Andaba yo convencido de que la palabra “ferragosto”
se utilizaba en Italia para identificar los días más calurosos y pesados de
mediados de agosto; en mi composición de lugar, anclado a la absurda idea de que
todos los españoles si nos lo proponemos sabemos italiano, pensaba que el
prefijo de la palabra – ferra – venía de ferro – hierro –, expresión muy
gráfica que describía el calor plomizo de esas fechas, en una ciudad grande,
vacía y desolada.
Mi sorpresa ha sido, a poco que he indagado
en la Wikipedia, comprobar que mi composición de lugar siendo una metáfora
seguramente acertada, tenía poco que ver con la realidad puesto que la palabra
ferragosto se deriva del termino latino Feria-Augusta, referida a la fiesta
pagana instituida por el emperador Cesar Augusto y que se celebraba en una
fecha coincidente con el actual quince de agosto; de este modo se puede afirmar
que el ferragosto italiano coincide con las vírgenes de agosto españolas,
acumuladas todas en esa misma fecha.
En mi indagación he confirmado que la
construcción de mi metáfora tampoco es muy original dado que el cine italiano ha
ambientado algunas películas en esa fecha; de las revisadas recuerdo una en la
que un cura se queda encerrado con una mujer espectacular en un ascensor sin posibilidad
de que ningún vecino acuda a rescatarlos porque todos han huido del calor en
una Roma desierta y tórrida – revisadas las notas confirmo que el cura era
Alberto Sordi, la joven Stefanía Sandrelli y el director Luigi Comencini.
Ayer regresé a casa después de un mes de
plácidas vacaciones; ya me ha pasado otros años, cuando he de hacer parte de
las vacaciones fuera del mes de agosto, tengo la sensación de que se está
produciendo una terrible injusticia que me obliga a incorporarme al trabajo cuando
el resto de los mortales siguen de vacaciones. La sensación se agrava cuando,
como ayer por la noche, el termómetro no bajaba de los 30 grados y los pocos
vecinos que quedaban en el barrio se empeñaban en poner a todo trapo sus aires
acondicionados convirtiendo la madrugada en un tránsito agobiante y ruidoso
hacia el amanecer.
La modernidad, la crisis, las nuevas costumbres
y estructuras familiares probablemente hayan determinado que casi nadie –
excepto los niños y puede que los funcionarios (especie perseguida) – disfrute de
un mes completo de vacaciones y, dentro de este grupo muy pocos tienen la suerte
de poderlo concentrar durante el mes de agosto, por lo menos eso dicen los
sociólogos al analizar nuestros hábitos de ocio y descanso. Pese a lo que digan
las estadísticas lo cierto es que ayer domingo por la noche eso de las 10
Barcelona estaba casi desierta y el aparcamiento en el que estaciono el coche
estaba en situación de semi-abandono, por lo que bien que mal estas semanas de
mediados de agosto convierten a Barcelona, como a otras muchas grandes
ciudades, en territorios fantasmas y despoblados, sólo alterados por algunos
turistas y por oficinistas, que como en mi caso, han de cubrir guardias de
agosto.
Ayer domingo fue un día angustioso – en términos
de sensación térmica – casi irrespirable; el fin de las vacaciones obliga de
modo casi inconsciente a hacer balance de cuantas de las tareas propuestas se
han cumplido: Los libros llegan demediados, al final no he podido leer tanto
como me propuse, las barrigas más orondas, el calor pegajoso hace que la ropa
se adhiera a la piel y los inevitables quilos de más que suelen arrastrar mis
veranos sean casi una losa que no pudiera purgarse durante el largo otoño y el
duro invierno que aguarda.
Ferragostino, apesadumbrado y adiposo fui
directo a la frutería de guardia para hacer acopio de judías verdes, lechugas,
brócolis y demás verdosidades que facilitaran la purga post-estival – luego la
realidad es mucho menos severa y en pocos días se comprueba que una vez
limitado el consumo de alcohol (cervecillas, tintos de verano y demás libaciones)
los tres o cuatro quilos de mas desaparecen casi antes de que llegue la
vendimia.
Las pesadumbres de la noche han hecho que
regrese a los insomnios o, por ser más preciso, a los “somnios” breves dado que
una vez descabezo el primer sueño llego a la vigilia, cargada de tareas
pendientes, que me impide conciliar el sueño; en estas vísperas veo que el
diletante sigue siendo, casi 47 años después, el mismo niño que no podía conciliar
el sueño el día antes de empezar el colegio. En el fondo después de tantos
años, nada ha cambiado aunque en este siglo XXI por lo manos en los amaneceres
el ADSL va mucho más rápido y las web se descargan a velocidad de crucero.
En todo caso ayer fue día de acopio de
verduras y el momento “gourmet” de la mañana se produjo cuando estaba picando un
ramillete de perejil fresco, oloroso y crujiente, toda una tentación para preparar unos
tagliattelle con mollejas de pato que nadie quería comer – agobiados por los
excesos del verano – pero que todos probaron.
