Enero discurría lentamente, era un enero casi siberiano y
tremendamente triste, no ya por Germán que veía pasar los días con
desesperación, su entorno, sus amigos, su ciudad, su país, todo eran noticias
negativas; estaba deseando que llegara el último de los días del mes para
comprobar que por lo menos su nómina, por raquítica que hubiera quedado, le
permitiría unos instantes de oxígeno, los minutos justos antes de que le
cargaran recibos atrasados y obligaciones pendientes para.
Mediado el mes recibió una llamada de Olga recordándole
gastos comunes pendientes que tendría que asumir, en marzo tocaba el pago de la
ortodoncia de Gerard y ella quería que Olguita marchara a Irlanda los meses de
verano. Germán despachó a su ex como pudo y al final no le quedó más remedio
que recordarle un:
- “tú ya sabes el dinero
que entra en mi casa y los recortes de salario han salido en el diario oficial
de la Generalitat; no tengo ayudas en casa y nadie paga por mí los recibos.
Habrá que apretarse el cinturón”.
Olga, que dominaba como nadie esos escenarios, no le
permitió ni siquiera la última de las palabras y le dijo:
- Hasta ahora no hemos tenido la necesidad de que ningún juez
resuelva nuestros problemas pero ya sabes que si hay que acudir a los
tribunales acudo… - Tomó aire -; de todos modos no quiero empezar el año con
mal sabor de boca. ¿Qué tal esa novia panchita que te has echado ?¿No te trata
bien?¿Parecía muy enamorada?
- Era venezolana y regresó a su país antes de navidad. Nunca fue
mi novia por mucho que le contaras a los niños. Bien mirado de los dos la única
que ha organizado su vida sin problemas has sido tú, y yo no anduve envenenando
a los niños con tu noviazgo con Ricard cuando todavía estaban calientes las
sábanas de nuestra cama.
- No renovamos el pasado, German; bastante complicado tenemos el
año 2013. Si quieres hablamos otra vez a finales de febrero e intentamos
organizar los gastos del año; para mí tampoco va a ser un año bueno, no
descarto nuevos recortes en la empresa, incluso flota en el ambiente un ERE que
puede que se nos lleve a todos por delante. – Colgó sin posibilidad de réplica.
A German le costaba, como a otros
separados, recordar cómo había sido su vida de casado, parecía que aquellos
años se hubieran perdido en la memoria y sólo le quedaran algunos retazos que
ni siquiera llegaban a ser recuerdos. Olga se había quedado con la práctica
totalidad de las fotografías y los chicos no solían evocar tiempos pasados. De
ese modo para Germán no existía otro mundo que el de su piso de alquiler de
paredes desnudas y muebles destartalados.
Dentro del plan de ahorro doméstico
Germán sólo encendía la calefacción cuando venían los niños y, si ha caso, unos
minutos nada más levantarse para que se caldeara la casa. Se estaba
acostumbrando a ver la televisión con un par de jerseys y una manta sobre las
piernas.
Con aquel panorama invernal y sin
ánimos para mandar a Gladdys ni siquiera un correo electrónico dando señales de
vida, las clases de cocina pasaban a ser el único remanso de alegría durante la
semana, las clases de cocina y los planes para con Luz, a quien había
conseguido seguir por toda la ciudad gracias a las cámaras de video del
ayuntamiento. Germán disponía de un par de semanas para planificar el sitio y
el momento en el que escondería el libro de Chagall. Como primera medida lo
había envuelto en film de plástico del que manejaba en la cocina para que lo
escondiera donde lo escondiera pudiera preservarlo de la humedad; con los
restos del papel de los regalos de navidad preparó un paquete un poco más vistoso
y, finalmente, lo guardó en una bolsa de papel de las del FNAC, de ese modo
evitaría que el libro se deteriorara.
Durante varios días se interrumpió
cualquier comunicación entre Luz y Germán, ya no más correos electrónicos, se
cruzaron algunas miradas la tarde en la que Luz les preparó la receta de mousse
de Chocolate, la que le había anticipado por mail cuando Olguita tuvo el ataque
de apendicitis, pero no rompieron el hielo. Germán le había planteado un pulso
dialéctico en el que ella no daría su brazo a torcer, él debía tener la
incertidumbre absoluta respecto de si aceptaría el juego de perseguirle a
hurtadillas hasta que escondiera el libro.
