El viernes amanecí en Huelva. Mis
amaneceres no tendrían mucha importancia de no ser porque el viernes anterior
amanecí en Sevilla/Córdoba y el anterior en Granada. La cuestión sería
intrascendente de no ser porque mi lugar de residencia es Barcelona y que, en
la medida de lo posible intento dormir en casa por lo que para amanecer en
Hueva, Sevilla, Córdoba o Granada normalmente he de romper la mañana buscando
un transporte rápido y matutino que me permita ver salir en sol en el sur para
luego regresar a dormir a casa.
Estos tres últimos viernes han sido
caluroso, cada vez más calurosos, lo que no supone una mejora sensible de la
calidad de mis viajes ya que lo de viajar encorbatado genera un sofoco complementario
así como unos rápidos sudores que suelen colocarme al borde de la
deshidratación.
Lo de la deshidratación se soluciones
bebiendo mucho líquido, principalmente agua, lo que no impide que cumplidas mis
obligaciones pase con rapidez a la cerveza. Soy persona de sudor rápido por lo
que mis desplazamientos de los últimos días han sido muy parecidos a
experiencias de buceo, de buceo en uno mismo; lo que no es una metáfora de la
introspección, sino de terminar moviéndome en un medio líquido.
En Huelva casi todo se perdona ya que mantiene
un aire de vieja ciudad de influencia inglesa en la que la cadencia del tiempo
la marca el jamón, la gamba y de nuevo el jamón. Mis anfitriones me obsequiaron
con una sorprendente guía culinaria de la provincia, editada por la diputación,
y una reproducción en plata de la Carabela Santa María, un barco que de
inmediato han incorporado mis hijos a sus trofeos más preciados.
En Huelva las gambas y el jamón, el jamón y
las gambas, no han podido esconder dos descubrimientos de emocionante intensidad:
Unas huevas de chocos aliñadas con pimentón y pasadas por la plancha; además de
una corvina a la plancha, un pescado majestuoso que según el servicio del
restaurante – la Macha – había pesado 21 kilos en la lonja. La calidad del
producto hace que cualquier elaboración, por mínima que sea, pervierta el sabor
a sur intenso; sin embargo queda anotado un atún rojo de almadraba marcado un
instante sobre la plancha y ribeteado de caramelo de Pedro Ximenez.
El libro de cocina de Huelva da para un
recital de entradas que tarde o temprano abordaré empezando por un salmorejo de
conejo, un pulpo con garbanzos, raya en pimentón y de postre manzanas rellenas
de fresas de palos.
Dispuesto a abordar esas entradas, sin embargo
el viernes a la noche me aguardaba una cena en Barcelona que apuntaba platos
interesantes, más que nada me los habían ido radiando durante las horas
anteriores gracias al guasap. Primero unas ensaladas – la de aguacate correcta,
la de pepino laminado refrescante -, después unos pimientos rellenos de carne,
rebozados y salseados con una crema de pimiento y tomate respecto de la que la
anfitriona no quiso desvelarme el secreto, y para rematar un bacalao al pilpil
marcado por la tragedia – que invadió a la cocinera – de haber quedado un punto
salado. Tan exageradas fueron las advertencias previas que al final el pescado
quedo un pelín por encima de sabroso, aunque el vino, la brisa nocturna, un
poco más de vino y la extraña liberación de quienes cenábamos sin niños, las
primeras copas generosas de hielo y las risas hicieron que fuera mucho más
llevadero de lo que se anunciaba al principio.
En casa, además de la tradicional aportación
de vinos y postres, nos animamos a descargar cerca de diez quilos de nísperos
repartidos en cuatro bolsas que repartimos estratégicamente entre los
asistentes. El objetivo principal: Descargar el nisperero de Vallirana, un árbol
sobrecargado de frutos al límite de sus fuerzas.
Jaleados por el vino ni que decir tiene que
todos los comensales recibieron sus pesados sacos con resignación,
comprendieron rápido que en casa no éramos muy partidarios del níspero y a
partir de esa noche la resignación la han aliviado con ciertas sornas dado que
cada diez minutos hemos ido recibiendo mensajes a cerca de las virtudes y
combinaciones del níspero, que ha terminado maridando de modo imposible con los
restos de pil pil.
