Abusar de la nostalgia puede tener unos
efectos demoledores ya que impide disfrutar de elementos del presente que
pueden ser tanto o más fascinantes que el pasado, el presente es el mejor
material para producir nostalgia a poquito que se deje reposar. Esta máxima,
que seguramente será práctica para la vida en general, es sin duda
imprescindible para la cocina. Las vivencias gastronómicas de hoy, debidamente
almacenada puede producir una nostalgia de gran calidad.
Por estas razones he ordenado al Diletante
que abandone sus evocaciones adolescentes y que se ponga a trabajar en el día a
día, tanto o más apasionante que el ayer idealizado.
Llevamos ya unos días constituidos en
Salobreña, principal playa de Granada, desde hace varios años alquilamos un
apartamento sumamente destartalado que tiene fallas llevaderas y virtudes que
compensan con creces las incomodidades de una casa sin horno, en la que el baño
ha goteado casi desde su instalación, donde las camas esconden bajo sus
colchones tablones de madera que pueden convertir las noches de calor en un
infierno. La cocina tiene tres infernillos eléctricos sacados de los primeros
capítulos del “Cuéntame”, fogones que cuando se ponen a la máxima temperatura
chisporrotean ya que el hierro incandescente carece de cualquier tipo de
protección. En estas condiciones cualquier ejercicio de cocina se convierte en
un ejemplo de Xtreme Cooking que sólo quien lo viera en directo lo podría
ponderar.
Entre las virtudes el valor principal es
que el apartamento está al final del pueblo, en primera línea de playa, con una
zona común muy bulliciosa pero primorosamente cuidada. Un entorno claramente
familiar en el que los niños están felices, libres y, sobre todo seguros,
subiendo y bajando a casa de sus tíos descalzos y en pijama nada más despertar.
Alquilar un apartamiento amueblado es una
forma sencilla de invadir la intimidad de los otros, da cierto pudor abrir los
armarios y revolver en los cajones, algo que terminas haciendo sumergido en una
sensación que en un porcentaje importante es pudor y en otro cierta prevención
que raya la repugnancia en la medida en la que cualquier reflexión sobre el
tiempo que llevan sin lavar las cortinas y la data de la última limpieza a
fondo de la cocina puede llegar a dar pavor. En eso la exquisita pulcritud de
muchos hoteles y apartoteles, con el mobiliario estandarizado en Ikea y la
desinfección casi clínica da un entorno de confort mucho mayor que estos
alquileres de supuesta confianza.
La vida de los otros, incluso la de los más
discretos, termina filtrándose por algunas rendijas, a veces son pequeños
detalles debajo de una cama, en un escobero olvidado o en la estanterías, en
forma de libros. He de decir que nuestra arrendataria sin duda por razones más
que justificadas no ha tenido la virtud de la discreción lo que lleva a que la
vida, sus vidas, surjan a borbotones en cada rincón a veces de manera
desconcertante – cacerolas que no han visto otro detergente que el que
aplicamos nosotros el año pasado, descoloridas fotografías enmarcadas de La
Alhambra, el Sidartha de Herman Hesse y el Péndulo de Foucoult de Eco, la Dama
Blanca de Wilkie Collins – casi todo eso pringa nuestra quincena en el sur.
Como la cocina y la nevera no son ni mucho
menos espaciosas hay que hacer compra casi todo los días de productos frescos
para evitar que el calor los poche o deteriore, esta limitación lejos de ser un
engorro supone una pequeña suerte ya que tengo la excusa perfecta para ir casi
todas las mañanas al mercado, para la fruta Salobreña, para el pescado y la carne
Motril.
De entre los pescados aquí el de mayor
consumo es la sardina, también el jurel quisquillero – aseguran que es
especialmente sabroso porque aseguran que sólo come quisquillas de la zona -,
algo de boquerón y gamba blanca – soberbia a la sal -. El pescadero a primera
hora ofrece también algunas piezas de mayor calado, piezas que desaparecen
enseguida. El viernes me hice con un cabracho, un capricho no programado, pero
su piel de rojo intenso y sus provocadores espinas exteriores, venenosas antes
de la cocción. Era un caproig de quilo y medio, una pieza espectacular que no
me hubiera perdonado dejar pasar. Le pedí que partiera la escórpora en rodajas
grandes, abriendo la cabeza y las ventrescas – las partes más sabrosas -. Las
carnes tersas del cabracho crujían a cada golpe de cuchillo. El pescadero
primero cortó las aletas dorsales, las espinas vertebrales y desescamó antes de
eviscerar al animal.
Ya en la casa quité la humedad de las
tajadas con un papel de cocina, salpimenté con cuidado cada pieza y puse sobre
uno de los fogones una sartén con un chorrito mínimo de aceite para sellar en
la plancha el pescado, lo justo para quitar el color blanquecino de la carne y
sustituirlo por un blanco y rojo brillante. Se reserva.
En una cazuela puse a cocer tres o cuatro
patatas con un puñadito de sal.
En otra cazuela puse a confitar a fuego muy
suave cuatro dientes de ajo grandecitos laminados; antes de que los ajos tomen
color incorporé un par de puerros – sólo lo blanco – cortados en tiritas muy
finas, subí un poco el fuego y añadí un poco de sal. Cuando los puerros estaban
pochados bajé el fuego al mínimo y coloqué sobre la cama de puerros y ajos las
tajadas del cabracho y tapé la cazuela. Dos o tres minutos por cada lado.
Hechas las patatas se pelan y cortan en
rodajas, todavía calientes. Se colocan sobre el pescado con un poco de sal y
pimentón dulce para cubrirlas mínimamente.
Con la cazuela tapada se retira el guiso
definitivamente del fuego para que termine de sudar. Si todo ha ido bien - fue bien - el pescado se termina de hacer y mantiene el sabor de los pescados a la plancha con la salsita, mínima, del guiso, y el punto de las patatas al pimentón.
Como lo hice a media mañana tuve que pegarle
un golpe de calor antes de llevarla a la mesa.
A falta de un cuadro hoy he encontrado dos:
El primero, obvio, un caproig de Miquel Barceló; el segundo, un descubrimiento,
de un pintor catalán afincado en Cadaqués, Alberto Cruells, por lo que he visto
en internet además es cocinilla: http://www.albertcruells.com/
Con tanta olimpiada se me acumula el trabajo y no tengo tiempo para nada, me pego al televisor y acabo más agotada que los deportistas y hoy en los deportes de agua hemos quedado muy bien y qué mejor que un agradable menú de "Cap roig". El de Barceló me ha encantado. Jubi
ResponderEliminar