Esta semana he cumplido 48 años, supongo
que al convertir este blog en una especie de crónica personal este tipo de
notificaciones es habitual. Desde que cohabito con el Diletante tengo la
sensación de que se va apoderando cada vez de más espacios vitales. De hecho
este cumpleaños una parte importante de los regalos han sido para él: Un decantador
que oxigena el vino, una recopilación de recetas de un concurso sobre
creatividad y fogones que se celebra en San Sebastián, un recetario patrocinado
por Unicef y dos guías cinéfilas de París y de Nueva York.
Aprovechando algunos momentos de paz
durante estos días – estoy durmiendo fatal y eso habilita muchos espacios sin
follón – me he acordado de una vieja película que no vi y que, por lo tanto, no
puedo tener olvidada. A finales de los años setenta del siglo pasado se puso
fugazmente de moda un director de cine suizo, Alain Tanner, que dirigió una
película que se llamaba: Jonás, que cumplirá 25 años en el año 2000.
Parecía que el año 2000 no llegaría nunca,
que no cambiaríamos de siglo y, casi sin darme cuenta, ya estoy en el 2013.
Tanner y su Jonás pasaron de moda, en el año 1999 todavía dirigió la película
Jonás y Lila, que tampoco la vi. Hubiera sido una traición ver a Jonás a las
puertas de los 25 años sin haber visto la película de 1976 en la que se
contaban las pequeñas miserias de sus padres.
Probablemente este tipo de películas que
pretenden ser una crónica de una generación aguantan mejor el paso del tiempo
si no se ven, que si se ven. No viéndolas uno puede moldearlas a su gusto, en
función de sus necesidades. Yo he de decir que durante todos estos años en los
que Jonás y yo hemos convivido en la distancia le he tomado cierto cariño
aunque, por otras películas que vi en su día de Tanner, he de decir que me
imagino a Jonás un tanto atormentado y mal alimentado.
A lo mejor hubiera sido conveniente que en
el año 1976 yo hubiera empezado a escribir la crónica del Diletante, que
hubiera cumplido 25 años en el año 2000. Si tuviera que imaginarme al Diletante
claramente le atribuiría algún año menos que yo, no muchos menos ya que por
razones obvias hemos de pertenecer a la misma generación, no tendría sentido que
se produjeran encontronazos generacionales entre ambos. Sin duda el diletante
tiene una formación más completa que la mía, mejor dotado para percibir,
entender y explicar el mundo, aunque sea a través de los fogones.
Aprovechando los fastos y las inevitables
reflexiones de la semana he cocinado bastante, muy variado. He visitado por
primera vez desde las vacaciones el mercado y he intentado ensanchar mis lindes
culinarias, tengo la sensación de que una parte de las recetas y platos que he
hecho durante los últimos meses han dejado de emocionarme – esta es una frase
propia del diletante ya que yo no me puedo permitir el lujo de dejar de hacer
macarrones y albóndigas para la tropa -, aunque como diletante puede que esté
pendiente de un nuevo ciclo que no sé bien si irá para adelante o para atrás.
De momento le he dejado hacer una receta
que tenía atascada desde hacía mucho tiempo, una receta que tenía por objeto
recuperar cierto placer infantil, reivindicar la necesidad de disfrutar en la
cocina como lo hacen los niños.
Antes de meterme en faena y empezar con el
plato creo que conviene elegir un cuadro que me permita transmitir el gozo que
pueda suponerme hacer esta receta. Es un cuadro de Berthe Morisot, una pintora
impresionista enamorada de Manet, hasta el punto de casarse con su hermano.
El cuadro se llama Niños con un Tazón, está
en el museo Marmottan de París. Aunque es difícil asegurarlo creo que los niños
están cocinando, o, por lo menos, jugando con agua, que viene a ser tanto o más
divertido.
Para tener esta sensación me he atrevido a
hacer una receta de repostería, con todo lo que la repostería tiene de
frustrante porque en pastelería nada queda perfecto para quien no es un
profesional o un perfeccionista. La repostería que, a la vista y al paladar
parece poesía, sin embargo cuando se trata de ejecutarla se convierte en una
ciencia exacta en la que cualquier error o imprecisión puede ser fatal.
