PREMONICIONES.-
Por razones que, de momento, no vienen al
caso estoy releyendo la Odisea, una edición comentada que explica ciertas
razones de la estructura del libro, una obra que inicialmente se propagó por tradición
oral, lo que obligaba a que en los cantos hubiera ciertas repeticiones, ciertas
estructuras circulares que permitieran a los rapsodas memorizar la larga saga
de Ulises en el regreso a su casa.
En todos estos relatos de raíz clásica son
importantes las premoniciones, las advertencias que algunos elementos de la
naturaleza ofrecen a quien quiera verlas. Pájaros que se alborotan entorno a
una colina, nubes que ocultan el sol instantes antes de que sobrevenga una
tragedia. Los griegos eran muy dados a estos rituales que servían para atraer
los buenos augurios, la permanente consulta a los dioses y el recurso a los
adivinos. En pleno siglo XXI sorprende que una palabra como hecatombe tenga su origen en la
tradición griega de sacrificar 100 bueyes como paso previo para abordar alguna
tarea compleja.
La receta de hoy tiene poco que ver con bueyes,
aunque puede que sí tenga que ver con hecatombes. Tanta solemnidad, tanta
referencia a tradiciones ancestrales y a obras clásicas es una burda excusa
para reconocer que soy del Atleti de Madrid, no puede decirse que ésta haya sido
una buena semana, aunque no todos los años tiene uno la oportunidad de perder
la final de la Champions. Curiosamente ser del Atleti le permite a uno ser
mucho más feliz en la vida que si fuera de cualquier otro equipo de los que
gana sin esfuerzo. Los atléticos estamos empeñados en la búsqueda de la
felicidad, no necesariamente a través del futbol, que no deja de ser un entretenimiento
menor, hay elementos de estoicismo puro en la afición de la Atleti, cierta
atracción por la fatalidad.
Yo era ya del Atleti cuando perdimos una copa
de Europa en 1975 contra el Bayer de Munich, he seguido siendo del Atleti a lo
largo de estos años y he disfrutado de cada uno de los sinsabores de estos
cuatro largos decenios, también de alguna alegría. He recuperado un viejo
anuncio de la televisión que sintetiza a la perfección las paradojas de mi
equipo - https://www.youtube.com/watch?v=dWlaR9IFmyI
-, no creo que ningún otro club del mundo se atreviera a hacer una publicidad
tan tremenda como ésta.
Como en materia futbolística me dejo llevar
por cierto fatalismo el día del partido no quise quedar con nadie, fui
deshaciendo los compromisos para quedarme sólo con mis hijos, atléticos
también, preparamos unas pizzas y afrontamos el partido con la mejor de las
sonrisas, la que se nos quedó helada a los 20 minutos y no terminó de
descongelarse – aunque en casa valoran como lo mejor del partido el abrazo
colectivo que nos dimos cuando conseguimos empatar.
Ese día, a primera hora de la mañana, fui al
mercado. En casa estaban bastante pesados porque decían que la había eliminado
del recetario habitual por mis manías. Se trataba de un escabeche.
Es cierto que llevaba varios meses sin hacer
escabeches y que sobre todo los de pescado los tenía abandonados, por lo tanto
aquella mañana me dispuse a hacer no uno sino dos escabeches.
Había estado una semana entera revisando en
mis libros y revistas de recetas, descubrí que el escabeche no estaba muy de
moda, mucho cebiche, mucho tartar con elementos exóticos pero ningún escabeche.
Sólo encontré alguna referencia escondida en un libro de Camarena dedicado a
caldos y fondos. Seguramente el escabeche sea hoy una receta viejuna.
Picado en mi amor propio, en las puyas que
recibía en casa por mi alejamiento de los vinagres, que aquella mañana de
sábado fui al mercado dispuesto a sacudirme el sanbenito antiescabechero.
Preparé un escabeche tradicional de sardinas y otro, más moderno, de corvina salvaje.
Sin saberlo, inconscientemente, me preparaba
para las agrias libaciones de la derrota, el vinagre acomodaba mi paladar,
también mi espíritu al resultado del partido.
Pese a todos los pesares he de decir que los
escabeches me salieron monumentales y que nos depararon ese día y los siguientes
momentos exquisitos, aunque cada bocado me recordara la pequeña tragedia rojiblanca
del sábado.
Comparto mi receta de escabeche moderno.
Compré una corvina salvaje de poco más de kilo y medio, la evisceraron y me la
partieron en rodajas hermosas.
Cuando llegué a casa preparé una cazuela
amplia, no muy alta. Puse aceite hasta cubrir por completo el fondo.
Mientras calentaba el aceite salpimenté la
corvina y pasé las rodajas por harina.
Fui sofriendo cada uno de los pedazos de
pescado, un par de minutos por cada lado, lo justo para que cada pieza perdiera
su color translucido.
Retiré con cuidado el pescado, añadí un poco
más de aceite y con el fuego al mínimo empecé a pochar las verduras.
Primero puse una cebolla roja bastante
hermosa cortada en juliana no muy final.
