Es
poco glamuroso escribir sobre las acelgas, lo comprendo. En los ya 400
capítulos del diletante no he dedicado ninguna entrada a las acelgas, aunque
recuerdo algún plato memorable en el que estas verduras juegan un papel
importante – hace algunos años tomé en Mallorca un estupendo besugo salvaje al
horno que llevaba esta amarantácea de guarnición.
Cuando
en la frutería ves los largos, los recios manojos de acelgas disfrutas de su tersura,
casi las escuchas crujir. Es de las pocas verduras que se siguen vendiendo con
restos de tierra en el tallo y con caracolillos escondidos entre las hojas.
La pobre
acelga no es un alimento agradecido, si no andas con cuidado enseguida
languidece en la despensa, a las pocas horas de comprar un manojo de acelgas
van perdiendo esplendor, el tallo se comba, las hojas van tomando un color grisáceo
y asoman enseguida gusanillos que van carcomiendo las partes más sabrosas
dejando pequeños cercos.
Hay
que tener cierto cuidado al hervirla porque si la tienes en agua caliente más
de la cuenta se convierte en un amasijo gris de hebras amargas. No en vano la
acelga sirve para describir a personas que tienen mala cara, o que tienen cara
de pocos amigos. Tener o poner cara de acelga no es, ni mucho menos un
cumplido. En Cataluña y Baleares se llama bleda (acelga) a una persona poco espabilada,
sin vigor o impulso vital.
Mi
trabajo de documentación para preparar las entradas a veces me lleva a lugares
absurdos, divertidos. En este caso la acelga y las caras de acelga me
condujeron a una película del año 1987 de José Sacristán que tenía este título;
una comedia que pasó por la cartelera sin pena ni gloria.
La cara
de acelga de José Sacristán me condujo a un programa de televisión de finales
de los años 80 del siglo pasado, con las manos en la masa, un programa de
cocina que presentaba Elena Santonja. Aprovechando uno de mis habituales
madrugones recuperé el vídeo del episodio que dedicaron a José Sacristán y a
las acelgas (http://www.rtve.es/alacarta/videos/con-las-manos-en-la-masa/manos-masa-cara-acelga-jose-sacristan/2084187/).
Han pasado casi 30 años desde que emitieron aquel programa, esa forma de hacer
televisión que parecía improvisada y fresca ha quedado ahora un poco rancia,
con poco ritmo. Los tiempos cambian.
Sacristán
y Santonja, además de cantar unas coplillas con más pena que gloria e intentar
hacer algunos chistes fáciles, cocinaron dos platos con acelgas: primero
hicieron una crema con las hojas de las acelgas, después prepararon las pengas
hervidas y rebozadas con jamón de york. Las dos recetas tenían cierto encanto,
la mano de quien maneja las pillerías de los fogones. Para preparar el puré de
acelgas rehogaron primero unas chalotas en vez de la habitual cebolla, animaron
el sofrito con un chorro generoso de coñac y al final le dieron brillo a la
crema añadiendo un buen trozo de mantequilla al final, ya cuando llevaban la
cazuela humeante a la mesa.
Las
pencas rellenas las sirvieron sobre un sofrito previo de puerro y zanahoria que
fueron atontando a fuego suave, incorporando un vaso de jerez seco. Sobre ese
sofrito pusieron las pencas hervidas y rebozadas (colocaban una pequeña loncha
de jamón entre los cuadrados de acelga hervida, pasaban el emparedado por
harina y huevo antes de freírlos a fuego vivo). Colocaban las pencas sobre el
sofrito en una bandeja que metían en el horno con besamel.
Con
estos antecedentes, poco halagüeños, me puse a cocinar mis acelgas.
Si las
acelgas son tiernas, los tallos no muy anchos ni largos, no es necesario
quitarles las hebras. Si el manojo de acelgas el recio y alargado conviene
deshebrarlas bien para que no resulten luego desagradables los filamentos a la
hora de comer.
Quería
cocinar unas pencas de acelgas con mollejas de cordero glaseadas, si no
apetecen las mollejas se pueden preparar las acelgas con unos filetes de
pechuga de pollo. Conviene que la carne no sea de un sabor muy fuerte para que
pueda jugar con el punto amargo de la acelga.
Partiendo
de algunas de las ideas de Alain Ducasse, he decidido hervir las pencas de
acelga en caldo de pollo, un caldo corto, sabroso. Ducasse limpia y corta las
pencas y las deja unos minutos en agua muy fría con una pizca de sal y unas
gotas de limón.
Pasa
las pencas por una sartén con un poco de mantequilla (en otros recetarios las
rehogan primero con grasa de cerdo, no con aceite). El rehogado ha de ser a
fuego muy suave, durante dos o tres minutos, poco más.
De la
sartén se pasan las pencas a una cacerola que tenga un poco de caldo de pollo,
lo justo para que queden cubiertas. Se lleva el caldo a ebullición y se cuecen
las acelgas durante 8/10 minutos, no mucho más. Hay que mantener tersa la
verdura, que no quede muy tristona.
Retiramos
y reservamos las pencas escurridas.
Para
glasear las mollejas o las pechugas de pollo no hace falta mucha ciencia. Si
son mollejas es mejor comprarlas ya limpias (así no hay que tenerlas en agua
fría con vinagre unas horas antes, no hay que quitarle los nervios y restos de
grasa, tampoco habrá que blanquearlas 5 minutos en agua hirviendo). Si optamos
por el pollo, bastará con cortar la pechuga en filetes no muy pequeños.
En una
sartén se ponen 4 cucharadas de aceite de oliva, a fuego muy suave. Se saltea la
carne durante 2 ó 3 minutos, lo justo para que tomen un poco de tono. Se le
añaden 4 cucharadas de manteca de cerdo o 150 gramos de mantequilla. El fuego
sigue muy suave, la grasa se deshace y la carne se impregna bien de la grasa.
Irá tomando un color dorado. Se añade un vaso generoso de oporto o de un vino
dulce y espeso andaluz (estoy pensando en un Lustau), se sube un poco el fuego
para que la salsa rompa a hervir. Es el momento de flambear el guiso.
Se
baja de nuevo el fuego y se deja reduciendo la salsa unos minutos, hasta que
quede trabada, casi como caramelo.
Para
servir el plato se ponen en una bandeja las pencas de acelga con un poco del
caldo que sirvió para hervirlas, sobre las pencas se colocan las mollejas o los
filetes de pollo glaseados. Se añade un poco de sal, se muele un poco de pimienta
y se lleva a la mesa (Ducasse, que es un sibarita, presenta el guiso con tuétanos
y trufa. Con estas sofisticaciones corremos el riesgo de que las acelgas sean
lo de menos).
Me ha
costado pero al final he encontrado un cuadro con acelgas, es una alegoría a la
cocina de invierno, el autor Sebastien Stoskopff, un pintor alsaciano del siglo
XVI. El cuadro está expuesto en Stasburgo. Se curioso ver cómo la señora que
aparece en el cuadro, la que está ensartando el pollo, tiene cara de acelga.
Además de diletante, valiente. Me han entrado ganas de hacer cosas con acelgas. Probaré a leerla a mis hijos a ver si las ven con otros ojos.
ResponderEliminarLas acelgas nunca me ilusionaban mucho, pero a estas alturas del partido han acabado gustándome y aquí las como con demasiada frecuencia, claro, que no con la misma "receta". Jubi
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