La wikipedia define la sociología como la
ciencia que estudia los fenómenos colectivos producidos por la actividad social
de los seres humanos, dentro del contexto histórico-cultural en el que se
encuentran inmersos.
Al margen de modas la gastronomía, la cocina
debe considerarse un fenómeno colectivo en la medida en la que se caza, se
pesca o se recolecta para alimentar a la prole, la cocina surge de una
necesidad o de una voluntad colectiva y enseguida se convirtió en una excusa
para reunir en torno a una hoguera o en torno a una mesa a personas que además
de comer y de beber, disfrutaban contando historias propias o ajenas, reales o
inventadas.
Aunque he de reconocer que disfruto mucho
yendo a comer solo a los restaurantes, lo cierto es que desde siempre lo que me
ha gustado de la cocina es la capacidad que tiene para estructurar grandes o
pequeñas tribus y la pertenencia a una tribu, o un grupo o colectivo, es uno de
los factores que da más tranquilidad y estabilidad a las personas, incluso a
aquellas personas que, como a Groucho Marx, no le gustaría formar parte de un
club que tuviera a gente como él de socio.
En el concepto o idea de tribu hay una
componente de afinidad o complicidad que termina interpretándose en clave
gamberra. Los componentes de una tribu utilizan palabras cuyo significado sólo
conocen ellos, hacen referencia a batallas que sólo conocen ellos, juegan con
sobreentendidos y con roles que a veces pueden parecer crípticos desde fuera
pero que generan mucho regocijo entre los miembros de la tribu.
Las tribus que se estructuran en torno a la
cocina son tribus que normalmente disponen de varios brujos o chamanes, al fin
y al cabo la cocina no es sino un ejercicio de superchería generado a partir de
la combinación más o menos armónica de los alimentos.
Yo tengo la suerte de pertenecer a muchas
tribus, algunas de ellas extremadamente peculiares, y de todas ellas la tribu
de los “cufos” puede que sea de las más sorprendentes y divertidas. Solo la
generosidad de dos buenos amigos – Maite y Rafa – ha permitido que confluyan en
torno a una mesa personas tan distintas y, sin embargo, tan afines. Es una
suerte contar con amigos generosos dispuestos a organizar tribus modernas y
esforzarse porque tiempo después de su arranque sigan siendo frescas, divertidas
y sugerentes.
La tribu de los cufos, responsable de las
series de can Cufa, tiene cierta vocación universal, sin embargo problemas de
espacio, de intendencia y de logística nos impiden ampliar nuestro radio de
influencia más allá de los 12/14 comensales, ni las mesas ni las cocinas
modernas tienen capacidad para albergar a más de 12/14 comensales con un mínimo
confort.
Cerramos el año pasado un primer ciclo de
cenas de Can Cufa, seis en total, cerca de 80 recetas con sus correspondientes
presentaciones. Rafa está trabajando en el recetario con las fotos y anécdotas
entre los fogones y en torno a la mesa. El sábado pasado fuimos convocados para
inaugurar la segunda tanda de encuentros y acudimos con cierta inquietud por
saber qué novedades nos deparaba la tribu, novedades inevitables ya que cuando
nos conjuramos hace más de un año lo hicimos con la idea e intención de ser y
mantenernos originales.
Para estas segundas series algunos apuntes
sutiles que pueden convertirse en novedad, como puede ser el hecho de que cada
plato se esposara a un licor, vino o cerveza, una prueba de alto riesgo que
superamos con habilidad hasta el punto de que ninguno de los comensales se
emborrachó, fuimos todos comedidos hasta el punto de mezclar en una gran cuba
metálica restos de cava, vinos varios, champagnes, sakes y cervezas.
Diez platos en total conformaron las
pruebas, diez propuestas divertidas, medidas y comedidas para que la cena no
terminara astragándonos. A lo largo de la noche supimos que una docena larga de
huevos de codorniz hubieron de convivir a oscuras en una caja de cartón durante
más de una semana con una trufa negra para que se impregnaran de sus aromas, yo
llegué a creen que los anfitriones habían alimentado a base de trufas a varias
codornices durante el invierno.
La trufa también acompaño a un tempura de
alcachofas y calçots.
La crema de calabaza era en apariencia
clásica, pero un fondillo de aceite de ajos fritos y una cobertura de espuma de
mascarpone la modernizaron.
El rape también iba en tempura – de hecho
muchos preparados se fueron concatenando -, con el añadido de unas ostras con
crema de roquefort. Es curioso comprobar cómo cuando se sirven ostras en una
comida enseguida surgen las anécdotas sobre las ostras y sus riesgos gástricos.
Hay otros manjares más anodinos que no dan para una sola batallita, sin embargo
la ostra arrastra a zonas tenebrosas, también placenteras, del subconsciente de
cualquier gourmet.
Muy fresca la gelatina de mojito y
contundente el ciervo presentado en carpacio, en tartar y en civet; a juicio de
todos el mejor de los platos de la sesión, sobre todo porque algún despistado
al leer el menú – 3 formas de veure el cervol – pensó que nos lo beberíamos en
vez de comerlo.
