Hace tres semanas me
regalaron un libro de cocina oriental, o, para ser más preciso, un libro
occidental sobre cocina oriental, La Cocina Japonesa del Kabuki, me lo
regalaron en catalán, editado por Columna en 2011, escrito por Juan Manuel
Bellver a partir de las recetas de Ricardo Sanz, el chef del Kabuki.
Hace cinco años este
amigo mio me pidió que le recomendara un buen restaurante japonés en Madrid y
le recomendé el Kabuki de la calle Comandante Carmona, a mi me llevaron unos
amigos madrileños hace nueve o diez años. La última vez que cené en el Kabuki
fue en septiembre hace casi cuatro años, fue en el Kabuki del Hotel Wellington,
en la calle Velázquez. Mi amigo recuerdo que aseguró que llegaría una crisis
económica que nos devolvería a los años cincuenta, una recesión que dejaría
temblando a varias generaciones. Entonces sus palabras me parecieron
absolutamente exageradas, ahora he de reconocer que tengo mis dudas. Lo cierto
es que mientras veíamos venir la gran recesión pagamos una factura que nos dejó
temblando, no en vano al Kabuki le llamaban en Madrid el “clavuqui” por el
clavo que puede suponer para una cartera media si no anda con cuidado.
Durante estos años el
Kabuki se ha expandido, ha ganado estrellas Michelin, ha recibido todo tipo de
elogios, incluso se han escrito libros como el que ha llegado a mis manos.
Cuando recibí el
regalo mi amigo se quejaba de que las recetas que aparecían eran de imposible
ejecución, de esa manera un tanto velada me retaba como diletante a intentar desentrañar
alguna de las bases de la cocina que Sanz hace en el Kabuki.
El libro tiene una
parte de recetario que es bastante convencional, hay fotos correctas, los
ingredientes se miden con precisión y las técnicas se describen con sobriedad,
sin grandes adornos. Sin embargo la primera parte del libro si que tiene más interés
no sólo por la extensa entrevista al cocinero, sino también por una amena
biografía que pretende explicar las razones del éxito de la cocina del Kabuki.
Puedo asegurar que
tras leer las notas de esa biografía gastroemocional me he animado a escribir
sobre cocina japonesa, primero porque Sanz es madrileño, como yo, nacimos en el
mismo hospital – la Milagrosa – y Sanz abrió uno de sus primeros negocios, un
bar de tapas, junto al Cine Griffith, un cinestudio gestionado por Fernando
Rodriguez, quien luego se convertiría en Fernando Trueba. Entre los 14 y los 17
años pasé muchas horas en los maratones del Griffith, viendo películas de
vaqueros, de terror, de los hermanos Marx, todas ellas mezcladas con Godard,
con el mejor cine francés. Seguramente probaría las croquetas, las bravas y las
cañas que tiraba Sanz.
Me animaba también el
hecho de que el mejor sushiman español no había viajado a Japón cuando empezó a
cocinar en el Kabuki, es decir, se puede ser el sushiman más puro sin haber
pisado Tokio en la vida, lo que mejora sensiblemente mis expectativas de llegar
a ser un sushiman aceptable sin la exigencia de someterme a la disciplina zen
bajo el monte Fuji.
Cuenta el libro la
anécdota de que Sanz fue fichado por un restaurante japonés de Madrid después
de haber visto su destreza cortando jamón de jabugo lo que permite afirmar que
Huelva y Kioto no están tan alejados.
De los platos de Sanz
los que más me han llamado la atención han sido los transgresores, los que
buscaban con una ironía muy fina y sin muchos aspavientos la conexión entre los
platillos patrios más enraizados con las presentaciones japonesas más
delicadas. Así la interpretación del bocadillo de calamares, un ejercicio de
minimalismo, o las lascas de toro aderezadas como si fueran pan con tomate. La
originalidad de estos platos está en su sencilla presentación.
Hojeando el libro mi
amigo me indicaba que la aparente sencillez de algunos platos chocaba con la
complicación de conseguir la mayoría de los ingredientes. Es cierto en parte.
Leyendo el libro he
despejado algunas dudas existenciales, la primera sobre la conservación de los
pescados; obviamente el pescado que se usa ha de ser fresco pero los trucos de
conservación están al alcance de cualquier cocinilla, primero porque se trata
de desespinarlos bien y de secarlos minuciosamente con un paño, lo que suele
oxidar el pescado es el líquido que destila y que acelera la corrupción de la
carne. Si se seca escrupulosamente y se envuelve en papel film el pescado se
conserva correctamente durante dos días. Puede congelarse sin problemas y
descongelado con cierta paciencia – dejándolo durante más de 30 horas en la
nevera una vez sale del congelador – puede utilizarse durante dos días sin
problemas. El secado y el film retardan la corrupción y evitan que capte
sabores extraños – de hecho en restaurantes tan puros como el Koy Shunka de
Barcelona el pescado se mantiene durante las horas que dura el servicio de cena
envuelto en film y guardado en tappers individuales – uno por pieza.
