Incluso en las épocas de
mayor estrés laboral Cándido había mantenido cierta fidelidad con el gimnasio;
al caer en paro lejos de abandonarse Cándido intensificó su actividad física y,
sin llegar a ser un vigoréxico, lo cierto es que había conseguido adelgazar
unos kilos y afinar la musculatura. Los primeros paseos por la playa de
Migjorn, el pelo un poco más largo, igual que las patillas, le habían quitado
varios años de encima y le había instalado en una edad ambigua de maduro
resultón y pinturero. Carmen estaba encantada de que pese a todos los pesares
no se hubiera abandonado.
Cándido llegó a Barcelona al
filo de la medianoche del viernes, Carmen salió a recogerle al aeropuerto. El
día siguiente pensaba comunicar a la familia la compra del “viejo pescador”,
ahora Hotel California, así como su intención de ir a vivir a la isla. El
restaurante tenía anexado un bungalow que terminaría de acondicionar, una
estancia con tres dormitorios, un amplio salón y un minúsculo baño construido
con paneles de cristal translúcidos en el jardín.
Cándido tenía pensado cocinar
la noticia cocinando un exquisito arrós del senyoret, una receta que había
aprendido en Denia y que requería cierta paciencia, mucho mimo.
Nada adelantó a Carmen,
aunque ella barruntaba que las visitas a Formentera le depararían alguna
sorpresa, aunque pensaba que su marido, de natural cauto, se lo pensaría con
mucho cuidado.
Para el arroz del señorito
Cándido compró un paquete de un kilo de arroz senia, directamente traído de la
albufera, para el guiso del sábado le bastaban 400 gramos. Amaneció en el
mercado del ninot e hizo guardia para asegurarse de que compraba los primeros
mariscos: 600 gramos de gambas de Palamós, 600 gramos de cigalas de la Rápita,
600 gramos de Benicarló, 3 tomates de pera, dos cebollas pequeñas, 4 dientes de
ajo, azafrán en hebra, 4 ñoras y casi dos litros de caldo de pescado. Con esos
ingredientes prepararía el arroz, sin embargo se animó a cumplir hasta el kilo
de cada uno de los mariscos ya que de primero quería preparar un pastel de
marisco a base de colas de gamba, de langostino y de cigala, cuatro huevos
hermosos, una lata de leche ideal, sal, pimienta y perejil fresco, picado,
batido y cuajado al baño maría nada más llegar a casa para que estuviera a
punto para la comida.
Hecho el pastel y dado que a
las nueve y media de la mañana todavía no había nadie despierto en la casa,
bajó a comprar unas botellas de vino blanco, Belondrade, que sabía que era el
preferido de Carmen.
En un tupperware de capacidad
de un litro lo llenó casi por completo de agua caliente y dejó las ñoras en
remojo abiertas por la mitad.
Para este arroz se necesitaba
una paellera muy amplia, de modo que quedara una capa muy fina, casi de un
gramo de grosor. Cándido engrasó la paella para sofreír ligeramente el marisco,
con un par de dientes de ajo.
Mientras realizaba estas
tareas mecánicas Cándido recordó las circunstancias en las que adquirió el
restaurante, su dueño, Monsieur Pangloss, era un marsellés que superaba los
setenta años, seco como un sarmiento, requemado por el sol y una mata de pelo
blanco, hirsuto, desordenado, que le daba un toque bohemio aunque algo
trasnochado.
Para firmar los papeles Pangloss
convocó a Cándido en una terraza cerca de la playa de la tramuntana, el
txiringuito se llamaba El Aeródromo y, en función de las rutas aéreas, se
podían ver llegar los aviones que aterrizaban en el aeropuerto de Ibiza,
volaban tan bajo que era sencillo distinguir las compañías.
Monsieur Pangloss le citó
sobre las 12 de la mañana, cuando Cándido llegó aquel caballero apuraba ya el
primer whisky con hielo.
- Es relajante ver llegar los aviones casi en fila – le recibió el
francés -, llevo años haciéndolo. En primavera la frecuencia es cada 20 minutos,
a finales de julio y durante la primera semana de agosto desfilan cada cinco
minutos. A medida que se acerca septiembre el rito se apacigua.
- Sí que es entretenido, cuando abrieron el aeropuerto de Barcelona
mi padre nos llevaba al bar de la terminal a que viéramos entrar y salir
aviones. Veo, señor Pangloss, que no sólo habré de agradecerle la venta del
restaurante, sino también el descubrimiento de esta terraza.
- Además la bebida no es de garrafa. Me permitirá que le pida un
Johnny Walker doble negro con mucho hielo, creo que es el único local de la
costa en la que tienen esta categoría de alcoholes.
- No acostumbro a beber por la mañana.
- Ya se acostumbrará. Además le conviene estar un poco bebido
antes de firmar. Es consciente de que no me está comprando nada?
- No sé crea, estoy comprando parte de su felicidad.
- Visto así, puede que me haya quedado corto en el precio.
- Todavía está a tiempo de echarse para atrás. El dinero regresa
rápido al banco; en ese caso quedará disculpado sólo si paga las copas.
- Estoy cansado y me irá bien el dinero para escapar de la isla,
no soportaría a un italiano más.
Cándido
en realidad no compraba nada, sólo arrendaba el local – propiedad de Monsieur Pangloss
-, así como los bungalows anexos con el compromiso de no despedir al servicio –
Didí, CloClo, Mustha y su hermano Ibrahim, que ayudaba los fines de semana -;
el traspaso del arriendo le costaba a Cándido 150.000 euros que debía pagar en
efectivo y un canon de 30.000 euros al año pagados en cuotas cuatrimestrales
ingresados en una cuenta domiciliada en Marsella; el arriendo por 15 años,
prorrogables, con una opción de compra transcurridos 20 años, a precio de mercado
a esa con un descuento del 50%.
