Hace poco más de tres años, cuando nació el
diletante y lo que podía rodear al diletante, flotaba la imagen del cuadro de
Hopper, la de los veraneantes tomando el sol, ajenos al mundo.
Esta mañana revisaba los cuadros de Berthe
Morissot, pensaba que el diletante, caso de existir, sería un personaje
parecido al que aparece en el cuadro, mirando plácidamente cómo juegan sus
hijos, una imagen que traslada cierta distancia y cierta placidez.
El diletante probablemente podría pelearse
buscando una reserva en L’Arpege de París o planificando un viaje al
restaurante de Michel Bras. Sin embargo no todos los días pueden ser aptos para
diletantes, hay pequeñas disfunciones cotidianas que permiten considerar que el
diletante es un perfecto inepto o, por cuando menos, inapto.
Hay pequeñas crisis domésticas que pueden
colocarme al borde del colapso, crisis como la de que de vez en cuando se
fundan las bombillas, sobre todo las halógenas y las de bajo consumo. En las
últimas tres semanas se ha fundido una bombilla de la entrada – dos en realidad
-, otra del baño; las del cuarto de los niños, las del cuarto de trabajar y las
de uno de los pasillos se funden con relativa facilidad. Desde hace meses en el
listado de tareas pendientes se encuentra cambiar las lámparas de algunos
cuadros, buscamos unas que no den problemas.
Los perfiles de plástico de la ducha de uno
de los baños se han quebrado, por ser más precisos, los topes de plástico que
evitan que salpique el agua se han ido rompiendo – los niños han ayudado
bastante ya que meten el dedo y hacen más grande la hendidura, hasta el punto
de que los perfiles han terminado por engancharse cada vez que abrimos o cerramos
la mampara de la ducha.
Pensaba que este tipo de elementos de plástico
serían fáciles de encontrar, acudí a la ferretería y fue un mundo el poder
convertir en palabras la pieza que necesitaba. Hube de volver al día siguiente
después de haber desmoldado la pieza en cuestión.
La ferretera, muy amable – habíamos llevado
a los niños a la misma guardería – me dijo que el perfil que necesitaban no lo
trabajaban ellos, la banda de plástico que hacía de tope era un poco más larga
de lo común. Me remitió o a unos grandes almacenes, o a servicio estación – una
macroferretería de Barcelona – o, en último término a una tienda especializada
sólo para profesionales.
Ni en el gran almacén ni en la
macroferretería hubo suerte, tienen dependientes especializados, pero, a
cambio, disponen de todo el material a la vista, por lo que pude evitar tener
que describir la pieza y sus características. Ninguna de las piezas que vendían
cumplía con los requerimientos de la mampara de mi ducha.
A los pocos días regresé a la ferretería –
las ferreteras y las carniceras me dan cierta paz de espíritu - a contarle mis
cuitas. Me derivó hacia el distribuidor industrial, un distribuidor, que como
todos los mayoristas, hace un horario que tiene poco que ver con los horarios
normales. Disponía de una horquilla de 40 minutos desde que abrían a las cuatro
hasta tener que recoger a los niños en el colegio, toda una proeza en un mundo
de referencias y albaranes en la que cualquier gestión obliga a realizar media
docena de comprobaciones.
En la primera visita, frustrada, comprendí
que el dependiente no tenía interés en darme grandes satisfacciones, ellos no
venden perfiles por unidades sino por centenares de metros. Cuando le describí,
a duras penas, mis necesidades me aseguró que sólo en catálogo tenían más de 50
referencias en función del grosor del cristal y de la necesidad de que la lengüeta
fuera corta o larga, horizontal o vertical.
En la segunda visita, tras tomar las
medidas en casa, me indicó que ellos no cortaban piezas y que aunque necesitara
dos perfiles de 1’85 metros ellos los vendían en piezas de 2’20 metros. Me tuve
que llevar dos.
Pasaron varias tardes hasta que me dispuse
a quitar los viejos perfiles y a colocar los nuevos. Previamente mi ferretera –
nueva visita – me aseguró que para cortar el perfil de plástico me bastaba con
un cutter.
Corté el perfil con el cutter y me dispuse
a colocar el perfil. Fracaso absoluto, había medido mal el grosor del cristal y
no había manera de encajarlo. Como había recortado las tiras y no sabía dónde
había dejado el albarán no hubo modo de recuperar el precio pagado.
Para mi tercera visita corté un trozo de
perfil originario, llevándolo en el bolsillo no habría problemas ni
descriptivos ni de anchura. Coche mal aparcado, varios operarios delante de mi
comprando material y el riesgo de llegar tarde a recoger a los niños. Por fin llega
mi turno, coloco mi trozo de plástico sobre la mesa y tras unos segundos de
tensión me asegura que no tienen una pieza igual pero que creen que habrá una
que me servirá. Marca el pedido – tampoco se puede cortar a la medida – me da
el albarán, paso por caja y en la caja me dicen que he de ir a un almacén
cercano a recoger el género.
Corriendo voy al almacén, miro de reojo el
coche – sin multa de momento – y llamo al almacén, entrego el albarán y aguardo
tenso a que llegue el dichoso perfil. Pasan los minutos y el almacenista,
desganado ante un cliente de menudeo, me dice que no les queda el modelo, que
vuelva a la oficina para que recojan la incidencia.
Pienso que en la oficina tomarán mis datos
y me llamarán cuando llegue la precisa referencia – ni que fuera el perfil de
una ducha de una nave espacial -; me dicen que no puede ser que hay que hacer
una factura rectificativa, que me devuelven el dinero y que, si acaso, vuelva
en quince días. Que ellos a un minorista no le pueden llamar, solo a los que
hacen pedidos de más de 3000 euros.