Hubo incluso hueco para los postres, un
brownie de chocolate con mermelada de fresa y una nueva espuma, esta vez de
gintonic con cítricos y frutos rojos.
Dejaba para el final el plato a mi juicio
emblemático, el que condensa parte de la filosofía de la tribu, eran unas
múrgulas – colmenillas – rellenas de foie que se acompañaban con un vino blanco
del penedés que se parecía al Sauternes. Los anfitriones encontraron las
colmenillas en Canadá, concretamente en Vancouver, y trajeron un par de paquetes
de setas desecadas en el avión con el principal fin de agasajar a los amigos. Solo
si hay pasión la gente está dispuesta a guardar en la maleta un paquete de
setas que han de cruzar el atlántico.
No me han desentrañado la receta, me
imagino que debe ser muy parecida a la que me aventuro a compartir.
Lo primero que hay que hacer es hidratar
las colmenillas, yo suelo utilizar agua tibia, pongo las setas en un tupper,
las cubro de agua y las tapo, en 5/6 horas las setas están hidratadas y el agua
toma un color parduzco ideal para luego utilizarlo en el caldo.
Una vez hidratadas las setas se retiran del
agua. Con tres o cuatro chalotas, en función del tamaño, se prepara un sofrito
picándolas en juliana, a fuego suave, a media cocción se le añade una pizca de
sal y un poco de pimienta, además se disuelve en el sofrito media cucharada de
harina, que ha de tostarse por completo.
Cuando la harina esté tostada se le pone un
vaso cumplido de vino, el que utilizaron fue el Botritys Noble, Nadal 1510 de
2001, muy parecido al penedés. Medio brick de nata para cocinar (120 gramos) y
un vaso del agua en la que hidratamos las setas. Hay que tener cuidado de que
la salsa no rompa a hervir ya que si hierve hay riesgo de que se corte la nata.
Cuando la salsa ya tiene el espesor deseado
se le añade una punta de foie, no hace falta que sea muy grande, bastará con un
trozo de poco más que la yema del dedo gordo, y se deshace en la salsa.
Finalizada la salsa se rellenan las
múrgulas más grandes, 2/3 por comensal, con ayuda de una manga pastelera; hay
unos foie que presentan ya en mousse que permiten manipularlos mejor en los
rellenos, basta con dejar que tomen un poco de temperatura sacándolos de la
nevera un par de horas y cuando estén blanditos manejarlos con ayuda de una
manga o de una jeringa de repostería. Se templan un poco en la misma sartén con la salsa y se sirven.
Así las cosas entre las múrgulas de
Vancouver y la mermelada de fresas que año tras año va enlatando Ferrán
iniciamos la segunda tanda de cenas de la tribu de Can Cufa, el único problema
es que la próxima cena me toca prepararla a mi.
Para desengrasar una cocina Pop de una
pintora contemporánea inglesa Suzanne Treister.
Tienen que ser muy interesantes y entretenidas las cenas de "los cufos", estar ante una buena mesa y en tan agradable compañía es uno de los placeres que nos depara la vida. El cuadro me ha gustado, siempre que ofreces un pintor para mí desconocido, enseguida paso a Google para ilustrarme y además de disfrutar del blog, que tanto me entretiene, me voy poniendo al día en pintura que tanto me gusta. Jubi
ResponderEliminarPues a riesgo de parecer un cateto le comento que a mi me gusta comer en la cocina. Para mi la cocina es como un aula magna de muchas disciplinas. Yo creci con mi abuela en la cocina, sentado cerca de los fogones y viendo como hacia, no maravillas,sino autenticos milagros. En la cocina se puede aprender de todo, fisica, por ejemplo, pues al fin y al cabo cocinar implica procesos fisicos, el tiempo y metodo de cocinado, el material que se usa en la combustion (gas, madera, carbon) cocido, frito, a la parrilla. De la mano de la fisica viene la quimica y como el alcohol se evapora, los ingredientes se disuelven como se mezclan. Matematicas por supuesto, y sobre todo en la reposteria donde las cantidades y los tiempos deben ser precisos, no dando mucho espacio a la improvisacion. Arte, pues si no hay belleza en un plato, si este no entra por los ojos y no solo por la nariz, no puede tener una buena acogida. Biologia, pues no es acaso la cocina donde la vida acaba para dar alimento y vida a otros seres, aprendi a distinguir entre tipos de cebolla, como y donde crecen los ajos, porque unos esparragos son finos y otros gruesos. Viendo despiezar un pollo aprendi las partes del mismo, donde estan las branquias de un pez y como su color nos indica su calidad..Historia, pues la cocina hasta hoy ha tenido un recorrido, un pasado, mucho debemos a la cultura arabe, la ruta de las especias...en fin y para no extenderme quizas la leccion mas importante que aprendi en la cocina de mi abuela fue etica, el dia que un hombre muy anciano llamo a la puerta de nuestra casa hambriento, y mi abuela en un periquete lo metio en la sagrada cocina y le puso un arroz con habichuelas por delante de los que reviven a los muertos.El pan compartido es el mas sabroso sin duda.
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