El aeropuerto de Barcelona en
agosto era un hervidero, literalmente un hervidero porque el aire acondicionado
se había estropeado; cientos de transeúntes corrían de un pasillo a otro
buscando la referencia del vuelo ya que la megafonía no dada información sobre
puertas y horas de embarque.
Cándido llegó con margen
suficiente para tomar el vuelo a Ibiza, tenía la tarjeta de embarque y cuando
llegó la cola era tremebunda: niños, mochilas, equipajes de mano, la gente
estaba loca por empezar las vacaciones.
Cándido se colocó con su
troley al final de la fila, el tránsito al California le daba cierta fatiga,
también le agobiaba volver a Tamariu con la familia. En la puerta contigua a la
de Ibiza anunciaban el embarque de un vuelo a Santiago de Compostela. No había
prácticamente gente para tomar aquel avión.
Cándido abandonó su fila y se
acercó a una de las ventanillas de tránsito, en un par de minutos había
gestionado el cambio, nada que no pudiera solucionar el dinero. Cándido
recordaba a un conocido que el mismo día que conoció que sufría un cáncer
terminal, le pidió a su chofer que le llevara al restaurante El Planeta, en
Ortigueira, allí se tomó un bogavante, una botella de albariño y regresó a su
casa con ánimos suficientes para compartir con su familia las fatales noticias.
Cándido no tenía una enfermedad
terminal, pero pensaba había sumado suficientes circunstancias como para marchar
a comer a Galicia, intentando quedar ajeno a todo. Ni un mensaje, ni una llamada,
ni una sola referencia. Carmen pensaría que estaba llegando al California, en
el California no sabían con exactitud la fecha de regreso. El vacío de unas
horas para intentar pensar o, por lo menos, para darse un homenaje.
Cándido no conocía
Ortigueira, pero sí Fisterra, allí había sobre la arena de la playa una
parrilla marinera que se llamaba Tira do Cordel,
Pensó que durante el viaje podría
pensar, sin embargo quedó sumido en un sopor profundo que le mantuvo adormecido
desde antes de despegar.
Ya en Santiago alquiló un
coche y puso rumbo al fin del mundo, en un par de horas estaría en la playa de
Fisterra, el tiempo estaba de su parte porque allí ganaba una hora más de luz,
pasadas las diez de la noche todavía no se encendían las farolas.
Tenía sentido que su
felicidad pudiera colisionar con la de otras personas de su entornos? Había
llegado a ser realmente feliz?
Con doscientos quilómetros
por delante había tiempo suficiente como para ir fraguando alguna respuesta. Por
lo menos tenía la tranquilidad de que cuando menos sus hijos estaban felices en
el hotel de Tamariu y, probablemente sin quererlo, Cándido estaba contribuyendo
a la felicidad de Muriel, a la de Didí y a la de Clocló.
El atardecer era luminoso y
los rayos de sol se prolongaban al infinito, impidiendo que Cándido llegara a
concentrarse en algo que no fuera el entorno de un ocaso casi eterno.
A eso de las diez, con luz
natural, llegó al restaurante, no había reservado, no hacía falta. Tampoco
pidió la carta y pidió primero una botella de albariño, sabía que no era el
mejor, pero ver como clareaba el barquito del mar de Frade con el contacto con
el hielo le hacía instantáneamente feliz. La botella de azul esmerilado era de
las que más se vendía en el California.
- Serían tan amables de prepararme un arroz con almejas y rape? –
preguntó Cándido.
- Aquí le preparamos lo que quiera, por descontado – le contestó
el encargado – pero creo que se equivocaría si se empeñara en que le
preparáramos ese plato. No hay ninguna necesidad de mezclar, por lo menos aquí en
Galicia.
- Usted manda, vengo de muy lejos y no quiero discutir.
- Sabia decisión, yo le traigo para picar unas almejas a la
marinera, luego le pongo unas tajadas de rape a la plancha y, si quiere, un
cuenco de arroz de guarnición. Seguro que me lo agradecerá.
Puede
que aparecieran destellos de felicidad en el detalle de que eligieran por uno.
- -Si no rompe la armonía, tal vez me tomaría un platito de
camarones hervidos para ir acompañando el vino.
- Usted no ha dejado de mandar en ningún momento, caballero. Antes
de que llegue el vino tendrá los camarones.
Mandó
un mensaje rutinario a Carmen confirmando su llegada a Formentera. Recibió un escueto:
Besos.
Mordisqueaba
la cabeza de los camarones hervidos arrancándoles las briznas de coral y el
jugo mínimo, luego pelaba el cuerpo con destreza y ansia, aunque nadie competía
con él, no tenía que compartir los camarones con nadie. Casi tan delicioso como
los camarones era chuparse la yema de los dedos antes de dar un sorbo de vino.
Llegaron
rápido las almejas sin adorno alguno, las conchas abiertas, la salsa con su
punto de harina y su vino blanco, ajo laminado y casi crudo, una pizca de
perejil fresco añadido justo cuando las almejas llegaban a la mesa.
Después
vino el rape con su ajada y unas patatinas hervidas con su toque de pimentón.
El rape estaba hecho sobre brasas de carbón, prieto y terso el pescado, con un
cuenco de arroz blanco rehogado con ajo y perejil, Cándido lo mezcló con el
jugo de las almejas que no habían retirado.