Coincidiendo con el final de mes llegó
la última de las recetas, un postre contundente para días tristes y fríos, una
receta de arroz con leche siguiendo las pautas de un viejo recetario asturiano.
Luz les dijo que necesitarían 1/4 de kilo de arroz; 1 litro de leche entera y
medio litro más de nata para cocinar; 1/4 de kilo de azúcar, Canela en polvo, cáscara de limón, 100 gramos
de mantequilla y una pizca de sal.
La nota que les facilitó indicaba que
en una cazuela amplia, a ser posible que tenga un fondo grueso, se echa la
leche entera con dos o tres trozos de cáscara de limón; era importante que
cuando se sacaban las cáscaras de limón se eliminara por completo la parte
blanca ya que esa parte le dejaba mal sabor a la leche. Uno de los primeros
trucos de la receta pasaba por infusionar la leche con las cáscara de limón
durante cinco minutos antes de añadir el arroz se le añade una pizca de sal a
la leche y se sacan las cáscaras del limón.
Aunque algunos recetarios recomendaban
pasar primero el arroz por agua fría lo cierto es que si se realizaba esa
operación el arroz perdería cremosidad ya que al lavar el arroz se le eliminaba
el almidón y, con ello, el punto cremoso de los granos.
El cuarto de quilo de arroz se deja
cocer a fuego muy suave con la leche entera, removiendo con un cucharón de
madera, la técnica es parecida a la del risotto y permite que el arroz vaya
ganando en cremosidad. La gracia de hervirlo a fuego muy lento es evitar en la
medida de lo posible que la leche hierva. Pasados 20 minutos desde que se echó
el arroz se le incorpora el medio de nata. Puede parecer una tontería propia de
snobs, pero la verdad es que si se hierve el arroz en nata líquida el arroz
queda mucho más untoso. No hay que parar de remover, lo que facilita que evapore
el líquido, el arroz ha de quedar un pelín pasado.
Cuando el arroz está ya en su punto –
al probarlo no ha de quedar duro ni siquiera un pelín – se le añade el azúcar
con el fuego apagado y la mantequilla, dándole un último meneo con la cuchara.
La operación de cocer el arroz en la
leche suele durar entre 45 minutos y una hora, en función de la calidad de la leche
y del arroz; si tenéis oportunidad utilizar arroz tipo bomba y, si os ponéis en
plan sibarita incluso podéis utilizar arroz de calasparras o, por lo menos, del
Delta del Ebro. No se os ocurra hacer esta receta con arroces tipo bastami
porque no absorben la leche ni a tiros.
Arroz, leche y mantequilla formarán
una crema ligeramente granulosa en la que casi no será posible distinguir las
partes sólidas de las fluidas. En las casas tradicionales se ponía el arroz en
una bandeja grande, se espolvoreaba la canela en polvo y se llevaba a la mesa
para servirlo allí con una ramita de canela decorando la bandeja; el arroz
queda mejor presentado en bandeja que en una olla alta ya que puede llegar a
apelmazarse y parecer engrudo.
En las casas modernas en vez de la
presentación tradicional se suele presentar ya servido en boles individuales,
con una capa generosa de canela. En alguna ocasión veréis que también se le
añade un poco más de azúcar al final y se pasa por una fuente intensa de calor
para que quede una capa de caramelo parecida a la de la crema catalana. A mi no
me gusta lo del caramelo – decía Luz -, el sabor es demasiado intenso por el
azúcar quemado y pierde matices el arroz.
Para despedirse Luz les había
preparado a sus alumnos una recopilación ordenada de las 15 recetas, cogidas
por un clip y con una portada preparada precipitadamente a ordenador en la que
con letra de gran tamaño se anunciaba: “INTRODUCCIÓN A LA COCINA EN QUINCE
RECETAS”. En la portada aparecía una reproducción de un cuadro de Chagall.
- Muchos de vosotros sabéis que siento debilidad por Chagall,
Chagall es un genio de la luz, del color, un tipo alegre, un enamorado de la
vida; espero que la imagen que acompaña a este cuadernillo os sirva para
recordarme – explicó mientras repartía los cuadernillos por la clase -. Este ha
mi primer curso de cocina básica, ha sido una sorpresa, no estaba acostumbrada
a tener alumnos sin experiencia previa. Me he divertido mucho. No sé si
vosotros habréis disfrutado también. Por desgracia el próximo curso no lo daré
yo ya que estaba en una sustitución. En todo caso quedo a vuestra disposición,
disponéis de mi correo electrónico y estaré encantada de poderos ayudar en
vuestros pinitos entre fogones.
