Va
terminando el día 8 de marzo, festividad de San Veremundo; estoy en un hotel en
Santa Cruz de Tenerife, esperando a que la noche me dé un golpe de sueño. He
pinchado en internet un disco de Emelí Sandé. Al recapitular sobre lo hecho
durante el día me asunto del cúmulo de tareas y saberes inútiles apilados
durante el día. Aunque tal vez visto con cierta perspectiva jornadas tan
absurdas como esta terminan por ser las que le dan sentido a un diletante.
Empiezo
por la absurdez más reciente: al buscar un título para esta entrada he
descubierto en internet que hay una página web que se llama santopedia (www.santopedia.com) y gracias a ella sé
que el ocho de marzo es San Veremundo, un abad navarro del siglo XI, cuyo
nombre en latín significa “verdaderamente limpio”. Sólo con esta indagación
hubiera adquirido sentido esta jornada.
Arrancó
pronto el día en Barcelona, a las 4’30 de la madrugada uno de mis alegres putti
se levantó a hacer pis, hemos conseguido que se levante sólo y no nos pida que
le llevemos al baño pero mi mala conciencia de padre, mi sueño ligero y su
atropello de paseante nocturno han terminado por levantarme a comprobar que no
hacía ningún estropicio, que tiraba de la cadena y apagaba las luces.
A
las 6’30 la cocina olía ya a café, mientras mi mujer se desperezaba preparé un
par de zumos de naranja sanguina. Es una pena que sólo consiga este tipo de
naranjas durante cuatro o cinco semanas, o puede que sea una suerte ya que
durante el resto del año añoro el día en que vuelvo a verlas en las fruterías.
Circunstancias
de la vida han hecho que me tocara gerenciar a los niños esta mañana,
normalmente cuando están a solas conmigo suelen ser más disciplinados. Al
pequeño le he robado tres galletas de Zam Zam, un personaje de dibujos, son
como las galletas napolitanas de mi infancia con un suave gusto a canela.
De
camino al colegio, 10 minutos antes de la hora habitual, me he acordado de que
el mayor tenía que llevar una lupa al colegio, nos han puesto falta,
intentaremos repararla el lunes. El pequeño se ha quedado comiendo unas
galletas príncipe sentado en un banco del pasillo mientras el mayor enseñaba
unas fotos de un erizo – la mascota de su clase.
He
dado una vuelta por el trabajo antes de salir zumbado para el aeropuerto, cuando
el cogido el periódico he visto que la revista Gentelman dedicaba el número del
mes de marzo a la gastronomía, entrevistaba al chef de Mugaritz bajo el título:
Sentir, inventar, disfrutar. Viendo la portada pensé que debía darle una
segunda oportunidad a Mugaritz ya que la primera vez en la que lo visité siendo
una ocasión muy especial, sin embargo la oferta gastronómica fue demasiado
severa para nuestros paladares.
Hojeando
la revista pensé, aliviado, que conseguiría alguna idea para entradas futuras
ya que venían los platos favoritos de reputados cronistas gastronómicos del
país: excesivamente sofisticados y, a la vez, demasiado obvios. Poco
aprovechables para una entrada inmediata.
Divertido
pero previsible el criterio de selección de los 50 restaurantes más influyentes
de España y los vinos más destacados. Está claro que para ser un Gentelman a
tono con la revista hay que tener bastante poder adquisitivo.
El
periódico lo ventilé de un plumazo, a las 10 de la mañana casi todas las
noticias en papel se han convertido en viejas. Ayer había cenado poco, así que busqué
en el aeropuerto un rincón donde dieran bocadillos calientes pero hube de
contentarme con un autoservicio en el que cogí un sándwich de tiras de pollo
thai con trocitos de lechuga y tomate, un botellín de agua y un café corto.
Antes de embarcar revisé los correos electrónicos por si se había desatado
algún incendio en la oficina que hubiera que apagar.
