Germán amaneció el viernes
con la boca pastosa y telas de araña en la cabeza. La ducha, un café más largo
de lo habitual y un gelocatil le devolvieron al mundo de los vivos. Limpió y
ordenó la cocina, guardó cuidadosamente en un cajón la primera de las recetas y
bebió toda el agua que pudo antes de salir hacia el trabajo. A media tarde
tendría que hacer algo de compra porque ese fin de semana le tocaban niños.
El sábado recogía primero a
las 8 de la mañana a Gerard, le acercaba al campo donde le tocaba jugar al
futbol; con 15 años ya lo normal era que jugara a eso de las 11 de la mañana –
cuando debutó como infantil los partidos eran a las 8’30 de la mañana, a veces
a varios kilómetros de la ciudad -. Al entrenador le gustaba que los chicos se
concentraran una hora antes de partido para centrarles un poco, en ese lapso
Germán regresaba a casa de su ex y recogía a la niña – Olga, 12 años -, que
aborrecía el deporte y, en ocasiones, parecía aborrecer también a su hermano.
En el momento de la
separación Olga y Gerard optaron por el silencio más absoluto, por el silencio
y la comodidad; en pleno conflicto a Germán y a su ex – Olga también – le quedó
un ápice de cordura y consiguieron mantener a los chicos ajenos a tensiones y
reproches, aunque en realidad no llegó a haber conflicto, Olga anunció a Germán
que llevaba saliendo con otro hombre varios meses y que no soportaba más la
situación, Germán pasó de la sorpresa a la rabia y de la rabia a la desolación;
en pocas semanas había abandonado la casa común y dos meses después firmaban
los papeles del divorcio. Los chicos al margen, ni tan siquiera tuvieron que
elegir, quedaron en su casa y en sus habitaciones, sometidos al vayven de los
fines de semana alternos y las vacaciones por mitad.
Con el mismo silencio y
aparente comodidad aceptaron que su madre en unos meses normalizara su
convivencia con Fabián, ni un solo comentario siempre y cuando no se vieran
alteradas su rutinas.
Pensar en la época de la
separación ensombrecía todavía el ánimo de Germán por lo que, camino del
trabajo, intentó distraer su mente intentando planificar el fin de semana,
segundo fin de semana de octubre, anunciaban lluvias, las buenas temperaturas
olvidadas hasta el año siguiente. Los fines de semana de lluvia con niños eran
terribles: Televisión, videoconsolas y algunos reproches si no hacían los
deberes. A Germán le hubiera encantado haber sido capaz de decirles que eran lo
que más quería en el mundo, pero cualquier intento de conversación hacia los
sentimientos le generaba un bloqueo total.
En la nevera le quedaban
ingredientes suficientes como para poder probar de hacer de nuevo la coca para
los niños, de inmediato recordó la aversión absoluta sobre todo de Gerard hacia
la verdura, por lo tanto el sábado a mediodía irían al italiano de siempre, por
la noche unas pechugas a la plancha con patatas fritas congeladas; el domingo
se refugiarían en casa de los abuelos donde no fallaba el menú: Sopa de fideos
y pollo guisado con zanahorias, de postre bocaditos de nata. A eso de las siete
de la tarde los chicos regresaban con la madre y Germán caía derrotado sobre el
sofá de su casa donde se ponía a escuchar la radio para seguir los partidos de
futbol, si a las nueve retransmitían algún partido de interés buscaba un bar
por el barrio, pedía un botellín de cerveza y una ración de tortilla, si el
partido era interesante se animaba con otro botellín, si se aburría no esperaba
a que terminara el encuentro, regresaba a casa.
La resaca de su primera
incursión entre fogones había dejado las clases de cocina sumergidas en una
niebla densa que alejaba los recuerdos más allá del tiempo real en los que se habían producido. Durante la semana regresó
a Chagall en varias ocasiones, desempolvó su rudimentario inglés para poder
entender a duras penas los comentarios sobre su vida y obra, envidiaba a los
personajes longevos que habían llenado la totalidad de su vida de actos y
decisiones sorprendentes e importantes; Chagall en sus casi cien años de vida
consiguió estar en permanente agitación. De entre todas las frases leídas una
en especial se le quedó en la memoria, una frase de Pablo Picasso – Germán sí
sabía quien era Picasso -: “Muerto Matisse, Chagall sería el único pintor que
entendería qué era realmente el color”; Germán tendría todavía que revisar
quien era Matisse y, sobre todo, qué era realmente el color.
Llegado el segundo jueves de
octubre tomó el camino hacia sus clases de cocina, empapado en Chagall, en sus
pinturas de cuento infantil plagadas de hombres y mujeres ingrávidos, Germán en
alguna pesadilla de adolescente había soñado que volaba, que con dificultad
conseguía elevarse unos metros del suelo y recorrer pequeñas distancias con un esfuerzo
agotador pero placentero.
