Hay ocasiones en las que por más que lo
intentes es complicado conectar con las rutinas cotidianas, vas dejando las
tareas pendientes y te ocupan otras que resultan más importantes o, por lo
menos, más urgentes.
Me sabe mal dejar olvidado al diletante
durante tantos días pero las musas son caprichosas y no siempre aparecen cuando
uno las va buscando. Han sido días agitados por muchas razones, días
emocionantes; además de todos los demases – que han sido mucho – entre medias
nos hemos escapado a París con los niños en un pacto mitad Disney, mitad visita
de nuevo a la ciudad. Los pequeños han sido unos campeones que incluso han aguantado
cerca de tres horas en el Louvre, aunque para eso hemos tenido que ir viéndolo
a su manera y a su ritmo por lo que por primera vez en 30 años he paseado por
entre las estatuas clásicas y neoclásicas porque a los críos les llamaba la
atención ver esculturas desnudas, algunas con el pito seccionado, por lo que
una parte importante de la visita la dedicamos al seguimientos de los tamaños y
condiciones de pirulas varias iniciando la visita por etruscos, griegos y
romanos, terminando con los grandes escultores franceses del XVIII. Tiempo hubo
también para ver a la Jioconda, envuenta entre centenares de japoneses, la
habilidad de los niños nos permitió colocarnos durante unos minutos frente a
ella, en primerísima fila, he de decir que disfruté más mirando a los críos que
a la Mona Lisa, he tenido oportunidad de ver el cuadro en varias ocasiones, sin
embargo ver a dos canijos de 4 y 6 años haciendo preguntas a cerca de la mirada
de aquella dama será irrepetible.
Dejé a medias en casa un libro no muy denso
que gira en torno a una receta de tarta de queso, un libro ambientado en el
País Vasco en las navidades del año 2049; cuanta la historia de una familia que
ha conservado durante generaciones la receta de la auténtica tarta de queso. El
libro pretende ser una parodia aunque de momento – llevo 50 páginas – no ha
conseguido arrancarme una sonrisa. El Libro se titula El Vasco que no Comía
Demasiado, espero que me brinde alguna receta sorprendente para poder citarlo
de nuevo en otras entradas.
Nunca he sido muy aficionado a las tartas
de queso, soy muy goloso pero me cuesta mucho encontrarle la gracia a un postre
que termina sabiéndome agria, sin embargo conozco a un montón de reputados
comilones que matan por una buena receta de tarta de queso, acompañada de
mermelada de frutos rojos.
Puede que mi generación quedara marcada por
la irrupción y posterior invasión del queso Philadephia de Kraft y todos sus sucedáneos.
Aquellos quesitos tenían lo más monótono de las mantequillas sintéticas, lo más
insulso de los quesos industriales y lo más agrio de los yogures a granel. Sin
embargo causaba sensación hasta el punto de que durante años no había ensalada
que no incluyera aquellos dados blanquecinos y no había tarta en la que no se
incluyeran una o dos porciones de aquel
quesito que se anunciaba con unas imágenes del cielo gestionado por ángeles adictos
a aquellos cubos que a mi me costaba tragar.
En definitiva la tarta de queso está en el
catálogo de asignaturas pendientes y mucho me temo que la novelilla que tengo
en el cajón del cuarto de baño no termine de desvelarme la genuina receta de la
tarta, la que me permita reconciliarme con mis fobias juveniles.
No me atrevo a improvisar la receta de la
tarta de queso, estoy viendo por la tele Lo Imposible y me resulta fatigoso
revolver en los libros de cocina. He acudido a una web de la que he aprendido
mucho – Umami Madrid – especializada en cocina oriental; el tipo que la
gestiona es un maestro en trasladar a palabras reconocibles las técnicas de
cocina orientales, estoy seguro de que la receta que incluye en su blog será de
las que no falla nunca y que si no es la mejor tarta del mundo con queso no le
andará muy lejos.
