadirle un par de yemas más. Cuando la crema coja
cuerpo, esté espesa la vertimos en el molde sobre la pasta y la metemos en el
horno previamente calentado a 180º, unos 20 minutos.
- Un consejo, si no queréis meteros en mucho follón con la textura
de la crema pastelera al limón podéis ponerle una cucharada de maicena a la
mezcla y así os aseguro que tomará la consistencia casi de un flan. Mientras se
termina de cuajar la crema sobre la masa de galletas ponemos en un bol amplio
las tres claras de huevo con una pizca de sal, ayudándonos por unas varillas o
por un par de tenedores le vamos dando aire, lo vamos batiendo hasta que
conseguimos que las claras se hayan convertido en una montaña, a eso se le
llama poner las clara al punto de nieve. Mi madre cuando preparaba este plato
colocaba bocabajo el bol con las claras y estas no se caían, era el síntoma de
que están bien batidas. Si no lo habéis hecho nunca armaros de paciencia y, sobre
todo, dadle con brío para que entre bien el aire en las claras y crezcan firmes.
- Para convertir las claras en merengue hay que ir añadiendo poco
a poco el azúcar glass sin dejar de darle a las varillas, la espuma toma algo
más de densidad y se convierte en una crema blanca. Sacamos ahora la tarta del
horno, le quedan unos minutos pero está casi cuajada, veis que incluso se ha
tostado un poco la crema. Con ayuda de una cuchara vamos cubriendo la tarta de merengue
blanco – si disponéis de una manga pastelera quedará más bonito pero con
paciencia y una cuchara queda muy aparente. Se pone el grill durante unos minutos
para que se dore un poco el merengue y la podéis llevar a la mesa, está muy
sabrosa tanto templada como fría.
Luz recogió rápidamente los trastos y
se despidió de todos con una sonrisa luminosa; al salir de la puerta le guiñó
con cierta picardía un ojo a Germán, estaba claro que aceptaba el reto del
crossbooking.
Hoy la actuación de Germán me ha convencido más y Luz me gusta más que Gladys pero es un insensato tratando el libro firmado por Chagall con tan poco interés. La tarta tiene que estar buenísima aunque yo soy muy poco golosa. Jubi
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