No suelo utilizar este blog para reflexionar
sobre política, normalmente compartimento de modo estanco distintos ámbitos,
distintas personalidades. Puede que este espacio de diletante no sea sino una
huida de la política y de lo político.
Dicho lo anterior, hay ocasiones en las que
no queda más remedio que hablar de política, hacerlo de manera descarnada,
desde la incredulidad por lo que está sucediendo.
Muchas personas de mi entorno no entienden
bien lo que le sucede a este país, lo viven con perplejidad, con impotencia,
creen que el mundo se equivoca. Probablemente sea una cuestión de perspectiva y
los equivocados seamos nosotros, no es que nuestro país sea raro, puede que los
raros seamos nosotros que nos enfrentamos a la realidad de un modo extraño, convencidos
de gozar de una razón que, seguramente, no sea tan razonable.
Hemos pasado años extraños, en los que se han
desvanecido muchos sueños, hemos tenido gobernantes zafios, ignorantes,
indolentes, abiertamente corruptos, los hemos tenido a todos los niveles, puede
que incluso en nuestras propias comunidades de vecinos. Con todo lo que ha caído
y lo que queda por caer después de dos votaciones consecutivas resulta que
somos incapaces de ponernos de acuerdo, marcamos los territorios de líneas
rojas, infranqueables.
Hace unos días leía un artículo, pretendidamente
humorístico, en el que planteaban ofrecer a la familia Obama gobernar España,
hacerles una oferta para que, una vez abandonen la Casa Blanca, pasen a residir
en la Moncloa e intenten poner un poco de sentido común a nuestras vidas. Ese
mismo artículo consideraba que, si los Obama no aceptaban la oferta, se la
hicieran a Vicente del Bosque. Estas propuestas no son muy alejadas de otras
que circularon años atrás en las que se aseguraba que el país iría mucho mejor
si lo gobernaba el presidente del Corte Inglés o el de Mercadona. Son
perspectivas que terminan por devaluar una idea limpia de democracia.
Desde hace algún tiempo no entiendo bien lo
que sucede en este país, puede que ni siquiera entienda bien el concepto de
país. Intento fijarme en lo que sucede, tomo notas, leo, intento escuchar y
cada vez entiendo menos las peleas de gatos.
En casa quieren que nos exiliemos, que
huyamos del país. Es un exilio un tanto peculiar porque no queremos perder la
casa – es un exilio de ida y vuelta -, queremos, además, que tenga cierto grado
de confort económico, que nos permita vivir fuera por lo menos con la misma
calidad de vida con la que vivimos aquí. Es un exilio de ribetes dorados, un
poco complicado de conseguir ya que queremos huir del país, sin precipitaciones,
sin abandonarlo todo. Puede que más que un exilio sea un anhelo de emigración
en busca de El Dorado. Seguramente tenga más que ver con el retiro de los Rolling
Stones a la Costa Azul, cuando grabaron Exile in Main Street, del que quedaron
canciones como Sweet Virginia, compuesta frente al mediterráneo, marcada por
las lavandas provenzales y, sin embargo, artificialmente country (https://www.youtube.com/watch?v=tIfQipkkOqs)
Mientras llega ese exilio exterior soñado,
puede que lo ocurrido durante estos años haya sido que me haya exiliado en el
interior, que en realidad la cocina y el diletante en la cocina hayan sido una
manera de exiliarme en mi propio país, confinarme entre las paredes de la
cocina y utilizar la cocina como punto de fuga.
Cuando pensaba en mi exilio interior me
acordaba de Vicente Aleixandre, el poeta de la generación del 27 que vivió
largos años exiliado en su casa de la calle Welintonia, en el número 3, en
pleno barrio de Moncloa. Cuando le dieron el premio nobel en 1977 (tenía yo 12
años) casi nadie sabía quién era, la tragedia de Lorca o la de Miguel Hernández
eran intensas, como lo eran los exilios exteriores de Alberti, Cernuda o el
propio Pedro Salinas. El modesto exilio interior de Aleixandre, un anciano que
aparecía siempre embutido en un traje gris marengo, con arropado con una ligera
manta de lana, de voz pausada, casi monótona, marcaba un modo poco fascinante
de exiliarse.
La calle Wellingtonia no quedaba lejos de mi
casa, de adolescente paseé mucho por aquel barrio y me detuve a ver los árboles
del jardín. No tenía mérito, ya le habían dado el premio nobel, pasar por
aquella calle era ya un ejercicio de turismo, no una peregrinación a las
fuentes de la poesía pura.