Provocar al diletante tiene sus riegos y
uno de ellos es el de conseguir la receta del chutney de nísperos, una
mermelada agridulce inevitable en la cocina hindú. El Chutney, o chatni – que suena
más cañi – es en realidad una técnica de cocción de frutas y verduras que se
caracteriza porque los ingredientes se chafan, chutney es el término que
utilizan los hindúes para definir el chafado de las verduras y frutas cortadas
en trozos grandes. Investigando a cerca del chatni uno llega a la conclusión de
que podría hacerse chatni de casi todo y que todo lo tolera.
Primero una somera descripción del origen y
virtudes de los nísperos, sobre todo para que no refunfuñen mucho nuestros
amigos anegados de nísperos: Llegaron de China por el siglo XVIII. Destaca por
su contenido en pectina, un tipo de fibra soluble, esta retiene agua, se hincha
en el estómago formando una película que reduce la velocidad gástrica y produce
sensación de saciedad, muy útil para personas que siguen dietas de
adelgazamiento. A la pectina se le atribuyen efectos benéficos en caso de
diarrea, al retener agua. A esto se une la riqueza en taninos del níspero,
sustancias con propiedades astringentes y antiinflamatorias. Por otra parte, la
pectina aumenta el PH o sea, disminuye la acidez al llegar el ácido bien
mezclado y neutralizado con otros alimentos y la propia fibra, por lo que el
consumo de nísperos maduros está indicado en caso de trastornos.
El níspero, dado su elevado contenido en
potasio y ácidos orgánicos, es un buen diurético, aumenta la producción de
orina y facilita la eliminación de arenillas y sedimentos de ácido úrico de los
riñones, por lo que está especialmente indicado en caso de gota, exceso de
ácido úrico, cálculos de ácido úrico, hipertensión. Popularmente se dice, que
ayuda a expulsar piedras de la vejiga si se mezcla con corteza de rábano.
Por lo tanto no recibamos el níspero como
un castigo divino infringido por unos amigos obsesionados por deshacerse de un
cargamento de frutos prohibidos.
Asumidos sus efectos beneficiosos y una vez
nos hemos hartado de pelarlos y comerlos como postre o al desayuno, nada mejor
que un chatni de nísperos.
En una cacerola hay que poner 4 tomates de
pera en dados, sin pepitas ni piel, un pimiento morrón, una cebolleta y tres
ajos picados. Se hierven en un cuarto litro de vinagre de manzana – u otro
vinagre suave - durante unos diez minutos; luego se le agregan 250 gramos de
nísperos pelados y despepitados. Se le añade una pizca de sal, un poco de
pimienta negra picada y una cucharadita de curry.
En otra cacerola se pone 1 kilo de azúcar –
puede ser moreno - a hervir con 1 cuarto litro de vinagre de manzana, hasta que
se haga un almíbar ligeramente consistente; Se vierte el almíbar en las frutas
confitadas y se remueve a fuego muy suave hasta lograr el punto apetecido. Se
rectifica de sal y el chatni está para ser servido como guarnición,
fundamentalmente de cerdo, aunque nada impide que acompañe al bacalao o a las
trenzas de la Farga, el objetivo es deshacerse de las toneladas de nísperos
distribuidas.
Un falso lord inglés en realidad nacido en Estados
Unidos sirve como contrapunto por sus escenas orientales Edwin Lord Week, sus
dibujos excelentes para ver pasar las noches de estío.
Pica en Juliana fina una tira de peladura de naranja y el chatni ganará en sabor, sino corres el riesgo de que se convierta en una mermelada excesivamente ácida.
ResponderEliminarHaciendo el indio,
Agotada estoy con tus viajes, ese trasiego de ir y venir sólo de pensarlo es para volverse loco, cuando te levantes por la mañana no sabrás ni donde te encuentras. Nunca he comido nísperos, los he visto en fruterías pero no se me ocurrió nunca comprarlos y nadie me los ha regalado, pero sí membrillos y me fastidiaba mucho porque me tocaba hacer dulce y como me daba apuro no cogerlos, acababa tirándolos, me resultaba muy engorroso. Siempre he guisado por obligación pero no me ha atraído nunca la cocina y ahora vivo feliz sin pensar en hacer la compra y aún más feliz sin ver una cocina. Jubi
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