Esta madrugada estaba convencido de que el
regreso del diletante a la rutina exigía una receta de verdura y así me lo
impuse al recuperar la biblioteca, los recortes de periódico acumulados durante
el verano, las notas sueltas y algunas ideas olvidadas de julio; sin embargo
los caprichos de la red me han llevado a la página web de una ilustradora
francesa – Rebecca Dautremer – que acaba de publicar un libro a propósito de
Alicia en el País de las Maravillas. Hurgando por la red en busca de imágenes
he encontrado una de una hada dentro de un plato de sopa de guisantes.
Ni mi hada despistada ni la Sra. Dautremer
merecían un plato de verdura a estas horas de la mañana, por eso, recordando
las obsesiones reposteras de los personajes de Lewis Carroll, me he embarcado
en una receta de bizcochos o bizcochitos de almendra y naranja, una receta que
había seleccionado del blog Petitchef a principios de julio - http://www.petitchef.es/recetas/postre/bizcocho-de-naranja-y-almendra-fid-1499687?in=nl_daily&nl_id=2475818&utm_source=daily_menu&utm_medium=email&utm_campaign=Menu_email_ovh&utm_content=photo
-; puede que la mejor manera de evitar una tentación sea caer en ella, de ahí
que como último suspiro calórico de este mes de agosto, me haya atrevido a esta
receta para la que se necesitan:
80 gr. de mantequilla (en pomada).
80
gr. azúcar.
ralladura de 2 naranjas.
2
cucharadas ( de las de postre ) de mermelada de naranja.
3
yemas de huevo.
80
gr. de almendra molida.
80
gr. harina.
4
gr. de levadura en polvo ( tipo Royal ).
3
claras de huevo.
50
gr. azúcar.
La receta empieza con un bol en el que hay
que mezclar la mantequilla en pomada y el azúcar – aunque en la web consultada
no dan indicaciones he preferido utilizar azúcar glaseado -. Con el calor no es
necesario pasar la mantequilla por el suplico del microondas, basta dejarla
unos minutos a la intemperie para que quede deshecha.
Se mezclan bien el azúcar y la mantequilla
hasta que no haya restos de cristales de azúcar en la crema. Cuando estén bien
ligados se añade la ralladura de naranja y las dos cucharadas de mermelada de
naranja – en mi caso utilizaré una mermelada de naranjas amargas que lleva
incorporados trocitos de fruta por lo que seguramente reduciré la cantidad de
ralladura de dos a una naranja.
Se añaden también tres yemas de huevo; hay
que seguir removiendo con brío para integrar la naranja en la crema, que la
masa vaya tomando cuerpo. No va mal para esta operación utilizar unas varillas de
madera.
Esponjada la masa se añaden las almendras
molidas, la harina tamizada y la pizca de levadura en polvo – los viejos
recetarios aconsejan siempre poner también una pizca de nada de sal -. Se
termina de remover la mezcla para integrar la harina en la crema. Esos mismos
recetarios antiguos recomiendan cubrir la masa con un paño humedecido y dejarla
reposar unos minutos a temperatura ambiente para que la levadura empiece con el
proceso de fermentación antes de cocerla.
Por esas razones no importa si se ha
despistado lo de montar las claras a punto de nieve, se coge otro bol y en ese
momento de espera se montan con tranquilidad y una vez montadas se les agrega
50 gramos de azúcar glas para que terminen de coger consistencia.
Ya solo queda mezclar con cuidado las
claras con la masa del bizcocho, movimientos envolventes de abajo a arriba para
que en la medida de lo posible la mezcla no pierda ni aire ni volumen.
Sin solución de continuidad se pasa la
crema a un molde – aquí es opcional utilizar un molde grande de bizcochos de
los de toda la vida o esos moldes pequeños de silicona que permiten hacer
pequeños bocaditos; la fotografía de la presentación opta por esos bocados que
tienen una pinta estupenda.
Horno precalentado a 180º y
unos 25 minutos si el molde es de los grandes, 15/20 si se usan moldes
pequeños; una vez sube la masa y se comprueba con la punta de un cuchillo que
está bien cocida, se saca del horno, se deja reposar unos minutos y se cubre
bien con una capa de chocolate, bien con azúcar glas, bien con almendras
laminadas o incluso con un poco de mermelada de naranja. Bizcocho a la mesa y
fuera agobios de ferragosto.
Mmmmmmmmmmm
ResponderEliminarMe encanta el dulce aunque es lo único que controlo para no redondear mi madura figura.
He vuelto de tierras andaluzas con el sabor de los "adobos" que me encantan y, de tierras castellanas con los escabeches, que también me encantan.
Ello me lleva a preguntar a diletante si hay alguna entrada con alguna de estas recetas, porque yo no la recuerdo.
Por ello propongo que nos deleite con un escabeche, de lo que sea, pavo, atún..... y nos revele los secretos de los adobos esos andaluces. Comí uno de mero que quitaba el sentío.
LSC