Ha pasado una semana desde la navidad y veo
que me he dormido en los laureles; después de los excesos navideños estos
primeros días han sido casi, casi un homenaje a la judía verde, aunque ayer en
un momento de debilidad enganché un steak tartar que me sentó de maravilla.
Cuesta un poco pensar en recetas y no tiene
mucho sentido recrear los platos navideños, creo que incluso su recuerdo eleva
el índice del colesterol y engrasa más el hígado. Recurro, por lo tanto, a la
aparente levedad de las especias.
Llevo dándole algunas vueltas al laurel,
básicamente porque tiene virtudes digestivas, en alguna web he visto que
recomiendan infusiones de hoja de laurel – 20 gramos en un litro de agua,
dejarlo reposar de 3 a 5 minutos -. El laurel muy concentrado tiene un efecto
pernicioso, es decir, si en la proporción adecuada ayuda a eliminar gases y bilis,
si nos pasamos con el laurel el resultado son náuseas ya que irrita la mucosa
gástrica. Caprichosa que es ella, en pequeñas dosis se estimula la mucosa y en
grandes dosis queda arrasada.
En mis pinitos como cocinilla el laurel es
pieza fundamental del hatillo de especias para caldos – el bouquet garní – pero
si he de elegir una imagen culinaria vinculada al laurel es, sin duda, la de
una gran olla con arroz blanco, aromatizada con dos hojas de laurel. Durante
muchos años en casa de mis padres el sábado se comía arroz con tomate y un
huevo frito. Blanco/rojo/amarillo mezclados y empujados con miga de pan.
A lo largo de la mañana me he levantado
varias veces a la cocina para oler y probar el laurel fundamentalmente para ser
capaz de describir su aroma y sabor; tengo laurel en hoja seca y también en
polvo, cuando voy a Vallirana recojo hojas frescas de laurel para condimentar
prácticamente todos los guisos, salgo al jardín, elijo hojas sin ribetes
amarillos y las quiebro por la mitad para que desprendan más aromatizantes. El
laurel fresco tiene un sabor más potente que el seco, un poco más amargo.
Una de las razones por las que he tardado
en escribir esta entrada está en las tareas de documentación, internet no
siempre tiene un efecto enriquecedor y casi todas las páginas que he consultado
repiten de modo automático, yo diría que calcan o copian las mismas virtudes y
circunstancias históricas, internet terminará siendo el plagiador universal. Me
daba bastante rabia reproducir en esta entrada los mismos datos y anécdotas que
he leído en la red, por eso me he armado de paciencia y he aprovechado esta
mañana de sábado para extender sobre la mesa del salón un montón de libros,
volviendo con ello a la tradición del papel.
El McGee me sirve para descubrir que el laurel
pertenece a una familia de plantas arbóreas en la que también está la canela y
el aguacate, por lo que muchas de las virtudes del laurel las comparte con las
hojas de estas dos plantas. McGee también sirve para la descripción del sabor: ”Tiene
una mezcla bien equilibrada de notas de madera, florales, de eucalipto y de
clavo”. Si tuviera que destacar una nota del laurel yo sin embargo me referiría
a la percepción ligeramente oléica conseguido gracias a los ácidos grasos
insaturados (cineol y el eugenol). [Advierto que este párrafo final queda un
poco petulante, pero la ciencia tiene estos riesgos].
Estamos tan acostumbrados al laurel que
olvidamos sus referencias en muchos platos, de hecho casi todos los guisos
mediterráneos aceptan con normalidad un par de hojitas de laurel sin que se
rompa la armonía del plato. Yo lo utilizo sobre todo para los escabeches.
El laurel, sobre todo el laurel fresco,
tiene una potencia aromatizante muy grande, su aroma no es nada empalagoso, de
ahí que históricamente el laurel haya servido para hacer coronas vegetales, las
famosas coronas de laurel con las que se premiaba a los ganadores de las
pruebas olímpicas, laurel ha sido por ello sinónimo de triunfo y dormirse en
los laureles sinónimo de dejarse llevar por las celebraciones del triunfo.
Partiendo de sus virtudes aromatizantes la
mitología ha tratado de vestir sus
propiedades con una de las leyendas más conocidas, la de Apolo y Dafne. En
internet se reproduce hasta la saciedad no solo en páginas de mitología,
también en las de cocina, esta leyenda en la que se cuenta que Peneo convirtió a
la ninfa Dafne en un arbusto de laurel para evitar que el dios Apolo abusara de
ella.
Yo he preferido acudir al Gustav Schwab –
una compilación de mitología griega escrita a principios del siglo XIX por un
profesor alemán bajo el título Las más bellas leyendas de la Antigüedad clásica
– para documentarme. Apolo era hijo de Leto y de Zeus; era hermano gemelo de
Artemisa. Inicialmente ambos eran dioses que representaban la muerte, ambos cazadores.