Mientras la cebolla iba sofriéndose con
suavidad pelé y piqué en rodajas un par de zanahorias, que también fueron al
sofrito.
Tras las zanahorias piqué en bastones un
pimiento rojo no muy grande, otro pimiento verde y otro amarillo.
A medida que añadía las verduras iba
removiendo con una cuchara de palo. Recuerdo que en algún momento cubrí la
cazuela con una tapa para que se mantuviera el agüilla de las verduras.
Tras esas verduras – tradicionales – recordé que
había olvidado los dientes de ajo – 3 dientes enteros, pelados -, los granos de
pimienta negra - 8 -, y dos hojas de laurel.
Llegó uno de los momentos complicados, una de
las primeras encrucijadas. Podía contentarme con estas verduras y tirar por
derroteros clásicos o meterme en algún lio complementario. Como ya había
preparado el escabeche de sardinas tradicional me animé a asumir riesgos.
Busqué una naranja de las de zumo y rallé un
poco de la piel para ir dándole algún matiz cítrico al escabeche.
No era lo suficientemente moderno. Había
comprado apio e hinojo, busqué brotes tiernos de ambos vegetales y los piqué
también en tiras para darle cierta profundidad de campo, sobre todo el hinojo
le daba un toque anisado que me parecía que podía encajar. Los trozos de
verdura eran de cierto tamaño porque quería que cuando fuera el guiso al plato
se pudieran identificar cada uno de los ingredientes.
Animado por ese delirio vegetal saqué de la
nevera unas puntas de esparrago verde fresco que fueron también a la cazuela.
Estuve tentado de olvidarme de la corvina y preparar un escabeche de verduras.
Mientras terminaba de decidirme exprimí la
naranja de zumo, añadí el zumo – casi un vaso completo -, también un chorrito
de cava – equivalente al vaso de zumo – y la misma cantidad de vinagre de
manzana. (El orden correcto es: Primero el cava, subir un poco el fuego para
que evapore el alcohol, bajar de nuevo el fuego al mínimo para añadir el zumo
de naranja y finalmente el vinagre de manzana)
Removí bien el sofrito, al levantar la tapa
de la cazuela empezaron los vapores avinagrados. El fuego siempre al mínimo,
los ácidos reaccionan furibundamente frente al calor y si se cuecen
excesivamente se potencian los sabores desagradables y se escapa cualquier
matiz.
Añadí las tajadas de corvina que había
sofrito ligeramente y reservado, las distribuí por la cazuela, cubriéndolas
bien con el guiso, le añadí un pelín de agua, para que las piezas quedaran
cubiertas, probé el punto de sal y tapé de nuevo. Cuando empezó a hacer ligeros
borbotones apagué el fuego. Lo aparté y dejé reposando la cazuela para que
aquello terminara de ligar.
Para servir el plato preparé un poco de
cus-cus aromatizado con tomillo fresco.
El escabeche moderno de corvina fue la
sensación del fin de semana, recuperé mi prestigio como escabechero, aunque esos
vinagres auguraran la tragedia de la Champions con sus penaltis fallados.
Un título menos no es un drama para el mejor
equipo del mundo. De aquel fin de semana quedaron en la memoria la mirada de
Gizman al vacío tras falla el penalti y los dos señores escabeches que nos
alimentaron aquel sábado y los días sucesivos.
Días antes del partido y de los escabeches
había pasado por Madrid, me escapé de un acto oficial y me fui a la Thysen,
antes había comido con un amigo y en la sobremesa, tras el vino, cayó un
gintonic. Con estos antecedentes era mejor que no fuera a ninguna actividad
oficial y que aprovechara para disfrutar de la primavera de Madrid, espléndida.
En el museo había una exposición de la
escuela realista de Madrid, de entre todos los cuadros elegí uno de Isabel Quintanilla,
en el cuadro el apio juega un papel principal, como en mis guisos últimos. Los
atléticos no somos muy ajenos al realismo, sobre todo al realismo sucio, más
que el realismo mágico, estamos para pocas magias.
Voy a recomerdarle en Twitter este Blog a una compa tuya del Atletic. Forofa. Nieves se llama.
ResponderEliminarMe gusta más la pizza que el escabeche. Si es casera mejor. Vi la pinta en la foto y casi cojo un taxi y me autoinvito.
Aprovecho que el Ipad no me borra el comentario para saludar a Jubi y a Carmen Dguez, que por Facebook hay algún problema y no consigo hacerlo.
LSC
Vamos por partes: Siento lo del Atlético por motivos maternales, tenía el corazón "partío" pero del Madrid desde la cuna; pude ver solo la segunda parte tan interminable.
ResponderEliminarEl escabeche me encanta, pero aquí no se andan con virguerías. Abrazos LSC. La pintura realista me encanta. Jubi
Aquí no nos ponen escabeche pero me gusta mucho.
Me encanta tu escabeche
ResponderEliminar#moderno. Mi último escabeche #moderno ha sido de bonito, pero e cuando termine el sofrito y añadí el bonito envase todo al vacío y termine en el horno de vapor a 90°.Aquí también sirvió para aliviar penas del partido.