Después de varios meses de inactividad
reanudamos el pasado sábado los encuentros de Can Qfa, nos convocaron en Ca L’Estrany,
la calle del Extraño en catalán. Acudir a la calle del extraño, o a la calle
extraña, tiene sus riesgos, entre otros el de perdernos varias veces hasta
conseguir llegar a un pequeño pueblo del Maresme, a una casa casi a la entrada
de un bosque.
Llegamos de los primeros y nos condujeron
directamente a la terraza, anochecía ya y allí habían montado una mesa para los
entrantes, hasta que no nos reunimos tomos – doce en total – no empezaron los
preparativos de la cena.
A requerimiento de los anfitriones nos
sentamos sin muchos protocolos y enseguida llegaron unas niñas con unas cestas
llenas de pañuelos, alegres pañuelos de colores, fulares largos que fuimos
eligiendo casi al azar. Enseguida nos anunciaron que debíamos taparnos los ojos
ya que los entrantes se debían tomar a ciegas. Mientras nos íbamos asegurando
los antifaces empezaron a hacernos fotos y hasta que no se aseguraron de que
todos teníamos cegada la visión no empezaron a servir la mesa, primero las
bebidas, después los aperitivos.
En la medida en la que todos estábamos
privados de visión, todos menos los anfitriones y sus hijas, que hacían las
funciones de servicio, empezaron las risas nerviosas y los comentarios. Es
complicado modular la incidencia de los comentarios si no puedes ver la reacción
del resto de interlocutores, las conversaciones se agolpaban desordenadamente
ya que no era posible organizar los turnos en función de los gestos o de las
señas que intuitivamente hacemos cuando queremos hablar.
Privados de uno de los sentidos principales
el tiempo adquiere otra dimensión, los segundos transcurren más lentamente y te
inquieta pensar el gesto que ponemos mientras esperamos la llegada de
instrucciones.
Aunque estábamos sentados la imagen no era
muy distinta ni muy distante de la de los ciegos guiando a ciegos del cuadro de
Pieter Brueghel.
Las instrucciones eran claras, primero se
serviría la bebida – un misterio también – y con cada copa uno de los platos.
Primero nos sirvieron un vino blanco del Penedés, fresco y afrutado, bastante pizpireto,
hasta el punto de que hubo quien lo confundió con un vino de aguja. Después una manzanilla también fresca.
A tientas tuvimos que coger primero las
copas, después los platillos del aperitivo. Antes de probarlos las niñas nos
informaron del color de cada plato, los tres fríos: Un tartar de salmón,
palometa y mango, aderezado con cilantro y jengibre; después unos tomatitos
pequeños rellenos de atún y de mejillones en escabeche pasados por la batidora,
el tercero una crema de manzanas también especiada.
Resultó curioso que nos anunciaran el
color. Repetí de dos de los tres aperitivos, apenas unos bocados muy frescos y
excelentemente condimentados.
Nos quitamos los pañuelos y comprobados,
con alivio, que el resto de la cena sería a luz vista, aún y así siguieron las
risas nerviosas y los comentarios sobre el aperitivo entre tinieblas, una experiencia
distinta, emocionante, que descubrió cuando distinto funcionan los paladares de
la gente cuando no están mediatizados por la vista. Costó un poco que nos pusiéramos
de acuerdo sobre los ingredientes que terminaban de condimentar cada entrante.
Un juego divertido que queda pendiente de que recibamos la información certera
de los anfitriones - en todos los
encuentros de Can Qfa al cabo de unas semanas se ponen en común las recetas.
Ya en la mesa principal, en el interior,
llegaron los platos de fuerza ya con tintos – un ribera del Duero y varios
prioratos rocosos -. Primero un pastel de escórpora acompañado de una mayonesa
de wasabi y unas algas con su vinagreta. La escórpora desmigada y cuajada en
pastel es una gozada.
El segundo de los platos fue un bacalao
confitado con un puré montado a partir de un plato de guisantes con sepia – un plato
muy catalán -.
Cuando pensábamos que la cena había llegado
a su fin aparecieron unas carrilleras de cerdo guisadas con cebolla, zanahoria,
tomate e higos frescos. El contrapunto entre la carne melosa del cerdo con el
dulce intenso de los higos espectacular, hasta el punto de que casi todos
repetimos para que no nos quedaran dudas de la elegancia del plato, seguro que
cuando nos manden la receta descubrimos algún giro genial en el proceso de
cocción para conseguir que los higos no ahogaran al cerdo.
De postre un pastel de zanahoria con helado
de avellana, como soy goloso disfruté del postre, en mi caso los postres no son
un mero trámite.
Apuramos los vinos y llegaron las copas y
la sobremesa.
Extraña y divertida la
convocatoria de Ca l’Extrany.
Es un gusto disfrutar de esos manjares y del Grupo "Can Cufa" pues no solo son las delicias gastronómicas sino la grata compañía. La carrillera de cerdo tenía que estar divina, y la presentación de la cena me ha divertido mucho, hay que disfrutar de esos momentos que nos brinda la vida. Jubi.
ResponderEliminarPasarlo bien mañana.