Costó
tres o cuatro whiskys la firma, cuatro whiskys
y casi un centenar de aviones de distinto origen. Cándido y Pangloss competían
intentando ser el primero en identificar la compañía, el francés ganó de
goleada.
Cándido
echó por tandas el marisco en la paella, retirándolo tan pronto como tomaba una
brizna de color. No convenía que quedara muy hecho.
Bajó
el fuego al mínimo, incorporó un poco más de aceite y picó los dientes de ajo y
las cebollas.
Carmen
y los niños se fueron levantando. Estaban acostumbrados a las intermitencias de
Cándido y a sus regresos fulgurantes, cargado de productos exquisitos, sin dar
grandes explicaciones. Desayunaron en la cocina, pendientes de las maniobras de
Cándido, que les espetó:
- Necesito que cada uno de vosotros me deis vuestra definición de
felicidad.
Se
hizo un silencio sepulcral, roto solo por Carmen que, como quien no hubiera
escuchado nada, preguntó:
- ¿ Quién me pasa los croissans ?
- No es ninguna coña – reiteró Cándido – necesito saber cuál es
para cada uno de vosotros la idea, el concepto de felicidad. Empieza tú, Biel –
era el pequeño.
- No sé, papi, supongo que uno es feliz cuando tiene todo lo que
quiere.
- Y tú, Miquel.
- Seré feliz cuando consiga los objetivos que me he marcado – era mayor
y ya pensaba en el futuro.
- Quedas tú Carmen.
- No me digas tonterías, Cándido, pasas cuatro días fuera y vienes
con tonterías.
- No son tonterías, hablamos poco de la felicidad.
- Bueno, si te empeñas, para mí la felicidad es ver felices a
todas las personas que quiero.
Se
hizo de nuevo el silencio, hasta que Carmen lo quebró.
- Bueno, campeón, quedas tú por desvelarnos tu concepto de
felicidad.
- La felicidad termina siendo una combinación de vuestros tres
conceptos.
- Eres un tramposo.
Cándido
sacó las ñoras del tapper y con ayuda de una cucharilla desprendió la carne
rojiza para que se mezclara con el sofrito. El líquido en el que se habían
esponjado las ñoras se incorporó a una cazuela en la que había caldo de
pescado. Cándido peló los tomates, quitó las pepitas y los ralló sobre la
cebolla, el ajo y las ñoras. Añadió un poco de sal, una cucharadita de postre
de azúcar y mientras su familia terminaba de desayunar terminó de vigilar el
sofrito removiendo de vez en cuando. Aprovechó el tiempo pelando el marisco y
dejando cáscaras y cabezas en el caldo.
Pasado
un cuarto de hora apago el fuego y cubrió la paella con un paño. A las dos
reanudaría el guiso. Propuso un paseo familiar, sólo Carmen le secundó, los
chicos tenían que estudiar.
A las
dos de la tarde regresaron, abrieron una de las botellas de vino y Cándido
encendió de nuevo el fuego tanto de la paella como del caldo de pescado con los
restos de marisco.
Cuando
el aceite de la paella empezó a chisporrotear incorporó el arroz, medido en
tazas, poco más de 400 gramos, lo dejó unos minutos distribuyéndolo con una
gran cuchara de madera, mezcló bien con el sofrito y no le importó que algunos
granos se doraran ligeramente. Distribuyó unas hebras de azafrán y cubrió con
el caldo, a razón de dos tazas de caldo caliente por cada taza de arroz.
Pasados 15 minutos a fuego vivo añadió los cuerpos del marisco completamente
pelados y limpios. Metió los tres últimos minutos la paella en el horno,
previamente calentado a 200 grados. Cuando el arroz del señorito estaba en el
horno llamó a la familia a la mesa, en la que le esperaba cuajado y desmoldado
el pastel de pescado y marisco con unos cuencos de mayonesa que ligó en un
instante.
Todos
dieron cuenta rápida del pastel de pescado, los niños repitieron, Carmen y él
apuraron un par de copas de vino. El arros del senyoret reposaba humeante sobre
una tabla de madera.
Antes
de servir el arroz Cándido anunció:
- Familia, he comprado un pequeño txiringuito en Formentera, con un
restaurante que pienso llamar Hotel California; me gustaría que todos nos fuéramos
a vivir a la isla en cuanto terminéis los colegios.
- Estás loco – dijo Carmen sin levantar los ojos del plato -, más
loco de lo que pensábamos.
Los
chicos hicieron como si no hubieran oído nada y mantuvieron su conversación anodina
a cerca de los estudios y las perspectivas de veraneo, la verdad es que no era
mala perspectiva la de veranear en Formentera.
De
postre tomaron helado de limón. Carmen y Cándido se quedaron haciendo la
sobremesa mientras apuraban el vino. Cándido le enseñó el catálogo
expresionista que había comprado meses antes en Londres, le preguntó si conocía
que hubiera algún cuadro de Soutine expuesto en Barcelona.
Emotivo blog y bonito cuadro. Para mí la felicidad radica en ver felices a quien me rodea y en estos momentos soy la más feliz del mundo, una sonrisa que me dediquen es muy importante y poder sentirte útil, enormemente gratificante y acostarte sin remordimientos es "lo más de lo más". Jubi
ResponderEliminarQue bonito Jubi........
ResponderEliminarLSC
Subo de cenar en este momento y te doy las gracias. Jubi
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