Las reglas no escritas de la
clase le obligaban, salvo fuerza mayor, a ocupar el mismo pupitre que eligió la
primera vez; de nuevo llegó temprano, de hecho tuvo que esperar en la puerta a
que abrieran el aula. Solo llevaba el cuaderno de notas y un bolígrafo, por lo
que cuando llegó la primera de las alumnas con la sala todavía cerrada no tuvo
modo de disimular y distraer la atención, hubo de saludar y responder a los
amables requerimientos de su compañera, que le recordó que se llamaba Gladys,
una venezolana que llevaba en España 4 años y que cuidaba niños de un
matrimonio del Ensanche, sus jefes le habían sugerido que si aprendía a cocinar
tal vez la hicieran un contrato fijo en vez de pagarle por horas. Gladys era
una mujer ruidosa, alegre, de brillantes dientes blancos y carnes rotundas.
Germán envidió a muchos ejecutivos de los que veía cuando viajaba en metro que
se ensimismaban consultando mensajes en la pantalla del teléfono móvil,
envidiaba incluso a Gerard y a Olga, que se encapsulaban frente a la nintendo y
perdían todo contacto con el exterior; él hubo de resistir de una sola pieza
las acometidas de Gladys, que enseguida recordó que Germán era separado y que
nunca había trasteado en la cocina.
En pocos minutos llegó la
encargada de las aulas y con ella un grupo nutrido de señoras que salían de la
clase de pilates y que empalmaban con la de cocina. Luz Sánchez llegó de nuevo
la última, sacó de un capazo de mimbre que llevaba al hombro algunos
ingredientes y utensilios de cocina y lanzó una pregunta al vacío:
- ¿ Alguna de vosotras sabe hacer una mayonesa ?
No
tardaron en levantarse casi todos los brazos de las asistentes, sólo Germán
aislado en su rincón permaneció inerme, a lo mejor alzar la mano hubiera sido
un primer paso para empezar a volar.
- Bueno – prosiguió Luz -, hoy dedicaremos la clase a los deeps. ¿
Quién sabe lo que es un deep ?
Se
organizó tal algarabía que Germán durante unos instantes desconecto, esperaba
que Luz restableciera el orden y tomara las riendas de la clase.
Deep:
Profundo, fuerte, hondo, intenso, serio, grave, oscuro; también sirve para
identificar unas pastas o salsas densas que normalmente se untan en pan, en
patatas fritas o en aperitivos de maíz.
Luz
esperó unos instantes antes de arrancar la sesión, no tuvo que poner orden,
sólo llamar a su mesa a la pinche de la segunda sesión, la segunda de las
señoras que se acomodaba en la primera fila, aquella decisión permitió
confirmar a Germán que él sería el último en salir y que le tocaría seguramente
con un postre.
- Empezaremos preparando una mayonesa – prosiguió Luz, ya en
funciones de señorita Sánchez -; se elige un baso alto, de los que suelen venir
cuando se compra una batidora; se limpia y se seca bien con un paño de cocina y
se casca un huevo con cuidado de que no se rompa la yema, es importante que la
yema quede entera porque así se reduce el riesgo de que la mayonesa se corte.
Se prepara la batidora colocándola sobre el huevo y con la mano izquierda se
coge una aceitera bien llena, dejáis que vaya cayendo un hilillo de aceite y
ponéis en marcha la batidora a velocidad moderada, poco a poco irá trabando la
mayonesa hasta que consigáis la textura deseada. Para los deeps es preferible
que la mayonesa os quede un poco densa. La sal y las gotitas de limón o de
vinagre al final, de ese modo evitáis también el riesgo de que se corte.
Germán
no había hecho una mayonesa en su vida, su única referencia útil era el alioli
que preparaba su madre para acompañar a los arroces en verano, un alioli denso,
casi gomoso, y amarillento que preparaba en un impresionante mortero de piedra.
El resto de sus contactos con la mayonesa era, como no, industrial, primero las
marca musa – ácidas -, luego las Hellman – más dulces -, en algunas épocas las
ligeresas – insípidas – y finalmente unas indefinidas que se vendían en
dispensadores de plástico parecidos a las del kétchup y la mostaza de las
hamburgueserías. De siempre había oído que cuando la mayonesa la preparaba una
mujer con el período era más fácil que se cortara, una chorrada como otra
cualquiera que le había quedado impregnada en la memoria – mayonesas, mujeres,
cocinas, períodos … un mundo desconocido.