Cubre el interior de un molde rectangular
con papel de horno. El tamaño de mi molde es de 27 x 11 x 7
Ingredientes
-
200 g de queso Philadelphia (a temperatura ambiente)
-
200 g leche
-
50 g de mantequilla (a temperatura ambiente)
-
5 yemas (de huevos de tamaño M)
-
45 g de harina
-
15 g de maicena
-
Ralladura de 1 limón
-
5 clara de huevo (de huevos de tamaño M)
-
100 g de azúcar
Preparación
1.Calienta el horno a 150ºC.
2.En un cuenco grande, echa la leche y
ponlo a calentar al baño María. Es importante que el cuenco no toque el agua
debajo. Añadir el queso y mezcla de vez en cuando para disolver completamente
el queso. Añade la mantequilla y mezcla un poco para que funda. Quita del
fuego, deja enfriar y añade las yemas. Ten cuidado de añadir las yemas cuando
la mezcla no está demasiado caliente, todavía no queremos cocerlas…
3.Tamiza la harina y la Maicena y añade
poco a poco a la mezcla de queso. Añade la ralladura de limón.
4.Monta las claras y el azúcar (primero las
claras y luego, cuando esté semi montada, añade el azúcar).
5.En tres veces, añade con mucho cuidado
las claras a la mezcla de queso (de abajo hacia arriba).
6.Echa en el molde. Pon el molde en otra
bandeja de horno más grande y pon en el horno. Añade agua caliente hasta que
llegue a la mitad de la bandeja y cuece unos 60 minutos. Usa el clásico test
del cuchillo – al pinchar sale limpio cuando está cocido.
7.Apaga el horno cuando esté cocida y deja
la puerta entreabierta unos 10 minutos. Luego saca la tarta, retira el molde y
déjala enfriar sobre una rejilla. Después de unas 3 horitas en la nevera se
puede saborear.
La textura tan esponjosa depende mucho de
la manera de añadir las claras.
Para evitar que la tarta se rompe demasiado
por encima, usa una temperatura baja y el baño María. Si la tarta se levanta
demasiado reduce la temperatura del horno.
Para evitar que baje, deja la puerta
entreabierta unos 10 minutos.
Sobre esta receta se podría realizar una
primera variante sustituyendo el inevitable philadelphia por algún otro queso,
estoy pensando en el mascarpone, aunque puede que lo que me anime a hacer esta
receta sea romperla con un queso tipo idiazábal o un gouda no muy viejo que le
dé un toque más profundo, menos previsible a la tarta.
Para acompañar la receta de la tarta de
queso he encontrado un cuadro de Chagall de una vaquita pinturera y soñadora.
Nada más llegar a París descubrimos que había una exposición de Chagall en el
Museo de Luxembourg, intenté sacar las entradas por internet pero resultó
imposible. El domingo por la mañana nos acercamos al parque, no estaba muy
lejos del hotel, era una mañana fría, recibimos como una bendición que no
lloviera, los niños estaban muy alborotados y emocionados, a primera hora
habíamos conseguido subirles a la Torre Eiffel sin hacer muchas colas.
Los niños se pusieron como locos al
descubrir en el parque una zona infantil con una tirolina pensada para niños
mayores de siete años, como son unos cafres superaron sus obstáculos de edad y
tamaño con un arrojo digno de aventureros.
Nos acercamos al museo pero la cola se
anunciaba de más de dos horas, una tortura inhumana para los pequeños. Quedé
con el “ansia de Chagall” aunque contento de ver que en una ciudad como París,
con una oferta cultural grandísima, hay gente a dispuesta a aguantar a pie
firme durante varias horas para ver en museo menor una exposición que llevaba
ya varias semanas anunciadas. Estamos a años luz de distancia de la relación
que los franceses tienen con la cultura. Puede sonar un poco petulante pero la
verdad es que París es de las ciudades que te reconfortan, sobre todo cuando
tienes que dedicar tu tiempo a transmitirle a los críos la pasión por la
ciudad. Tiempo habrá de rastrear por otras ciudades cuadros y referencias de
Chagall.
Divertida escapada a Disney para los peques, yo sería incapaz de ir allí, otra cosa es pasear por París que ahí siempre me apuntaría. La tarta de queso tampoco correría por ella y el Chagall muy adecuado para la receta aunque no es el cuadro de mis preferidos. Jubi
ResponderEliminar