Como
consecuencia de un extraño fenómeno atmosférico desde la torre de la catedral de
Marsella algunas tardes de verano es posible fotografiar la silueta del Canigó,
una montaña del Pirineo Francés que está a más de 250 kilómetros de distancia.
La luz del sol, el calor y las nubes permiten un efecto de refracción de la luz
haga que la silueta del monte pueda verse a una distancia en principio
imposible para el ojo humano, de hecho no se ve directamente la montaña sino el
reflejo de la misma. La misma broma visual de las imágenes proyectadas es la
que da sentido a los espejismos en el desierto, donde se puede ver como muy
cercana una fuente alejada a varias decenas de kilómetros.
Supongo
que la primera persona que dijo haber divisado el Canegú desde Marsella fue
considerado un loco o un fantoche, hoy es un visionario. En el siglo XIX una
fotografía confirmó que era posible divisar una montaña que estaba a más de 200
kilómetros de distancia. Lo interesante de esta anécdota es la de pensar que
hay personas con capacidad para ver más allá del horizonte.
La
semana pasada fui a ver la exposición que sobre El Bulli ha montado la Diputación
de Barcelona en el Palau Robert, una exposición que anuncian que estará más de
un año; fui el miércoles pensando que encontraría alguna referencia interesante
para una entrada en el blog, no supe encontrar nada que no supiera y que no
hubiera utilizado ya.
De
todo aquel montaje audiovisual condensado en una visita de 20 minutos me siguió
llamando la atención las circunstancias y razones que pudieron llevar a un
chico como Ferrán Adriá con poco más de 20 años desde un rutinario trabajo en
la cocina de un hotel de playa a un restaurante perdido en un recodo de la
Costa Brava. Supongo que sólo un cúmulo de casualidades, algo de suerte y mucha
obstinación pueden convertir un coqueto merendero cercano a un minigolf en el
centro del universo culinario durante casi una década. Sólo alguien con
capacidad para forzar la línea del horizonte podría embarcarse en una aventura
así.
Siempre
me han llamado la atención este tipo de visionarios, puede que los contemple
con cierta envidia aunque es imposible discernir a los que fracasan perdidos en
espejismos de aquellos que consiguen que todo el mundo pueda ver el Canigó
desde el campanario de Nuestra Señora de Marsella.
Las
horas que he pasado en Tenerife este fin de semana me han dejado con la duda de
saber si no he podido estar cerca de uno de estos oteadores de horizontes.
Ayer,
comiendo en un modesto chiringuito en San Andrés, a 15 kilómetros de Santa Cruz
de Tenerife, nos atendió un camarero uruguayo, un hombre menudo, de 60 años cumplido,
de hablar dulce y brillo en los ojos. Un tipo que citaba a Benedetti mientras
desgranaba los pescados de la carta. Tomamos una ensalada de tomate con queso
majorero, un pulpo aliñado con chile verde y medio cherne a la plancha con una
fritada de ajos y papas con mojo; para acompañarlo un Waltraud de Torres, la
alternativa catalana a los risling alemanes. Antes de que llegaran los postres le
puse a prueba y pedí unos camarones, no venían en la carta, preguntó en cocina
y en las cocinas de los txiringuitos cercanos. No había camarones, no intentó
colarme otras alternativas; al final me dijo: “Los camarones son algo muy
especial, pueden apetecer en cualquier momento; si no los hay es imposible
encontrar un plato que los sustituya”. Sólo una comida redonda permite tener un
capricho de camarones antes del postre.
El
día anterior gracias a mi empeño me llevaron a un restaurante perdido en una
urbanización a un cuarto de hora del aeropuerto de Tenerife Norte, el restaurante
se llama Amaranto y está colgado en la ladera del Sauzal. Es un chalet destartalado
escondido en una urbanización mal señalizada. La excusa/razón que me llevaba a
ese restaurante era una referencia en una revista de “tendencias”, que incluía ese
restaurante y a su cocinero, Armando Saldahna, entre los cincuenta más
influyentes de la cocina española para el año 2012. Llegamos el viernes al
medio día a un salón completamente vacío, una terraza desde la que se veían los
techos del resto de edificaciones de la urbanización y un mar azul intenso.
Nadie
había, nadie llegó durante el almuerzo y ante nosotros además de un mar por sí
solo merecedor de la visita, una propuesta gastronómica a medio camino entre la
cocina fusión y el deseo de agradar al comensal medio, sin grandes ambiciones.