De
postre unas filloas y un café, con el café una garrafilla de aguardiente blanco
con un gotero para atemperar el café.
El
encargado del restaurante se acercó de nuevo a la mesa.
- ¿Hemos acertado?
- Sin duda.
- Ya sabe que a veces este tipo de consejos pueden ser
desastrosos.
- En mi caso no. Creo que incluso ha sido un acierto que me ha
aliviado mis agobios, puede que últimamente esté un poco obsesionado con los
arroces.
- Catalán ? –cambió de tercio.
- Más o menos.
- Más más que menos.
- Podría ser?
- El gallego soy yo, caballero.
- Piense que me llamo Cándido.
- Siendo así puede que al final sea usted más gallego que yo,
aunque nací en esta playa.
- Yo nací en Barcelona pero hoy por hoy vivo en Formentera.
- No siendo de Fisterra, es una buena alternativa.
- No lo dude.
Hubieran
podido seguir así toda la noche, el restaurante despedía a los últimos
clientes, que perezosos prolongaban los cafés y con ellos las copas de orujo.
- Me pondría un poco de hielo.
- Prefiero sacarle una frasca de la nevera. Aguar este orujo sería
un sacrilegio.
- Usted sigue mandando. Por cierto, cómo me hubiera hecho el
arroz, más que nada por si he de volver mañana.
- Mañana libramos señor, aunque le puedo recomendar algún
restaurante por la zona, aquí nos conocemos todos. Bien el rape, no?
- No he comido otro igual en la vida, puede que nunca vuelva a pedir
rape fuera de estas tierras.
- Sabia decisión, seguro que no sienten igual. Pero volvamos al
arroz. Lo primero que hubiera hecho es preparar con las barbas, la cabeza y las
raspas un caldo de pescado, sin complicaciones, zanahoria, puerro, cebolla,
unos granos de pimienta y una branca de apio, todo del huerto de la familia.
Cándido
había sacado una libreta y tomaba notas.
- En una cazuela de barro habría puesto un chorrito de aceite,
aunque la ración fuera para uno le hubiera puesto una cazuela por lo menos para
cuatro raciones, con las más pequeñas es imposibles este tipo de guisos.
Majamos en un mortero dos dientes de ajo, un tomate pelado sin pepitas, cuatro
hebras de azafrán, un pellizco de ajo y perejil en abundancia. Una vez majado
lo ponemos en la cazuela con el aceite caliente, eso sí, cuidado que no humee.
- Sofrito el majado le pongo 250 gramos de arroz, aquí lo hacemos
a ojo, probablemente para usted hubiéramos puesto taza y media. Dejamos que se
tueste un poquito.
- El caldo de pescado está caliente y le ponemos tres tazas de
caldo al arroz, antes bajamos el fuego para que no se nos carbonice el ajo.
Sal, pimentón y diez minutos al fuego hirviendo tranquilamente. Pasados los
diez minutos ponemos tres tajadas hermosas de rape, un puñado de almejas, un
poco más pequeñas que las que se ha comido y dos gambones rojos. Siete minutos
con el horno a 180º grados y a la mesa. Si lo quiere un pelín más caldoso en
vez de tres tazas de caldo le añadimos una más. Solemos pedirle a los
comensales que nos digan como prefieren el arroz. Aunque es una pena porque si
el rape es bueno, que lo es, las almejas están en su punto y el gambón no es de
mentira es una pena mezclarlos con arroz, pero en este tiempo hay gente para
todos.
Cándido
apuró el último culín de aguardiente, le habría gustado incorporar rape y
almejas a la carta del California pero resultaba imposible la textura y el
sabor de los de Tira de Cordel.
- Me enseñaría la cocina.
- Si no se asusta.
- Soy del gremio.
Sobre
una de las encimeras había una gran raya cortada en pedazos.
- Mañana vendré a probarla.
- Le recuerdo que estamos cerrados por libranza. Es para la
familia.
- A lo mejor he de quedarme hasta pasado mañana.
Cándido
dejó el coche aparcado en la playa y se encaminó hacia el pueblo, mientras
cenaba le habían gestionado una reserva en un hotel del pueblo.
Caminaba
en semipenumbra, calibrando cuantos días podría estar refugiado en Fisterra sin
levantar sospechas.
De
camino hacia el hotel recibió un SMS de Muriel: El viejo Pangloss ha dado señales
de vida, es urgente que dé señales de vida patrón.
Cándido
sólo acertó a teclear un OK, disponía de toda la noche para decidir si
regresaría.
El rape y las almejas son mis "manjares" preferidos, he disfrutado leyendo tu blog como si lo tuviese en mi mesa, también me ha gustado el cuadro de la raya. Qué maravilla es poder cambiar de destino sobre la marcha, leyéndolo envidiaba a Cándido, quizás porque nunca podré hacerlo. Jubi
ResponderEliminarMuy buena escapada. Tira do Cordel .... es un lugar mágico para abstraerse y lograr la serenidad. Cándido necesita recuperarse. Me ha gustado el menu, pero me sabe mal que no se haya comido unas navajas. ¡Como las preparan! Tal vez la próxima vez. Pero ahora hay que volver a Formentera. Que ganas tengo.... Lo estoy pasando fenomenal. Gracias. RM
ResponderEliminar