Asumiendo todos esos riesgos, sin embargo,
me aventuré a preparar una tarta capuchina, una tarta que me empeñé en que
sirvieran en mi boda, en mi segunda boda. La tarta capuchina la había probado por
primera vez en Bilbao hace más de 20 años. Una tarta que a los ojos de la
moderna gastronomía puede considerarse una aberración, que le vamos a hacer.
Como estaba dispuesto a asumir riesgos pero
dentro de un orden busqué una receta en la que la Thermomix pudiera ayudar y,
con su ayuda, reducir el margen de error.
La tarta capuchina, incluso en sus raciones
más pequeñas no deja de ser una exageración golosa, poco minimalista.
Para preparar una capuchina para 6/8
comensales se necesita un huevo más 10 yemas
de huevo, 50 gramos de harina de maíz (maicena), 250 gramos de agua, 250 gramos
de azúcar, un poco de cáscara de limón, las claras y 200 gramos de azúcar glas.
Antes de animarme a hacer la receta visité
el videoblog de Elisa Llobet, que se llama semevalaolla.net; allí explica en 8
minutos cómo hacer la tarta con todo tipo de detalles.
La tarta capuchina no es un bizcocho al uso
sino un esponjoso dulce hecho a base de yema de huevo.
Se precalienta el horno a 160º grados y se coloca
una bandeja alta con agua hasta la mitad – la bandeja ha de ser grande ya que
la tarta se cuaja al baño maría.
En la thermomix se coloca la mariposa en
las cuchillas y se vierten las 10 yemas y el huevo entero. Se programa 12
minutos a 37 grados y velocidad 3 ½. Las yemas se van esponjando hasta quedar
una crema naranja.
Cuando pasen los 12 minutos se le añade,
tamizados, 50 gramos de maicena, se incorpora a la crema de huevo, basta darle
a la thermo durante 4 segundos a velocidad 4.
La crema se echa en un molde para pasteles –
de 22 cm de diámetro y 5 de alto – previamente engrasado con mantequilla y
enharinado, es importante que la tarta no quede pegada en el molde.
Se coloca con cuidado el molde dentro del
horno, en la bandeja con agua, que estará caliente. Hay que cuidar que la masa
de yemas de huevo no sea salpicada con agua.
En unos 20 minutos al baño maría del horno
(160º) la yema habrá cuajado. En todo caso como cada horno es un misterio de la
naturaleza para salir de dudas se pincha con cuidado con la punta de un
cuchillo, si la hoja sale manchada hay que tenerlo unos minutos más al baño.
Hecha la base de bizcocho se reserva en una
esquina no muy luminosa de la casa para que repose y se asiente antes de desmoldarse.
Se limpia el vaso de la thermomix y se
prepara el almíbar con los 250 gramos de agua y 250 gramos de azúcar, más un
trocito de corteza de limón. Se programa el cacharro 14 minutos, temperatura
varoma (la máxima) y velocidad 2.
Mientras la máquina prepara el almíbar se
desmolda la base de yemas de huevo y se coloca sobre una rejilla. Con ayuda de
una aguja de punto o de unos palillos se pincha toda la superficie del bizcocho
– el bizcocho se desmolda girándolo sobre un plato – de modo que la capa que se
ve es la que fue base del bizcocho durante su cocción, de ahí la importancia de
que no se pegue para que no quede irregular.
Se pincha bien toda la superficie mientras
termina de hacerse el almíbar.
Una vez terminado el almíbar se coloca la
rejilla con el bizcocho sobre un plato y se emborracha el bizcocho. Entre la
porosidad del huevo y los agujerillos que hemos hecho el almíbar empapará bien
la tarta y caerá gota a gota en el plato, dándole el punto de dulzor que exige
la receta.
Se deja la tarta sobre la rejilla y sobre
la superficie se espolvorea con ayuda de un colador o tamiz abundante azúcar glas.
Ha de estar bien escurrido el almíbar para que se fije el azúcar y quede la
superficie blanca y reluciente – no en vano al azúcar glas le llaman azúcar de
lustre.
De nuevo hay que limpiar bien el vaso de la
thermomix, secarlo, desmontarlo y dejarlo durante unos minutos en la nevera
para que quede bien frio.