Sobre las salsas
japonesas, puede que sea el ámbito más complejo y de difícil consecución de
ingredientes; está la solución socorrida de comprarlas hechas en alguna tienda
gourmet a un precio astronómico en botellitas que contienen muy poca cantidad
de salsa. Yo tuve la suerte de trabajar durante algunos años frente a un
supermercado chino en el centro de Barcelona, el almacén más cochambroso del
mundo, sin embargo podía encontrar los ingredientes más exóticos a un precio irrisorio,
vendidos en grandes garrafas o incluso a granel. Es cuestión de armarse de
valor, dejar las manías a la puerta de la tienda y adentrarse en esos
laberintos con la misma afición con la que nos metemos sin miramientos en las
viejas tiendas del todo a cien. Una de las ventajas de esta transgresión
cultural es que en aquel mundo que nosotros denominamos “tiendas de chinos”
podemos encontrar productos coreanos, malayos, japoneses y, por qué no, alguno
chino.
La tercera opción es
la de intentar españolizar los ingredientes de las salsa y hacerlo sin muchos
complejos. Recuerdo hace años que mi hija quería comerse un sukiyaki y terminé
haciendo la salsa con soja, un vaso de un vino blanco suave, una cucharada de azúcar
y un chorrito de vinagre de manzana, lo rebajé con agua y aquel brebaje hizo
las veces de salsa sukiyaki dignamente.
Con estos mimbres me
animo ha dar una receta para hacer Usuzukuri de pez blanco con salsa ponzu.
Lo primero que hay
que aclarar es que el usuzukuri no es sino una técnica de cortar y macerar el
pescado, aprovechando las lascas, como si fuera un carpacio. Un buen pescado
para el usuzukuri puede ser una lubina salvaje bien desespinada y despellejada.
Con un cuchillo afilado se separan las lascas de carne cruda y se colocan armónicamente
sobre una fuente con un poco de profundidad. Puede comerse nada más quedar
cubierto por la salsa ya que el marinado no es ni mucho menos prolongado.
El secreto está en la
salsa ponzu. Sanz da las medidas a lo grande, lo que permite hacer un bidón de
salsa. Para la ponzu se necesitan:
2 litros de salsa de
soja.
1 litro de vinagre de
arroz.
750 mililitros de
zumo de naranja.
50 mililitros de zumo
de limón.
250 mililitros de
mirim.
150 mililitros de
sake.
250 gramos de kombu.
200 gramos de
katsuboshi.
Se mezcla todo en un
bol, se deja macerar cubierto cinco días en la nevera. Luego se cuela para
eliminar los elementos sólidos y ya está hecha la salsa que cubrirá el pescado.
La presentación del
plato se culmina con cebolleta tierna picada o cebollino.
Respecto de la salsa
ponzu si se pretende españolizar los productos que pueden sustituir los
ingredientes raros son.
Mirim y sake son
respectivamente vinagre y vino de arroz. Si no apetece ir a buscarlos a una tienda
especializada el mirim lo he sustituido por vinagre de manzana reducido 1/3 con
agua. En el caso del sake extrañamente se sustituye bien por el vino
barbadillo.
El kombu es un alga
seca muy yodada y el katsuboshi es un trozo de atún desecado. Yo he probado a
sustituir las algas secas por tomates desecados al sol, de esos que quedan como
pasas; respecto del katsuboshi puede ser sustituido por mojama, aunque un
amiguete muy avezado en asuntos de cocina me asegura que una pastilla de caldo
de pescado maggi produce un efecto umami similar al del pescado seco.
Doy por descontado
que a estas alturas del siglo la salsa de soja es un ingrediente no exótico.
Para acompañar el
plato un cuadro que parece del todo japonés y que sin embargo es obra de un tal
Doherty, un americano que pinta peces con la pureza de un artista japonés. Un
pintor y una pintura tan apócrifa como la del propio Kabuki.
Muy agradable plato japonés, aunque las salsas que emplean no terminan de convencerme, quizás porque no me he familiarizado mucho con ellas. El cuadro me ha chocado fuera de un americano pues enteramente es un estilo totalmente japonés. Jubi
ResponderEliminarEs el marinado japonés que diferencia de como marinamos en España el salmón u otros pescados
ResponderEliminarSi consigues todos los ingresdieentes debe ser bueno
Los pescaditos parecen vivos