Apolo se vincula también a la sabiduría – sus oráculos se pronunciaban en el
santuario de Delfos por boca de la Pitonisa -, pero terminó siendo el dios del
canto, de la poesía y de la danza. El hijo de Apolo, Asclepio o Esculapio, fue
divinidad de los médicos.
Apolo con todas esas virtudes no dejaba de
ser un dios un tanto licencioso, de ahí que una tarde se empecinara en poseer a
la ninfa Dafne persiguiéndola por el bosque; Dafne se resistió todo lo que pudo
hasta que finalmente fue alcanzada por Apolo, en esa circunstancia Dafne invocó
a su padre que para proteger su virtud la convirtió en un árbol de laurel,
pasando desde entonces a consagrarse ese árbol al culto del dios Apolo. De este
modo en honor a los triunfos del dios Apolo se coronaba al dios y a sus
seguidores con unas hojas trenzadas de laurel.
Hay cientos de representaciones del mito en
el arte, puede que la más impactante sea la escultura de Bernini que se expone
en la Galeria Borghese de Roma.
En definitiva cocinar con laurel no deja de
ser un modo de venerar al dios Apolo y sus correrías por los bosques, de modo
que las recetas con laurel pueden pasar por recetas apolíneas.
Es complicado encontrar una receta en la
que salgan potenciados los sabores y matices del laurel, después de mucho
bucear he encontrado una de lomo de cerdo al laurel, un plato hecho en olla
expres para el que se necesita una pieza hermosa de lomo de cerdo – un kilo y
cuarto -, hay que pensar que piezas más pequeñas pueden quedar muy secas.
Conviene que el lomo conserve un poco de grasa en la superficie, eso potenciará
el sabor – por descontado que si el lomo que se utiliza es de un cerdo ibérico
la receta queda mucho más gustosa.
El resto de ingredientes no es muy
complicado de conseguir: Una cabeza de ajo, tres cebollas medianas, una
cucharada sopera de laurel molido, medio vaso de agua, otro medio de coñac o de
un vino oloroso, aceite, sal, pimienta, una cucharada de harina y caldo de
carne.
Se coloca el lomo de cerdo sobre una tabla
de madera, en un plato amplio se pone una cucharada sopera de sal, la cucharada
sopera de laurel molido y pimienta blanca pasándose el lomo con esa mezcla de
especias como si se tratara de un rebozo; el lomo debe quedar bien impregnado.
Cuando quede bien cubierto se pasa el lomo
por una sartén en la que habremos calentado un poco de aceite, con esta
operación se tuesta la capa exterior del lomo, que ha de quedar bien dorado.
En el aceite y la grasa que queda una vez
hemos retirado el lomo se sofríe la cebolla picada y los dientes de ajo – si no
se quiere emplear una cabeza entera bastarán 3 ó 4 dientes hermosos bien
picados -. Cuando la cebolla haya quedado transparente se añade una cucharada
de harina, no muy grande, y se remueve para que se tueste un poco, con la
harina conseguiremos que la salsa quede “gordita”. Tostada la harina se añade
la copa de coñac o de vino y se remueve bien para que quede una salsa con
cuerpo.
Cuando la mezcla quede sin grumos se añade
un litro de caldo de carne y se sigue removiendo a fuego suave.
Se pasa el contenido de la sartén, la salsa
vamos, a una olla express y se sumerge en la salsa el lomo de cerdo. Se cierra
bien la olla y se pone a fuego vivo hasta que suba la pesa las tres muescas, en
ese momento se baja al mínimo el fuego y se mantiene durante 25 minutos.
Pasados los 25 minutos se despresuriza con
cuidado la olla; se reserva la pieza de lomo por un lado y la salsa por otro, pasando
la salsa por un chino o por una batidora – es el momento de probar la salsa y
rectificar el punto de sal o de pimienta, incluso de laurel en polvo.
Para presentar el plato se corta el lomo de
cerdo en filetes finos – yo aprovecharé mi cortafiambre para que quede muy fino
– y se napa con la salsa y con unas patatinas al vapor. El problema que tiene
esta salsa es que exige mucho pan ya que es bastante saborsa.
(Una indicación sobre la sal: La olla
express potencia mucho la sal, de ahí que algunos recetarios recomienden no
poner la sal hasta que no ha terminado el proceso de cocción).
Llego en este momento con la sensación de frío en los huesos y me he metido en tu blog y ya me he olvidado de la temperatura, con el olor del laurel y el lomo que nos presentas, a la vez que nos deleitas con las historias de la mitología griega, he reaccionado. Bonito cuadro. Jubi.
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