Hace años que
participo en una tertulia radiofónica sobre temas de justicia, solían
convocarnos los domingos, cada mes o mes y medio. En un principio la plantilla
no era estable, dependía de disponibilidades y de temas de actualidad. No
solíamos coincidir en el estudio, el programa se emitía desde Madrid y era
habitual que los contertulios habláramos desde distintas ciudades, incluso sin
conocernos. De hecho yo no conocía personalmente al director del programa,
aunque hubiéramos conversado en innumerables ocasiones.
Hace poco menos de
un año la responsable de la tertulia me llamó para proponerme un ajuste, ya no
intervendríamos en directo, sino que grabaríamos unos días antes, querían darle
otro color a la conversación, hacerla menos impostada. Ya no tendríamos que madrugar
los domingos, sino que acudiríamos un jueves o un viernes a una coctelería a
conversar. Querían, además, que la plantilla de contertulios fuera estable, que
nos reuniéramos siempre las mismas personas entre copas y ruidos de bar. Con
cierta sorna, la tertulia se llama Ideal de Justicia, porque nos reunimos en
una coctelería de las de toda la vida de Barcelona, la coctelería Ideal, en la
calle Aribau.
Me sentí muy
honrado con la invitación, en mi caso, más allá de algún destello puntual y ya
pasado, lo cierto es que mis rutinas profesionales son poco luminosas y mis
opiniones una más.
Pese a mis
reticencias iniciales, al final el ego ha podido mucho más y acudo con
normalidad a las convocatorias.
No vivimos buenos
tiempos, son tiempos grises sobre todo para la justicia. Durante los meses de
nuestro ideal de justicia hemos pasado por las turbulencias judiciales del procés catalán, que hemos sufrido y
sentido de primera mano. Hemos tenido que hablar de lo lenta y desigual que es
la justicia, de las contradicciones del sistema, de sentencias que han
rechinado en los oídos de la gente de la calle. Nos ha tocado ser críticos,
aunque no hemos perdido nunca la amabilidad en nuestros comentarios.
A mí me daban
pánico las tertulias de los medios de comunicación, me resultaban estridentes,
los tertulianos meros histriones. Me puse como regla íntima y fundamental que
abandonaría las convocatorias en cuanto hubiera un grito. Han pasado ya muchos
años, muchas personas, algunas de ellas muy notables y no nos hemos dicho ni
una mala palabra, ni una sola voz que altere el diapasón. Discrepamos con
suavidad y, a veces, incluso nos da tiempo a la ironía.
No sé muy bien cómo
se nos escucha ya que por fas o por nefas evito escucharme en la radio.
Desde hace meses me
rondó la idea de invitar a mis contertulios a casa a comer, invitarles a que descubrieran
que tras la toga había un mandil. Costó un poco formalizar la convocatoria,
hemos tardado varios meses hasta encajar agendas ya que el director del
programa quería asistir.
Finalmente, el
pasado jueves los astros se alinearon y vinieron todos a comer, técnico
incluido, ya es un elemento más del reparto de opinadores y sus opiniones,
hechas antes o después de empezar a grabar, siempre son bien recibidas.
Me puse a diseñar
el menú una semana antes, tenían que ser platos no muy complicados, del gusto
de todos, fáciles de compartir y gestionar porque debíamos compaginarlos con la
grabación en directo del Ideal de Justicia, una grabación un tanto a ciegas ya
que los responsables no conocían ni mi casa, ni el menú.
Yo, partidario
siempre de complicar un poco más las cosas, le dije a un amigo, absolutamente
ajeno a la justicia y a sus recovecos, que viniera a comer a casa también, así
que nos juntamos nueve personas, convocadas, en principio, a las dos de la
tarde de un día lectivo.
Me hacía especial
ilusión agradecer a mis compañeros su comprensión, su sabiduría, su tolerancia
y su buen humor. Creo que el día a día nos lleva a ser poco afectivos, a
integrar la vida en rutinas que nos aíslan, por eso quería expresarles a mis
compañeros ese cariño conseguido a fuerza de escucharnos y medir nuestras
palabras.
