Alegoría de la virtud perdida.
Llevo 400 entradas en este blog – alguna más
porque con mi habitual despiste creo que he duplicado alguna entrada -, más de
cinco años escribiendo sobre cocina. Tengo 68 seguidores, un número más que
respetable, nunca pretendí competir con los opinadores de cocina en la red. He
pasado épocas más prolíficas, en otras he buscado sin encontrar y han pasado
semanas sin que escribiera una línea.
Estoy contento, a lo largo de estos más de
400 capítulos he conseguido llevar una especie de diario de abordo, con muchos
detalles y referencias personales que seguro me hará gracia releer dentro de unos
años. No pretendía hacerme rico con el blog, de hecho, he rechazado algunas
ofertas para monetarizar la página.
Me queda la pequeña frustración de no haber sido
capaz de convertir una parte del blog en un libro de recetas en papel,
frustración mayor si tengo en cuenta que las librerías están todas llenas de
libros de cocina.
No sé si a lo largo de todos estos años he
traicionado la idea inicial con la que empecé a escribir, si a veces me he
puesto muy trascendente o petulante. Podría ser, no es fácil sujetar el ego.
El contador me advierte que se ha entrado más
de 140.000 veces en el blog, cierto es que muchas de las visitas son de amigos
y familiares que entran con frecuencia para saber si hay novedades. También es
verdad que por caprichos del gestor del blog cuando se entra a la web se pueden
ver de un solo golpe media docena de entradas, tengo, por lo tanto la secreta
creencia de que el total de 400 entradas se han leído total o parcialmente
medio millón de veces. Impensable cuando empecé a escribir.
Recupero la primera entrada - http://undiletanteenlacocina.blogspot.com.es/2011/04/cap-i-presentacion-la-busqueda-del-menu.html
-. Modesta y sobria presentación, todavía no había conseguido habilidades
informáticas suficientes para poder enquistar imágenes en la bitácora.
En aquella primera entrada hablaba de una
comida perfecta en Bilbao, una de las comidas y menús soñados.
400 páginas después me animo a revisar esa
primera entrada para ponerle la imagen que probablemente merecía aquella
primera ocasión, un bodegón con dobles lecturas de Antonio de Pereda, un pintor
vallisoletano del siglo XVII, el cuadro tuvo el dudoso honor de que durante
años se atribuyó a Velázquez o a su escuela.
El cuadro, si se revisa con paciencia, tiene
doble lectura ya que se titula Escena de cocina o alegoría de la virtud
perdida. He intentado, sin éxito, descubrir donde está expuesto para poderlo
visitar, así que si alguien puede darme información le estaré eternamente
agradecido. Puede que el cuadro esconda un remoto antecedente de la tórrida
escena de El Cartero Llama Dos Veces, en la versión de Lange/Nicholson.
Dejando al margen calenturas y volviendo a aquella
primera entrada, allí hablaba de las cocochas de merluza al club ranero.
Este sábado, para homenajear a unos amigos,
hice cocochas, de bacalao, en Barcelona es complicado encontrar cocochas
frescas de merluza.
Pelé dos dientes de ajo hermosos, los corté
en láminas y los puse a confitar en abundante aceite de oliva. El ajo no tiene
que dorarse.
Cuando el aceite empezó a tomar temperatura
añadí unos pimientos pequeños, dulces, de color amarillo, naranja y rojo. Los
puse a rehogar unos minutos, luego los retiré y los coloqué en una bandeja del
horno para que terminaran de hacerse.
Después de apartar los pimientos añadí al
aceite una docena de cocochas de bacalao, subí un pelín el fuego para que no
perdiera el guiso mucho calor. Tuve las cocochas en el fuego 5 minutos por un
lado, tres por otro. Antes de retirarlas añadí un poco de sal y de pimienta.
Las cocochas estaban a medio hacer, aún y así
las retiré escurriéndolas bien, dejando las láminas de ajo en la sartén. Allí
quedó una mezcla de aceite, ajo y la gelatina que habían desprendido las
cocochas.
Dejé que la mezcla perdiera temperatura en la
sartén. El pil-pil traba mal si el aceite está muy caliente.
Bastan 4 ó 5 minutos para que el aceite se
atempere. Luego toca ir moviendo con delicadeza la sartén, en constante
zig-zag. Hay que ir trazando ochos en el aire con la sartén por el mango,
meneando ligeramente el aceite para que ligue con la gelatina del pescado. Un
milagro de la química.
Se va formando una crema pálida, parecida a
una mayonesa ligera, una muselina pegajosa que va espesando. Fui colocando con
cuidado las cocochas de nuevo en la sartén, las acomodé con cuidado y seguí
moviendo con suavidad para que la salsa empapara también a las cocochas.
La labor del pil-pil (que no necesita ni
maicenas, ni patatas hervidas, ni usar un colador) termina cuando no quedan
restos de aceite en la sartén, cuando la salsa cubre como un velo translúcido
las piezas de pescado. En ese momento espolvoreé perejil fresco picado. Los
pimientos de colores que había terminado de asarse. Le di a todo un golpe final
de calor y lo llevé para la mesa. Cuatrocientos capítulos después vuelvo a la
cococha.
Me ha encantado tu entrada y por estas fechas sería la primera vez que empecé a seguirte pues coincidió en tiempos de mi "independencia". El cuadro "también va de viaje" que diría nuestra querida Rafaela refiriéndose a tus aposentos. Las cocochas tienen que estar buenísimas, Jubi
ResponderEliminarEl cuadro que buscas podría estar en el Castillo de Penrhyn, en Bangor (Gales). Suerte en la pesquisa!
ResponderEliminarYo también desde el inicio. Ahora Iphone ya permite escribir algún comentario. No siempre se puede escribir, pero para mi es de lectura imprescindible. Me salto las recetas de carnes :-)
ResponderEliminarSeguimos!!
LSC