El pasado domingo retomamos las cenas de
Can Cufa, un club gastronómico ha dado ya cinco jornadas divertidas, jornadas
de gloria culinaria. La convocatoria del domingo vino precedida del anuncio de
las primeras setas y, con el anuncio, los primeros efectos alucinógenos que
pueden producir algunos tipos de setas.
Lo que nadie podía imaginar era que incluso
no consumiendo setas el efecto puede tener un efecto muchísimo mayor ya que las
aventuras y desventuras de nuestros anfitriones alrededor de un imposible
platillo de setas marcaron el desarrollo de toda la cena.
J. & J., nuestros cocineros, nos
recibieron con el gesto demudado, agotados por una jornada cocinando, agobiados
por una incidencia de alto riesgo, sobre todo en domingo. Habían encargado un
surtido de setas en la Boquería, las últimas de primavera, las primeras de
otoño, coronadas por un Ou de Reig, la reina de las setas. Las encargaron con
antelación asegurando hasta los más ínfimos detalles y los proveedores les
aseguraron que las setas encargadas serían de su agrado, sin embargo tras
someterlas un ligero marinado las setas literalmente salieron paseando por la
cocina ya que resultaron estar plagadas de gusanos.
Los anfitriones tuvieron la delicadeza de
no mostrarnos a los invasores pero por su cara de contrariedad lo más probable
es que el nido de larvas hubiera permitido alcanzar a las setas la velocidad de
un fórmula uno.
Domingo a media tarde, vísperas de puente,
las tiendas cerradas y pocas alternativas. La carta que acompañaba al menú facilitaba
todo tipo de detalles sobre las setas que íbamos a probar, detallaba todas y
cada una de sus excelencias, excelencias todas ellas menores de lo que fue el
disfrute de escuchar el relato entre dramático e hilarante de los cocineros.
Bien mirado es relativamente sencillo comer un buen plato de setas, sólo hay
que tener algo de paciencia y elegir a un buen proveedor que no haga el
trilero; sin embargo disfrutar el relato angustiado del cocinero es de
imposible repetición, un plato verdaderamente exclusivo y con unos efectos
lisérgicos que nos permitieron no dejar de reír durante toda la noche a cuenta
del menú de las no/setas y las tribulaciones de J & J buscando por las
tiendas de cortesía de la zona algún ingrediente que pudiera mitigar su sensación.
Si divertido fue escucharles cómo se había
producido el ritual de encargar las setas en el rincón más postinero de la
Boquería – si no desagravian a mis amigos habré de hacer público su nombre para
que pierdan altanería -, muchísimo más cómico fue ver como una de las J.
reproducía el desesperado diálogo con la dependienta de una de las tiendas
gourmet de la zona, a la que acudió desesperado buscando pensando en un último
golpe de fortuna que finalmente no llegó porque la dependienta de aquel
pretendido rincón del gourmet resultó que no había cocinado en su vida, que no
era capaz de distinguir una seta de un champiñón, que no supo dar ninguna
alternativa al desesperado J. y, como único remedio, le colocó unas conservas
de setas en escabeche que descompusieron todavía más el castigado ánimo de J.
Sin embargo si algo tiene la cocina de
grandioso, de divertido, es la posibilidad de improvisar, de tomar decisiones
en segundos y arriesgar combinaciones que finalmente encandilen a los
comensales porque la cocina gracias a los dioses no es una ciencia exacta sino
un combinado de experiencias, de riesgos y de casualidades que sirve como la
excusa perfecta para que a gente pueda disfrutar con la comida y,
fundamentalmente, con la compañía.
El pasado domingo puedo afirmar que cené
las mejores no/setas de mi vida y estoy en condiciones de garantizar que
ninguna de las posibles setas que lleguen a mi plato en un futuro tendrán el
regusto alegre de esta última cena de can Cufa, una cena marcada por la
combinación de higos, frutos rojos, chupitos de manzana y sopas de sandía.
Marcada por un queso del pirineo de nombre impronunciable, por unas piruletas
de parmesano de regusto picante que crujían como caramelos de niños, por
pequeñas setas estofadas con cebolla roja, bouquets de ensalada con frambuesas,
piñones y Módena; por rissotos de alto riesgo uno trabajo con coñac y el otro
con vino tinto; por una pieza de hígado de pato anestesiado durante una jornada
entera en vino de oporto acompañado por una copichuela de Sauternes que nos
descabaló el paladar.
Las cenas de Can Cufa darán seguramente
para escribir un libro de recetas sabroso y sorprendente, un libro que
escribimos entre todos para deleite del grupo pero con la aspiración de poderlo
compartir con otros amigos a los que poder dar envidia. Tanto o más sabroso y
sorprendente que el recetario sería poder escribir entre todos un libro de
anécdotas de lo sucedido en cada uno de los preparativos de cada cena, de los
experimentos fallidos, de los pasteles que finalmente no cuajaron, de los
gusanos que dieron vida a nuestras setas … Sería un libro de aventuras y de
desventuras que demostraría que personas en principio cabales son capaces de
dedicar horas y horas hasta dar con un menú perfecto, que cause sensación. La
búsqueda de la armonía a partir de un caos de cocinas pequeñas e ingredientes
imposibles.