Recupero mis 45 euros con 64 céntimos,
recupero también el trozo de perfil viejo, y regreso al coche – por suerte sin
multa -.
Sin bombillas y sin perfiles de ducha, la
tercera incidencia pasa también por la ferretería. Esta vez un grifo que ha
perdido la rejilla del filtro, la que hace que el agua del lavabo del cuarto de
baño no salga desparramada por toda la loza. En el primer viaje a la ferretería
la ferretera me hace una pregunta crucial: Mi grifo es de rosca macho o hembra.
Horror. Le digo que hembra, casi a boleo.
Llego con mi filtro a casa – 6 euros – y el
grifo, macho, hembra o hermafrodita, no se puede desenroscar. Lo intento con
una llave inglesa. Imposible.
Nueva visita a la ferretería, la ferretera
me escucha extrañada, me recomienda que durante varios días frote el grifo con
viakal, para disolver la cal y permitir desenroscarlo. Masajeo durante una
semana el grifo con el líquido viscoso, no hay manera de desenroscarlo, intento
formarlo con una llave inglesa y solo consigo que se descascarille el esmalte.
Nueva visita a la ferretera me vende un pico
de loro, un artilugio especial para desenroscar roscas imposibles. Contento con
mi pico de loro reinicio las maniobras, no hay modo de desenroscar el dichoso
filtro. Le comento esa misma tarde a la ferretera que a lo mejor mi grifo no
tiene el filtro desmontable, me mira extraña y me enseña un filtro extraíble con
una estructura de goma que convierte el grifo en la trompa de un elefante. Una
solución horrorosa para la estética del baño. La ferretera me plantea que le
haga unas fotos con el móvil al grifo para que pueda analizarlo con
detenimiento.
En definitiva las bombillas del cuarto de
los niños siguen fundidas en parte, la ducha no tiene perfiles y el grifo del
baño dispara un chorro imposible de domeñar.
Con estos antecedentes cae en mi mano un
libro de Gordon Ramsay, un cocinero mal encarado, famoso en el Reino Unido por
sus programas de televisión, tiene la mirada dura de un capataz de obra. El
libro se titula “cocina conmigo” aunque parece que sea “cocina contra mi”.
Busco una receta que me saque del marasmo,
que me dé la fuerza para poder abordar mis pequeñas tragedias domésticas antes
de que finalice el mes de mayo – llevo luchando con estos pequeños percances
desde navidad -.
Encuentro una receta de cordero guisado. En
la receta proponen comprar 4 jarretes de cordero, con sus huesos. Hay que marinar
el cordero durante 12 horas con una mezcla hecha a base de dos chiles verdes
sin semillas, dos chiles rojos, dos cucharadas pequeñas de pimentón dulce,
otras dos de orégano seco, dos cucharadas de comino, un palito de canela (la
receta pone que dos pero me parece excesivo), sal, pimienta, tres dientes de
ajo pelados y majados, un chorro de aceite de oliva. Se frotan bien los
jarretes con la mezcla y se dejan reposar en un bol con papel film. Que repose
en la nevera una noche. A la mañana siguiente se saca pronto para que pierda el
frito.
Se busca una cazuela grande, de las de
fondo grueso. Se calienta el horno a 160º y se añaden dos cucharadas de aceite
de oliva. Se limpian bien las piezas de cordero y se doran durante 6 minutos en
el aceite caliente.
Cuando se hayan dorado se retiran las
piezas de cordero y en la grasa que queda se sofríen dos zanahorias peladas y
cortadas en rodajas, una cebolla pelada y cortada en juliana y una hoja de
laurel. Se deja sofreír hasta que la cebolla quede transparente.
Se vuelven a poner los jarretes de cordero
en la cazuela y se añade una botella de vino tinto – no hace indicación
específica, yo creo que le puede venir bien una botella de malbec argentino -;
se remueve con una chuchara de madera, rascando bien el fondo y se deja cocer
durante unos minutos, hasta que el vino haya reducido a la mitad.
Se añade medio litro de caldo de pollo o de
carne y se deja guisar a temperatura suave durante al menos tres horas,
cuidando de vez en cuando que la carne no se pegue. Hay que ir dando la vuelta
a los jarretes para que no quede secos.
Antes de servir se rectifica de sal y de pimienta
y se adorna con unas hojas de menta fresca.
Mientras se cocina el jarrete recupero una
vieja canción de los Easybeats, unos australianos que a mediados de los años
sesenta del siglo pasado lanzaron una canción que se titulaba Friday on my
Mind, como soy un flojeras he elegido una versión de Bruce Springsteen (https://www.youtube.com/watch?v=iMMpSiG57Zo).
Lo dicho, mañana es viernes y cualquier problema se verá mucho mejor.
Me has agotado con tanto viaje a la ferretería y demás andanzas, admiro tu paciencia, para empezar yo hubiera llamado a un fontanero y que se apañara, aunque me tuvieran que cambiar el baño entero, pero mi paciencia no es la tuya desde luego, no se como te quedan ganas de guisar esos jarretes sabrosos. El cuadro preciosísimo. Jubi
ResponderEliminarMe parece magnífico este bolg, que sigo desde hace alrededor de un año, y que descubrí por casualidad. La interpretación tan ingeniosa, divertida, y positiva de las situaciones cotidianas me hace sonreir cada vez que leo una entrada. De las recetas siempre aprovecho alguna idea, aunque tengo que reconocer que, para mí, son de alto nivel, aún así me encantan, y también las pinturas que relacionas con tanto acierto. Te felicito por todo y te animo a seguir poniendo optimismo en nuestras vidas.
ResponderEliminarMAU.