El jueves amaneció Barcelona
con un día claro, una jornada templada de mediados de mayo en la que da gusto
salir a la calle, escaparse un poco antes del trabajo. Yo había adelantado
algunos platos los días anteriores, bases que facilitarían mi trabajo en los
fogones. Pese a todo, lo cierto es que a las 8 de la mañana llevé a los niños
al colegio, fui a trabajar deprisa y corriendo con el fin de cumplir con mis
obligaciones profesionales. A las 12 en punto estaba en la cola de la
pescadería para recoger el pedido. El trato era claro, si el producto era de
mala calidad o estaba por debajo de las expectativas creadas, el pescadero
sería desescamado en público durante la tertulia. Como contraprestación Jordi,
el pescadero, reclamo que si el producto era del agrado de los comensales sería
excelsamente loado.
Convoqué a mis
invitados a partir de las dos y cuarto del medio día, los que venían de Madrid
anunciaron que llegarían un poco antes para instalar el equipo y comprobar que
realmente cocinaba. Yo, temeroso del señor y escaldado en mil batallas, había
adelantado algunos platos y la mesa quedó puesta la noche antes. Una larga mesa
con nueve cubiertos completos.
A la una y cuarto
tocaron el timbre por primera vez, mantuve la calma. A la una y media estábamos
ya casi al completo, con la tertulia montada en la cocina mientras ligaba el
pil-pil.
Empezamos a grabar
ya en la cocina, con las primeras cervezas y aperitivos, no sé muy bien qué y
cómo se grabó, yo iba trajinando como podía.
A las dos estábamos
ya sentados a la mesa, un mar de copas, vasos y micrófonos. Estábamos tan
animados charlando que no hicimos una sola foto, sólo quedó la huella de la
voz.
El menú no muy
complicado:
De aperitivos una
almendras marconas recién fritas con mojama y unas huevas de merluza con
muselina de mostaza sobre unas hojas de endivia.
Ya en la mesa llegó
una gran fuente de mejillones cocidos con tomates cherry y albahaca (mejillones
de roca, no muy grandes, con un sofrito de cebolla, tomate, albahaca y
pimienta. Con una cucharada de harina para que no se deshidraten los bivalvos).
Después vino un
salmorejo con unas gambas rojas.
Pasamos a los segundos
con una ensalada de tomates corazón de buey y burrata, adornada con anchoas del
cantábrico.
El plato de fuerza
era un bacalao al pil-pil, que ligué rodeado de contertulios que disfrutaron
con la magia del colágeno del Bacalao. A la salsa le di un punto de wassabi
para que alegraran un poco.
Dos postres al
final: Unas fresas con nata recién montada (postre rojiblanco para celebrar la
victoria del atleti) y unos flanes caseros que había cuajado dos días antes.
Entre idas y
venidas, platos, copas, vasos entrando y saliendo. Botellas circulando a lo
largo de la mesa. Fuimos trabando conversaciones sobre casi todo, hasta
completar, con los cafés y unos dry Martini que meneé en recuerdo de nuestra
coctelería de referencia, nos dieron casi las cinco. Creo que al final quedó
más de una hora de grabación, suficiente para cubrir el tiempo asignado.
Mañana domingo
escucharemos si todo quedó finalmente bien. Yo, en todo caso, encantado de
haber cumplido con mis amigos.
Durante los días
previos cociné con Eels como banda sonora, me estoy leyendo la biografía del líder
de la banda, un tipo curioso capaz de sobreponerse a las mayores tragedias. El
libro se lee muy bien.
Acompaño la entrada
con una escultura de Manolo Valdés, la mitad del Equipo Crónica, está expuesta
en Valencia, todo un canto a la luz y a la alegría. He conseguido una
fotografía con una luz increible, una escultura vital
No comprendo como puedes meterte en esos berenjenales, admiro tu capacidad para todo pero montar semejante chiringuito en tu casa me alucina y encima una comida de lujo. Jubi
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