A medida que iba entregando el
cuadernillo a los alumnos les daba un par de besos en las mejillas. Al llegar a
Germán se detuvo un instante y le dejó dos ejemplares:
- Por si tienes oportunidad de hacérselo llegar a Gladdys, sería
una pena que no disfrutara de la compilación completa. Ha sido de las alumnas
más aplicadas.
Sobre la mesa estaban
una tras otras las 15 recetas:
El pánico que le produjo
hacer la primera coca hojaldrada de verduras.
El secreto de los deeps
engatusado con las palabras de Luz.
Los volovanes de
verduras y gambas con besamel cuando empezó la persecución de Luz por las
calles de Barcelona.
La sopa
básica con el apretujón de entrepierna de
Gladdys.
Un estofado de
lentejas con confit de pato coincidiendo con la partida de póker en la que
le ganó el libro a Gonzalo.
Una crema de puerros
muy especiada ya cuando andaba enamoriscado de Gladdys.
La primera noche que
pasaron juntos Gladdys y Germán fue tras un rape cocinado a la panadera.
Vio cocinar a Gladdys
para toda la clase guisando unos lomos de salmón con mostaza.
Con el suquet de
congrio Gladdys le anunció que regresaba a Hispanoamérica, días antes
Germán había sentido el agobio de sus llamadas y requerimientos.
La primera de las receta
de carne fue un curry de pollo con el que sus hijos se chupetearon los
dedos y se convencieron de que su padre había aprendido algo con las clases de
cocina.
A las puertas de las
navidades llegó una receta de pavo relleno, un plato especial que le
tocó hacer a German para toda la clase.
El año empezó con una
receta de ternera en blanqueta, Luz regresaba triste de su viaje a
París.
Con una tarta de
limón y merengue Germán se atrevió a coquetear con Luz.
Luz le anticipó la
receta del mousse de chocolate coincidiendo con la operación de
apendicitis de Olguita.
Ahora, en la antelasa
del crossbooking terminaban el curso con una receta de arroz con leche.
Luz, después de entregar todas las
fotocopias marchó rápidamente, sacudiéndose la propuesta de alguna de las
alumnas de tomar una copa de cava en un bar próximo. Germán acudió de mala gana
a la copa y tras el brindis de despedida marchó hacia su casa. Quedaba una
noche fría y oscura, con amenaza de lluvia, un momento poco propio para iniciar
el juego del crossbooking.
El viernes amaneció también
desapacible, Germán comprobó por las pantallas del ordenador que Luz había
dejado aparcado su coche en las inmediaciones de su piso, por lo tanto era
evidente el interés por capturar el libro, desde el lugar en el que había
aparcado el coche se veía sin problemas el portal de la casa de Germán y sería
posible vigilarle durante el fin de semana. Germán se sintió alagado. El coche
estuvo estacionado todo el viernes, aunque no podía asegurar que Luz estuviera
aguardando dentro de él.
El sábado por la mañana, aprovechando
unos fríos rayos de sol, los propios de las calmas de enero, Germán salió a
media mañana con el paquete bajo el brazo, el coche de Olga seguía
discretamente aparcado a una distancia prudencial; se puso a caminar sin echar
la vista atrás encantado de la circunstancia. Se disponía a dar un largo paseo
hasta el Turó Park, un pequeño parque urbano encastrado en mitad de la
diagonal, por encima de la plaza de Francecs Maçia. Germán no forzó el paso, de
hecho se detuvo a tomar un café a mitad de camino.
Ya en el parque dio algunas vueltas
hasta dar con un banco retirado, bajo unas jacarandas, un recodo ajeno a la
algarabía de niños que aprovechaban los rayos de sol. Permaneció un rato sentado
en el banco evaluando los riesgos de que alguien pudiera adelantarse a Luz y se
quedara finalmente con el libro. Bajo el banco había un pequeño hoyo hecho en
la arena, seguramente obra de algún niño aburrido. Era un agujero lo
suficientemente grande como para esconder el libro; distraídamente con la punta
del pie Germán hizo que el hoyo fuera un poco más profundo, haciendo como si se
atara el zapato depositó en el agujero la bolsa con el libro y de nuevo con
disimulo utilizó la punta del pie para cubrir el libro ligeramente de arena.