Sin
que sirva de precedente el avión salió puntual, un vuelo dividido por mitad
entre turistas del inserso y viajes de instituto, sólo yo llevaba corbata y
chaqueta. Sensación de marcianidad total.
Mientras
el avión completaba su ritual de embarque y salida empecé a darle vueltas a una
posible entrada del diletante, la revista ayudaba poco, me da cierta rabia
convertir el blog en una reproducción más o menos automatizada de las
actualidades que leo en materia de gastronomía. Quedaba colgando una idea de la
entrada anterior, la de la diosa Hécate y las hechiceras, me enredé durante
unos minutos pensando en que tal vez las viejas brujas medievales no eran sino
el referente de las primeras cocineras y que sus brebajes mágicos podrían haber
terminado siendo nuestros actuales caldos. De esa digresión dos tareas, la
primera la de encontrar un cuadro de brujas cocinando, la segunda la de
localizar una receta de un guiso que llevaba entre sus ingredientes jengibre –
la mandrágora de los hechizos -, patas de pollo y quien sabe si algo de carne
de caimán. Llevo dándole vueltas a una entrada sobre el Gumbo, un espeso guiso
de Nueva Orleans; además ese guiso tenía una conexión divertida con las brujas
ya que una de las últimas películas de Disney – Tiara y el Sapo – contaba la historia
de una niña que quería abrir un restaurante en el que pudiera preparar la
receta de gumbo que había aprendido de su abuela.
Enfrascado
en esas derivas me llegó un golpe de sueño que me mantuvo atontado durante poco
más de una hora, absolutamente inmune a los ruidos y trasiegos del pasaje y a
los mensajes de la tripulación.
Desperté
justo a tiempo de pedirle a la azafata una cocacola y unas patatas fritas. En
la revista del mes de marzo de vueling había un artículo divertido sobre los
restaurantes clandestinos. Nueva tarea para el diletante, acceder a la web de
urban secret para conseguir dar con las claves que me permitan conocer uno de
esos garitos de moda. El artículo tenía el acierto de reconocer que estas
propuestas tan sofisticadas y cool no son más que una campaña de publicidad
selecta y elitista. Una visita a uno de estos restaurantes – hablaban de uno
que estaba en la trastienda de un local en el que se vendían souvenirs y de
otro que aparentaba ser una tintorería – podría ser también una posible y
futura entrada del blog.
Llegué
a Tenerife con media hora de adelanto y la incógnita – habitual en mi – de no
saber quien me venía a recoger, aunque tenía la secreta esperanza de que quien
aguardaba el vuelo supiera identificarme – no había mucho problema porque seguía
siendo el único encorbatado en varios kilómetros a la redonda y mi receptor
probablemente fuera la única corbata de la sala de espera.
Contacto
visual y cordial saludo. Antes de salir al exterior mi mujer me puso al día de
las novedades de la mañana, nada urgente. Yo la puse al día de las novedades de
los niños al dejarles en el colegio, nada raro.
Camino
de la ciudad planificamos el almuerzo, no me tocaba dar la clase hasta entrada
la tarde. Normalmente suelo proponer a mis receptores el que me dejen en el
hotel hasta la hora de la clase pero la extrema amabilidad de mis anfitriones
hacía inevitable la comida. El riesgo de este tipo de comidas es alto pues la
mejor de las voluntades puede conducirte al restaurante más estirado e insulso
de la ciudad. Sorpresa grata la de que me propusieran un japonés, todavía
recuerdo una visita a Málaga hace algunos meses en la que me llevaron a una
cochambrosa taberna japonesa en la que me aseguraban que trajinaba un cocinero
del mismísimo Hiro Hito.
En
este caso el restaurante tenía una pinta estupenda, mi anfitrión me glosó el
recorrido gastronómico del chef, una propuesta interesante si tenemos en cuenta
que en Tenerife hay una sucursal del Kabuki de Madrid. De aperitivo sacaron
unos garbanzos macerados en wasabi, sabrosos pero picantes, la consecuencia
inmediata, cayó como un rayo la primera cerveza japonesa.