- Algunos trucos por si se os corta la mayonesa – continuó la
Srta. Sánchez -; el primero que todos los ingredientes estén a temperatura
ambiente; el segundo, cuando empezáis a batir se ya veis que aquello no se va a
ligar bien, parad la batidora y poner una cucharadita de agua bien fría antes
de volver a batir; si la mayonesa está cortada irremediablemente poned una yema
de huevo en otro vaso y añadir poco a poco la mezcla cortada como si se tratara
de aceite, como quedará un poco espesa desleírla con unas gotas de limón.
También sirve mezclar en un bol una cucharada de mostaza y poco de la mayonesa
cortada antes de repetir la operación. Algunas señoras mayores desmenuzan un
poco de miga de pan con una cucharada de aceite y cuando forman una pasta la
utilizan para trabar de nuevo la mayonesa.
Muchas
recomendaciones que Germán no terminó de anotar.
- La mayonesa sirve de base para muchos deeps, todos ellos
sencillos – colocó sobre la mesa un bote de aceitunas rellenas -. María, por
favor escúrremelas mientras preparo la mayonesa. Veréis que en algunos
recetarios recomiendan incorporar estos ingredientes complementarios a la
mayonesa y pasarlos de nuevo por la batidora, si lo hacéis así corréis el
riesgo de que el deep os quede de un color muy feo, yo prefiero picar bien
picados los ingredientes que quiera añadir y mezclarlos con una espátula de
plástico, que se noten los trocitos. El primer deep lo haremos picando la
mayonesa con unas aceitunas rellenas de anchoas – con una destreza asombrosa
extendió un montón de aceitunas sobre la mesa y en cuestión de segundos las
picó con ayuda de un gran cuchillo, bien mezcladas con la mayonesa rebuscó en
su capazo hasta dar con un paquete de rebanadas de pan seco y con la misma
espátula con la que había mezclado el deep untó unas rebanadas que colocó sobre
una bandeja.
- María, por favor, pasa la bandeja entre tus compañeras para que
prueben la pasta.
Todos
los comentarios fueron favorables aunque a los de la última fila no les llegó
el aperitivo.
- Con esta misma base de mayonesa podéis incorporar palitos de
cangrejo y perejil picado, o un par de latas de atún en conserva. Es importante
que os acordéis de escurrir bien el ingrediente que queráis añadir. Con unos
pepinillos encurtidos, las aceitunas y cebolla bien picada podéis preparar una
salsa tártara espectacular.
Limpió
bien la tabla en la que había picado las aceitunas, guardó en la nevera el vaso
con el resto de mayonesa, pasó un paño por la encimera y se dispuso a preparar
el segundo de los deeps programados: Guacamole.
- Para el guacamole necesitamos un tres de aguacates bien maduros,
ojo con los aguacates, cuando los elijáis en la tienda comprobad que la piel
cede un poco cuando presionáis con el dedo, pero cuidado porque si están muy
pasados la carne estará de color pardo y el guacamole os quedará con un color
muy feo; uno de los encantos del guacamole, además de su sabor, es el juego de
colores entre el verde intenso del aguacate y el tomate. Se cortan los
aguacates por la mitad, con la punta de un cuchillo se desprende la carne de la
piel, si el aguacate es de verdad maduro bastará una ligera pasada y la carne de
desmoldará sola; quitad el hueso del aguacate y reservarlo, dicen que si se
coloca el hueso sobre la carne de guacamole picada evita que se oxide. Hay que
picar la pulpa del aguacate en daditos y dejarla en un bol, si no os fiais de
lo del hueso del aguacate ponerle un chorrito de limón. Picado el aguacate
elegir un par de tomates maduros, peladlos con un cuchillo muy afilado y
cortarlo también en daditos pequeños, similares a los del aguacate.
A
Germán le fascinaba ver la habilidad con la que Luz manejaba los cuchillos sin
dejar de hablar y sin perder la vista de los alumnos; él ya se hubiera cortado
dos o tres veces, además de que cada trocito le hubiera salido con formas
irregulares.
- Poner los trocitos de tomate en el bol del aguacate y aprovechad
el agüilla que destila el tomate picado. Después del tomate media cebolla
picada también, mejor si es cebolleta, que es un poco menos picante y más
acuosa. Un poco de sal, pimienta al gusto y un chorrito de limón. Veréis en los
recetarios que circulan por ahí que en la receta original le añaden cilantro,
que es una planta de aspecto parecido al perejil aunque de sabor un poco más
ácido; la verdad es que yo con el limón me las arreglo bastante bien y evito un
sabor tan marcado como el cilantro. Las que os apetezca un sabor un poco más
vivo añadidle unas gotitas de tabasco – rebuscó en los cajones hasta dar un una
botellita de picante y una bolsa de nachos de maíz -; lo típico del guacamole
es servirlo sobre los nachos, también puede ponerse como ensalada, en algunas
ocasiones lo he visto con huevas de salmón o de trucha. Una vez aprendáis estos
preparados veréis que sirven para un sinfín de platos y combinaciones.