Cualquiera de los platos, con sus detalles
exigiría una entrada; de entre los platos yo destaco por su sobriedad un
solomillo de ternera a la sal, acompañado por una salsa de múrgulas y unas
patatas gratinadas.
J. y J. no han desentrañado todavía en
nuestra nube privada los secretos de la
receta por lo que me guío por mi intuición. Para hacer un solomillo a la sal se
necesita, claro está, una pieza de solomillo hermosa, de no menos de dos
alargados kilos, sin mucho diámetro. Cuanto mayor sea la calidad de la pieza
mejor quedará, aunque claro está los riesgos de una receta tan sencilla son
altos ya que pasarse en la cocción o no ser capaz de retirar por completo la
sal puede malograr el resultado.
A la hora de preparar la carne a la sal ha
de contarse con una pieza que sea excepcionalmente tierna ya que el efecto de
la sal en la carne es el de acelerar la pérdida de humedad y dejarla mucho más
fibrosa, por lo que si la carne no es muy tierna o tiene mucho nervio se corre
el riesgo de convertir la experiencia en una degustación de estropajo.
Yo no sé si nuestros anfitriones engrasaron
previamente la pieza, yo lo haría con un poco de aceite de oliva que mitigara
un poco el efecto de la sal. Tampoco le iría mal ponerle algunas briznas de
tomillo – no sería la primera vez en la que un cocinero fustiga con una rama de
tomillo una pieza de carne cruza, como si la estuviera flagelando.
Hechas estas operaciones previas no queda
sino preparar en una bandeja de horno una cama de sal gorda, depositar la pieza
de carne sobre ella y cubrirla por completo con una nueva cama de sal,
comprobando que no quedan fisuras.
Los cánones de la cocina francesa
recomiendan mezclar la sal con unas claras de huevo para hacer que el sellado
sea mucho más hermético, pero lo cierto es que basta con cerciorarse de que la
pieza queda bien cubierta y humedecer la superficie de la cobertura de sal con
un poco de agua, para que se solidifique antes bloque de sal.
En función de los gustos de los comensales
el tiempo de cocción puede oscilar entre 30 y 40 minutos, lo de darle el punto
a la carne es un arte que obliga a conocer bien el horno y confiar en la
calidad de la carne. Yo soy de los carnívoros que disfrutan con la carne
sangrante pero comprendo que en una cena para muchos comensales es preferible
buscar un punto un pelo más pasado para evitar gestos de desagrado.
J. presentó la pieza todavía cubierta de
sal antes de descubrirla y emplatarla. Retiraron hasta el último cristal salado
y rápidamente fueron llevando los platos a la mesa acompañados de un
cuenquecillo con una crema de múrgulas y unas patatas buffet hervidas y
laminadas, cubiertas por un poco de cebolla pochada, unos daditos de
mantequilla y una capa generosa de crema de leche. El contrapunto de la carne
salada con las patatas cremosas fue una gozada. Seguramente el plato estrella
de la noche fue el foie al oporto, insuperable, pero mi corazoncillo de
diletante quedó entusiasmado con la pieza de carne, con la pieza de carne y con
las no/setas que pudimos disfrutar.
J. & J. con su semblante pálido,
agotados, uniformados con el mandil de can Cufa, trasegando de la mesa a la
cocina y de la cocina a la mesa, sin tiempo para sentarse, parecían personajes
de Alicia en el País de las Maravillas, un relato de niños en el que había un
bosque de setas y un gusano filósofo que daba consejos a una desorientada
Alicia (autor Miryna Rudzo)
Es muy placentero comenzar el día disfrutando con un relato tan divertido y un menú tan apetitoso, el solomillo tiene que estar "de pecado" y el foie al oporto no menos. El cuadro, delicioso. Jubi
ResponderEliminarPues si que me dais envidia, si.....
ResponderEliminarYo me ofrezco para fregar platos en el próximo evento Can Cufa, si puedo probar las viandas.
Me encanta el cuadro diletante !
LSC
Anatoli: La espera de la receta num 6 se está haciendo larga. A buen seguro será, siguiendo el hilo, un postre. Para ser sincero, aunque quizá no sea adecuado en este blog, me preocupa más la evolución del "neguit" de la entrepierna de Germán cerca de Gladys, o la previsible concreción de la Luz profesora que el postre en sí. También me motiva saber cómo va a responder Germán a este stress acentuado que se le viene encima. En fin...
ResponderEliminarIncluso sin libro las cenas de Can Cufa son la envidia de los que te seguimos, por lo menos mía sí, me imagino no sólo las estupendas viandas sino lo que es todavía mejor esas risas y complicidades que entre amigos van en aumento a medida que transcurre la noche y los efluvios del vino empiezan a causar efectos.
ResponderEliminarMe encanta el cuadro, mi hija Bibiana era una seguidora entusiasta de Alicia en el país de las maravillas, algún domingo por la tarde la veía dos veces seguidas.