He revisado esta mañana algunos poemas de
Aleixandre, internet es una maravilla, con un poco de paciencia se encuentra
todo, aunque para conseguir leer un viejo poema de Aleixandre haya que aceptar
que en el interlineado aparezca un anuncio de neumáticos o la recomendación de
una mutualidad médica. En todo caso ahí queda el final del poema Verdad
Siempre: «Noche, noche, lo ardiente o el desierto».
Y en este exilio interior de la cocina,
cuando le daba vueltas al modo de escribir sobre lo que está sucediendo, sobre
lo que nos está sucediendo, sobre esa desafección en la que nos infecta aquello
que nos separa, en la que lo que nos une se desprecia, pensaba en un fenómeno
curioso que se produce también en la cocina. Cada vez es mayor la influencia de
la cocina extranjera en nuestra tierra, leo recetas en las que he de utilizar
ingredientes imposibles, se habla del ají, del cilantro, del wassabi … sin
embargo no está de moda cocinar con ñoras. Dicen que la internacionalización de
la cocina es influjo de la globalización, no descarto que esa
internacionalización no sea sino una manifestación de exilios interiores, de
exilios rebeldes, desaforados en los que, sin abandonar nuestros fogones, sin
embargo, nos refugiamos en ingredientes que nos llevan a lugares exóticos, que
son reflejo de nuestro radical desprecio por el país.
No dudé al elegir una receta que reflejara
este exilio interior, una receta básica, pretendidamente ajena y, pese a ello,
muy propia. La receta a la que le he dado vueltas es a la de la leche de tigre,
una base peruana que se ha internacionalizado. No se trata de adentrarse en la
selva andina para ordeñar a un felino, tampoco tiene mucho que ver con la leche
de pantera, un combinado de bebidas alcohólicas muy de moda en el Madrid de los
años ochenta del siglo pasado.
La leche de tigre es una salsa hecha a base
de cítricos y de pescados frescos, especiada con cilantro y guindilla.
Los ingredientes son: 60 gramos de zumo de
limón, 60 gramos de zumo de lima, 60 gramos de filete de merluza sin piel ni
espinas, 20 gramos de gambas peladas, 60 gramos de caldo de pescado, 12-15
gramos de apio, 25 gramos de cebolla morada, 7 gramos de sal, 25 gramos de
hielo picado, 8 gramos de ají limo (o la cantidad al gusto de guindilla), 3
gramos de cilantro fresco. Puede sustituirse la merluza y la gamba por otros recortes
de pescado blanco y de marisco, incluso puede hacerse con almejas.
Es una salsa especialmente delicada, hay que
hacerla y usarla casi en el acto, porque los cítricos y los picantes pueden
hacer que la salsa remonte y resulte insufrible al paladar.
Se pasan todos los ingredientes por la
batidora para que quede una pasta blanca, casi una crema. Después de batirlo
todo bien se rectifica de sal y se le añaden unas hojas de cilantro picado y
unas pizcas de ají o de guindilla roja.
Es la salsa base que sirve para aderezar los
ceviches, también los sudados.
Imagino que originariamente la leche de tigre
no era sino el líquido sobrante de la maceración en cítricos de algunos platos
peruano de pescado marinado. Ese liquidillo sobrante, casi residual se ha
convertido en un moderno garum muy de moda.
Hecha la leche de tigre y mientras hago
tiempo a que abran el mercado para comprar una corvina o una lubina salvaje,
busco imágenes de otro exiliado ilustre e ingenuo, Henri Rousseau, llamado el
aduanero, un compañero de viaje de los postimpresionistas que abrió las puertas
de la pintura naif.
Que existencialista amaneciste! Falta más lectura y filosofía en éste país, es que se estudia poco. Oye, gracias por esa receta tan interesante!
ResponderEliminarYo no salgo del gazpacho andaluz,eso si es un descubrimiento!. Hoy bajo la higuera Dile, que vaya calorcito!
Te has puesto muy trascendental y me has trasladado a mí a la prehistoria. Con frecuencia paso en el Circular por la zona y subiendo esas cuestas me queda al lado derecho y también me lo recuerda a mí, y un poquito más arriba el Colegio Mayor Berrospe que también me trae otros recuerdos. De momento voy a tomarme un café y a aclarar las ideas. Jubi
ResponderEliminarPuedo exiliarme con vosotros?
ResponderEliminarUna vez más coincido contigo JM, no en materia de cocina (no tengo paciencia ni aptitudes para ello), pero sí en todo lo demás. Y de nuevo soy un apátrida que también vive exiliado en su propio Estado, país o cómo lo que queramos llamar.
ResponderEliminarBobby.