Aprovechando
la forma triangular de los nachos y cogiéndolos por uno de los bordes fue
enganchando porciones de guacamole que dejó en una bandeja.
- Esta vez María pásalo por la última fila que antes se quedaron
sin probar la mayonesa.
German
levantó las cejas en señal de agradecimiento y esperó a que le llegara el
turno, quedaban dos piezas en el plato, aunque estaba hambriento sólo tomó una
y ofreció la última a Gladys, que estaba sentada justo delante de él, de ese
modo intentaba reparar la sensación de mala educación que había dejado a la
entrada.
- El tercer deep es un poco más complicado, lo leí hace unos días
en un blog de cocina que os recomiendo, el blog del Comidista, lo encontraréis
si entráis en la página web del periódico El País, es muy ameno y el tipo que
lo hace suele elegir recetas muy fáciles. Al final de la clase os repartiré un
folio con las recetas porque esta que voy a hacer ahora tiene un nombre u poco
raro, se llama baba ganush, una pasta de berenjenas asadas. Ponemos el horno a
180º, en una bandeja de vidrio de bordes un poco altos, para que conserve bien
el líquido que destila, poner dos berenjenas hermosas, cortadles el pedúnculo –
ante la cara de extrañeza de algún asistente se vio en la obligación de
aclararlo -, lo que une el fruto con la rama, vamos. Las berenjenas han de
estar una hora al horno enteras, sin cortar, con un poco de sal y de pimienta y
un chorrito de aceite; cuando pase una hora las sacáis y dejar que pierdan un
poco de calor, fundamentalmente para no achicharraros los dedos; yo he traído
en un taper dos berenjenas asadas de casa así ganamos tiempo. Se pelan las
berenjenas, cuando están templadas la piel se quita estupendamente, en frio es
un poco más difícil. La carne de la berenjena se deshace en las manos, algunos
cocineros un poco cursis dicen que la pasta que sale se llama caviar de
berenjena. Yo aprovecho la misma bandeja en la que las asé. Picamos dos dientes
de ajo y los mezclamos con la carne de las berenjenas, una cucharada de aceite
de oliva, otra cucharada de pepitas de sésamo – las veréis en los stands de los
supermercados normalmente junto a las especias, si no seguro que las encontráis
en las tiendas Veritas; para los marcianos de la cocina las pepitas de sésamo
son esos frutos secos, esas pipas minúsculas que suele haber en el pan de
hamburguesa. La receta ortodoxa dice que hay que ponerle aceite de sésamo y tahini,
que es una pasta de sésamo, os recomiendo que no os compliquéis la vida y no os
gastéis el dinero en ingredientes que a lo mejor sólo utilizáis una vez en la
vida. La pasta baba ganush se termina con una pizca de comino en polvo, se
mezcla bien con un cucharón o tenedor de madera y se sirve sobre pan de pita,
que es ese pan redondo casi sin miga que utilizan para hacer los kebahs, cada
vez es más fácil verlo en los supermercados en la zona del pan de molde, creo
que alguna de las marcas de toda la vida se han animado a comercializar estos
panes; el pan gana mucho si lo tostáis un poquito. Igual que pasaba con el
guacamole, este baba banush puede servir como guarnición o como fondo para
carnes y pescados.
Sacó tres panecillos de
pita, los abrió por la mitad y los cortó en cuatro porciones cada uno. Cuatro
por tres doce, a Germán no le llegaría la prueba, aunque Gladys, atenta, separó
de su porción una pizca y se la ofreció a su compañero.
A las ocho de la tarde
terminó la clase, Germán abandonó el último la sala, cuando ya se apagaban las
luces. Aquella noche no intentaría hacer ninguno de los deeps en casa, no tenía
batidora y, como las noches empezaban a ser frescas, le dejaba muy bajo de
ánimo cenar frio. Luz Sánchez seguía guardando las recetas en una carpeta
decorada con reproducciones de Chagall. En la oficina de Germán una de las
impresoras era a color, Germán aprovechó las primeras horas de la mañana para
reproducir alguno de los cuadros que encontró rastreando por las webs, guardaba
las reproducciones en el mismo cajón en el que iba a guardar las recetas y las
notas. El cuadro que pensaba acompañar a las recetas de deep era otra pintura
de personas flotando, en este caso se titulaba El Paseo, en esta ocasión era
ella la que revoloteaba ingrávida alrededor de su pareja.
Entretenida clase de cocina para empezar este sábado fresquito y el Promenade de Marc Chagall un regalo para la vista. Jubi
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