No
hubo que revisar la carta, enseguida se llenó la mesa con otros tres comensales
más que se pusieron en manos del chef para que hiciera pasar por nuestros
platos las especialidades de la casa; como se trataba de una comida ligera optaron
por platos fría. El hecho de que en Tenerife hubiera tres de los 50
restaurantes recomendados por la revista que compré en el aeropuerto llevó la
conversación hacia derroteros gourmets, siempre más llevaderos que las comidas
con transfondo profesional, en el avión había marcado una frase de Stefan Zweig
sobre el bachiller Enciso, uno de los gobernadores del rey de España en el
arranque de la conquista de américa, dice Zweig que Enciso “era hombre de leyes
y, como la mayoría de los leguleyos, siente poca inclinación al romanticismo”.
El libro me lo regalo mi hija por navidad.
Para
los maquis y los niguiris pidieron una delicada malvasía de la tierra, una
excusa perfecta para evocar al Falstaff de Shakespeare, que alababa la malvasía
canaria. De entre todos los platos uno especial en el que saltó el pellizco del
chef, un niguiri de mejillón con picante espectacular. El mejillón abierto con
un golpe de vapor, de inmediato retirado del calor, una pieza impoluta a la que
habían eliminado cualquier impureza, un mejillón no muy grande, de carne pálida
en naranja, cubierto por una ligera muselina de yema y de picante, unas gotas
de lima y raspadura de cítricos y el gratén de un soplete. Un bocado que
justificaba lo viajado hasta ese momento. Con la excusa de ese momento especial
pidieron otra ronda de niguiris de mejillón y una nueva botella de malvasía
antes de entrar en un postre tempura de helado y un bizcocho bañado en
chocolate.
La
confianza que suele dar el vino y las aficiones compartidas – música, futbol y comida oriental, los machos alfa
solemos ser bastante primarios en nuestros gustos -, se convirtieron en una
provocación inmediata ya que el jefe de sala del restaurante alardeaba de que
allí se servían las mejores ginebras de la isla. Insensato de mí cuando vi que
mis acompañantes pedían copa yo me en la obligación de no quedarme atrás, un
buen macho alfa no puede quedar como un gallina, mucho menos ante desconocidos.
Daban
ya las 16’30 cuando pedí el segundo café, el que me permitiría arrancar la
clase en unos minutos. Antes de marchar concerté mesa para la cena de viernes a
solas con mi mujer – que llegaría el viernes a la mañana con la misión de
impartir también una clase -, ahora me embarga el misterio si saber si el
niguiri de mejillón era maravilloso por si mismo o si lo que resultó
maravilloso fue el momento en el que fue servido.
Por
delante dos horas largas de clase ante un auditorio de más de 50 personas que,
papel y lápiz en mano, se aprestaban a tomar al dictado mi disertación.
Salutación, agradecimiento a los organizadores, una anécdota profesional más o
menos divertida para romper el hielo del auditorio, una revisión rápida del
número de botellines de agua sobre la mesa … Aguardaban un par de horas duras
que convenía atacar con brío y seguridad. Otras amigos habían intervenido en el
mismo foro días atrás y no podía quedar en entredicho mi buen nombre, del mismo
modo que no podía quedar en entredicho mi voracidad durante la comida.
A
eso de las 20 horas, más agotado mi auditorio que yo, dimos por concluida la
clase. En ese momento mi cabeza y mi lengua eran puro estropajo; atribuyeron al
madrugón y al trajín del vuelo mi cansancio, entre gentelmen era evidente que
ni las cervezas, ni el vino, ni el gintonic con juliana de cítricos pasaba
factura. Rogué que me dejaran en el hotel para poderme derrumbar.