A veces quien se queda en estas encrucijadas esperando acertar termina
acertando y llevando a los comensales a los territorios que pretende el
cocinero y no al revés. Es muy difícil, casi imposible, que un cocinero tenga
la suerte de imponer a sus clientes una forma de comer, puede que Saldahna sea
uno de esos privilegiados.
Nuestro
acompañante, que no conocía la existencia del restaurante pese a ser tinerfeño
de pro, se había informado al detalle del cocinero y nos contó que había sido
enviado por su padre – mexicano – a España con el fin de que estudiara derecho
en Madrid, pero que el hijo había decidido quedarse en Canarias y estudiar
cocina, más acordes con sus gustos y aficiones. Había ganado un premio en un
Madrid Fusión con uno de sus entrantes, el bocado de sardinas.
Pese
a que estábamos solos y pese a que desde el primer momento advertimos a la
camarera de que llegábamos por el reclamo de una afamada revista lo cierto es
que el cocinero no se hizo ver en ningún momento, quedaba claro que su ego,
grande o pequeño, no escapaba de las cuatro paredes de su cocina. El servicio
esmerado, una carta de vinos no muy larga pero bien elegida, a precios muy
razonables, elegí un Martué, un vino de los de encrucijada, que tampoco
necesita de una denominación de origen. El aperitivo un cebiche de salmón con
un suave picante mejicano presentado en un cucurucho, como si fuera un helado.
Yo
pedí de primero una ensalada con flores de presentación impecable, en la que combinaban
pétalos, distintos tipos de brotes, granada y fresa, el error – excusable –
esconder un bombón de paté con una mermelada innecesario ya que el plato perdía
parte de su sentido. Si quieres arriesgar con una ensalada floral no tiene sentido
y a la seguridad pequeñoburguesa de que se vea y se note el paté tanto en la
carta como en el paladar.
También
pedimos uno de los platos estrella unas pequeñas tostas de lomos de sardina
preparados como si fueran un bocadillo. Un plato ligero, con muchos matices, en
el que ni la sardina, ni la muselina, ni las especias terminaban por ser
predominantes. Hubiera podido tomarme cuatro o cinco de aquellos bocados, me
conformé con dos.
De
segundo plato una suprema de cherne al vapor rematada con un golpe final de
plancha, lo servían con unas patatas negras canarias en pequeñas rodajas, dos o
tres rodajas con una pincelada de mojo para quedarnos con las ganas de más
patatas. Regaron el plato con un caldo corto de azafrán de un naranja intenso.
Un plato sencillo y muy acorde con las vistas a mar abierto.
De
postre un cremoso de chocolate correcto.
Mis
acompañantes optaron por un tartar de atún sobre una crema de queso canario.
No
sé si Saldanha dentro de algunos años no será sino otro emigrante más lejos de su
tierra que habrá de contentarse con citar algún poeta mientras rellena las
copas de turistas del montón, o si terminará siendo uno de esos visionarios
capaces de llevar más allá la línea del horizonte. De momento habrá que darle
el beneficio de la duda y dejarle en compañía de los dos hermanos que
contemplan la puesta de sol, una de las obras básicas de Caspar David Friedrich,
un referente de la pintura romántica alemana, expuesto en L’Hermitage.
¿Qué es el cheme?
ResponderEliminarMe permitirá diletante colocar un link por si corresponde: http://www.pescaderiascorunesas.es/productos/ficha/?id=28
ResponderEliminarPero tengo que decir una cosa. Me gustaba mucho este Blog pero me gusta mucho mucho más ahora.
Me explico. Además de algunas recetas estupendas de vez en cuando, diletante se erige en critico de cocina, explicador de diversas formas de cultura e incluso de vivencias de todo tipo. Con muy buen fundamento y buenas argumentaciones, que es lo que toca.
Este jueves cenamos en el Isabella,s. Estoy por colocar después una critica en mi blog, aunque quedaría espectacularmente fuera de sitio.... jajajaja.
LSC
La Cherna es un pez de aspecto robusto perfectamente adaptado a la vida en los fondos. La mandíbula inferior sobresale con respecto a la superior. Es de color marrón con manchas blancas, aunque esta coloración puede variar increíblemente dependiendo de la situación. Cuando lo encontramos entre dos aguas, hecho bastante extraño, tiene un color marrón más uniforme, cambiando también con la luminosidad. Puede alcanzar tamaños muy grandes llegándose a haber encontrado en el Mediterráneo ejemplares de 150 kg de peso en el Golfo de Nicoya, Costa Rica y 1,70 metros de longitud con una edad de 50 años.
ResponderEliminarAunque el fondo del cuadro me gusta, la primera impresión que he tenido ha sido la de una pareja de la guardia civil paseando por la playa, que pasada jajja