Cuando está frio se monta de nuevo el vaso
y con la mariposa puesta en las cuchillas se añaden 4 claras de huevo, una pizca
de sal, 4 gotas de vinagre o de limón y 200 gramos de azúcar glas. Se programa
4 minutos a velocidad 3 ½ a 50º de temperatura. Cuando acabe el tiempo
programado se pone la temperatura al mínimo y se bate otros 4 minutos a la
misma velocidad.
Terminado el proceso queda una crema de
merengue blanca y consistente que habrá que poner en una manga pastelera.
Tenemos la tarta cubierta de azúcar glas,
con ayuda de la punta de un cuchillo se dibujan unas líneas sobre el azúcar para
formar una trama – la trama tradicional es la de rombos -; con ayuda de un
soplete de cocina se tuesta ligeramente el azúcar glas, siguiendo las líneas de
los rombos para que destaquen.
Se coloca la tarta sobre un plato ancho y
se adorna alrededor de la tarta con una tira hecha con el merengue, como
adorno.
A mí la tarta me quedó digna, se trataba de
la primera prueba, aunque la esponjosidad del bizcocho depende de la calidad de
los huevos, yo utilicé los del supermercado y la tarta no cogió mucha altura.
Este tipo de repostería es muy delicado y
tanto el horno como la thermomix han de estar limpísimos ya que en el proceso
es fácil que cualquiera de los ingredientes tome el sabor de su entorno, de ahí
que no conviene haber utilizado el horno antes para asar pescado o un cordero
ya que se corre el riesgo de que la tarta tenga retrogusto a asado – no fue mi
caso por suerte, allí estuve acertado.
El baño en almíbar no pude hacerlo con la
rejilla y el escurrido no fue todo lo completo que debiera.
Pese a todo el resultado fue razonable. Le
pusimos las velas y a la mesa, con restos de azúcar entre los dedos y el alma
pringosa.
Diosss..... que buena !!
ResponderEliminarMe encanta esta receta y agradezco la vuelta de Diletante a las entradas.
Me gusta también el cuadro aunque no veo nada que se le parezca a cocinar. Yo veo niñas jugando con barcos dentro de un recipiente de cristal o de plástico transparente.
Pues aunque me gusta mucho la receta de momento no podré comerla. Me han "ponido" brackets y prohibido los dulces, al menos de momento. No puedo casi comer y voy enflaqueciendo a ritmos agigantados.....y eso que aún me falta una parte de odiosos brakets...
En fin...
Y como Jubi no quiere hacerse un Facebook pues no me quedará más remedio que seguir contactando por aquí. Saludos Jubi !!
LSC
Aquí estoy, acabo de llegar a "mis dominios" y me he reído mucho porque he jugado a cartas con un hombrecito de 11 años, y hacía un montón que no cogía una baraja y eso me ha recordado a otros tiempos y veo que el "dile" nos ha endulzado la tarde un una estupenda tarta, no soy nada golosa, pero para un bizcocho siempre tengo tiempo. Yo tenía ayudantes para hacer torrijas (8 barras)y claro, esa cantidad requería pinches.
ResponderEliminarLSC, a mí la informática, solo lo justo y eso que siempre me ha tocado tener que manejarla en cantidad, pero ahora tengo vacaciones perpetuas y me dosifico.
Para los 50 del "dile" hay que hacer un buen fiestorro pero nos organizaremos para que ese día no esté entre fogones. Jubi.
Diletante, te quise felicitar desde Alaska o Groenlandia, qué más da. Desde el cielo, sobre glaciares. Lufthansa ponía la tecnología y me pareció una pasada felicitarte así. Pero tan rechula, al final, la cosa no salió y mi mensaje no pasaba de la edición. Pero que sepas que en la noche polar (olé), quería saludar tus 48 con cariño y solidaridad. Ya lo hago desde casita, encamada por ser horas tardías, más en estos andurriales, y más después del Merkelazo. La sola descripción de la Capuchina me ha dejado el cuerpo arreglado. Me encanta! (la de El Barril de Goya es sensacional) FELICIDADES!
ResponderEliminarFelicidades por el cumple!! Siempre es bueno pasar un año más. Del cuadro creo que están jugando o, desde un punto de vista gastronómico, limpiando caracoles. La receta,como dicen en Mallorca, me parece muy llepola, solo falta ponerle miel. Con esto se sobrepone uno a todo. Un saludo. RM
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