Nadie a la vista, nadie vigilando; aún y así Germán permaneció unos minutos
sentados hasta constatar que aquel recodo no era ni mucho menos transitado, no
era todavía hora de perros. Sobre la una del mediodía se levantó, caminó unos
metros y todavía dedicó un tiempo complementario a vigilar el banco y con él su
tesoro.
Cabía la posibilidad de que Luz se
hubiera aburrido de sus chanzas y hubiera regresado a la casa. Del mismo modo
que le había impuesto a Luz el deber de no ser descubierta, el mismo se impuso
la obligación de salir del parque por la misma puerta por la que había entrado
y seguir sin volver la vista atrás, aceptando con ello las reglas del juego.
Quedaba así cerrado el circulo, Germán
había culminado con su curso de iniciación a la cocina, no sólo habría
conseguido dominar las quince recetas desarrollada durante casi seis meses.
Dominaba también algunas técnicas básicas de la cocina más elemental y, lo que
era más interesante, había descubierto cierto placer por los fogones.
Gladdys y Luz quedaban como parte
sustancial de esa experiencia; destellos de luz y de alegría en una época
compleja, llena de dudas y de zozobras. Germán en casa repasó las 15 recetas
compiladas mientras se terminaba de calentar un pollo al curry preparado
conforme a las indicaciones que en su día aprendiera. Sintió no haber podido
leer el libro de Chagall, no haber podido aprender francés. También sintió no
haber tenido la osadía de agarrar por el brazo a Gladdys cuando cargaba el
carro con todos los bultos para embarcarlos rumbo a lo desconocido, hubiera
bastado darle un ligero tirón del brazo y haberle sellado el silencio con un
beso largo y húmedo, con olor a magnolias.
El aroma intenso de curry disipó sus
nostalgias, se sentía un hombre más diestro, un poco más sabio, mejor
alimentado. Esa tarde le tocaba organizar una partida de póker en su casa, su
amigo Gonzalo ya no disponía de un dúplex ajardinado en la periferia de
Barcelona y ahora, más que nunca, era necesario que pudiera ganar aunque fuera
15 ó 20 euros. Era divertido ver como Gonzalo escrutaba obsesivamente cada
rincón de la casa de Germán buscando el libro de Marc Chagall, un libro que
quien sabe si seguía enterrado en el turó Park, o si había sido deshojado
salvajemente por un perro inquieto, u hojeado sorprendidamente por una chica
tocada por la fortuna, o por la propia Luz Sanchez Cotán, que lo estuviera
disfrutando con un ritual casi onanista acariciando páginas que habían sido
tocada por el propio Chagall, recorriendo con la yema del dedo lo trazos de la
marina con un toque ingenuo que Chagall, un joven pintor borracho de luz en los
años treinta, había dibujado en honor de un marinero analfabeto que le
preparaba los suquets de pescado bajo el sol del mediterráneo, entre las rocas
de los caladeros de Tossa de Mar.
German, pese a sus dudas y miedos, pensaba que abandonando
ese libro en el parque aprovechando las calmas de enero había dado un paso
hacia la luz.
Espero que Germán no pierda ese maravilloso libro y que Luz lo encuentre y podamos asistir a un final feliz y dulce como ese arroz con leche que tiene que estar buenísimo. El cuadro sinceramente "delicioso". Jubi.
ResponderEliminarOh, que interesante las experiencias de Germán... Tendré que leer desde las primeras recetas... he llegado tarde a este apasionante blog... ah, una pequeña puntualización, yo al arroz le voy añadiendo la leche poco a poco, fría, para que el grano se rompa, parecido a la técnica de "asustar" a "les fabes" de la fabada Asturiana. Saludos
ResponderEliminarHola diletante!! Quisiera la receta de la coca hojaldrada de verdura, podría ser? Me encanta la cocina mayorquina y una buena receta de coca como me imagino, sería un regalo para mi recetario.
ResponderEliminarTu blog es cultura, por favor más comentarios sobre pintura.
Un cordial saludo
Canela