Ya
recostado sobre la cama tocaba la revisión del centenar largo de correos
electrónicos acumulados durante el día, la mayoría de ellos precindibles,
aunque tomo nota del reto al diletante de escribir sobre el chimichurri, de
momento una pincelada: Los argentinos y chilenos no se ponen de acuerdo sobre
el origen de la palabra, parece que la salsa se prepara por primera vez en el
siglo XIX y se atribuye el nombre bien a un colono inglés llamado Jimmy Curry,
o a la frase que dijeron unos presos ingleses a un alguacil al que pedían salsa
para suavizar un trozo de carne asada: “give me curry”. La verdad es que estas etimologías
son propias de un chiste de críos.
Ya
sobre la cama el zapeo me condujo a un partido de futbol, el ManU contra el
Atleti, la cumbre con la que un macho alfa pude terminar una jornada como la de
hoy. Solo la fatalidad hizo que la noche no acabara en ese momento dejándome dormido
durante la media parte. Me había dejado el aseo en Barcelona y me tocaba salir
a buscar una tienda de cortesía en la que pudiera comprar cuando menos un
cepillo de dientes y pasta, los estragos del alcohol y las más de dos horas
hablando sin parar levantando la voz habían convertido mi lengua y la garganta
en una autopista intransitable, si no me lavaba los dientes el mal sabor de
boca me produciría pesadillas.
Ya
en la calle, a pocos metros del hotel, un restaurante con aires de gastro
moderna anunciaba en el tablón una ensalada cesar. Algún día me tocará escribir
sobre la ensalada cesar y su incursión en nuestra gastronomía cotidiana. La
verdad es que la posibilidad de terminar el día con un poco de lechuga me animó
a entrar en el gastrobar. Sólo la ensalada y una gran botella de agua.
De
nuevo en el hotel surfeo por la red para encontrar el cuadro de las hechiceras
cocinando – un cuadro de Oostsanen, pintor flamenco del siglo XV que reproduce
al Rey Saúl rogando a la bruja de Esnor que invocara al profeta Samuel. El
cuadro reproduce las distintas escenas en las que la bruja recibe al rey de
incógnito, reclama la presencia del espíritu del profeta y permite que el Rey
de enfrente a las premoniciones del profeta. La bruja en las distintas escenas
aparece con cazuelas, platos, jarras y copas que permiten pensar que en vez de
un conjuro aquello no fuera un ágape.
Tras
Saúl y Samuel, no quedaba sino indagar a cerca del santo del día y poner un
poco de música para que la noche terminara tan agradable e inútil como había
discurrido el resto del día.
Muy detallada tu jornada diletante, casi nos creemos que haces todas esas cosas inocentes cuando no estás debidamente acompañado...(Excusatio non petita, accusatio manifesta)
ResponderEliminarEs broma, confiamos mucho en diletante. :-)
Entretenido relato y gracias por la pincelada del chimichurri, es interesante esa salsa y con pan está estupenda.
El cuadro chulísimo.
Me he reído con lo del macho alfa aunque no voy a comentar si coincide o no con la imagen que tengo de diletante.
!! Pasarlo muy bien en Tenerife, entre clase y clase !!
LSC
Me ha divertido muchísimo tu blog de principio a fín, tocas tantos pitos y me gustaría ir desgranándolos todos, que sería interminable mi comentario, empezando por los puttis, viaje, mejillones, picantes, y neceser de aseo, sin olvidar la pincelada al chimichurri, así que solo te digo que disfrutes al máximo los ratos libres con la "wife" y un buen brindis. Jubi
ResponderEliminarNo tengo ninguna duda de que la llegada de tu mujer hizo que el fin de semana resultara fabuloso
ResponderEliminarSe me ocurre apuntar un zumo al que Merce una profesora de cocina que tiene una estupenda casa Rural en Tagamanet le dio el nombre de zumo antiedad y se hace mezclando zanahoria, manzana y jengibre freso en la licuadora, buenísimo, revive a un muerto